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Documento Vamos que vamos - Prisa Ediciones

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Diego Forlán<br />

Nació y se crió con dos profesionales del fútbol: su padre y su abuelo. Es nieto de inmigrantes <strong>que</strong><br />

se esforzaron y lucharon para empezar una vida desde cero en Uruguay. Hoy, Forlán es esforzado y<br />

profesional, como ellos.<br />

“De esa suma (y multiplicación) nació en Montevideo, un día de mayo de 1979, Diego Forlán Corazo,<br />

con las piernas de su padre y el temple de su mamá. Nació con una historia y con una misión. La misma<br />

<strong>que</strong> llegaba de España y de Uruguay, para unirse dentro de él. Una misión de superación personal,<br />

como la de su abuela Maruja. De tesón, como la de su abuelo Juan Carlos. Y de excelencia, como la de<br />

su papá. Diego Forlán Corazo no había abierto aún los ojos y ya era un profesional.” (p. 140)<br />

Álvaro Fernández<br />

Su pueblo, Pueblo Agraciada, su mujer, Verónica, y un compañero de Wanderers, volvieron a ese niño<br />

inquieto y ansioso el hombre tranquilo y paciente <strong>que</strong> es hoy, tan parecido a la gente de su tierra,<br />

además.<br />

“Ese niño tan inquieto y agarrado a sus raíces, ese joven tan de su lugar se convirtió en hombre poco<br />

a poco. Fue dejando detrás la inquietud y la ansiedad. Templando su carácter. Volviéndose cada vez<br />

más igual a su pueblo y a su tierra, tranquilo y seguro. (...). En esa paulatina transformación del niño<br />

inquieto en el paciente y tranquilo colaboró mucho Verónica, su mujer (...). ‘Ponía cabeza cuando estaba<br />

mal. Ella me pone los pies sobre la tierra’ (...) La otra persona <strong>que</strong> fue fundamental para Álvaro en<br />

esa tarea de ‘bajarlo a tierra’ y convertirlo en un hombre cada vez más tranquilo fue Julio Rodríguez,<br />

un compañero suyo de Wanderers, adonde pasó a jugar después de Atenas y donde debutó en Primera<br />

División. Julio, en los momentos en los <strong>que</strong> Álvaro no lograba jugar como <strong>que</strong>ría y sabía, o directamente<br />

cuando no jugaba, le decía:<br />

—Flaco, tenés <strong>que</strong> estar tranquilo, con los pies en la tierra. Por<strong>que</strong> en el fútbol no son todas maduras.<br />

Van a venir las verdes también y tenés <strong>que</strong> seguir preparado.” (pp. 276-278)<br />

Diego Lugano<br />

Su preocupación por alcanzar una mayor justicia social (<strong>que</strong> hoy se ve, entre otras cosas, en su rol<br />

protagónico en la Fundación Celeste) la heredó de su madre, de su abuela y de su entorno.<br />

“De niño, Lugano acompañaba a su madre, Diana, a los hogares del inau (entonces iname) de<br />

Canelones, donde ella enseñaba manualidades. Él vivía con sus padres y sus dos hermanas<br />

(y luego con su madre y sus hermanas, cuando los padres se separaron), y pudo ver <strong>que</strong><br />

existía otra realidad. Otras caras. O, más aún, otras emociones, preocupaciones o sueños<br />

rotos, detrás de un mismo gesto de picardía o de una misma travesura. Detrás de un<br />

rostro aparentemente risueño o de un chiste contado al pasar. ‘Y sí, se veían realidades<br />

crueles. Crueles. Hay gente <strong>que</strong> no la pasa tan bien. Eso, más el hecho de <strong>que</strong> fui al<br />

colegio María Auxiliadora y a un liceo de hermanos, <strong>que</strong> hacíamos retiros espirituales<br />

y actividades a beneficio, y al hecho de <strong>que</strong> mi abuela me llevaba a misa todos los domingos...<br />

Creo <strong>que</strong> todo eso como <strong>que</strong> te genera cierto sentido social.” (pp. 30 y 31)<br />

<strong>Ediciones</strong> Santillana S.A. Fundación Celeste<br />

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