Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
.J.R.D.<br />
Mirar a mi horizonte, y ver el tuyo más lejos. Paralelo al mío, mirando mis pasos de reojo.<br />
Doy dos pasos adelante, y tu horizonte se mueve. Me quedo quieta, y luego, como un<br />
cangrejo, mi horizonte se mueve hacia atrás. El tuyo me sigue tímidamente. Veo un destello:<br />
es tu pupila izquierda, rogando no perderse un paso de los mios. Me doy cuenta y paro. Te<br />
miro, y en ese preciso instante avanzas. Tu horizonte avanza, y yo no puedo hacer otra cosa<br />
que mover mis pies. Uno, dos, tres, cuatro centímetros, de forma que mi horizonte quede<br />
exactamente posicionado en el mismo lugar que el tuyo. Cruzamos una sonrisa y<br />
nerviosamente volvemos a situar la mirada recta. ¿y ahora qué? ¿Quién se mueve?<br />
Ninguno. Esperemos a que sea el momento.<br />
Sin más, las voluptuosas espirales negras que cubren tu figura se alzan y lo envuelven todo.<br />
Me envuelven a mi y a mi horizonte. Te buscamos a tí, y al tuyo, y de repente vuelves a estar<br />
ahí, en nuestro campo de visión, a la izquierda. Intentas venir a mí: no vale la pena, yo me<br />
moveré hacia tu horizonte, hacia nuestra izquierda. Y allí, ascendemos, y dejamos de estar a<br />
ras del suelo para quedar suspendidos en el aire, como halcones sonámbulos. Como ala<br />
deltas sin piloto, ni rumbo, ni aire que los empuje, simplemente una voluntad común,<br />
incorpórea, que no deja de movernos, siempre hacia la izquierda.<br />
Y así seguimos, volando por esas nubes similares a las de tu pecho. Pero no por mucho<br />
tiempo: en peso muerto caen nuestros cuerpos al vacío. Mi vestido se arremolina a mi al<br />
rededor, como una estrella cayendo del cielo, o una cigüeña abriendo las alas. Giro la<br />
cabeza y ahí sigues, cayendo a una velocidad pasmosa, pero siempre paralelo a mí. Y ahora<br />
me doy cuenta: nos hemos quedado solos. Los horizontes de ambos se han quedado arriba,<br />
muy arriba, a kilómetros ya sobre nuestras cabezas. Pero no importa, construiremos otros,<br />
con palitos y barro, como si hiciéramos un nido.<br />
Con un ruido sordo, chocamos contra la tierra. No duele, y miles de espíritus trasparentes se<br />
alzan a recibirnos. Sentaos, por favor, no queremos molestar. Pero no nos hacen caso, y<br />
siguen ahí, mirándonos y parloteando en ese idioma suyo que es como bocanadas de aire<br />
violeta exhaladas sin paciencia. Nos miramos y así nos quedamos, ni mucho ni poco,<br />
simplemente el tiempo necesario. Y ahora es de noche, y no están ni los espíritus, ni los<br />
horizontes. Nos hemos quedado solos tú y yo. ¿Nos hemos quedado? No, he utilizado mal<br />
los tiempos verbales. No nos hemos quedado solos, hace horas que estamos solos, yo en tu<br />
mente, y tú en la mia. Simplemente, ahora se han ido esas presencias que tan alegremente<br />
hemos ignorado.<br />
Se ha hecho tarde, salgamos de este desierto. Busquemos un sitio amable en el que dormir<br />
amparados por vegetación vengativa. Y caminamos hacia la izquierda, siempre de forma<br />
simétrica, paralela.<br />
Cruzamos el primer oasis, pero sus aguas están excesivamente tranquilas: sigamos<br />
avanzando, jamás he confiado en los elementos naturales que no dan señal alguna de ira.<br />
Mira ahí, a lo lejos, a nuestra izquierda. Ahí se alzan palmeras inmensas, que desafían al<br />
cielo a caer sobre ellas. Amparan un lago y helechos mullidos. Allí, vayamos allí, que se<br />
respira un aroma de plantas salvajes. Y al llegar, nos quitamos la ropa, y sin más abrigo que<br />
nuestras pieles nos abrazamos tumbados en un suelo fértil. Y yo, con ese estúpido<br />
romanticismo mío, no puedo hacer otra cosa que sonreír. Sonreír al saberte libre. Al saberme<br />
libre. Sonreír al correr sin mesuras por las desnudas llanuras de tu cuerpo, o al quedarnos<br />
quietos, como juncos naciendo en la orilla de un río.<br />
Sale el sol, y entre las hojas de las palmeras se cuelan débiles rayos. Nos tocan sin permiso.<br />
Siento celos: quería ser yo la única que te viera desnudo esta noche, o este día. Decido<br />
actuar, y con mi cuerpo tapo el tuyo. Intento cubrir con mi piel cada centímetro de la tuya.<br />
Pero con tanto moverme y recolocarme, levantas los párpados, y me miras con unos<br />
legañosos ojos de felino grande, como un tigre, o un guepardo. Te regalo la más pura de las<br />
caricias que le puedo regalar a nadie. Así, froto la punta de mi nariz con la tuya, hasta que<br />
las dos están calientes y rojas.<br />
Es hora, compañero, de seguir avanzando. Hemos de levantarnos del suelo, y continuar el<br />
camino. ¿Hacia dónde, preguntas? La respuesta es evidente, hacia esos horizontes que<br />
dejamos atrás, o hacia otros nuevos. No, tienes razón, olvidémonos de ellos. Simplemente,<br />
18<br />
19