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HAMSA<br />
Fátima estaba en la cocina. Hacía calor, pero aún así no dejaba de remover el puchero de<br />
sopa. Aquella mañana sofocante había salido al zoco para comprar una gallina, verduras y<br />
las mejores especias. Todo el mundo por la calle reconocía esos ojos espectaculares,<br />
agrandados gracias al khol. Unos labios carnosos, que cada minuto eran regados por una<br />
despiadada lengua, la cual los salivaba hasta que relucían. Hermosa Fátima. Mujer del imán<br />
y respetada por ello. Para ella la verdura más fresca y las especias más aromáticas. Lucía<br />
palpitante unas caderas preparadas para la maternidad, y orgullosa se decía a sí misma que<br />
la madre fertilidad este año le obsequiaría con un varón fuerte y sano.<br />
Así se encontraba delicada mujer, envuelta en los olores de incienso y los vapores de la<br />
sopa, cantando que se sentía enamorada, que su alma palpitaba y que orgullosa sería fiel a<br />
su condición de esposa. Y el caldo en el puchero que hervía. Y las burbujas de aquel<br />
estupendo brebaje estallaban nerviosas. Y ella piensa que a Alí le va encantar esa comida y<br />
huele a lo mejor del mercado. Y Alí que se descalza y entra en casa. Fátima, hija de<br />
Mahoma, respetada mujer, ojos valientes, corazón caliente. Fátima se gira y Alí, muy<br />
solemne, en el zaguán de la puerta le ordena compartir su vida con la concubina que lleva al<br />
lado. Fátima la más hermosa sólo le queda obedecer, pero antes se parte en dos. Sus ojos<br />
dejan de contar mil historia para tornarse sombríos. Ni una sola lágrima. Sus labios dejan de<br />
ser apetecibles para agrietarse. Su corazón deja de ser entero para romperse en mil, dos<br />
mil, tres mil, un millón de pedazos. Un dolor. Sólo uno.<br />
La concubina cabizbaja, la concubina más bella y Fátima pequeña, rota, partida, hundida. Y<br />
la sopa hirviendo. Y el pecho que le tiembla del dolor ¡qué joder! que le han partido en dos.<br />
Cuando Alí regresa a la cocina la concubina, apoyada en el umbral de la puerta solloza<br />
mirando el suelo y Fátima con la mano hundida hasta el fondo del puchero sólo murmura:<br />
“Me han roto el corazón”<br />
Y ésta es la leyenda que me contó un desconocido en París. Dos locos en medio de una<br />
plaza compartiendo un café con leche, que nos costaría por lo menos todos los francos de<br />
nuestro pobre jornal. Así empieza la historia histórica de la persona que me rompió las alas.<br />
Y es cierto que Fátima nunca sintió el dolor de la mano, porque el desamor pudo más.<br />
Desconocido conocido, mano amiga, amigo amado, mano rechazada, mano que acaricia,<br />
mano que toca. “Yo no te conozco, pero podemos compartir este café con leche”.<br />
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Resultó que escribía historias y que era panadero para poder pagar cafés en las terrazas<br />
más caras de París. Resultó que era de Madrid y que hablaba francés peor que yo. Cosas<br />
de la vida, que a mí no me gusta el dinero, pero me encantan el pan y las historias.<br />
Mano que remueve inquieta el azúcar en la taza de café, mano que comparte un cigarro,<br />
mano que esquiva una mirada, mano que besa. Y si en ese instante no me enamoré, es<br />
porque no conozco el amor. Las piedras, con sus corazones de piedras, grises y tristes, se<br />
hubieran enamorado de esa historia, de ese chico que sólo quería compartir una leyenda y<br />
que siempre iba con esos pantalones de pana y que había escogido París, porque en su<br />
país los cuentos estaban prohibidos.<br />
Mano que marca nerviosa el número en una cabina telefónica. Mano que tiembla porque<br />
escucha una voz. Boca que se muerde todas las uñas. Mano que se toca el pelo. “Yo no te<br />
conozco, pero podemos pasear juntos”. Resultó que apareció Cortázar y jugamos los tres a<br />
la rayuela. Y las adivinanzas las gané yo. Y el corazón se tornó rojo, porque la vida rosa ya<br />
me aburría. Porque quería jugar a jugar y con los ojos cerrados era más divertido. Y el<br />
metro, a las 10 de la noche, no era un metro, era un barco pirata, y la llovizna de un París<br />
triste el regalo de poetas muertos. Me regalaba barras de pan caliente, yo hacía café y él me<br />
contaba cuentos mientras escuchábamos casetes regrabados y leíamos a los poetas<br />
existencialistas.<br />
Mano que corre una cortina. Mano que acaricia una boca. Manos que se entrelazan. Manos<br />
que respiran juntas. Lenguas que se rozas y cuerpos que casi nunca se atreven a unirse.<br />
Abrazos desnudos mientras suena The Cure. Sonrisas cómplices y te quieros en castellano.<br />
Ropa esparcida por una habitación demasiado pequeña. Ventanuco enseñándonos<br />
Montparnasse. Y un cuerpo que empuja y unos dientes que se muerden el labio inferior. Y yo<br />
sólo quería que tú le dieras al play cada mañana, como si realmente viviéramos en el París<br />
de los 60, donde la poesía es la música y la música simplemente el aire con el que debemos<br />
bailar. Y este sería nuestro secreto. El secreto mejor guardado de todos los tiempos. Ese<br />
secreto que se esconde en la isla, y cuando lo quieres encontrar ya no te acuerdas donde lo<br />
dejaste.<br />
Mano que no te pido. Mano que te ofrezco. Mano compañera. Mano combativa. Mano que te<br />
peina. Mano que te espera. Pies que caminan cada tarde hasta encontrarte sentado en una<br />
banco, medio cansado de trabajar, medio descansado para correr descalzo. Leer desnuda<br />
en la cama, como segundo placer más inmenso del mundo, es interrumpido por una<br />
estúpida llamada.<br />
¡Qué injusto! El teléfono rojo que suena y los millones de chistes que habíamos hecho con<br />
eso. Ese ring, ese preciso, como si las paredes adivinaran, hizo temblar los afiches<br />
colgados. Una voz , de tu madre, de tu tía, de tu casera, una voz llorosa, preguntando por<br />
mí, llamándome por el apellido, como si mi nombre no fuera lo bastante solemne. Una voz<br />
que me dice que un coche rojo, como el teléfono, te ha atropellado, que has muerto en el<br />
acto y con los ojos abiertos. Una voz que me dice que me querías mucho, en pasado, como<br />
si ya no existieras. Una voz que me dice que lo siente. Como si una voz fuera una mano.<br />
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