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Brotes Negros Número 2

Publicacón de la Biblioteca Libertaria Ferrer i Guardia

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HAMSA<br />

Fátima estaba en la cocina. Hacía calor, pero aún así no dejaba de remover el puchero de<br />

sopa. Aquella mañana sofocante había salido al zoco para comprar una gallina, verduras y<br />

las mejores especias. Todo el mundo por la calle reconocía esos ojos espectaculares,<br />

agrandados gracias al khol. Unos labios carnosos, que cada minuto eran regados por una<br />

despiadada lengua, la cual los salivaba hasta que relucían. Hermosa Fátima. Mujer del imán<br />

y respetada por ello. Para ella la verdura más fresca y las especias más aromáticas. Lucía<br />

palpitante unas caderas preparadas para la maternidad, y orgullosa se decía a sí misma que<br />

la madre fertilidad este año le obsequiaría con un varón fuerte y sano.<br />

Así se encontraba delicada mujer, envuelta en los olores de incienso y los vapores de la<br />

sopa, cantando que se sentía enamorada, que su alma palpitaba y que orgullosa sería fiel a<br />

su condición de esposa. Y el caldo en el puchero que hervía. Y las burbujas de aquel<br />

estupendo brebaje estallaban nerviosas. Y ella piensa que a Alí le va encantar esa comida y<br />

huele a lo mejor del mercado. Y Alí que se descalza y entra en casa. Fátima, hija de<br />

Mahoma, respetada mujer, ojos valientes, corazón caliente. Fátima se gira y Alí, muy<br />

solemne, en el zaguán de la puerta le ordena compartir su vida con la concubina que lleva al<br />

lado. Fátima la más hermosa sólo le queda obedecer, pero antes se parte en dos. Sus ojos<br />

dejan de contar mil historia para tornarse sombríos. Ni una sola lágrima. Sus labios dejan de<br />

ser apetecibles para agrietarse. Su corazón deja de ser entero para romperse en mil, dos<br />

mil, tres mil, un millón de pedazos. Un dolor. Sólo uno.<br />

La concubina cabizbaja, la concubina más bella y Fátima pequeña, rota, partida, hundida. Y<br />

la sopa hirviendo. Y el pecho que le tiembla del dolor ¡qué joder! que le han partido en dos.<br />

Cuando Alí regresa a la cocina la concubina, apoyada en el umbral de la puerta solloza<br />

mirando el suelo y Fátima con la mano hundida hasta el fondo del puchero sólo murmura:<br />

“Me han roto el corazón”<br />

Y ésta es la leyenda que me contó un desconocido en París. Dos locos en medio de una<br />

plaza compartiendo un café con leche, que nos costaría por lo menos todos los francos de<br />

nuestro pobre jornal. Así empieza la historia histórica de la persona que me rompió las alas.<br />

Y es cierto que Fátima nunca sintió el dolor de la mano, porque el desamor pudo más.<br />

Desconocido conocido, mano amiga, amigo amado, mano rechazada, mano que acaricia,<br />

mano que toca. “Yo no te conozco, pero podemos compartir este café con leche”.<br />

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Resultó que escribía historias y que era panadero para poder pagar cafés en las terrazas<br />

más caras de París. Resultó que era de Madrid y que hablaba francés peor que yo. Cosas<br />

de la vida, que a mí no me gusta el dinero, pero me encantan el pan y las historias.<br />

Mano que remueve inquieta el azúcar en la taza de café, mano que comparte un cigarro,<br />

mano que esquiva una mirada, mano que besa. Y si en ese instante no me enamoré, es<br />

porque no conozco el amor. Las piedras, con sus corazones de piedras, grises y tristes, se<br />

hubieran enamorado de esa historia, de ese chico que sólo quería compartir una leyenda y<br />

que siempre iba con esos pantalones de pana y que había escogido París, porque en su<br />

país los cuentos estaban prohibidos.<br />

Mano que marca nerviosa el número en una cabina telefónica. Mano que tiembla porque<br />

escucha una voz. Boca que se muerde todas las uñas. Mano que se toca el pelo. “Yo no te<br />

conozco, pero podemos pasear juntos”. Resultó que apareció Cortázar y jugamos los tres a<br />

la rayuela. Y las adivinanzas las gané yo. Y el corazón se tornó rojo, porque la vida rosa ya<br />

me aburría. Porque quería jugar a jugar y con los ojos cerrados era más divertido. Y el<br />

metro, a las 10 de la noche, no era un metro, era un barco pirata, y la llovizna de un París<br />

triste el regalo de poetas muertos. Me regalaba barras de pan caliente, yo hacía café y él me<br />

contaba cuentos mientras escuchábamos casetes regrabados y leíamos a los poetas<br />

existencialistas.<br />

Mano que corre una cortina. Mano que acaricia una boca. Manos que se entrelazan. Manos<br />

que respiran juntas. Lenguas que se rozas y cuerpos que casi nunca se atreven a unirse.<br />

Abrazos desnudos mientras suena The Cure. Sonrisas cómplices y te quieros en castellano.<br />

Ropa esparcida por una habitación demasiado pequeña. Ventanuco enseñándonos<br />

Montparnasse. Y un cuerpo que empuja y unos dientes que se muerden el labio inferior. Y yo<br />

sólo quería que tú le dieras al play cada mañana, como si realmente viviéramos en el París<br />

de los 60, donde la poesía es la música y la música simplemente el aire con el que debemos<br />

bailar. Y este sería nuestro secreto. El secreto mejor guardado de todos los tiempos. Ese<br />

secreto que se esconde en la isla, y cuando lo quieres encontrar ya no te acuerdas donde lo<br />

dejaste.<br />

Mano que no te pido. Mano que te ofrezco. Mano compañera. Mano combativa. Mano que te<br />

peina. Mano que te espera. Pies que caminan cada tarde hasta encontrarte sentado en una<br />

banco, medio cansado de trabajar, medio descansado para correr descalzo. Leer desnuda<br />

en la cama, como segundo placer más inmenso del mundo, es interrumpido por una<br />

estúpida llamada.<br />

¡Qué injusto! El teléfono rojo que suena y los millones de chistes que habíamos hecho con<br />

eso. Ese ring, ese preciso, como si las paredes adivinaran, hizo temblar los afiches<br />

colgados. Una voz , de tu madre, de tu tía, de tu casera, una voz llorosa, preguntando por<br />

mí, llamándome por el apellido, como si mi nombre no fuera lo bastante solemne. Una voz<br />

que me dice que un coche rojo, como el teléfono, te ha atropellado, que has muerto en el<br />

acto y con los ojos abiertos. Una voz que me dice que me querías mucho, en pasado, como<br />

si ya no existieras. Una voz que me dice que lo siente. Como si una voz fuera una mano.<br />

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