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Canetti. Elias - La Provincia del Hombre

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¿Qué es lo que uno puede contar sin gran desvergüenza?<br />

Es reconfortante ver cómo todo el mundo se prepara una tradición. Junto a lo nuevo<br />

que tira de uno por todas partes, necesitamos muchos contrapesos tomados de la<br />

Antigüedad. Acudimos a hombres y tiempos pasados como si pudiéramos cogerlos por<br />

los cuernos y luego, cuando se ponen furiosos, salimos corriendo aterrorizados. <strong>La</strong><br />

India, decimos con gravedad y suficiencia así que hemos escapado de Buda. Egipto,<br />

decimos así que en mitad <strong>del</strong> tercer capítulo <strong>del</strong> «De Iris y Osiris» de Plutarco cerramos<br />

el libro. Sin duda es hermoso que sepamos ahora con seguridad que bajo estos nombres<br />

han vivido seres humanos de carne y hueso, y que apenas se los nombra; de ahí que<br />

corran furiosos hacia nosotros. ¡Cómo les gustaría volver a vivir! ¡Cómo andan<br />

mendigando mirando, amenazando! ¡Creen que pensamos en ellos porque les llamamos<br />

por el nombre!; ¡cómo se olvidan de lo que ellos hicieron con los antiguos! ¿No<br />

viajaron a Egipto Tales y Solón? ¿No estuvo el sabio peregrino chino en la India, en, la<br />

corte de Harsha? ¿No le robó Cortés a Moctezuna el imperio y la vida? Se encontró la<br />

cruz, pero la habían llevado ellos. Tienen que respirar, los antiguos, para que<br />

los veamos de un modo más completo, pero en el otro mundo tienen que permanecer en<br />

las sombras. Tienen que estar dormitando a la espera de que les hagamos una seña; pero<br />

luego, deben estar en su sitio. No tienen que tener ninguna pretensión sobre sí mismos,<br />

como que no tienen sangre. Tienen que revolotear de un lado para otro, no andar<br />

pisando fuerte; los cuernos deben dejarlos en el más allá, en las sombras; no deben<br />

enseñar sus afilados dientes; deben tener miedo y componer un poema pidiendo<br />

indulgencia. Porque no hay ningún sitio vacío para ellos; su aire está consumido desde<br />

hace tiempo. Como ladrones pueden colarse en los sueños; allí es donde es posible<br />

atraparlos.<br />

Hay una vieja seguridad en la lengua que se atreve a darse nombres. El escritor que<br />

vive en el exilio, y de un modo muy especial el dramaturgo, está seriamente debilitado<br />

en más de una dimensión. Alejado de su aire lingüístico, carece <strong>del</strong> alimento familiar de<br />

los nombres. Puede que antes no se diera cuenta en absoluto de los nombres que oía a<br />

diario; pero ellos sí se daban cuenta de él y le llamaban seguros, redondos, perfectos.<br />

Cuando planeaba sus personajes los sacaba de la seguridad de una enorme tormenta de<br />

nombres, y aunque luego pudiera utilizar uno que en la claridad de sus recuerdos ya no<br />

significara nada, una vez u otra este personaje había estado allí y se había oído llamar.<br />

Ahora, para el que ha emigrado, el recuerdo de sus nombres no está perdido, sin duda,<br />

pero ya no es un viento vivo el que se los trae; el exiliado los guarda como un tesoro<br />

muerto, y cuanto más tiempo tenga que permanecer alejado de su antiguo clima, con<br />

tanta mayor codicia acariciarán sus dedos los viejos nombres.<br />

De ahí que al escritor que vive en el exilio, si es que no se da totalmente por vencido, lo<br />

único que le queda es una cosa: respirar el nuevo aire hasta que éste le llame a él<br />

también. Durante mucho tiempo este aire quiere hacerlo, se está preparando y no dice<br />

nada. El escritor lo nota y se siente herido; puede que cierre los oídos, entonces ya no<br />

puede llegarle ningún nombre. Lo extranjero crece y, cuando se despierta, lo que<br />

encuentra a su lado es el viejo granero que se ha secado, y sacia su hambre con granos<br />

de trigo que vienen de su juventud.<br />

<strong>La</strong> felicidad es perder en paz la propia unidad; las conmociones <strong>del</strong> espíritu llegan,<br />

permanecen en silencio y se marchan, y cada una de las partes <strong>del</strong> cuerpo escucha para<br />

sí.

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