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Canetti. Elias - La Provincia del Hombre

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de la entrega indiscriminada ha pasado. El caos está a favor de la guerra. A la guerra la<br />

desprecio más de lo que la odio. <strong>La</strong>s muchas personas que se mueven por el centro, de<br />

vacaciones, o, como ha ocurrido siempre, por gusto, se me antojan desertoras de la más<br />

grande de todas las causas. Están dispuestas a volver a su dócil cobardía, o<br />

voluntariamente han estado todo el tiempo sin saber nada. Únicamente fuera de los<br />

locales cerrados, por la noche, como sombras, tienen más verdad, pues son como<br />

muertos que todavía no saben que están muertos; desde las pequeñas calles laterales que<br />

llevan a Picadilly, las contemplo largo rato en una gran agitación. Se cogen unos a<br />

otros; entonces sé que debajo hay sombras femeninas. <strong>La</strong>nzan algunos gritos, de este<br />

modo fingen tener más vida de la que les corresponde tener. ¿Antes sólo escuchaba<br />

voces? En el caos estaba mi enorme fuerza; estaba seguro de él como <strong>del</strong> mundo entero.<br />

Hoy hasta el caos ha hecho explosión. No había nada que estuviera hecho con tanta<br />

insensatez que no pudiera caer en algo que todavía fuera más insensato, y dondequiera<br />

que husmee todo está lleno <strong>del</strong> olor a fuego apagado. Tal vez hubiera sido mejor que<br />

nos hubieran asado a todos. En lo que queda, los perturbados van a volver a instalarse<br />

cómodamente. Van a hacer sus sopas en los volcanes y, contentos y alegres, van a<br />

sazonar sus alimentos con azufre. Sin embargo, para aquellos cuyo corazón estuvo<br />

abierto a esto, a lo más mínimo que ocurriera, a cada hombre, para éstos ya ningún caos<br />

volverá a ser hermoso, jamás, y con un honrado saber y un miedo vacío de esperanza,<br />

temblarán casi siempre ante aquello cuya realidad parece inimaginable.<br />

No debemos ocuparnos inmediatamente de las cosas con demasiada profundidad. No se<br />

saca nada tratando el momento como algo que agota. Puede ser muy bien que a veces lo<br />

sea, pero él no debe saberlo. El momento vano es un momento perdido. En su inocencia<br />

está su belleza y su fuerza. Los momentos dispersos, dispersos a lo largo de los años,<br />

aquellos que valen para la contemplación de un objeto, se suman de un modo<br />

misterioso, y luego, de repente, todo adquiere unidad y profundidad.<br />

Podemos amar apasionadamente a varios hombres a un tiempo, y con cada uno de ellos<br />

va ocurriendo todo como si él fuera el único, y no regateamos nada, ni miedo, ni afán, ni<br />

cólera, ni tristeza, y de vez en cuando el todo empieza a crecer y crecer hasta que llega a<br />

una violencia tal que, de repente, actuamos como varios hombres, cada uno con su<br />

sentido propio, pero todos a un tiempo; y lo que luego va a resultar de esto no lo sabe<br />

nadie.<br />

Los profetas predicen lo antiguo en medio de lamentaciones.<br />

El que los dioses mueran hace a la muerte todavía más insolente.<br />

Los dioses, nutridos de adoración, muertos de inanición en el anonimato, recordados en<br />

los poetas, y luego - no antes - eternos.<br />

Entre dos juicios sobre el hombre - básicos y a la vez contrapuestos - se mueve hoy en<br />

día todo lo que ocurre en el mundo:<br />

1. Todo el mundo es aún demasiado bueno para la muerte.<br />

2. Todo el mundo es justo lo suficientemente bueno para la muerte.<br />

Entre estas dos opiniones no hay conciliación. Una u otra vencerá. En modo alguno<br />

está decidido cuál va a vencer.<br />

Lo más difícil de todo: descubrir una y otra vez lo que uno, de todos modos, ya sabe.

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