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Alegraos nº 4

Revista de los jóvenes de Católicos en Acción de Madrid

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Lo que la HISTORIA<br />

nos ENSEÑA<br />

Decía el venerable obispo norteamericano Fulton Sheen que “todo<br />

lo que pasa en la historia ha pasado antes por el corazón del ser humano”.<br />

La herejía pelagiana es considerada una de las mayores herejías de<br />

la historia de la Iglesia. Pelagio, monje del siglo IV que le dio el nombre,<br />

negaba la existencia del pecado original en el hombre (solo habría afectado<br />

a Adán), la naturaleza humana no habría sido corrompida, naceríamos en<br />

un estado “neutral”. La venida de Cristo tendría como finalidad el darnos<br />

un mero ejemplo de vida en contraposición al mal ejemplo que nos dio<br />

Adán, y de esto se seguiría por tanto, la no necesidad del bautismo puesto<br />

que no existe el pecado original. El hombre iría al cielo, según Pelagio, a<br />

“base de puños”, querer es poder nos diría, la naturaleza del hombre, al no<br />

estar corrompida, tendría las fuerzas para ello.<br />

San Agustín, el gran santo Padre de la antigüedad, combatió duramente<br />

a Pelagio y condenó sus tesis. Afirmó la necesidad absoluta del<br />

bautismo para la salvación, pues nos libra del pecado original, y también<br />

la necesidad de la gracia de Dios para la purificación de la naturaleza humana<br />

que no se ve nunca libre de la concupiscencia y de las ataduras de<br />

las pasiones. La venida de Cristo nos viene a traer la salvación del pecado<br />

por la gracia santificante, su misma vida divina. Los 7 sacramentos son las<br />

fuentes de las que mana dicha gracia.<br />

Siglos más tarde, Martín Lutero cayó en la herejía por el otro extremo.<br />

Se dice que Lutero había sido educado de manera muy estricta por<br />

sus padres. Él quería ser abogado, pero durante una tempestad hizo voto<br />

de ser fraile. Se decidió precisamente por los agustinos, los cuales vivían<br />

una vida muy austera y sacrificada marcada por ayunos, oración y trabajo.<br />

Le desanimaba mucho el ver sus pecados a pesar del esfuerzo que él<br />

ponía en combatirlos y en agradar a Dios. En 1517 tuvo una “revelación”<br />

estudiando la carta a los romanos, interpretando mal a San Pablo llegó a<br />

la conclusión de que el hombre podría alcanzar la justificación solo por la<br />

gracia de Dios, y no mediante buenas obras; Es la conocida doctrina de la<br />

sola gracia, el hombre es un pecador irremediable, lo que tiene que hacer<br />

para salvarse es esconderse bajo la sombra de la cruz para que cuando<br />

Dios Padre mire hacia él no vea sus pecados. El hombre, cuyo corazón es<br />

irreformable, para salvarse solo debe tener fe en que Jesús es misericordioso.<br />

La iglesia condenó las tesis de Lutero en el concilio de Trento.<br />

¿Y TODO ESTO A MÍ QUÉ? La historia nos enseña que…<br />

Volvamos a la frase que cité al principio… En nuestra vida espiritual,<br />

podemos pasar por momentos en que nos sentimos muy fuertes,<br />

con ganas de comernos el mundo, de trabajar, de hacer cosas grandes por<br />

Dios, seguramente cuando asistimos a un retiro, a un voluntariado etc. nos<br />

llenamos de gozo y de alegría en el corazón, también cuando realizamos<br />

apostolado y vemos sus frutos más externos, lo que es la cáscara de la obra<br />

apostólica, por ejemplo: gran afluencia de personas, que humanamente la<br />

actividad sale bien, que la gente acaba contenta. A veces podemos caer en<br />

un “pelagianismo práctico”, es decir, pensar que el éxito de la actividad depende<br />

de mí, que la buena educación de mis hijos depende de mí, que gracias<br />

a mí la cosa funciona… a veces se cae en activismo, dejamos la oración y<br />

no paramos de “hacer cosas”, hemos olvidado que «es Cristo quien hace<br />

crecer», que «solo una cosa es necesaria», «que siervos inútiles somos», que<br />

«Dios saca hijos de Abrahán de las piedras», que «es Dios quien produce<br />

en vosotros el querer y el obrar»… recordemos siempre que «sin Mí no<br />

podéis hacer nada» y lo contrario es una profunda autosuficiencia respecto<br />

de Dios.<br />

Por otro lado, muchas veces también en nuestra vida espiritual, ante<br />

pequeños fracasos humanos, a veces incluso ante pecados y caídas personales,<br />

nos desanimamos, pensamos que no podemos, nos viene el desaliento…<br />

pensamos que la cosa no tiene solución; y caemos en la pereza,<br />

y también en la soberbia espiritual, dejamos a Dios el resto, nos hartamos<br />

y nos conformamos con una vida de mínimos y sin exigencias, haciendo<br />

un poquito para acallar la conciencia, porque el resto ya lo suplirá Dios,<br />

pensamos que Dios no es exigente, que ya ha visto que no valemos, que<br />

suficiente hemos hecho ya…<br />

Y la respuesta católica es el justo medio entre estos dos extremos<br />

tan viciosos, así como es un error negar o disminuir el papel fundamental<br />

de la gracia tal como lo hace el pelagianismo, también lo es negar la colaboración<br />

de la libertad humana en la obra de salvación. Lo expresa muy<br />

bien el apóstol Santiago con las siguientes citas: «Poned por obra la Palabra y<br />

no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta<br />

con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen<br />

en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es» (Santiago 1,22-24).<br />

«Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado» (Santiago 4,17).<br />

Por: Ignacio Latorre

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