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Alegraos 18 LA VERDAD

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Misión Trinitaria Seglar

La Verdad

os hará libres

¿Da igual ser católico,

protestante, musulmán, budista

o de cualquier otra religión?

Por P. Juan Miguel Corral Cano

FIRMA INVITADA: Jorge González Guadalix, pbro.

Reivindicación de

Poncio Pilato...

Y entre tanta

confusión, una brújula

segura y consoladora

Alfonso González Fernández


Editorial

“Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la

verdad y la verdad os hará libres”.

Alegraos

Revista de evangelización.

Plaza de la Libertad, 4

28862 Belvis de Jarama (Madrid)

Edita:

Misión Trinitaria Seglar

628 486 705

Depósito Legal:

M-27221-2014

Dirección:

Dámaris Mora Huerta

Redacción:

Mª Paz Utiel Utiel

Pbro. Aarón Lima Toledo,

Pbro. Juan Miguel Corral Cano,

Pbro. Jorge González Guadalix,

A. González Fernández

Maquetación:

www.cristinaocaña.es

Recuerda que Alegraos

es una revista de

difusión gratuita con

fines apostólicos.

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¿Quieres realizar un donativo?

Escríbenos:

revista.alegraos@gmail.com

Cuando estaba aprendiendo a conducir me decían con frecuencia muchas

personas: “ya verás, cuando tengas el carné de conducir y un coche la libertad

que te dará. Ya no dependerás de otros para ir a este o a aquel sitio...”. Te lo

presentaban como una situación o estado idílico de felicidad, de descanso, de

alegría. Y yo les respondía, después de haberlo pensado detenidamente: es

verdad, tenéis razón. Y así, después de haber conocido las normas y técnicas

de la conducción gozo de la libertad de conducir un coche de aquí para allá y

llegar a mis destinos en el tiempo requerido.

Este ejemplo citado se puede aplicar a muchas otras situaciones de nuestras

vidas y más concretamente a las palabras de Jesucristo más arriba citadas.

Porque sabemos que la libertad es el estado que da a la persona humana la

alegría, la paz, la felicidad. Mas para llegar a este estado hace falta conocer la

verdad que da sentido a nuestra existencia, la que explica por qué y para qué

estamos en este mundo. Y esa verdad tiene un nombre: Jesucristo.

Él dice de sí mismo: “yo soy el camino, la verdad, y la vida”. Por eso también

dice las palabras que dan inicio a este escrito, “si os mantenéis en mi palabra...

la verdad os hará libres”. Jesucristo es, en su persona, sus pensamientos,

sus sentimientos, sus palabras, sus gestos, sus actos, simple y llanamente la

verdad, y por tanto la verdadera libertad, la alegría, la paz, el descanso. Y vivir

esto es ya empezar a disfrutar la vida eterna, según lo expresa el mismo Señor

en el evangelio de san Juan: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios

verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo”.

Por último y a modo de conclusión os dejo un consejo que ayuda mucho

a conducirse en el camino hacia la verdad y la libertad:

Cuida tus pensamientos porque se convertirán en tus palabras.

Cuida tus palabras porque se convertirán en tus actos.

Cuida tus actos porque se convertirán en tus hábitos.

Cuida tus hábitos porque se convertirán en tu destino.

En este número

Por P. Aarón Lima Toledo

¿Da igual ser católico, protestante, musulmán, budista o de cualquier

otra religión? ............................................................................... 3

Y entre tanta confusión, una brújula segura y consoladora ................. 5

Reivindicación de Poncio Pilato ............................................................. 7

Se recoge lo que se siembra, normalmente ......................................... 8

La deriva de cualquier viento de doctrina ............................................ 11

2 - Alegraos


Consultorio

¿Da igual ser católico,

protestante, musulmán, budista

o de cualquier otra religión?

Por P. Juan Miguel Corral Cano

Esta es una pregunta que puede suscitarse en la mente de muchas

personas de hoy. Sobre todo si tenemos en cuenta que vivimos en una

sociedad que promueve activamente el pluralismo religioso.

O

sea, que ve como un bien

el que haya diferentes

religiones y cada cual

practique la suya, siempre y cuando

lo hagan de manera absolutamente

privada y ello no afecte de ningún

modo a los otros ámbitos de su vida:

ni sus amistades, ni su trabajo, ni sus

responsabilidades cívicas, ni incluso

sus relaciones familiares.

Esa manera de concebir la religión

la considera algo que es en realidad

irrelevante. A lo sumo como un

medio para sentirse bien con uno

mismo, para relajarse o “sentir

paz”. O también como parte de

las tradiciones y el folclore de un

pueblo, junto con los bailes y festejos

populares. En el fondo, como un

reducto del pasado que puede ser

tolerado en algunos, a los que les

guste o les haga sentir bien, siempre

dentro del ámbito estrictamente

privado. A lo sumo, se puede aceptar

alguna manifestación popular de vez

en cuando, como algo marginal.

Pero de ninguna manera se aceptaría

que esa religión tuviera algo que

decir en la vida real de las personas,

en su día a día. Que implicara un

verdadero compromiso de vida y

guiase las decisiones fundamentales

de las personas y las sociedades. Las

cosas importantes se rigen por otros

criterios, la religión no tiene nada

que decir en ellas, según esta manera

de concebirla.

Parece claro que, si partimos

de una concepción como esta, la

respuesta lógica a la pregunta sobre

si da igual practicar una religión u

otra, sería algo así como lo siguiente:

“Sí, da igual, usa la que te haga sentir

mejor, coge de cada una lo que más te

guste, o simplemente ignóralas todas”. Esa

manera de practicar la religiosidad (o

más bien la “espiritualidad”, que es

la palabra que se usa comúnmente)

suele describirse con la imagen del

supermercado: de la misma manera

que en un supermercado encuentro

diferentes productos, marcas,

sabores, etc., y elijo lo que me gusta

de cada estantería, yo también

podría ir echando un vistazo a las

diferentes religiones y escoger de

cada una lo que me llame la atención,

combinándolas según mi criterio. Es

lo que suele llamarse “espiritualidad

de la Nueva Era o New Age”.

En este sistema cabe perfectamente

una persona que, por ejemplo,

practique meditación budista por la

mañana y asista a clases de yoga por

la tarde. Luego, también guarda el

Ramadán porque “su actual pareja”

es de religión musulmana, y además

porque el ayuno intermitente

es muy bueno para conseguir una

buena figura. Por otro lado, querría

ser madrina en el bautizo de su sobrino

y además todos los años asiste

a la procesión del santo patrono de

su pueblo porque su padre la hizo

congregante de niña. Y cuando sale

Alegraos - 3


a la sierra con sus amigos dedican

un rato largo a situarse en sintonía

con los espíritus de la naturaleza. Por

supuesto, les tiene dicho que cuando

se muera quiere que la incineren y

esparzan sus cenizas al viento, sobre

esas montañas que tanta paz le dan,

para poder así fundirse con la Madre

Tierra.

Salta a la vista que esta

espiritualidad de la Nueva Era no

se toma en serio ninguna de las

religiones. Las mira desde fuera,

de una manera superficial, sin

implicarse de veras en ninguna de

ellas. Parte de la base del relativismo,

tan arraigado en la cultura actual:

ninguna religión podría aspirar a ser

verdadera, porque la verdad absoluta

no existe, o no se puede conocer.

Por eso es igual de legítimo elegir

cualquier religión, elegir un poco

de cada una de ellas, o no elegir

ninguna. Todo acaba rigiéndose por

el criterio subjetivo del individuo,

según sus gustos o sus experiencias

personales.

Ahora bien: ¿y si, en vez de

mirar las religiones desde fuera,

nos fijamos en lo que cada religión

dice de sí misma? ¿Aspiran las

religiones a decir la verdad sobre el

hombre y su destino? La respuesta

es clara: sí, al menos las religiones

serias. Tal vez no se pueda decir

esto de las religiones de consumo

que se han inventado recientemente

al amparo del relativismo de la

nueva era. Pero sí de todas las

grandes tradiciones religiosas que

han acompañado durante siglos a

grandes porciones de la humanidad.

Cada una de ellas ofrece, por lo

general, un conjunto sistemático de

verdades fundamentales, que son

normalmente incompatibles con las

de las otras religiones. No es posible,

por ejemplo, afirmar al mismo

tiempo que después de la muerte nos

reencarnaremos hasta que nuestro

karma se purifique y luego nos

disolveremos en el todo, y por otro

lado afirmar también la resurrección

de la carne y la vida eterna individual.

O una cosa o la otra.

Además, debemos tener otra

cosa en cuenta. No todas las

religiones tienen el mismo origen,

ni se presentan de la misma manera.

Así, las religiones pueden partir

de mitologías ancestrales. O ser el

resultado de reflexiones sapienciales,

hechas por personas especialmente

dotadas que observan las huellas

divinas en la naturaleza y en la

conciencia humana. U otras veces se

presentan como revelaciones hechas

por Dios a una persona elegida. Y,

por último, tenemos el caso único

de Jesucristo, que no se presenta

simplemente como un maestro o un

mensajero de Dios que nos muestra

el camino. Más allá de eso, se nos

presenta como Dios mismo, como

el que da origen y sentido a nuestra

existencia. No es solamente que nos

enseñe cómo alcanzar la felicidad y

plenitud, sino que él mismo es nuestra

felicidad y plenitud. Él es el único

camino, la verdad y la vida.

Nuestro Señor Jesucristo cumplió

profecías hechas siglos antes de su

nacimiento, e hizo Él mismo también

profecías que se cumplirían después.

Realizó milagros asombrosos a la

vista de multitud de testigos. Fundó

una comunidad, la Iglesia, que

permanece hasta hoy según predijo,

a pesar de todos los males que los

hombres hemos perpetrado contra

ella. Y sobre todo, resucitó de entre

los muertos, mostrándose también

a centenares de testigos que nos

han dado fe de ello. Por supuesto,

ninguna de esas cosas está al alcance

de los hombres que fundaron las

diferentes tradiciones religiosas, por

buenas que fuesen sus intenciones.

Lo más que pudieron hacer es

observar la creación, en la que Dios

ha dejado un tenue reflejo de su

sabiduría, y escuchar la voz de la

conciencia que nos ayuda a distinguir

el bien del mal. De ese modo, y con

mucho esfuerzo, pudieron llegar a

conocer algunas verdades parciales

acerca de Dios, del hombre y de su

destino. Pero a causa de la debilidad

humana y el peso del pecado esas

verdades estaban mezcladas con

muchos errores e incertidumbres.

Debemos sentirnos muy

agradecidos por haber conocido

y aceptado a Jesucristo, el Dios-connosotros.

Al mismo tiempo, debemos

sentirnos indignos de un regalo

tan maravilloso, y responsables de

hacer buen uso de él. Con nuestro

testimonio, nuestra oración y

nuestro amor, somos portadores

del gran beneficio de Dios para

el mundo en general y para cada

hombre en particular. Que la Virgen

María nos ayude a ser instrumentos

dóciles en manos de Dios para llevar

su salvación a todos los lugares de la

tierra.

4 - Alegraos


El camino de la vida

Y entre tanta confusión,

una brújula segura y consoladora

Por Alfonso González

Corren tiempos en los que el hombre ávido de modernidad pretende “resolver” las

grandes cuestiones de la vida intentando eliminar de la ecuación un elemento que

es esencial: a Dios, que nos ha creado y conoce los más íntimos secretos de nuestro

corazón y que se nos ha revelado y dejado su Palabra en las Sagradas Escrituras…

La consecuencia es clara:

despreciado Cristo afloran

de forma continua “maestros”

que intentan, sin conseguirlo,

dar un sentido a la vida del hombre y

lo único que se consigue es que cada

vez el hombre se encuentre mucho

más perdido.

Sólo hay un Maestro que da

respuesta verdadera al corazón del

hombre: Cristo, que es La Palabra,

“Yo soy la Luz del mundo, el que me

sigue, no camina en tinieblas”, nos

dice en el Evangelio.

Y para hacernos conscientes de

la importancia que tienen en nuestra

vida las Sagradas Escrituras vamos

a recoger un texto del Concilio

Vaticano II que en su constitución

dogmática Dei Verbum nos dice:

“La Iglesia siempre ha venerado la

Sagrada Escritura, como lo ha hecho

con el cuerpo de Cristo, pues sobre todo

en la sagrada liturgia, nunca ha cesado

de tomar y repartir a sus fieles el pan de

vida que ofrece la mesa de la palabra de

Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia

ha considerado siempre como suprema

forma de su fe la Escritura unida a la

Tradición ya que, inspirada por Dios

y escrita de una vez para siempre, nos

transmite inmutablemente la palabra

del mismo Dios; y en palabras de los

Apóstoles y de los profetas hace resonar

la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda

la predicación de la Iglesia, como toda la

religión cristiana, se ha de alimentar y

regir con la Sagrada Escritura. En los

Libros Sagrados el Padre, que está en

el cielo, sale amorosamente al encuentro

de sus hijos para conversar con ellos. Y

es tan grande el poder y la fuerza de la

Palabra de Dios, que constituye sustento

y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus

hijos, alimento del alma, fuente límpida

y perenne de vida espiritual. Por eso se

aplican a la Escritura de modo especial

aquellas palabras: “La palabra de Dios

es viva y enérgica (Hb 4,12), puede

edificar y dar la herencia a todos los

consagrados” (Hchos20,32; 1 Tes 2,13).

Es preciso que el acceso a la Sagrada

Escritura esté ampliamente abierto a

todos los cristianos”.

De este maravilloso texto del

Concilio Vaticano II la primera

consecuencia que se puede extraer

es que la lectura de la Sagrada

Escritura no es un lujo de unos

Alegraos - 5


pocos sino una necesidad vital de

todo cristiano. Ya San Jerónimo

decía que “desconocer la Sagrada

Escritura es desconocer a Cristo”.

Pero podríamos preguntarnos

la razón por la que es preciso el

conocimiento de las Sagradas

Escrituras.

Y en primer lugar no podemos

dudar de que es una fuente de luz para

nuestra vida, “Lámpara es tu palabra

para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal

118). Sólo la Palabra del Señor puede

iluminar la verdad más profunda de

la vida del hombre. Es como un

espejo que, al reflejarnos, denuncia

nuestras actitudes no evangélicas,

nuestros criterios humanos, hace

aflorar los comportamientos que,

a lo mejor, pensamos que son

normales pero que no tienen nada de

evangélicos. Las Sagradas Escrituras

siempre nos mueven a conversión.

La Palabra de Dios saca a la luz

nuestros cálculos humanos, nuestros

temores y nuestros mecanismos de

defensa para evitar ser generosos

con el Señor. La Palabra de Dios

nos ilumina siempre para pasar de

“la sabiduría humana” a la Sabiduría

de Dios porque no nos queda más

remedio que con San Pedro decirle

al Señor: “sólo Tú tienes palabras de

vida eterna”.

San Juan Pablo II en la exhortación

apostólica Novo Milenio Ineunte

nos dice que “es necesario, en

particular, que la escucha de la

Palabra se convierta en un encuentro

vital, en la antigua y siempre válida

tradición de la lectio divina que

permite encontrar en el texto bíblico

la palabra viva que interpela, orienta

y modela la existencia”.

Y si acertamos a leer con

detenimiento las palabras de San Juan

Pablo II nos damos cuenta de que

estamos llamados a un “encuentro

con Cristo” por medio de su Palabra,

“mis palabras son espíritu y vida”.

Cuando nos acercamos con fe a la

escucha de las Sagradas Escrituras

entramos en la intimidad de Dios

que se nos comunica y transforma

nuestra vida. Sin lugar a duda los

momentos de la escucha de la Palabra

de Dios son momentos necesarios y

privilegiados para la creación de la

intimidad con el Señor, no pueden

ser sino fundamento de toda vida

espiritual auténticamente cristiana.

Y la experiencia demuestra que

cuando la Palabra de Dios es el

fundamento de la vida de un cristiano

despierta tesoros de generosidad, de

amor y de valentía infinitamente más

extensos de lo que la persona parece

capaz por sí misma.

El corazón del hombre está creado

para dejarse sembrar por la Palabra

de Dios, es en cierto sentido “dar

carne”, poner por obra la voluntad

de Dios manifestada en su Palabra.

Si la Palabra del Señor no se encarna

en nuestra vida queda como algo

etéreo, abstracto, sin sustancia…

Y por otro lado la Palabra ha de

ser fecunda en nuestra vida, si no

nuestra vida queda como deforme,

sin proyección de eternidad, como

replegada en un egoísmo siempre

insano.

Como siempre, como modelo

tenemos a la Santísima Virgen María

que con un corazón generoso se

abre a la Palabra de Dios, persevera

en el deseo de vivirla hasta el fin y

su vida se encuentra transformada y

renovada por la Palabra que ha hecho

su morada, “He aquí la esclava del

Señor”. En un texto de la exhortación

Vita Consecrata de San Juan Pablo

II, que creo que es aplicable a todos

los cristianos, el Santo Padre nos dice

“La persona consagrada, siguiendo las

huellas de María, nueva Eva, manifi esta

su fecundidad espiritual acogiendo la

Palabra”.

6 - Alegraos


Reivindicación de Poncio Pilato

Por Jorge González Guadalix, pbro.

Firma invitada

Les digo que casi que estoy

por lanzar una recogida de

firmas en change.org o similar,

porque el pobre Poncio Pilato ha

sido denostado, ridiculizado, puesto

en un brete y de paso en solfa como

ejemplo de falta de compromiso, relativismo,

comodidad y ahí me las den

todas. Pero hete aquí que al final vamos

a tener que darle la razón.

Lo primero, en lo de la relatividad

de la verdad relativa del relativismo

actual. Su conocidísima frase “¿y qué es la

verdad?”, antaño compendio de todas las

maldades, los modernismos y la sinrazón

relativista del relativismo relativo de hoy,

hogaño ha devenido en ser la madre de

todas las verdades, clave de principios de

inmutabilidad mutable y guía y criterio

de un modus vivendi consistente en que

todo vale y por qué no. Parece (ironía

on) que eso de buscar la verdad, a ser

posible con mayúscula, Verdad, tan

agustiniano, tan cristiano, tanto que

Cristo es la Verdad, en realidad no era

más que ideología opresora, contraria

a la libertad de pensamiento, represora

de la personal conciencia e inducción al

infantilismo espiritual (ironía off). Lo

que hoy se lleva es que cada uno tiene

su verdad, que nadie tiene por qué vivir

al dictado de nada ni nadie, aunque

el nadie sea el Alguien definitivo.

Todo depende. Por ejemplo, antes

era de todos sabido que una de las

condiciones para acercarse a recibir

la comunión sacramental era estar en

estado de gracia. Pero vete a saber qué

es es gracia, qué es pecado, si existe el

pecado mortal, si eso depende y que

lo importante es querernos entendido

por cada cual a su modo. También era

condición saber qué se recibe, y que

el pan que uno comulga es el mismo

Cristo. Pero era antes. Cardenales dicen

que, aunque no se crea no pasa nada. Lo

van a debatir y decidir los obispos

alemanes. Uno se pregunta si en estas

cosas no sería mejor una decisión de la

Iglesia universal, pero por lo visto eso

vuelve a ser encorsetar la vida de cada

cual, aunque se acabe en taifas, que a

lo mejor es lo que necesitamos. O de

todos era sabido y doctrina unánime

de veinte siglos que la genitalidad solo

era posible dentro del matrimonio

católico y con sus limitaciones. Sabido,

y requetesabido, por ejemplo, que vivir

arrejuntados y no digamos en adulterio

era pecado mortal, y que las relaciones

físicas homosexuales suponían un

desorden grave.

Pero era antes. De hecho, dos

cardenales llevamos, nada menos que

cardenales de la santa madre Iglesia,

que no solo no están de acuerdo, sino

que hasta proponen que se bendigan

esas situaciones. Es decir, bendecir

que dos señores o dos señoras hayan

decidido hacer lo que antes era una

barbaridad. Eso. Antes. Pues eso, que

vaya usted a saber lo que es la verdad,

porque depende de la geografía o

de la particularísima visión de cada

cual. La eucaristía antes necesitaba de

un ministro válidamente ordenado.

Pero era antes. Leía el otro día que

en un lugar de culto supuestamente

católico de Madrid “La misa dominical,

importante momento celebrativo y, sobre todo,

de encuentro. Habitualmente presidida por

alguno de los sacerdotes de la comunidad, pero

también en ocasiones por otro miembro de la

misma, religioso o seglar, mujer u hombre”.

Me queda comentar lo de lavarse las

manos. Pero ya se pueden hacer idea.

Si esto pasa, es por exceso de lavatorio

en un condescendiente “cada cual

sabrá”. La gente pregunta, y lo que no

puede ser es que se encuentren con la

respuesta de que “bueno, no todo es tan

sencillo, hay que ver circunstancias, lo

importante es la acogida pastoral”. Yo,

sintiéndolo mucho, sigo argumentando

con el Catecismo de la Iglesia, lo cual es

prueba evidente de colmillo retorcido,

maldad intrínseca, deseo de jorobar al

personal y pocas ganas de broma. El

lavatorio, para la misa.

Artículo publicado en Infocatólica el 08 de mayo

de 2018, por el P. Jorge González Guadalix.

Sacerdote diocesano de Madrid.

Se presenta y se define como

cura. Licenciado en teología

pastoral, lleva más de treinta

años ejerciendo su ministerio

en parroquias de la diócesis,

algunos de ellos como párroco

rural. Arcipreste varias veces, ha pertenecido por

dos legislaturas al consejo presbiteral de Madrid y

al consejo diocesano de pastoral. Como añadido

a su labor de párroco ha hecho un poco de todo:

coordinador de pastoral de un colegio de más de

dos mil alumnos, director espiritual de un gran

colegio mayor, profesor de religión, profesor

de teología pastoral... internauta y bloguero por

libre en Infocatólica.

Si quieren ponerse en contacto con él:

parroquialaserna@archimadrid.es

Alegraos - 7


Se recoge lo que se

siembra, normalmente

Por Alfonso González

Se ha ido “descafeinando” la verdadera exigencia de la vida cristiana

bajo la bandera de una prudencia mal entendida; en realidad

cuando renunciamos a cristianizar el mundo, la consecuencia

inevitable no es otra que acabar mundanizando la vida cristiana.

Si tuviéramos que elegir un

adjetivo para definir como

“un cristiano de a pie” ve la

situación de nuestra Madre la Iglesia,

seguramente habría que emplear el

sustantivo “perplejidad”. Casi a

diario, diríase que “por generación

espontánea” emerge un escándalo…,

uno sin buscarlo se entera de si este

matrimonio roto, este sacerdote

abandona la vida sacerdotal, que si

las vocaciones no florecen, que si

los cristianos no van a Misa, que si

los escándalos sexuales a todos los

niveles y de todas clases… ¿Qué está

pasando en la Iglesia?

Partamos de una realidad en la

que supongo que todos estamos de

acuerdo, la situación actual no es

flor de un día, es por el contrario, el

fruto de un lento, pero progresivo

deterioro de la vida cristiana a

todos los niveles, y con todo el

dolor del corazón, seguramente

de las personas que han de ser los

transmisores fundamentales de la fe,

sacerdotes, consagrados, miembros

de apostolado seglar, ambientes

como la familia que pierden sus

raíces cristianas, colegios católicos

que tienen sólo el nombre,… etc.

Se ha ido “descafeinando”

la verdadera exigencia de la

vida cristiana, bajo la bandera de

una prudencia mal entendida; en

realidad cuando renunciamos

a cristianizar el mundo, la

consecuencia inevitable, no es

otra, que acabar mundanizando

la vida cristiana.

A poco sinceros que seamos,

no es muy difícil entender que

las conductas indignas y

escandalosas de los cristianos,

en su amplia mayoría, son el

fruto más podrido y vergonzoso

de una vida que ha ido

resbalando paulatinamente, por

un plano inclinado, poco a poco

al principio, en ocasiones desde

una vida de virtud verdadera, y

que tras una lenta incubación,

tras intentar compaginar la

vida cristiana con los criterios

del mundo, hemos aceptado la

mediocridad como forma de

vida. Y es esta, en realidad la raíz, el

origen y fundamento de la inmensa

mayoría de los escándalos.

Sería necio pensar que la lucha

contra las conductas escandalosas y

los actos que desdoran la verdadera

vida cristiana, debe limitarse

exclusivamente a la atención de

las víctimas, al castigo justo de los

culpables, a la reparación de los

daños, que siendo aspectos que por

supuesto hay que saber responder

cristianamente, el sufrimiento de

los inocentes es primordial, no

pueden hacernos perder la visión de

8 - Alegraos


conjunto, y debemos ser conscientes

que mientras no se resuelvan desde

la raíz los problemas, los frutos

podridos seguirán apareciendo de

forma multitudinaria. Prevenir es

mejor que curar, que dice el refrán,

así que si en algo hemos de focalizar

seguramente la atención es por elevar

el nivel de vida cristiana a las exigencia

que el Señor y nuestra Madre la

Iglesia a través de su Magisterio nos

ha mostrado a lo largo de los siglos.

Creo que nadie se sorprenderá si

decimos, que los escándalos de

pocos son la consecuencia de

la mediocridad de muchos, y es

en esos muchos, donde hemos de

poner nuestra atención y gran parte

de los esfuerzos porque es esta

mediocridad el mejor caldo de

cultivo de los futuros escándalos,

anti testimonio de vida cristiana,

etc.. Sin duda la mediocridad es el

gran mal que azota a la Iglesia en el

momento actual.

Creo que no es exagerado

afirmar que la mediocridad es

ya escandalosa, seguramente es

el gran escándalo de la Iglesia de

nuestro tiempo, la socialización de

la mediocridad en primer lugar

entre los sacerdotes y almas

consagradas, sobre todo, o mejor

dicho “la canonización de la

mediocridad”.

El mediocre es la persona que

reduce la exigencia del ideal de su

vida, pero sin querer cambiar el

estado vocacional. Imaginemos

el varón casado, que mantiene

relaciones afectivas inadecuadas, sin

llegar al adulterio, claro está, con

otras mujeres distintas a la suya,

por ejemplo. O el sacerdote que sin

faltar a la observancia del celibato, a

sus tareas pastorales, deja de rezar

con la intensidad de inicio de su vida

sacerdotal, o mantiene relaciones

inconvenientes y peligrosas con

mujeres… porque como “no es

pecado”, al menos en su inicio…

Podemos decir que son personas

perseverantes en su vocación,

pero no podremos decir nunca,

que son fieles a su vocación.

Este es el primer síntoma de la

mediocridad, tomar como criterio de

acción lo que no es pecado…La vida

del cristiano no se reduce a no pecar,

sino a buscar la voluntad de Dios

en nuestra vida. Lo moralmente no

transgresivo, no es lo cristianamente

conveniente…

En segundo lugar, hemos de

observar como la mediocridad

es la idolatría del buen sentido,

del realismo…, “no te pases”,

“sin exagerar”, son dos grandes

máximas del mediocre, y bajo una

apariencia de sabiduría y prudencia

se esconde una falta real de entrega,

no existe la “locura por amor”… y

este es el verdadero problema, no

están dispuestos a vivir, desvivirse y

morir, si es preciso, en la fidelidad

a su vocación, en realidad es una

vida sin corazón… o con poco

corazón…

Y bajo está apariencia de

prudencia cambiamos el ideal de la

vida, no es que sea una vida llena

de pecado, ni una vida llena de

escándalo, se comienza a vivir lo

que Santa Teresa llamaba una vida

concertada, en donde se pretende

conciliar el ideal de la vocación a la

que Dios llama a cada uno con una

especie de comodidad moderada,

con un egoísmo controlado, con

una vida intentando no ofender

al Señor, pero llena de gusto

propio… En cierto sentido la

vida mediocre es una vida llena de

contradicciones, se quiere juntar la

luz con las tinieblas.

Y de esta forma comenzamos

“una vida de mínimos”, que

se empieza a conformar con

“simplemente no pecar”, y se

va perdiendo la sensibilidad

espiritual, y por decirlo así, se pierde

la sintonía con el corazón del Señor.

Las personas que viven instaladas en

la mediocridad suelen eliminar de su

vida los criterios evangélicos, para

sustituirlo por criterios piscológicos,

sociales (hay que sentirse bien, esto

me autorrealiza, es que lo hace todo

el mundo…). Todos sabemos lo

que suele ocurrir a un estudiante

cuando apunta al cinco, en lugar

de apuntar mucho más alto, pues

no nos engañemos, así ocurre en

la vida espiritual, el que apunta al

cinco, acaba por quedarse en el

insuficiente…

Y lo más grave, es que una vez

perdida la sensibilidad espiritual, se

comienza el camino de la anestesia

espiritual, y el mediocre suele vivir

en una “aparente tranquilidad”. La

mediocridad cuando toma carta

de ciudadanía en la persona tiene

la virtud de “desconectar las

alarmas de la conversión”, es la

anestesia del alma. El mediocre, en

su relación con el Señor podríamos

decir que “ni sufre ni padece”,

Alegraos - 9


aunque es cierto que tampoco

goza… Si el enamorado vibra

en la vida, el mediocre vegeta,

si el amor es siempre creativo,

no se acobarda por la fatiga y

el sacrificio, sino que lo ama, el

mediocre vive instalado en la

comodidad, del amor se espera

heroísmo, de la mediocridad a

lo sumo consenso, cuando no

indiferencia. Es el drama de una

vida llamada a convertirse en una

obra de arte a los ojos de Dios y

quedarse, con mucha suerte, a mitad

de camino.

Claro que el mediocre puede

hacer apostolado, o cumplir al

menos externamente con las

obligaciones de su vocación, pero

con poco corazón, y sobre todo le

falta la eficacia de la transmisión

del poder salvador de la Cruz…

Y una vez contemplado el inmenso

daño de la mediocridad, ¿cómo es

posible que hayamos permitido que

este cáncer se infiltre en nuestra

vida? ¿Qué poder de atracción tiene

la mediocridad?.

Por desgracia es muy sencillo de

entender, y sólo con dos detalles se

puede explicar.

En primer lugar, la mediocridad

nos ofrece una felicidad “low

cost”, a bajo coste, como se dice

ahora, una felicidad con poco

esfuerzo, es la atracción seductora

de lo menos costoso. Nos convence

que no merece la pena complicarse

la vida de forma innecesaria.

En realidad, la experiencia nos

demuestra, que la vida siempre

es más complicada cuando no se

decide dar el máximo de cada uno.

En segundo lugar, la mediocridad

es la gran defensora de “si todos lo

hacen”, y que sencillo es sucumbir

a las convenciones de la mayoría,

y más en un tiempo en que para el

mundo la Verdad no existe, las cosas

dependen del color con el que se

mire…, es el espejismo de no querer

problemas. En esta vida, no hay

mayor problema que no querer tener

problemas.

Y en tercer lugar, la mediocridad

es la “siempre Bienvenida”, porque

no molesta a nadie, es como un

camaleón, que se adapta, para

ser pareja de baile con cualquier

persona, mientras que la exigencia de

una vida fiel es una espina, es como

una piedra en el zapato que nos

recuerda, aún sin decir nada, aquello

que deberíamos ser y no queremos.

La vida fiel es siempre molesta, y

por eso siempre será perseguida,

sobre todo por la mediocridad.

Y podríamos seguir, comentando

mil aspectos… pero aquí lo vamos a

dejar, no sin apuntar con una frase,

la solución a un problema grave.

“El que olvida sus raíces pierde

su identidad, porque sin saber de

dónde se viene es difícil saber a

dónde se va”. Solución: “Volver a

la caridad primera”.

10 - Alegraos


La deriva de cualquier viento de doctrina

Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio cardenalicio.

Lunes 18 de abril de 2005. MISA “PRO ELIGENDO PONTIFICE”

En esta hora de gran

responsabilidad, escuchemos

con particular atención

cuanto nos dice el Señor con sus

mismas palabras. De las tres lecturas

quisiera elegir sólo algún pasaje, que

nos concierne directamente en un

momento como este.

(…) En la segunda lectura, la carta a

los Efesios, se trata, en sustancia, de tres

cosas: en primer lugar, de los ministerios

y de los carismas en la Iglesia, como

dones del Señor resucitado y elevado

al cielo; luego, de la maduración de

la fe y del conocimiento del Hijo de

Dios, como condición y contenido de

la unidad del cuerpo de Cristo; y, por

último, de la participación común en

el crecimiento del cuerpo de Cristo, es

decir, de la transformación del mundo

en la comunión con el Señor.

Detengámonos sólo en dos

puntos. El primero es el camino

hacia «la madurez de Cristo»; así

dice, simplificando un poco, el

texto italiano. Según el texto griego,

deberíamos hablar más precisamente

de la «medida de la plenitud de Cristo»,

a la que estamos llamados a llegar para

ser realmente adultos en la fe. No

deberíamos seguir siendo niños en la

fe, menores de edad. ¿En qué consiste

ser niños en la fe? San Pablo responde:

significa ser «llevados a la deriva y

zarandeados por cualquier viento de

doctrina...» (Ef 4, 14). ¡Una descripción

muy actual! ¡Cuántos vientos de

doctrina hemos conocido durante

estos últimos decenios!, ¡cuántas

corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas

de pensamiento!... La pequeña barca

del pensamiento de muchos cristianos

ha sido zarandeada a menudo por

estas olas, llevada de un extremo al

otro: del marxismo al liberalismo,

hasta el libertinaje; del colectivismo

al individualismo radical; del ateísmo

a un vago misticismo religioso; del

agnosticismo al sincretismo, etc. Cada

día nacen nuevas sectas y se realiza lo

que dice san Pablo sobre el engaño

de los hombres, sobre la astucia que

tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A

quien tiene una fe clara, según el Credo

de la Iglesia, a menudo se le aplica la

etiqueta de fundamentalismo. Mientras

que el relativismo, es decir, dejarse

«llevar a la deriva por cualquier viento

de doctrina», parece ser la única actitud

adecuada en los tiempos actuales. Se

va constituyendo una dictadura del

relativismo que no reconoce nada

como definitivo y que deja como

última medida sólo el propio yo y sus

antojos.

Nosotros, en cambio, tenemos

otra medida: el Hijo de Dios, el

hombre verdadero. Él es la medida del

verdadero humanismo. No es «adulta»

una fe que sigue las olas de la moda

y la última novedad; adulta y madura

es una fe profundamente arraigada en

la amistad con Cristo. Esta amistad

nos abre a todo lo que es bueno y nos

da el criterio para discernir entre lo

verdadero y lo falso, entre el engaño

y la verdad. Debemos madurar esta fe

adulta; debemos guiar la grey de Cristo

a esta fe. Esta fe —sólo la fe— crea

unidad y se realiza en la caridad. A este

propósito, san Pablo, en contraste con

las continuas peripecias de quienes son

como niños zarandeados por las olas,

nos ofrece estas hermosas palabras:

«hacer la verdad en la caridad», como

fórmula fundamental de la existencia

cristiana. En Cristo coinciden la verdad

y la caridad. En la medida en que nos

acercamos a Cristo, también en nuestra

vida, la verdad y la caridad se funden.

La caridad sin la verdad sería ciega;

la verdad sin la caridad sería como

«címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1).

Vayamos ahora al Evangelio, de

cuya riqueza quisiera extraer sólo dos

pequeñas observaciones. El Señor nos

dirige estas admirables palabras: «No

os llamo ya siervos..., sino que os he

llamado amigos» (Jn 15, 15). Muchas

veces nos sentimos —y es la verdad—

sólo siervos inútiles (cf. Lc 17, 10).

Y, sin embargo, el Señor nos llama

amigos, nos hace amigos suyos, nos da

su amistad. El Señor define la amistad

de dos modos. No existen secretos

entre amigos: Cristo nos dice todo lo

que escucha del Padre; nos da toda su

confianza y, con la confianza, también

el conocimiento. Nos revela su rostro,

su corazón. Nos muestra su ternura

por nosotros, su amor apasionado, que

llega hasta la locura de la cruz. Confía

en nosotros, nos da el poder de hablar

con su yo: «Este es mi cuerpo...»,

«yo te absuelvo...». Nos encomienda

su cuerpo, la Iglesia. Encomienda a

nuestras mentes débiles, a nuestras

manos débiles, su verdad, el misterio

de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo;

el misterio de Dios que «tanto amó al

mundo que le dio a su Hijo único» (cf.

Jn 3, 16). Nos ha hecho amigos suyos,

y nosotros, ¿cómo respondemos?

Alegraos - 11


El segundo modo como Jesús

define la amistad es la comunión de las

voluntades. «Idem velle, idem nolle», era

también para los romanos la definición

de amistad. «Vosotros sois mis amigos,

si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,

14). La amistad con Cristo coincide

con lo que expresa la tercera petición

del padrenuestro: «Hágase tu voluntad

en la tierra como en el cielo». En la

hora de Getsemaní Jesús transformó

nuestra voluntad humana rebelde

en voluntad conforme y unida a la

voluntad divina. Sufrió todo el drama

de nuestra autonomía y, precisamente

poniendo nuestra voluntad en las

manos de Dios, nos da la verdadera

libertad: «No como quiero yo, sino

como quieres tú» (Mt 21, 39). En esta

comunión de voluntades se realiza

nuestra redención: ser amigos de Jesús,

convertirse en amigos de Jesús. Cuanto

más amamos a Jesús, cuanto más lo

conocemos, tanto más crece nuestra

verdadera libertad, crece la alegría de

ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por tu

amistad!

El otro aspecto del Evangelio al que

quería aludir es el discurso de Jesús

sobre dar fruto: «Os he destinado para

que vayáis y deis fruto y vuestro fruto

permanezca» (Jn 15, 16). Aparece

aquí el dinamismo de la existencia del

cristiano, del apóstol: os he destinado

para que vayáis... Debemos estar

impulsados por una santa inquietud:

la inquietud de llevar a todos el don

de la fe, de la amistad con Cristo. En

verdad, el amor, la amistad de Dios se

nos ha dado para que llegue también

a los demás. Hemos recibido la fe

para transmitirla a los demás; somos

sacerdotes para servir a los demás. Y

debemos dar un fruto que permanezca.

Todos los hombres quieren dejar una

huella que permanezca. Pero ¿qué

permanece? El dinero, no. Tampoco los

edificios; los libros, tampoco. Después

de cierto tiempo, más o menos largo,

todas estas cosas desaparecen. Lo

único que permanece eternamente

es el alma humana, el hombre creado

por Dios para la eternidad. Por tanto,

el fruto que permanece es todo lo

que hemos sembrado en las almas

humanas: el amor, el conocimiento;

el gesto capaz de tocar el corazón; la

palabra que abre el alma a la alegría del

Señor. Así pues, vayamos y pidamos

al Señor que nos ayude a dar fruto, un

fruto que permanezca. Sólo así la tierra

se transforma de valle de lágrimas en

jardín de Dios.

Por último, volvamos, una vez más,

a la carta a los Efesios. La carta dice,

con las palabras del salmo 68, que

Cristo, al subir al cielo, «dio dones a

los hombres» (Ef 4, 8). El vencedor

da dones. Estos dones son: apóstoles,

profetas, evangelizadores, pastores y

maestros. Nuestro ministerio es un

don de Cristo a los hombres, para

construir su cuerpo, el mundo nuevo.

¡Vivamos nuestro ministerio así,

como don de Cristo a los hombres!

Pero en esta hora, sobre todo,

roguemos con insistencia al Señor

para que, después del gran don del

Papa Juan Pablo II, nos dé de nuevo

un pastor según

su corazón,

un pastor

que nos guíe al

conocimiento de

Cristo, a su amor,

a la verdadera

alegría. Amén.

CAMPAMENTO SAN JAVIER

www.campamentosanjavier.com

12 - Alegraos

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