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Misión Trinitaria Seglar
La Verdad
os hará libres
¿Da igual ser católico,
protestante, musulmán, budista
o de cualquier otra religión?
Por P. Juan Miguel Corral Cano
FIRMA INVITADA: Jorge González Guadalix, pbro.
Reivindicación de
Poncio Pilato...
Y entre tanta
confusión, una brújula
segura y consoladora
Alfonso González Fernández
Editorial
“Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres”.
Alegraos
Revista de evangelización.
Plaza de la Libertad, 4
28862 Belvis de Jarama (Madrid)
Edita:
Misión Trinitaria Seglar
628 486 705
Depósito Legal:
M-27221-2014
Dirección:
Dámaris Mora Huerta
Redacción:
Mª Paz Utiel Utiel
Pbro. Aarón Lima Toledo,
Pbro. Juan Miguel Corral Cano,
Pbro. Jorge González Guadalix,
A. González Fernández
Maquetación:
www.cristinaocaña.es
Recuerda que Alegraos
es una revista de
difusión gratuita con
fines apostólicos.
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Escríbenos:
revista.alegraos@gmail.com
Cuando estaba aprendiendo a conducir me decían con frecuencia muchas
personas: “ya verás, cuando tengas el carné de conducir y un coche la libertad
que te dará. Ya no dependerás de otros para ir a este o a aquel sitio...”. Te lo
presentaban como una situación o estado idílico de felicidad, de descanso, de
alegría. Y yo les respondía, después de haberlo pensado detenidamente: es
verdad, tenéis razón. Y así, después de haber conocido las normas y técnicas
de la conducción gozo de la libertad de conducir un coche de aquí para allá y
llegar a mis destinos en el tiempo requerido.
Este ejemplo citado se puede aplicar a muchas otras situaciones de nuestras
vidas y más concretamente a las palabras de Jesucristo más arriba citadas.
Porque sabemos que la libertad es el estado que da a la persona humana la
alegría, la paz, la felicidad. Mas para llegar a este estado hace falta conocer la
verdad que da sentido a nuestra existencia, la que explica por qué y para qué
estamos en este mundo. Y esa verdad tiene un nombre: Jesucristo.
Él dice de sí mismo: “yo soy el camino, la verdad, y la vida”. Por eso también
dice las palabras que dan inicio a este escrito, “si os mantenéis en mi palabra...
la verdad os hará libres”. Jesucristo es, en su persona, sus pensamientos,
sus sentimientos, sus palabras, sus gestos, sus actos, simple y llanamente la
verdad, y por tanto la verdadera libertad, la alegría, la paz, el descanso. Y vivir
esto es ya empezar a disfrutar la vida eterna, según lo expresa el mismo Señor
en el evangelio de san Juan: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo”.
Por último y a modo de conclusión os dejo un consejo que ayuda mucho
a conducirse en el camino hacia la verdad y la libertad:
Cuida tus pensamientos porque se convertirán en tus palabras.
Cuida tus palabras porque se convertirán en tus actos.
Cuida tus actos porque se convertirán en tus hábitos.
Cuida tus hábitos porque se convertirán en tu destino.
En este número
Por P. Aarón Lima Toledo
¿Da igual ser católico, protestante, musulmán, budista o de cualquier
otra religión? ............................................................................... 3
Y entre tanta confusión, una brújula segura y consoladora ................. 5
Reivindicación de Poncio Pilato ............................................................. 7
Se recoge lo que se siembra, normalmente ......................................... 8
La deriva de cualquier viento de doctrina ............................................ 11
2 - Alegraos
Consultorio
¿Da igual ser católico,
protestante, musulmán, budista
o de cualquier otra religión?
Por P. Juan Miguel Corral Cano
Esta es una pregunta que puede suscitarse en la mente de muchas
personas de hoy. Sobre todo si tenemos en cuenta que vivimos en una
sociedad que promueve activamente el pluralismo religioso.
O
sea, que ve como un bien
el que haya diferentes
religiones y cada cual
practique la suya, siempre y cuando
lo hagan de manera absolutamente
privada y ello no afecte de ningún
modo a los otros ámbitos de su vida:
ni sus amistades, ni su trabajo, ni sus
responsabilidades cívicas, ni incluso
sus relaciones familiares.
Esa manera de concebir la religión
la considera algo que es en realidad
irrelevante. A lo sumo como un
medio para sentirse bien con uno
mismo, para relajarse o “sentir
paz”. O también como parte de
las tradiciones y el folclore de un
pueblo, junto con los bailes y festejos
populares. En el fondo, como un
reducto del pasado que puede ser
tolerado en algunos, a los que les
guste o les haga sentir bien, siempre
dentro del ámbito estrictamente
privado. A lo sumo, se puede aceptar
alguna manifestación popular de vez
en cuando, como algo marginal.
Pero de ninguna manera se aceptaría
que esa religión tuviera algo que
decir en la vida real de las personas,
en su día a día. Que implicara un
verdadero compromiso de vida y
guiase las decisiones fundamentales
de las personas y las sociedades. Las
cosas importantes se rigen por otros
criterios, la religión no tiene nada
que decir en ellas, según esta manera
de concebirla.
Parece claro que, si partimos
de una concepción como esta, la
respuesta lógica a la pregunta sobre
si da igual practicar una religión u
otra, sería algo así como lo siguiente:
“Sí, da igual, usa la que te haga sentir
mejor, coge de cada una lo que más te
guste, o simplemente ignóralas todas”. Esa
manera de practicar la religiosidad (o
más bien la “espiritualidad”, que es
la palabra que se usa comúnmente)
suele describirse con la imagen del
supermercado: de la misma manera
que en un supermercado encuentro
diferentes productos, marcas,
sabores, etc., y elijo lo que me gusta
de cada estantería, yo también
podría ir echando un vistazo a las
diferentes religiones y escoger de
cada una lo que me llame la atención,
combinándolas según mi criterio. Es
lo que suele llamarse “espiritualidad
de la Nueva Era o New Age”.
En este sistema cabe perfectamente
una persona que, por ejemplo,
practique meditación budista por la
mañana y asista a clases de yoga por
la tarde. Luego, también guarda el
Ramadán porque “su actual pareja”
es de religión musulmana, y además
porque el ayuno intermitente
es muy bueno para conseguir una
buena figura. Por otro lado, querría
ser madrina en el bautizo de su sobrino
y además todos los años asiste
a la procesión del santo patrono de
su pueblo porque su padre la hizo
congregante de niña. Y cuando sale
Alegraos - 3
a la sierra con sus amigos dedican
un rato largo a situarse en sintonía
con los espíritus de la naturaleza. Por
supuesto, les tiene dicho que cuando
se muera quiere que la incineren y
esparzan sus cenizas al viento, sobre
esas montañas que tanta paz le dan,
para poder así fundirse con la Madre
Tierra.
Salta a la vista que esta
espiritualidad de la Nueva Era no
se toma en serio ninguna de las
religiones. Las mira desde fuera,
de una manera superficial, sin
implicarse de veras en ninguna de
ellas. Parte de la base del relativismo,
tan arraigado en la cultura actual:
ninguna religión podría aspirar a ser
verdadera, porque la verdad absoluta
no existe, o no se puede conocer.
Por eso es igual de legítimo elegir
cualquier religión, elegir un poco
de cada una de ellas, o no elegir
ninguna. Todo acaba rigiéndose por
el criterio subjetivo del individuo,
según sus gustos o sus experiencias
personales.
Ahora bien: ¿y si, en vez de
mirar las religiones desde fuera,
nos fijamos en lo que cada religión
dice de sí misma? ¿Aspiran las
religiones a decir la verdad sobre el
hombre y su destino? La respuesta
es clara: sí, al menos las religiones
serias. Tal vez no se pueda decir
esto de las religiones de consumo
que se han inventado recientemente
al amparo del relativismo de la
nueva era. Pero sí de todas las
grandes tradiciones religiosas que
han acompañado durante siglos a
grandes porciones de la humanidad.
Cada una de ellas ofrece, por lo
general, un conjunto sistemático de
verdades fundamentales, que son
normalmente incompatibles con las
de las otras religiones. No es posible,
por ejemplo, afirmar al mismo
tiempo que después de la muerte nos
reencarnaremos hasta que nuestro
karma se purifique y luego nos
disolveremos en el todo, y por otro
lado afirmar también la resurrección
de la carne y la vida eterna individual.
O una cosa o la otra.
Además, debemos tener otra
cosa en cuenta. No todas las
religiones tienen el mismo origen,
ni se presentan de la misma manera.
Así, las religiones pueden partir
de mitologías ancestrales. O ser el
resultado de reflexiones sapienciales,
hechas por personas especialmente
dotadas que observan las huellas
divinas en la naturaleza y en la
conciencia humana. U otras veces se
presentan como revelaciones hechas
por Dios a una persona elegida. Y,
por último, tenemos el caso único
de Jesucristo, que no se presenta
simplemente como un maestro o un
mensajero de Dios que nos muestra
el camino. Más allá de eso, se nos
presenta como Dios mismo, como
el que da origen y sentido a nuestra
existencia. No es solamente que nos
enseñe cómo alcanzar la felicidad y
plenitud, sino que él mismo es nuestra
felicidad y plenitud. Él es el único
camino, la verdad y la vida.
Nuestro Señor Jesucristo cumplió
profecías hechas siglos antes de su
nacimiento, e hizo Él mismo también
profecías que se cumplirían después.
Realizó milagros asombrosos a la
vista de multitud de testigos. Fundó
una comunidad, la Iglesia, que
permanece hasta hoy según predijo,
a pesar de todos los males que los
hombres hemos perpetrado contra
ella. Y sobre todo, resucitó de entre
los muertos, mostrándose también
a centenares de testigos que nos
han dado fe de ello. Por supuesto,
ninguna de esas cosas está al alcance
de los hombres que fundaron las
diferentes tradiciones religiosas, por
buenas que fuesen sus intenciones.
Lo más que pudieron hacer es
observar la creación, en la que Dios
ha dejado un tenue reflejo de su
sabiduría, y escuchar la voz de la
conciencia que nos ayuda a distinguir
el bien del mal. De ese modo, y con
mucho esfuerzo, pudieron llegar a
conocer algunas verdades parciales
acerca de Dios, del hombre y de su
destino. Pero a causa de la debilidad
humana y el peso del pecado esas
verdades estaban mezcladas con
muchos errores e incertidumbres.
Debemos sentirnos muy
agradecidos por haber conocido
y aceptado a Jesucristo, el Dios-connosotros.
Al mismo tiempo, debemos
sentirnos indignos de un regalo
tan maravilloso, y responsables de
hacer buen uso de él. Con nuestro
testimonio, nuestra oración y
nuestro amor, somos portadores
del gran beneficio de Dios para
el mundo en general y para cada
hombre en particular. Que la Virgen
María nos ayude a ser instrumentos
dóciles en manos de Dios para llevar
su salvación a todos los lugares de la
tierra.
4 - Alegraos
El camino de la vida
Y entre tanta confusión,
una brújula segura y consoladora
Por Alfonso González
Corren tiempos en los que el hombre ávido de modernidad pretende “resolver” las
grandes cuestiones de la vida intentando eliminar de la ecuación un elemento que
es esencial: a Dios, que nos ha creado y conoce los más íntimos secretos de nuestro
corazón y que se nos ha revelado y dejado su Palabra en las Sagradas Escrituras…
La consecuencia es clara:
despreciado Cristo afloran
de forma continua “maestros”
que intentan, sin conseguirlo,
dar un sentido a la vida del hombre y
lo único que se consigue es que cada
vez el hombre se encuentre mucho
más perdido.
Sólo hay un Maestro que da
respuesta verdadera al corazón del
hombre: Cristo, que es La Palabra,
“Yo soy la Luz del mundo, el que me
sigue, no camina en tinieblas”, nos
dice en el Evangelio.
Y para hacernos conscientes de
la importancia que tienen en nuestra
vida las Sagradas Escrituras vamos
a recoger un texto del Concilio
Vaticano II que en su constitución
dogmática Dei Verbum nos dice:
“La Iglesia siempre ha venerado la
Sagrada Escritura, como lo ha hecho
con el cuerpo de Cristo, pues sobre todo
en la sagrada liturgia, nunca ha cesado
de tomar y repartir a sus fieles el pan de
vida que ofrece la mesa de la palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia
ha considerado siempre como suprema
forma de su fe la Escritura unida a la
Tradición ya que, inspirada por Dios
y escrita de una vez para siempre, nos
transmite inmutablemente la palabra
del mismo Dios; y en palabras de los
Apóstoles y de los profetas hace resonar
la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda
la predicación de la Iglesia, como toda la
religión cristiana, se ha de alimentar y
regir con la Sagrada Escritura. En los
Libros Sagrados el Padre, que está en
el cielo, sale amorosamente al encuentro
de sus hijos para conversar con ellos. Y
es tan grande el poder y la fuerza de la
Palabra de Dios, que constituye sustento
y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus
hijos, alimento del alma, fuente límpida
y perenne de vida espiritual. Por eso se
aplican a la Escritura de modo especial
aquellas palabras: “La palabra de Dios
es viva y enérgica (Hb 4,12), puede
edificar y dar la herencia a todos los
consagrados” (Hchos20,32; 1 Tes 2,13).
Es preciso que el acceso a la Sagrada
Escritura esté ampliamente abierto a
todos los cristianos”.
De este maravilloso texto del
Concilio Vaticano II la primera
consecuencia que se puede extraer
es que la lectura de la Sagrada
Escritura no es un lujo de unos
Alegraos - 5
pocos sino una necesidad vital de
todo cristiano. Ya San Jerónimo
decía que “desconocer la Sagrada
Escritura es desconocer a Cristo”.
Pero podríamos preguntarnos
la razón por la que es preciso el
conocimiento de las Sagradas
Escrituras.
Y en primer lugar no podemos
dudar de que es una fuente de luz para
nuestra vida, “Lámpara es tu palabra
para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal
118). Sólo la Palabra del Señor puede
iluminar la verdad más profunda de
la vida del hombre. Es como un
espejo que, al reflejarnos, denuncia
nuestras actitudes no evangélicas,
nuestros criterios humanos, hace
aflorar los comportamientos que,
a lo mejor, pensamos que son
normales pero que no tienen nada de
evangélicos. Las Sagradas Escrituras
siempre nos mueven a conversión.
La Palabra de Dios saca a la luz
nuestros cálculos humanos, nuestros
temores y nuestros mecanismos de
defensa para evitar ser generosos
con el Señor. La Palabra de Dios
nos ilumina siempre para pasar de
“la sabiduría humana” a la Sabiduría
de Dios porque no nos queda más
remedio que con San Pedro decirle
al Señor: “sólo Tú tienes palabras de
vida eterna”.
San Juan Pablo II en la exhortación
apostólica Novo Milenio Ineunte
nos dice que “es necesario, en
particular, que la escucha de la
Palabra se convierta en un encuentro
vital, en la antigua y siempre válida
tradición de la lectio divina que
permite encontrar en el texto bíblico
la palabra viva que interpela, orienta
y modela la existencia”.
Y si acertamos a leer con
detenimiento las palabras de San Juan
Pablo II nos damos cuenta de que
estamos llamados a un “encuentro
con Cristo” por medio de su Palabra,
“mis palabras son espíritu y vida”.
Cuando nos acercamos con fe a la
escucha de las Sagradas Escrituras
entramos en la intimidad de Dios
que se nos comunica y transforma
nuestra vida. Sin lugar a duda los
momentos de la escucha de la Palabra
de Dios son momentos necesarios y
privilegiados para la creación de la
intimidad con el Señor, no pueden
ser sino fundamento de toda vida
espiritual auténticamente cristiana.
Y la experiencia demuestra que
cuando la Palabra de Dios es el
fundamento de la vida de un cristiano
despierta tesoros de generosidad, de
amor y de valentía infinitamente más
extensos de lo que la persona parece
capaz por sí misma.
El corazón del hombre está creado
para dejarse sembrar por la Palabra
de Dios, es en cierto sentido “dar
carne”, poner por obra la voluntad
de Dios manifestada en su Palabra.
Si la Palabra del Señor no se encarna
en nuestra vida queda como algo
etéreo, abstracto, sin sustancia…
Y por otro lado la Palabra ha de
ser fecunda en nuestra vida, si no
nuestra vida queda como deforme,
sin proyección de eternidad, como
replegada en un egoísmo siempre
insano.
Como siempre, como modelo
tenemos a la Santísima Virgen María
que con un corazón generoso se
abre a la Palabra de Dios, persevera
en el deseo de vivirla hasta el fin y
su vida se encuentra transformada y
renovada por la Palabra que ha hecho
su morada, “He aquí la esclava del
Señor”. En un texto de la exhortación
Vita Consecrata de San Juan Pablo
II, que creo que es aplicable a todos
los cristianos, el Santo Padre nos dice
“La persona consagrada, siguiendo las
huellas de María, nueva Eva, manifi esta
su fecundidad espiritual acogiendo la
Palabra”.
6 - Alegraos
Reivindicación de Poncio Pilato
Por Jorge González Guadalix, pbro.
Firma invitada
Les digo que casi que estoy
por lanzar una recogida de
firmas en change.org o similar,
porque el pobre Poncio Pilato ha
sido denostado, ridiculizado, puesto
en un brete y de paso en solfa como
ejemplo de falta de compromiso, relativismo,
comodidad y ahí me las den
todas. Pero hete aquí que al final vamos
a tener que darle la razón.
Lo primero, en lo de la relatividad
de la verdad relativa del relativismo
actual. Su conocidísima frase “¿y qué es la
verdad?”, antaño compendio de todas las
maldades, los modernismos y la sinrazón
relativista del relativismo relativo de hoy,
hogaño ha devenido en ser la madre de
todas las verdades, clave de principios de
inmutabilidad mutable y guía y criterio
de un modus vivendi consistente en que
todo vale y por qué no. Parece (ironía
on) que eso de buscar la verdad, a ser
posible con mayúscula, Verdad, tan
agustiniano, tan cristiano, tanto que
Cristo es la Verdad, en realidad no era
más que ideología opresora, contraria
a la libertad de pensamiento, represora
de la personal conciencia e inducción al
infantilismo espiritual (ironía off). Lo
que hoy se lleva es que cada uno tiene
su verdad, que nadie tiene por qué vivir
al dictado de nada ni nadie, aunque
el nadie sea el Alguien definitivo.
Todo depende. Por ejemplo, antes
era de todos sabido que una de las
condiciones para acercarse a recibir
la comunión sacramental era estar en
estado de gracia. Pero vete a saber qué
es es gracia, qué es pecado, si existe el
pecado mortal, si eso depende y que
lo importante es querernos entendido
por cada cual a su modo. También era
condición saber qué se recibe, y que
el pan que uno comulga es el mismo
Cristo. Pero era antes. Cardenales dicen
que, aunque no se crea no pasa nada. Lo
van a debatir y decidir los obispos
alemanes. Uno se pregunta si en estas
cosas no sería mejor una decisión de la
Iglesia universal, pero por lo visto eso
vuelve a ser encorsetar la vida de cada
cual, aunque se acabe en taifas, que a
lo mejor es lo que necesitamos. O de
todos era sabido y doctrina unánime
de veinte siglos que la genitalidad solo
era posible dentro del matrimonio
católico y con sus limitaciones. Sabido,
y requetesabido, por ejemplo, que vivir
arrejuntados y no digamos en adulterio
era pecado mortal, y que las relaciones
físicas homosexuales suponían un
desorden grave.
Pero era antes. De hecho, dos
cardenales llevamos, nada menos que
cardenales de la santa madre Iglesia,
que no solo no están de acuerdo, sino
que hasta proponen que se bendigan
esas situaciones. Es decir, bendecir
que dos señores o dos señoras hayan
decidido hacer lo que antes era una
barbaridad. Eso. Antes. Pues eso, que
vaya usted a saber lo que es la verdad,
porque depende de la geografía o
de la particularísima visión de cada
cual. La eucaristía antes necesitaba de
un ministro válidamente ordenado.
Pero era antes. Leía el otro día que
en un lugar de culto supuestamente
católico de Madrid “La misa dominical,
importante momento celebrativo y, sobre todo,
de encuentro. Habitualmente presidida por
alguno de los sacerdotes de la comunidad, pero
también en ocasiones por otro miembro de la
misma, religioso o seglar, mujer u hombre”.
Me queda comentar lo de lavarse las
manos. Pero ya se pueden hacer idea.
Si esto pasa, es por exceso de lavatorio
en un condescendiente “cada cual
sabrá”. La gente pregunta, y lo que no
puede ser es que se encuentren con la
respuesta de que “bueno, no todo es tan
sencillo, hay que ver circunstancias, lo
importante es la acogida pastoral”. Yo,
sintiéndolo mucho, sigo argumentando
con el Catecismo de la Iglesia, lo cual es
prueba evidente de colmillo retorcido,
maldad intrínseca, deseo de jorobar al
personal y pocas ganas de broma. El
lavatorio, para la misa.
Artículo publicado en Infocatólica el 08 de mayo
de 2018, por el P. Jorge González Guadalix.
Sacerdote diocesano de Madrid.
Se presenta y se define como
cura. Licenciado en teología
pastoral, lleva más de treinta
años ejerciendo su ministerio
en parroquias de la diócesis,
algunos de ellos como párroco
rural. Arcipreste varias veces, ha pertenecido por
dos legislaturas al consejo presbiteral de Madrid y
al consejo diocesano de pastoral. Como añadido
a su labor de párroco ha hecho un poco de todo:
coordinador de pastoral de un colegio de más de
dos mil alumnos, director espiritual de un gran
colegio mayor, profesor de religión, profesor
de teología pastoral... internauta y bloguero por
libre en Infocatólica.
Si quieren ponerse en contacto con él:
parroquialaserna@archimadrid.es
Alegraos - 7
Se recoge lo que se
siembra, normalmente
Por Alfonso González
Se ha ido “descafeinando” la verdadera exigencia de la vida cristiana
bajo la bandera de una prudencia mal entendida; en realidad
cuando renunciamos a cristianizar el mundo, la consecuencia
inevitable no es otra que acabar mundanizando la vida cristiana.
Si tuviéramos que elegir un
adjetivo para definir como
“un cristiano de a pie” ve la
situación de nuestra Madre la Iglesia,
seguramente habría que emplear el
sustantivo “perplejidad”. Casi a
diario, diríase que “por generación
espontánea” emerge un escándalo…,
uno sin buscarlo se entera de si este
matrimonio roto, este sacerdote
abandona la vida sacerdotal, que si
las vocaciones no florecen, que si
los cristianos no van a Misa, que si
los escándalos sexuales a todos los
niveles y de todas clases… ¿Qué está
pasando en la Iglesia?
Partamos de una realidad en la
que supongo que todos estamos de
acuerdo, la situación actual no es
flor de un día, es por el contrario, el
fruto de un lento, pero progresivo
deterioro de la vida cristiana a
todos los niveles, y con todo el
dolor del corazón, seguramente
de las personas que han de ser los
transmisores fundamentales de la fe,
sacerdotes, consagrados, miembros
de apostolado seglar, ambientes
como la familia que pierden sus
raíces cristianas, colegios católicos
que tienen sólo el nombre,… etc.
Se ha ido “descafeinando”
la verdadera exigencia de la
vida cristiana, bajo la bandera de
una prudencia mal entendida; en
realidad cuando renunciamos
a cristianizar el mundo, la
consecuencia inevitable, no es
otra, que acabar mundanizando
la vida cristiana.
A poco sinceros que seamos,
no es muy difícil entender que
las conductas indignas y
escandalosas de los cristianos,
en su amplia mayoría, son el
fruto más podrido y vergonzoso
de una vida que ha ido
resbalando paulatinamente, por
un plano inclinado, poco a poco
al principio, en ocasiones desde
una vida de virtud verdadera, y
que tras una lenta incubación,
tras intentar compaginar la
vida cristiana con los criterios
del mundo, hemos aceptado la
mediocridad como forma de
vida. Y es esta, en realidad la raíz, el
origen y fundamento de la inmensa
mayoría de los escándalos.
Sería necio pensar que la lucha
contra las conductas escandalosas y
los actos que desdoran la verdadera
vida cristiana, debe limitarse
exclusivamente a la atención de
las víctimas, al castigo justo de los
culpables, a la reparación de los
daños, que siendo aspectos que por
supuesto hay que saber responder
cristianamente, el sufrimiento de
los inocentes es primordial, no
pueden hacernos perder la visión de
8 - Alegraos
conjunto, y debemos ser conscientes
que mientras no se resuelvan desde
la raíz los problemas, los frutos
podridos seguirán apareciendo de
forma multitudinaria. Prevenir es
mejor que curar, que dice el refrán,
así que si en algo hemos de focalizar
seguramente la atención es por elevar
el nivel de vida cristiana a las exigencia
que el Señor y nuestra Madre la
Iglesia a través de su Magisterio nos
ha mostrado a lo largo de los siglos.
Creo que nadie se sorprenderá si
decimos, que los escándalos de
pocos son la consecuencia de
la mediocridad de muchos, y es
en esos muchos, donde hemos de
poner nuestra atención y gran parte
de los esfuerzos porque es esta
mediocridad el mejor caldo de
cultivo de los futuros escándalos,
anti testimonio de vida cristiana,
etc.. Sin duda la mediocridad es el
gran mal que azota a la Iglesia en el
momento actual.
Creo que no es exagerado
afirmar que la mediocridad es
ya escandalosa, seguramente es
el gran escándalo de la Iglesia de
nuestro tiempo, la socialización de
la mediocridad en primer lugar
entre los sacerdotes y almas
consagradas, sobre todo, o mejor
dicho “la canonización de la
mediocridad”.
El mediocre es la persona que
reduce la exigencia del ideal de su
vida, pero sin querer cambiar el
estado vocacional. Imaginemos
el varón casado, que mantiene
relaciones afectivas inadecuadas, sin
llegar al adulterio, claro está, con
otras mujeres distintas a la suya,
por ejemplo. O el sacerdote que sin
faltar a la observancia del celibato, a
sus tareas pastorales, deja de rezar
con la intensidad de inicio de su vida
sacerdotal, o mantiene relaciones
inconvenientes y peligrosas con
mujeres… porque como “no es
pecado”, al menos en su inicio…
Podemos decir que son personas
perseverantes en su vocación,
pero no podremos decir nunca,
que son fieles a su vocación.
Este es el primer síntoma de la
mediocridad, tomar como criterio de
acción lo que no es pecado…La vida
del cristiano no se reduce a no pecar,
sino a buscar la voluntad de Dios
en nuestra vida. Lo moralmente no
transgresivo, no es lo cristianamente
conveniente…
En segundo lugar, hemos de
observar como la mediocridad
es la idolatría del buen sentido,
del realismo…, “no te pases”,
“sin exagerar”, son dos grandes
máximas del mediocre, y bajo una
apariencia de sabiduría y prudencia
se esconde una falta real de entrega,
no existe la “locura por amor”… y
este es el verdadero problema, no
están dispuestos a vivir, desvivirse y
morir, si es preciso, en la fidelidad
a su vocación, en realidad es una
vida sin corazón… o con poco
corazón…
Y bajo está apariencia de
prudencia cambiamos el ideal de la
vida, no es que sea una vida llena
de pecado, ni una vida llena de
escándalo, se comienza a vivir lo
que Santa Teresa llamaba una vida
concertada, en donde se pretende
conciliar el ideal de la vocación a la
que Dios llama a cada uno con una
especie de comodidad moderada,
con un egoísmo controlado, con
una vida intentando no ofender
al Señor, pero llena de gusto
propio… En cierto sentido la
vida mediocre es una vida llena de
contradicciones, se quiere juntar la
luz con las tinieblas.
Y de esta forma comenzamos
“una vida de mínimos”, que
se empieza a conformar con
“simplemente no pecar”, y se
va perdiendo la sensibilidad
espiritual, y por decirlo así, se pierde
la sintonía con el corazón del Señor.
Las personas que viven instaladas en
la mediocridad suelen eliminar de su
vida los criterios evangélicos, para
sustituirlo por criterios piscológicos,
sociales (hay que sentirse bien, esto
me autorrealiza, es que lo hace todo
el mundo…). Todos sabemos lo
que suele ocurrir a un estudiante
cuando apunta al cinco, en lugar
de apuntar mucho más alto, pues
no nos engañemos, así ocurre en
la vida espiritual, el que apunta al
cinco, acaba por quedarse en el
insuficiente…
Y lo más grave, es que una vez
perdida la sensibilidad espiritual, se
comienza el camino de la anestesia
espiritual, y el mediocre suele vivir
en una “aparente tranquilidad”. La
mediocridad cuando toma carta
de ciudadanía en la persona tiene
la virtud de “desconectar las
alarmas de la conversión”, es la
anestesia del alma. El mediocre, en
su relación con el Señor podríamos
decir que “ni sufre ni padece”,
Alegraos - 9
aunque es cierto que tampoco
goza… Si el enamorado vibra
en la vida, el mediocre vegeta,
si el amor es siempre creativo,
no se acobarda por la fatiga y
el sacrificio, sino que lo ama, el
mediocre vive instalado en la
comodidad, del amor se espera
heroísmo, de la mediocridad a
lo sumo consenso, cuando no
indiferencia. Es el drama de una
vida llamada a convertirse en una
obra de arte a los ojos de Dios y
quedarse, con mucha suerte, a mitad
de camino.
Claro que el mediocre puede
hacer apostolado, o cumplir al
menos externamente con las
obligaciones de su vocación, pero
con poco corazón, y sobre todo le
falta la eficacia de la transmisión
del poder salvador de la Cruz…
Y una vez contemplado el inmenso
daño de la mediocridad, ¿cómo es
posible que hayamos permitido que
este cáncer se infiltre en nuestra
vida? ¿Qué poder de atracción tiene
la mediocridad?.
Por desgracia es muy sencillo de
entender, y sólo con dos detalles se
puede explicar.
En primer lugar, la mediocridad
nos ofrece una felicidad “low
cost”, a bajo coste, como se dice
ahora, una felicidad con poco
esfuerzo, es la atracción seductora
de lo menos costoso. Nos convence
que no merece la pena complicarse
la vida de forma innecesaria.
En realidad, la experiencia nos
demuestra, que la vida siempre
es más complicada cuando no se
decide dar el máximo de cada uno.
En segundo lugar, la mediocridad
es la gran defensora de “si todos lo
hacen”, y que sencillo es sucumbir
a las convenciones de la mayoría,
y más en un tiempo en que para el
mundo la Verdad no existe, las cosas
dependen del color con el que se
mire…, es el espejismo de no querer
problemas. En esta vida, no hay
mayor problema que no querer tener
problemas.
Y en tercer lugar, la mediocridad
es la “siempre Bienvenida”, porque
no molesta a nadie, es como un
camaleón, que se adapta, para
ser pareja de baile con cualquier
persona, mientras que la exigencia de
una vida fiel es una espina, es como
una piedra en el zapato que nos
recuerda, aún sin decir nada, aquello
que deberíamos ser y no queremos.
La vida fiel es siempre molesta, y
por eso siempre será perseguida,
sobre todo por la mediocridad.
Y podríamos seguir, comentando
mil aspectos… pero aquí lo vamos a
dejar, no sin apuntar con una frase,
la solución a un problema grave.
“El que olvida sus raíces pierde
su identidad, porque sin saber de
dónde se viene es difícil saber a
dónde se va”. Solución: “Volver a
la caridad primera”.
10 - Alegraos
La deriva de cualquier viento de doctrina
Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio cardenalicio.
Lunes 18 de abril de 2005. MISA “PRO ELIGENDO PONTIFICE”
En esta hora de gran
responsabilidad, escuchemos
con particular atención
cuanto nos dice el Señor con sus
mismas palabras. De las tres lecturas
quisiera elegir sólo algún pasaje, que
nos concierne directamente en un
momento como este.
(…) En la segunda lectura, la carta a
los Efesios, se trata, en sustancia, de tres
cosas: en primer lugar, de los ministerios
y de los carismas en la Iglesia, como
dones del Señor resucitado y elevado
al cielo; luego, de la maduración de
la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios, como condición y contenido de
la unidad del cuerpo de Cristo; y, por
último, de la participación común en
el crecimiento del cuerpo de Cristo, es
decir, de la transformación del mundo
en la comunión con el Señor.
Detengámonos sólo en dos
puntos. El primero es el camino
hacia «la madurez de Cristo»; así
dice, simplificando un poco, el
texto italiano. Según el texto griego,
deberíamos hablar más precisamente
de la «medida de la plenitud de Cristo»,
a la que estamos llamados a llegar para
ser realmente adultos en la fe. No
deberíamos seguir siendo niños en la
fe, menores de edad. ¿En qué consiste
ser niños en la fe? San Pablo responde:
significa ser «llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de
doctrina...» (Ef 4, 14). ¡Una descripción
muy actual! ¡Cuántos vientos de
doctrina hemos conocido durante
estos últimos decenios!, ¡cuántas
corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas
de pensamiento!... La pequeña barca
del pensamiento de muchos cristianos
ha sido zarandeada a menudo por
estas olas, llevada de un extremo al
otro: del marxismo al liberalismo,
hasta el libertinaje; del colectivismo
al individualismo radical; del ateísmo
a un vago misticismo religioso; del
agnosticismo al sincretismo, etc. Cada
día nacen nuevas sectas y se realiza lo
que dice san Pablo sobre el engaño
de los hombres, sobre la astucia que
tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A
quien tiene una fe clara, según el Credo
de la Iglesia, a menudo se le aplica la
etiqueta de fundamentalismo. Mientras
que el relativismo, es decir, dejarse
«llevar a la deriva por cualquier viento
de doctrina», parece ser la única actitud
adecuada en los tiempos actuales. Se
va constituyendo una dictadura del
relativismo que no reconoce nada
como definitivo y que deja como
última medida sólo el propio yo y sus
antojos.
Nosotros, en cambio, tenemos
otra medida: el Hijo de Dios, el
hombre verdadero. Él es la medida del
verdadero humanismo. No es «adulta»
una fe que sigue las olas de la moda
y la última novedad; adulta y madura
es una fe profundamente arraigada en
la amistad con Cristo. Esta amistad
nos abre a todo lo que es bueno y nos
da el criterio para discernir entre lo
verdadero y lo falso, entre el engaño
y la verdad. Debemos madurar esta fe
adulta; debemos guiar la grey de Cristo
a esta fe. Esta fe —sólo la fe— crea
unidad y se realiza en la caridad. A este
propósito, san Pablo, en contraste con
las continuas peripecias de quienes son
como niños zarandeados por las olas,
nos ofrece estas hermosas palabras:
«hacer la verdad en la caridad», como
fórmula fundamental de la existencia
cristiana. En Cristo coinciden la verdad
y la caridad. En la medida en que nos
acercamos a Cristo, también en nuestra
vida, la verdad y la caridad se funden.
La caridad sin la verdad sería ciega;
la verdad sin la caridad sería como
«címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1).
Vayamos ahora al Evangelio, de
cuya riqueza quisiera extraer sólo dos
pequeñas observaciones. El Señor nos
dirige estas admirables palabras: «No
os llamo ya siervos..., sino que os he
llamado amigos» (Jn 15, 15). Muchas
veces nos sentimos —y es la verdad—
sólo siervos inútiles (cf. Lc 17, 10).
Y, sin embargo, el Señor nos llama
amigos, nos hace amigos suyos, nos da
su amistad. El Señor define la amistad
de dos modos. No existen secretos
entre amigos: Cristo nos dice todo lo
que escucha del Padre; nos da toda su
confianza y, con la confianza, también
el conocimiento. Nos revela su rostro,
su corazón. Nos muestra su ternura
por nosotros, su amor apasionado, que
llega hasta la locura de la cruz. Confía
en nosotros, nos da el poder de hablar
con su yo: «Este es mi cuerpo...»,
«yo te absuelvo...». Nos encomienda
su cuerpo, la Iglesia. Encomienda a
nuestras mentes débiles, a nuestras
manos débiles, su verdad, el misterio
de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo;
el misterio de Dios que «tanto amó al
mundo que le dio a su Hijo único» (cf.
Jn 3, 16). Nos ha hecho amigos suyos,
y nosotros, ¿cómo respondemos?
Alegraos - 11
El segundo modo como Jesús
define la amistad es la comunión de las
voluntades. «Idem velle, idem nolle», era
también para los romanos la definición
de amistad. «Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,
14). La amistad con Cristo coincide
con lo que expresa la tercera petición
del padrenuestro: «Hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo». En la
hora de Getsemaní Jesús transformó
nuestra voluntad humana rebelde
en voluntad conforme y unida a la
voluntad divina. Sufrió todo el drama
de nuestra autonomía y, precisamente
poniendo nuestra voluntad en las
manos de Dios, nos da la verdadera
libertad: «No como quiero yo, sino
como quieres tú» (Mt 21, 39). En esta
comunión de voluntades se realiza
nuestra redención: ser amigos de Jesús,
convertirse en amigos de Jesús. Cuanto
más amamos a Jesús, cuanto más lo
conocemos, tanto más crece nuestra
verdadera libertad, crece la alegría de
ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por tu
amistad!
El otro aspecto del Evangelio al que
quería aludir es el discurso de Jesús
sobre dar fruto: «Os he destinado para
que vayáis y deis fruto y vuestro fruto
permanezca» (Jn 15, 16). Aparece
aquí el dinamismo de la existencia del
cristiano, del apóstol: os he destinado
para que vayáis... Debemos estar
impulsados por una santa inquietud:
la inquietud de llevar a todos el don
de la fe, de la amistad con Cristo. En
verdad, el amor, la amistad de Dios se
nos ha dado para que llegue también
a los demás. Hemos recibido la fe
para transmitirla a los demás; somos
sacerdotes para servir a los demás. Y
debemos dar un fruto que permanezca.
Todos los hombres quieren dejar una
huella que permanezca. Pero ¿qué
permanece? El dinero, no. Tampoco los
edificios; los libros, tampoco. Después
de cierto tiempo, más o menos largo,
todas estas cosas desaparecen. Lo
único que permanece eternamente
es el alma humana, el hombre creado
por Dios para la eternidad. Por tanto,
el fruto que permanece es todo lo
que hemos sembrado en las almas
humanas: el amor, el conocimiento;
el gesto capaz de tocar el corazón; la
palabra que abre el alma a la alegría del
Señor. Así pues, vayamos y pidamos
al Señor que nos ayude a dar fruto, un
fruto que permanezca. Sólo así la tierra
se transforma de valle de lágrimas en
jardín de Dios.
Por último, volvamos, una vez más,
a la carta a los Efesios. La carta dice,
con las palabras del salmo 68, que
Cristo, al subir al cielo, «dio dones a
los hombres» (Ef 4, 8). El vencedor
da dones. Estos dones son: apóstoles,
profetas, evangelizadores, pastores y
maestros. Nuestro ministerio es un
don de Cristo a los hombres, para
construir su cuerpo, el mundo nuevo.
¡Vivamos nuestro ministerio así,
como don de Cristo a los hombres!
Pero en esta hora, sobre todo,
roguemos con insistencia al Señor
para que, después del gran don del
Papa Juan Pablo II, nos dé de nuevo
un pastor según
su corazón,
un pastor
que nos guíe al
conocimiento de
Cristo, a su amor,
a la verdadera
alegría. Amén.
CAMPAMENTO SAN JAVIER
www.campamentosanjavier.com
12 - Alegraos