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Alegraos 18 LA VERDAD

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pocos sino una necesidad vital de

todo cristiano. Ya San Jerónimo

decía que “desconocer la Sagrada

Escritura es desconocer a Cristo”.

Pero podríamos preguntarnos

la razón por la que es preciso el

conocimiento de las Sagradas

Escrituras.

Y en primer lugar no podemos

dudar de que es una fuente de luz para

nuestra vida, “Lámpara es tu palabra

para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal

118). Sólo la Palabra del Señor puede

iluminar la verdad más profunda de

la vida del hombre. Es como un

espejo que, al reflejarnos, denuncia

nuestras actitudes no evangélicas,

nuestros criterios humanos, hace

aflorar los comportamientos que,

a lo mejor, pensamos que son

normales pero que no tienen nada de

evangélicos. Las Sagradas Escrituras

siempre nos mueven a conversión.

La Palabra de Dios saca a la luz

nuestros cálculos humanos, nuestros

temores y nuestros mecanismos de

defensa para evitar ser generosos

con el Señor. La Palabra de Dios

nos ilumina siempre para pasar de

“la sabiduría humana” a la Sabiduría

de Dios porque no nos queda más

remedio que con San Pedro decirle

al Señor: “sólo Tú tienes palabras de

vida eterna”.

San Juan Pablo II en la exhortación

apostólica Novo Milenio Ineunte

nos dice que “es necesario, en

particular, que la escucha de la

Palabra se convierta en un encuentro

vital, en la antigua y siempre válida

tradición de la lectio divina que

permite encontrar en el texto bíblico

la palabra viva que interpela, orienta

y modela la existencia”.

Y si acertamos a leer con

detenimiento las palabras de San Juan

Pablo II nos damos cuenta de que

estamos llamados a un “encuentro

con Cristo” por medio de su Palabra,

“mis palabras son espíritu y vida”.

Cuando nos acercamos con fe a la

escucha de las Sagradas Escrituras

entramos en la intimidad de Dios

que se nos comunica y transforma

nuestra vida. Sin lugar a duda los

momentos de la escucha de la Palabra

de Dios son momentos necesarios y

privilegiados para la creación de la

intimidad con el Señor, no pueden

ser sino fundamento de toda vida

espiritual auténticamente cristiana.

Y la experiencia demuestra que

cuando la Palabra de Dios es el

fundamento de la vida de un cristiano

despierta tesoros de generosidad, de

amor y de valentía infinitamente más

extensos de lo que la persona parece

capaz por sí misma.

El corazón del hombre está creado

para dejarse sembrar por la Palabra

de Dios, es en cierto sentido “dar

carne”, poner por obra la voluntad

de Dios manifestada en su Palabra.

Si la Palabra del Señor no se encarna

en nuestra vida queda como algo

etéreo, abstracto, sin sustancia…

Y por otro lado la Palabra ha de

ser fecunda en nuestra vida, si no

nuestra vida queda como deforme,

sin proyección de eternidad, como

replegada en un egoísmo siempre

insano.

Como siempre, como modelo

tenemos a la Santísima Virgen María

que con un corazón generoso se

abre a la Palabra de Dios, persevera

en el deseo de vivirla hasta el fin y

su vida se encuentra transformada y

renovada por la Palabra que ha hecho

su morada, “He aquí la esclava del

Señor”. En un texto de la exhortación

Vita Consecrata de San Juan Pablo

II, que creo que es aplicable a todos

los cristianos, el Santo Padre nos dice

“La persona consagrada, siguiendo las

huellas de María, nueva Eva, manifi esta

su fecundidad espiritual acogiendo la

Palabra”.

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