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El camino de la vida
Y entre tanta confusión,
una brújula segura y consoladora
Por Alfonso González
Corren tiempos en los que el hombre ávido de modernidad pretende “resolver” las
grandes cuestiones de la vida intentando eliminar de la ecuación un elemento que
es esencial: a Dios, que nos ha creado y conoce los más íntimos secretos de nuestro
corazón y que se nos ha revelado y dejado su Palabra en las Sagradas Escrituras…
La consecuencia es clara:
despreciado Cristo afloran
de forma continua “maestros”
que intentan, sin conseguirlo,
dar un sentido a la vida del hombre y
lo único que se consigue es que cada
vez el hombre se encuentre mucho
más perdido.
Sólo hay un Maestro que da
respuesta verdadera al corazón del
hombre: Cristo, que es La Palabra,
“Yo soy la Luz del mundo, el que me
sigue, no camina en tinieblas”, nos
dice en el Evangelio.
Y para hacernos conscientes de
la importancia que tienen en nuestra
vida las Sagradas Escrituras vamos
a recoger un texto del Concilio
Vaticano II que en su constitución
dogmática Dei Verbum nos dice:
“La Iglesia siempre ha venerado la
Sagrada Escritura, como lo ha hecho
con el cuerpo de Cristo, pues sobre todo
en la sagrada liturgia, nunca ha cesado
de tomar y repartir a sus fieles el pan de
vida que ofrece la mesa de la palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia
ha considerado siempre como suprema
forma de su fe la Escritura unida a la
Tradición ya que, inspirada por Dios
y escrita de una vez para siempre, nos
transmite inmutablemente la palabra
del mismo Dios; y en palabras de los
Apóstoles y de los profetas hace resonar
la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda
la predicación de la Iglesia, como toda la
religión cristiana, se ha de alimentar y
regir con la Sagrada Escritura. En los
Libros Sagrados el Padre, que está en
el cielo, sale amorosamente al encuentro
de sus hijos para conversar con ellos. Y
es tan grande el poder y la fuerza de la
Palabra de Dios, que constituye sustento
y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus
hijos, alimento del alma, fuente límpida
y perenne de vida espiritual. Por eso se
aplican a la Escritura de modo especial
aquellas palabras: “La palabra de Dios
es viva y enérgica (Hb 4,12), puede
edificar y dar la herencia a todos los
consagrados” (Hchos20,32; 1 Tes 2,13).
Es preciso que el acceso a la Sagrada
Escritura esté ampliamente abierto a
todos los cristianos”.
De este maravilloso texto del
Concilio Vaticano II la primera
consecuencia que se puede extraer
es que la lectura de la Sagrada
Escritura no es un lujo de unos
Alegraos - 5