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conjunto, y debemos ser conscientes
que mientras no se resuelvan desde
la raíz los problemas, los frutos
podridos seguirán apareciendo de
forma multitudinaria. Prevenir es
mejor que curar, que dice el refrán,
así que si en algo hemos de focalizar
seguramente la atención es por elevar
el nivel de vida cristiana a las exigencia
que el Señor y nuestra Madre la
Iglesia a través de su Magisterio nos
ha mostrado a lo largo de los siglos.
Creo que nadie se sorprenderá si
decimos, que los escándalos de
pocos son la consecuencia de
la mediocridad de muchos, y es
en esos muchos, donde hemos de
poner nuestra atención y gran parte
de los esfuerzos porque es esta
mediocridad el mejor caldo de
cultivo de los futuros escándalos,
anti testimonio de vida cristiana,
etc.. Sin duda la mediocridad es el
gran mal que azota a la Iglesia en el
momento actual.
Creo que no es exagerado
afirmar que la mediocridad es
ya escandalosa, seguramente es
el gran escándalo de la Iglesia de
nuestro tiempo, la socialización de
la mediocridad en primer lugar
entre los sacerdotes y almas
consagradas, sobre todo, o mejor
dicho “la canonización de la
mediocridad”.
El mediocre es la persona que
reduce la exigencia del ideal de su
vida, pero sin querer cambiar el
estado vocacional. Imaginemos
el varón casado, que mantiene
relaciones afectivas inadecuadas, sin
llegar al adulterio, claro está, con
otras mujeres distintas a la suya,
por ejemplo. O el sacerdote que sin
faltar a la observancia del celibato, a
sus tareas pastorales, deja de rezar
con la intensidad de inicio de su vida
sacerdotal, o mantiene relaciones
inconvenientes y peligrosas con
mujeres… porque como “no es
pecado”, al menos en su inicio…
Podemos decir que son personas
perseverantes en su vocación,
pero no podremos decir nunca,
que son fieles a su vocación.
Este es el primer síntoma de la
mediocridad, tomar como criterio de
acción lo que no es pecado…La vida
del cristiano no se reduce a no pecar,
sino a buscar la voluntad de Dios
en nuestra vida. Lo moralmente no
transgresivo, no es lo cristianamente
conveniente…
En segundo lugar, hemos de
observar como la mediocridad
es la idolatría del buen sentido,
del realismo…, “no te pases”,
“sin exagerar”, son dos grandes
máximas del mediocre, y bajo una
apariencia de sabiduría y prudencia
se esconde una falta real de entrega,
no existe la “locura por amor”… y
este es el verdadero problema, no
están dispuestos a vivir, desvivirse y
morir, si es preciso, en la fidelidad
a su vocación, en realidad es una
vida sin corazón… o con poco
corazón…
Y bajo está apariencia de
prudencia cambiamos el ideal de la
vida, no es que sea una vida llena
de pecado, ni una vida llena de
escándalo, se comienza a vivir lo
que Santa Teresa llamaba una vida
concertada, en donde se pretende
conciliar el ideal de la vocación a la
que Dios llama a cada uno con una
especie de comodidad moderada,
con un egoísmo controlado, con
una vida intentando no ofender
al Señor, pero llena de gusto
propio… En cierto sentido la
vida mediocre es una vida llena de
contradicciones, se quiere juntar la
luz con las tinieblas.
Y de esta forma comenzamos
“una vida de mínimos”, que
se empieza a conformar con
“simplemente no pecar”, y se
va perdiendo la sensibilidad
espiritual, y por decirlo así, se pierde
la sintonía con el corazón del Señor.
Las personas que viven instaladas en
la mediocridad suelen eliminar de su
vida los criterios evangélicos, para
sustituirlo por criterios piscológicos,
sociales (hay que sentirse bien, esto
me autorrealiza, es que lo hace todo
el mundo…). Todos sabemos lo
que suele ocurrir a un estudiante
cuando apunta al cinco, en lugar
de apuntar mucho más alto, pues
no nos engañemos, así ocurre en
la vida espiritual, el que apunta al
cinco, acaba por quedarse en el
insuficiente…
Y lo más grave, es que una vez
perdida la sensibilidad espiritual, se
comienza el camino de la anestesia
espiritual, y el mediocre suele vivir
en una “aparente tranquilidad”. La
mediocridad cuando toma carta
de ciudadanía en la persona tiene
la virtud de “desconectar las
alarmas de la conversión”, es la
anestesia del alma. El mediocre, en
su relación con el Señor podríamos
decir que “ni sufre ni padece”,
Alegraos - 9