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Desde la pizzería de la plaza de Bolívar o una mesa grande en el Círculo lanzaba<br />
sus historias y antes de despedirnos, sin imaginar que era para siempre, entregó<br />
uno de sus libros para niños a mi hija menor con la dedicatoria de su tío <strong>David</strong><br />
porque se consideraba sin dudar mi hermano como yo mismo lo sentía. Salvo el<br />
periplo que lo llevaría de embajador a Egipto o la India y su tiempo de profesor<br />
invitado a las universidades norteamericanas o de México donde apenas llegamos<br />
a escribirnos, estuvimos ahí, a su lado, a partir de las ya lejanas tardes cuando nos<br />
presentó el periodista Enrique Córdoba, estrella hoy de la radio en Miami y<br />
oriundo de su amada Lorica. Conocí entonces de primera mano su primer libro<br />
aún sin empastar ¿Por qué me llevas al hospital en canoa, papá, firmado en julio<br />
de 1974. No dudé en escribir entusiasmado una larga nota cuando las hacía como<br />
comentarista en Radio Nacional, adonde le presenté a su director, el inmortal<br />
Germán Vargas Cantillo con quien haría una hermosa amistad. De entonces a hoy<br />
lo vimos convertirse en una figura emblemática de la literatura colombiana, en el<br />
fundador mundial de los libros casete o libros audio con El Flecha y El Pachanga,<br />
en el autor de novelas premiadas que fueron llevadas con éxito rotundo a la<br />
televisión como Pero sigo siendo el rey con 17 estatuillas de la India<br />
Catalina, Gallito Ramírez o Cachaco, palomo y gato, en el conferencista que se<br />
rapaban a lo largo del país y en ese viajero por más de setenta países de cuya<br />
experiencia como agudo observador y mordaz crítico publicó algunos libros con su<br />
sabia y humana visión.<br />
Carlos Vives y Margarita Rosa de Francisco<br />
Su trilogía musical novelística que completara con Danza de redención basado en<br />
melodías andinas y dejando los ritmos tropicales como protagonistas en Mi sangre