esta falta en todas las formas hasta entonces aparecidas de especulación filosófica, en la medida enque no alcanzan a elevar a consideración explícita qué contradicciones son superadas en la unidadespeculativa de los conceptos filosóficos.El concepto de exposición y de expresión, que define la propia esencia de la dialéctica, de larealidad de lo especulativo, debe, al igual que el exprimere de Spinoza, ser entendido como un procesoontológico. Representación, expresión, ser expresado denotan un campo conceptual tras el cualsubyace una gran tradición neoplatónica. La «expresión» no es un adventicio aditamento emanadodel arbitrio subjetivo, merced al cual se torna [47] comunicable lo interiormente imaginado, sino quees el venir-a-la-existencia del espíritu mismo, su representación. El origen neoplatónico de estosconceptos no es accidental. Las determinaciones del pensamiento dentro de las cuales se mueve elpensar son, como Hegel subraya, no formas extrínsecas que nosotros aplicamos, como si fueraninstrumentos, a algo ya dado. Más bien sucede que ellas siempre y ya se han apoderado de nosotros,y nuestro pensar consiste en seguir su movimiento. Aquel cautiverio del logos que los griegos de laépoca clásica experimentaron como un delirio, y a partir del cual Platón, en nombre de Sócrates,hizo surgir la verdad de la idea, viene a caer, después de dos mil años de historia del platonismo, enla vecindad del automovimiento especulativo del pensar que despliega la dialéctica de Hegel.Nuestro análisis de la autovinculación a los griegos por parte de Hegel nos ha enseñado tambiénque hay otro punto de convergencia entre éste y aquéllos: la afinidad, en lo especulativo, que Hegelmedio adivina en los textos griegos y en parte extrae de ellos a la fuerza. Por esta afinidad experimentaHegel la fluidez lingüística del pensamiento griego en lo que era para él más entrañable, en elnuclear enraizamiento en su lengua materna, en el hondo sentido de los refranes y juegos verbales dedicha lengua y en el poder expresivo de la misma, emanado del espíritu de Lutero, de la mística y dela herencia pietista de la patria suaba de Hegel. Ciertamente, de acuerdo con Hegel, la forma de laproposición no tiene ninguna justificación filosófica dentro del propio cuerpo de la ciencia filosófica.La envoltura de una proposición, al igual que el viviente poder nominador de la palabra, no es unamera envoltura vacía, sino encubridora de un contenido. Preserva en sí lo que hay que atribuir a laapropiación y despliegue dialécticos. Ahora bien, como quiera que para Hegel, según ya subrayamosal comienzo, la representación adecuada de la verdad es un quehacer infinito, que avanza sólo poraproximaciones y repetidos intentos, las producciones [48] del instinto lógico bajo la envoltura delas palabras, formas preposicionales y proposiciones, son portadoras del contenido especulativo yparte verdaderamente integrante de la expresión, en la cual se representa la verdad del espíritu. Sólocuando se reconoce esta otra cara de la vecindad de la filosofía griega respecto de la dialéctica deHegel —sobre la cual este último no ha reflexionado explícitamente, pues sólo alude a ella de modoocasional y preliminar— cobra la evocación que hace Hegel de la dialéctica antigua toda la evidenciade una auténtica afinidad. Esta afinidad, entre Hegel y los griegos, mantiene su verdad a pesar dela diferencia creada por el ideal de método del periodo moderno, y a pesar de la violencia con que elpropio Hegel proyecta este ideal en la tradición clásica. En este respecto puede recordarse el parangónentre Hegel y su amigo Hölderlin, quien adopta como poeta una posición enteramente similaren la querelle des anciens et des modernes: así como Hölderlin se esforzó por renovar el entendimientoclásico del arte, por dar estabilidad y sustancia a la excesiva interioridad del periodo moderno,así la mundanidad de los antiguos, tal y como es expresada en la ilimitada audacia de su dialéctica,suministra un modelo al pensamiento. Pero sólo porque es el mismo instinto lógico del lenguajeel que opera, tanto en Hegel como en los griegos, sirve el paradigma conscientemente elegido, yfrente al cual pretende Hegel establecer su propia y reflexiva verdad del espíritu autoconsciente, deauténtica ayuda para el pensamiento. El propio Hegel, según hemos visto, no tiene una cabal concienciade por qué su «culminación» de la metafísica comporta un retorno al magno origen de ésta.
[49]CAPÍTULO IIHegel y el mundo invertido 23El mundo invertido constituye la más ardua sección, dentro del contexto general, de la historiade la experiencia de la conciencia que Hegel diseñó. Por mi parte, yo caracterizaría esta doctrina delmundo invertido, que está contenida en el capítulo sobre «Fuerza y entendimiento», como central enel edificio entero de la Fenomenología del espíritu. En este sentido vengo a sumarme a la observaciónadelantada por R. Wiehl: que el comienzo de la Fenomenología no puede ser comprendido, enabsoluto, sin mirar directamente a la filosofía kantiana. Si se tiene en mente la división capital de laFenomenología de la conciencia, no puede menos de saltar a la vista que la tarea que Hegel se propusofue mostrar lo siguiente: ¿cómo guardan entre sí propia conexión los distintos modos de conocimiento,a saber: intuición, entendimiento y unidad de apercepción o autoconciencia, cuya recíprocacooperación investiga la crítica de Kant?El capítulo sobre la «Fenomenología de la conciencia» está, en última instancia, dominado porla cuestión: [50] ¿Cómo la conciencia se convierte en autoconciencia, o cómo llega a ser la concienciaconsciente de que es autoconciencia? Pero esta tesis de que la conciencia es autoconcienciaes una doctrina central de la filosofía moderna desde Descartes. En este sentido, la idea hegeliana dela fenomenología se inscribe en una línea cartesiana. En qué medida ello es así, lo demuestran losparalelos en las obras de sus contemporáneos, en particular, el ampliamente desconocido libro deSinclair, amigo de Hölderlin y Hegel, al cual está dedicado el «Himno al Rin», de Hölderlin; el títulode este libro es cabalmente Wahrheit und Gewissheit (Verdad y certeza). Se trata de un libro queintenta, ciertamente en el mismo sentido determinado por Fichte y aproximadamente al mismo tiempoque Hegel, recorrer el camino que va de la certeza a la verdad, partiendo de modo enteramenteexplícito del concepto cartesiano del cogito me cogitare.Ahora bien, para Hegel queda bien establecido, desde el comienzo, cuando describe la apariciónde la conciencia en su Fenomenología del espíritu, que aquello en lo cual puede consumarse el saber,aquello tan solamente en lo cual puede resultar la plena coincidencia de certeza y verdad, nopuede serlo la mera conciencia —que llega a ser consciente de sí— del mundo objetivo, sino que hade incluir el modo de ser de la subjetividad individual y ha de ser espíritu. En la trayectoria que conducea este resultado, la primera tesis de Hegel es: conciencia es autoconciencia, y la tarea científicade la primera parte de la fenomenología es justificar convincentemente esta tesis, lo cual es llevado acabo por Hegel al «demostrar» la conversión de la conciencia en conciencia de sí misma, esto es, elnecesario progreso desde la conciencia a la autoconciencia. A este fin Hegel pone muy conscientementeel esquema conceptual de Kant: intuición, entendimiento y autoconciencia, a la base de supropia arquitectónica. La contribución de R. Wiehl está en haber mostrado cómo mirando retrospectivamentedebe verse el punto de partida en la certeza sensible, considerada [51] como la concienciaque aún no es enteramente consciente de su propia esencia como autoconciencia.Permítaseme indicar, a título de observación metodológica preliminar, que la lectura cabal y detenidade los textos de Hegel —tarea que bien vale la pena de nuestros esfuerzos— consiste básicamenteen que verifiquemos, por nuestra propia cuenta, el requisito que el propio Hegel establece alhablar de la fundamental importancia que tiene la necesidad del progreso. Nosotros mismos, en tantoque conciencia que contempla este espectáculo —tal es la perspectiva de la Fenomenología—, debemoscaptar qué figuras de la conciencia van apareciendo y cómo se suceden unas a otras.Esta apelación a la necesidad del progreso dialéctico es reiteradamente verificada y comprobadapor la lectura atenta y cuidadosa. La atenta y cuidadosa lectura de Hegel —y no solamente deHegel— tiene la curiosa consecuencia de que precisamente lo que uno ha logrado extraer en susesforzados intentos de interpretar la sección leída, está explícitamente establecido en la sección quele sigue. Todo lector de Hegel podrá confirmar esta experiencia; cuanto más cerca se encuentra dehaber logrado explicarse el contenido del curso del pensamiento expuesto ante sus ojos, más ciertoestará de que esa misma explicación habrá de seguir en la próxima sección del texto de Hegel. Estoimplica —y ello es de central importancia para la esencia de la filosofía, aunque acaso en ningunaparte sea tan obvio como en Hegel— que, en rigor, el discurso versa siempre sobre lo mismo y que23 [*] Conferencia pronunciada en el coloquio sobre Hegel de Royaumont, 1964, y publicada por vezprimera en Hegel-Studien, cuaderno 3, págs. 135-164. Ahí se encuentra asimismo la contribución de R.Wiehl (págs. 103 y ss.), a la que me referiré varias veces.