varios corredores, llegó ante una puerta abierta. Adentro la esperaban el fuegoencendido y la cena servida sobre la mesa.<strong>El</strong> ama de llaves le dijo sin ningún miramiento:–Bien, aquí la dejo. Esta habitación y la que sigue son el lugar donde usted vivirá. Y,¡no olvide!, no debe moverse de ellas.Así fue como Mary Lennox llegó a Misselthwaite Manor. Nunca en su vida se habíasentido más contrariada.14
IVMARTHAA la mañana siguiente, Mary despertó al escuchar el ruido que hacía una jovenmucama al limpiar la parrilla de la chimenea. Por unos minutos la observó; luegoinspeccionó la habitación. Jamás había visto un dormitorio tan tenebroso y raro. Lasenormes paredes estaban cubiertas de tapicerías bordadas, en las que bajo los árbolesse veían algunas personas fantásticamente vestidas y, al fondo, aparecían las torres deun castillo. Al mirarlas, Mary sintió la impresión de que ella también formaba parte dela escena. A través de la ventana vio un paisaje sin árboles que se extendía hacia lo altoy que parecía un mar violáceo e interminable.–¿Qué es eso? –preguntó apuntando hacia la ventana.Martha, la joven mucama, se enderezó y respondió:–Es el páramo. ¿Le gusta?–No –dijo Mary–. Lo odio.–Eso le sucede porque no está acostumbrada a él –replicó Martha, volviendo a laparrilla–. Ahora le parece grande y desolado. Pero algún día le gustará.–¿Le gusta a usted? –inquirió Mary.–¡Oh, sí! Claro que me gusta –contestó Martha alegremente, mientras continuabapuliendo la parrilla–. ¡Me encanta! A mí no me parece desolado. Veo en él miles decosas; además, tiene un perfume muy agradable. Es precioso en primavera, lo mismo enel verano cuando el brezo florece y huele a miel. Hay tanto aire fresco que el cielo seve muy alto. Entretanto, las ovejas hacen travesuras saltando y cantando. ¡Por ningúnmotivo viviría lejos de aquí!Mary la escuchaba perpleja. Los sirvientes en la India eran muy diferentes a Martha.Jamás hablaban así a sus amos. Se les ordenaba trabajar y jamás preguntaban elporqué. <strong>El</strong>la nunca había dicho a un sirviente "por favor", ni tampoco "gracias"; además,acostumbraba maltratar a su aya. Ahora se preguntaba qué haría esta muchacha si ellala tratara así. Martha era una joven regordeta y sonrosada, con cara de buena persona;pero, al mismo tiempo, tenía aspecto decidido y era bien posible que no se dejaramaltratar por una niña y que, incluso, le pegara si ella no se comportaba bien.–Usted es una mucama muy rara –dijo Mary, altaneramente.Riendo, sin perder su buen humor, Martha se sentó sobre los talones con la escobillaen la mano.–¡Eh! Ya lo sé –dijo–. Si hubiera una señora en Misselthwaite, seguramente no se mehabría permitido ser una de las mucamas. Sólo me habrían dado trabajo en el lavadero.Sé que no soy muy bien educada, pero esta casa tampoco es corriente. Con excepcióndel señor Pitcher y de la señora Medlock, nadie lleva las riendas de la casa. Al señorCraven no le interesa lo que sucede aquí y, además, generalmente está de viaje. Mipuesto se lo debo a la bondad de la señora Medlock.–¿Va a ser mi mucama? –preguntó Mary, con la misma voz imperiosa que usaba en laIndia.Martha siguió restregando la parrilla.15
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