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Libro El Jardin Secreto

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–La señora Sowerby dice que te hará bien, y, quizás, tenga razón. <strong>El</strong>la piensa que esmejor que te fortalezcas antes de empezar tus clases... ¿En dónde juegas? –le preguntóa continuación.–En todos los lados –dijo con voz entrecortada–. La mamá de Martha me envió unacuerda de saltar y salto y corro y veo las cosas crecer de la tierra, y no le hago daño anadie.–¡No estés tan asustada! –le dijo con voz preocupada–. Una niña como tú no hacedaño. ¡Puedes hacer lo que quieras!Mary puso su mano en la garganta asustada de que él notara el nudo de excitaciónque se le había formado. Se acercó a él.–¿De verdad que puedo?–preguntó trémula.–¡No me mires tan asustada! –exclamó–, ¡por supuesto que puedes! Recuerda que,aunque no soy un buen tutor para ti, porque estoy enfermo, amargado y distraído,quiero que seas feliz aquí. Yo no entiendo de niños, pero la señora Medlock se encargaráde que no te falte nada. Hoy te llamé porque la señora Sowerby me dijo que debíahacerlo, que su hija le había hablado de ti. Cuando ella me detuvo, pensé que era muyatrevida, pero me explicó que la señora Craven había sido muy amable con ella... –Parecía que le costaba nombrar a su señora, pero continuó–: Sin embargo, creo que esuna mujer respetable y ahora, que te he visto, pienso que tiene razón. Puedes jugartodo lo que quieras. ¿Te gustaría tener algo? –le preguntó repentinamente–. ¿Quieresjuguetes, libros o muñecas?–¿Podría –dijo Mary con voz temblorosa– tener un pedazo de tierra?En su inquietud, ella no se dio cuenta de lo extrañas que sonaron sus palabras.–¡Tierra! –replicó él–. ¿Qué es lo que quieres decir?–Para plantar semillas y hacer que crezcan flores –titubeó Mary.<strong>El</strong> la observó un momento y rápidamente se pasó la mano por los ojos.–¿Tanto te gustan los jardines? –le preguntó lentamente.–Yo no sabía nada sobre jardines –dijo Mary–. En la India siempre hacía mucho calor oestaba enferma o cansada; aquí es diferente.<strong>El</strong> señor Craven se levantó y caminó despacio por la pieza.–Un pedazo de tierra –repitió él, y Mary pensó que sus palabras le habían recordadoalgo. Luego, al hablarle, sus negros ojos parecían suaves y cariñosos.–Puedes tener cuanta tierra quieras –le dijo–. Me recuerdas a alguien que amaba latierra y le maravillaba ver cómo crecían las plantas... Cuando encuentres un lugar quete guste, ¡tómalo, niña, y hazlo florecer!–¿Puedo usar cualquier lugar que nadie necesite?–Cualquiera –contestó–. Y ahora debes irte porque estoy cansado.50

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