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Libro El Jardin Secreto

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pasaba. Cerca del niño, dos conejos sentados olfateaban con narices trémulas. Daba laimpresión de que, poco a poco, se iban acercando para escuchar el curioso sonido de laflauta.Al ver a Mary, le habló con una voz tan suave como la misma flauta.–¡No se mueva! –le dijo–, o los asustará.Mary se quedó inmóvil. <strong>El</strong> dejó de tocar y se levantó calladamente, como si no semoviera. Entonces, la ardilla correteó hacia los matorrales, el faisán volvió la cabeza ylos conejos saltaron lejos, pero ninguno de los animales parecía asustado.–Soy Dickon –dijo el niño–. Y tú eres la señorita Mary. Me levanté despacio porque siel cuerpo se mueve rápido, los animales salvajes se asustan.<strong>El</strong> habló como si se conocieran de siempre; en cambio Mary, que no conocía otrosniños, por cortedad le habló rígidamente a pesar de que le habría encantado poderhablarle con naturalidad.–¿Recibiste la carta de Martha? –preguntó.–Por eso he venido –asintió moviendo su roja cabeza–. Aquí tengo las herramientas ytambién te traje un desplantador.–¿Podrías mostrarme las semillas? –pidió Mary.Al acercarse, ella notó que él olía a brezo fresco, a pasto y a hojas. A Mary le gustóy, al mirarlo de cerca, se olvidó de su cortedad de genio. Juntos se sentaron sobre eltronco y esparcieron los paquetes de semillas con los dibujos de las flores, mientrasDickon le explicaba los nombres y si eran fáciles de cultivar.–Las amapolas son preciosas y crecen con sólo silbarles.42

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