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Algo para recordar – por Ana María Shúa - Bama

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<strong>Algo</strong> <strong>para</strong> <strong>recordar</strong><strong>Ana</strong> <strong>María</strong> <strong>Shúa</strong>Recuerdo que ese año mis padres viajaron. Pesaj (Pascuas judías) coincidiócon Semana Santa. Decidí quedarme en casa de mi abuela. Recuerdo quehabía terminado quinto año sin esforzarme demasiado y me disponía a cursarel ingreso a Filosofía.Recuerdo que mi abuela, única exponente y practicante del judaísmo en mifamilia, estaba enferma, y juré ocuparme de ella. Solo <strong>por</strong> amor yo conteníami impaciencia ante sus nunca abandonados intentos de romper miarmadura juvenil de autosuficiencia y de llegar con su judaísmo a mi cabezay a mí corazón.Recuerdo que ese día en particular, víspera de Pesaj, toqué timbre y ellatardó mil años en abrir la puerta, y recuerdo que, extrañamente, no habíaolor a comida ni ruido de pre<strong>para</strong>tivos.Súbitamente, se dejó caer en su mecedora y rompió a llorar.Y llorando, y balbuceando, contó la razón de todo ese dolor, de toda esapena: sus fuerzas la abandonaban cuando más necesitaba de ellas.La movilización que mi abuela provocaba todos los años <strong>para</strong> Pesaj,constituía un tema de conversación histórico e inagotable <strong>para</strong> la familia y losvecinos.Recuerdo que el frenesí de la limpieza hacía presa de ella y que arremetíacon jabones, cepillos y cera contra sus escasos muebles, pisos y paredes.Quedaba exhausta, pero satisfecha.No éramos muchos a su mesa: mi tía Jélenka y su marido, que venían desdeCórdoba, donde se habían trasladado <strong>para</strong> que ella se repusiera de suenfermedad pulmonar, el vecino del piso de arriba, una pareja sola y muymayor, y la infaltable: yo. Mis padres rara vez aparecían y cuando el vecino omi tío cordobés comenzaban la lectura de la Hagadá, huían rápidamente.Jamás lográbamos terminar de comer todo lo que cocinaba y la vecinaitaliana y la <strong>por</strong>tera recibían con ecuménica alegría los restos de losbanquetes. Pero ese año, ni los ojos de mi abuela, ni sus manos, ni sus


-La comida de Iomtev (fiesta) es otra cosa. Idishkait (judaísmo) es otra cosay eso no tenés. No es a bísale de esto y a bísale de la otro y ya está.Recuerdo que yo pensé en mi pelo pegoteado, en mi cara sudada, en la ropaimpregnada de olor a “strucha” y boga, en la harina de matze derramada enmis medias...Lo más im<strong>por</strong>tante era bañarme y terminar con esa historia.Pero recuerdo que tragándome la bronca y las lágrimas de frustración yagotamiento, levanté la nariz con orgullo...- Mirá abuela, <strong>para</strong> mí lo más im<strong>por</strong>tante es hacer las cosas bien.- ¿Viste? ¿Viste?. Primero hay que querer el seder y después cocinar conamor...Recuerdo que celebramos un seder... algo sui géneris.Mi abuela debió conformarse con relatar ella misma trozos de la antiguahistoria, rememorando otros días, otra familia, otros Pesaj, insistiendo una yotra vez con el significado de los alimentos que estaban en el gran plato, enel centro de la mesa.Mi abuela murió y me convertí <strong>por</strong> largo tiempo, en un alma en pena.Recuerdo que aquel semi-frustrado seder fue <strong>para</strong> mí el último <strong>por</strong> variosaños. Orgullosamente, no acepté invitaciones <strong>para</strong> Pesaj. No quería ser unamás en la lista de “los que no tienen adónde ir”.Recuerdo días en los que permanecí horas sentada a oscuras en el comedorde la casa de mi abuela, masticando matze y recuerdos...Recuerdo el último Pesaj antes de que se vendiera su departamento.Recuerdo y recuerdo...que el tiempo pasó y pasó... y que cada año, cadaPesaj, dejé atrás algún Egipto personal al borde del camino...¿Quién no?Recuerdo que un día de Abril de un otoño dorado y hermoso, volvió mi hijodos años de su jardín de infantes, y mirándome a los ojos me dijo:- Mami, yo sé <strong>por</strong> qué los iehudim salimos de Egipto...Recuerdo que lo besé, tomé su manito y le dije:- Acompañame, salgamos juntos del limbo, salgamos de este Egiptotambién...


Recuerdo que tomamos el colectivo, y en la calle Ecuador, bolsas y listas enla mano, compramos en los mismos envejecidos negocios, todo lo necesario,kósher le Pesaj, y que cargados como mulas, regresamos a casa <strong>para</strong> poneruna mesa hermosa.Recuerdo que otro año, <strong>para</strong> Pesaj, con un nuevo hijo en brazos, mi amigoBeny me regaló una Hagadá con una dedicatoria que hablaba de bienveniday afecto...Y recuerdo todas las veces que en mis manos y mi pelo olieron durantevarios días, a pesar de los frenéticos lavados, a guefilte fish (pescadorelleno), a latkes, a kneidalaj, a caldo de pollo...Recuerdo y recuerdo cómo brilló mi casa, y recuerdo a mi madre y a missuegros y a mis cuñados y a mis sobrinas y a mis amigos y “a los que notenían adónde ir”, sentados alrededor de mi mesa de Pesaj, junto a mí, a mímarido, y a mis tres hijos...Y recuerdo la cara de asombro de mi madre, diciéndome, con el tenedor enalto:- Parece mentira, el taam (sabor) de tu comida es el mismo que...¿Recordás? ¡Sos una gran ama de casa!Recuerdo que imaginé o soñé, que <strong>por</strong> alguna de esas mágicas y rarasalquimias mis manos habían aprendido, sin saberlo, recetas antiguas eignoradas....Y <strong>por</strong> fin, en paz y con una leve sonrisa, salí de Egipto.Recuerdo que miré en torno de mi mesa de Pesaj un día de Abril de esteotoño dorado y hermoso, y las viejas palabras vinieron a mí:- ¿Idishkait? Sí, y mucho amor.- Tenías razón, abuela. Es la única receta posible.A guitn Pesaj!

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