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Corriente Comunista Internacional

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24 R evista I nternacional N o 151hombres, por qué entonces inventarhistorias tan increíbles? Si se lee laBiblia, la Génesis nos ofrece unajustificación perfectamente lógicapara el predominio de los hombres:¡Dios los creó primero! Cada uno eslibre de tragarse semejante idea, quecada cual puede ver refutada en todomomento, según la cual la mujer saliódel cuerpo del hombre. ¿Por quépues inventar un mito que no soloafirma que las mujeres tuvieron antañoel poder, sino que exige ademásque los hombres sigan cumpliendotodos los ritos asociados a ese hechohasta el punto de imaginar unamenstruación masculina? Ésta, certificadaen el mundo entero en lospueblos cazadores-recolectores confuerte predominio masculino, consistepara los hombres, en ciertosritos importantes, en hacer corrersu propia sangre lacerándose losmiembros y especialmente el pene,imitando así la menstruación.Si esta clase de rito estuviera limitadaa un pueblo, o a un grupode pueblos, quizá se podría admitirque sólo se trataba de una invenciónfortuita e “irracional”. Pero cuandoestá extendido por el mundo entero,por todos los continentes, nos vemosentonces obligados, si queremos seguirsiendo fieles al materialismohistórico, a buscarle los determinantessociales.En cualquier caso, nos parecenecesario, desde un punto de vistamaterialista, tomarse en serio losmitos y los ritos que estructuran lasociedad como fuentes de conocimientode ésta, lo que no hace Darmangeat.Los orígenes de la opresiónde las mujeresSi resumimos el pensamiento deDarmangeat, llegamos a esto: en elorigen de la opresión de las mujeres,hay una división sexual de trabajoque concede sistemáticamente a loshombres el manejo de las armas y lacaza mayor. A pesar de todo el interésde su obra, nos parece que dejados cuestiones sin tocar.Parece bastante evidente que conla aparición de la sociedad de clases,basada necesariamente en la explotacióny, por consiguiente en la opresión,el monopolio del manejo de lasarmas es una razón casi suficientepara garantizar el predomino de loshombres (al menos a largo plazo,siendo el proceso global sin la menorduda más complejo). Del mismomodo, parece a priori razonable suponerque el monopolio de las armashaya desempeñado un papel en laaparición de un predominio masculinocontemporáneo, con la emergenciaprevia de desigualdades a la sociedadde clases propiamente dicha.Por el contrario, y ésta es nuestraprimera pregunta, Darmangeates mucho menos claro para explicarpor qué la división sexual del trabajodebía otorgar ese papel a los hombres,puesto que él mismo nos diceque “las razones fisiológicas (...) noparecen suficientes para explicarpor qué se excluyó a las mujeres dela caza” (p. 315). Darmangeat tampoconos aclara cuando explica porqué se le daría a la caza y a la comidapor ella proporcionada un prestigiomayor que a los productos de larecolección o de la horticultura, enparticular allí donde la recolecciónproporcionaba la parte fundamentalde los recursos sociales.Más básicamente aún, ¿de dóndeviene la primera división del trabajo,y por qué se haría sobre una basesexual? Aquí, Darmangeat se pierdeen conjeturas: “Es permitido pensarque la especialización, incluso embrionaria,permitió a la especie humanaadquirir una eficacia mayorque la adquirida si cada uno de susmiembros hubiera seguido dedicándoseindiferentemente a todas lasactividades (...) También se puedepensar que esta especialización actuóen el mismo sentido reforzandolos lazos sociales en general, y enel grupo familiar en particular” (9) .¡Claro que “se puede pensar”! ¿Perono es eso precisamente lo que másbien sería necesario demostrar?En cuanto a saber “por qué la divisióndel trabajo se realizó segúnel criterio del sexo”, para Darmangeat,eso “no parece plantear dificultades.Parece bastante evidenteque, para los miembros de las sociedadesprehistóricas, la diferenciaentre hombres y mujeres era laprimera que saltaba a la vista” (10) .Se puede oponer que si la diferenciasexual debía evidentemente “saltar ala vista” de los primeros hombres,no por ello la convierte en una condiciónsuficiente para la apariciónde una división sexual del trabajo.Las sociedades primitivas abundanen clasificaciones, en particular lasque se basan en los tótems. ¿Por quéla división del trabajo no se basaríaen el totemismo? Pura elucubración,obviamente, pero ni más ni menosque la hipótesis de Darmangeat.Más seriamente, Darmangeat nohace ninguna mención de otra dife-9) Darmangeat, 2 a edición, pp. 214-215.10) Idem, p. 318.rencia muy visible y que es por todaspartes de la mayor importanciaen las sociedades arcaicas: la edad.Finalmente, el libro de Darmangeat–a pesar de su título un pocosensacionalista– no nos aclara mucho.La opresión de la mujer sebasa en la división sexual del trabajo,de acuerdo. ¿Pero esta divisiónde dónde viene? “Aunque en lascondiciones actuales de los conocimientosestemos limitados a simpleshipótesis, se puede suponer que sonalgunas dificultades biológicas, probablementevinculadas al embarazoy a la lactancia, lo que proporcionóen tiempos desconocidos el substratofisiológico de la división sexualdel trabajo y la exclusión de las mujeresde la caza” (11) .De la genética a la culturaAl final de su argumentación, Darmangeatnos deja con la siguienteconclusión: en el origen de la opresiónde las mujeres está la divisiónsexual del trabajo y esta divisiónfue, a pesar de todo, un formidableprogreso en la productividad laboralcuyos orígenes se pierden en un pasadoremoto e inaccesible.Y es así como el autor intenta seguirfiel al marco marxista. ¿Pero noplanteó el problema al revés? Si seobserva el comportamiento de losprimates más próximos al hombre,y especialmente de los chimpancés,son los machos quienes cazan –dadoque las hembras están demasiadoocupadas en alimentar y cuidar asus crías (y a protegerlas de los machos:no olvidemos que los primatesmasculinos practican muy a menudoel infanticidio de la progenitura deotros machos para que las madresestén disponibles para su propia reproducción).De modo que la “divisióndel trabajo” entre los machosque cazan y las hembras que no cazanno tiene nada de específicamentehumano. El problema –lo que esnecesario explicar– no consiste ensaber por qué son los machos losque cazan en el Homo sapiens, sinomás bien saber por qué compartensistemáticamente los frutos de lacaza. Lo más sorprendente, cuandose compara Homo sapiens con susparientes primates, es el conjuntode normas y tabúes a menudo muyestrictos, y que se pueden observardesde los ardientes desiertos austra-11) Idem, p. 322. Darmangeat resalta el ejemplode algunas sociedades indias de Norteaméricadonde, en circunstancias particulares,las mujeres “sabían hacerlo todo; controlabantoda la gama de las actividades femeninascomo de las masculinas” (p. 314).

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