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HUGO CHÁVEZ FRÍAS 23Batallón fue a prisión, los oficiales y los soldados,todos presos. Varios meses después estaba enYare y llega un funcionario de la ContraloríaGeneral de la República, para que yo firmarael acta de entrega. Porque al Batallón lo habíaneliminado. Yo no me iba a negar, por supuesto,porque era una responsabilidad administrativa.Así que le di la bienvenida al funcionario queenviaron.Pero me pongo a revisar el acta y había una seriede observaciones. Una decía que yo tenía unadeuda de no sé cuántos millones de bolívares poralimentación, hasta el mes de junio de ese año ’92.Yo le decía a aquel caballero: “¿De dónde sacanustedes esto?” “¿Cómo es posible que me esténachacando a mí esta deuda desde el mes de febrerohasta el mes de junio, si mi batallón salióa la rebelión y no volvió?” “¿Dónde comió esagente?” “¿Cómo voy a pagar yo?” “Yo estoy presodesde aquella fecha”. Claro, si yo no hubierarevisado, hubiera firmado. Mire, me clavan la estaca.Luego le dije: “No, yo no voy a firmar eso”.Menos mal que uno de los compañeros de la rebelión,el sargento Freites, es contable y me ayudóa revisar el acta. Yo le dije: “Déjeme el acta”.“No yo no puedo dejársela”. Bueno, “entoncesvenga mañana”.Volvió al otro día y seguimos revisando. Encontramosotras cosas, que si yo no hubiese revisado,o no hubiese tenido ahí a Freites, a lomejor firmo el asunto y me hubiese metido unautogol, porque hubiese estado reconociendodeudas. A lo mejor sacan por la prensa al otrodía: “Vean al comandante Chávez, que habla dela moral y la revolución, miren, dejó una deuda,no pagó la alimentación, se cogió unos millonesde bolívares”. Recuerdo que había también unasdeudas en la cantina de tropas. Un teniente erael cantinero y fueron a revisar. Me dijeron querevisaron hasta las botellas, botella por botella,a ver si estaban completas las botellas vacías delos refrescos, las facturas. Fueron a todas las casascomerciales, como debe ser, revisando hastael mínimo detalle y entonces faltaba un dineroen la cantina.Yo le dije, bueno vayan a buscar allá al tenienteque está preso en el San Carlos, que élme mande los recaudos. El teniente no podíasalir de la cárcel, pero dio indicaciones sobreun cuaderno que él tenía en un maletín, en suhabitación, y en ese cuaderno estaban unas facturasque él no tuvo tiempo de consolidar. Resultaque ese fin de semana hubo cantina, hubosoldados, hubo visita de familias, tomaron refrescos,hubo compras, hubo ventas y el lunesél amaneció alza’o ¿Qué iba a tener tiempo deestar consolidando facturas y registrando elcuaderno? El lunes andaba con su pelotón demorteros, alzado en armas. Sin embargo, aparecieronlas facturas y se consolidó todo y quedótodito claro. Eso se llama descargo.“Esperola’o”Yo vine a comprar casa cuando era mayor, y eso,porque tenía un jefe de buen sentido humano. Trabajábamosen el Palacio Blanco. Un día íbamosa una conferencia en Maracay, y me dijo: “Mira,Chávez, tú hablas como un hermano mío, pero esun comunista. Es médico y ese nos dejó hasta lafamilia y se fue con los indios de Amazonas y nadielo sacó de allá. Se llama Gilberto”. Después yoconocí a Gilberto Rodríguez Ochoa, que en pazdescanse. Era un hombre extraordinario, comopocos he conocido, humilde, desprendido de todo.Yo tenía confianza y le dije al general: “Mehonra que usted me compare con ese hermanosuyo, algún día espero conocerlo”. “¿Qué escomunista?, ¿qué es el comunismo, mi general?¿Usted cree que es malo?” “Ay, Chávez, no te metasen esos temas, no te metas para lo hondo”,me decía. “Ten cuidado que te andan cazando yno eres venado. Te andan cazando porque hablasmucho”. “¿Cómo vas a preguntar qué es el comunismo,si yo soy un general?, ¿te das cuenta?”Él me preguntó un día: “Chávez, ¿dónde tú tienesa la negra y los muchachos?” “Están en Barinas”.“¿Dónde tú tienes casa?” “Yo no tengo casa,mi general” “¿Tú eres mayor y no tienes casa? “Notengo”. Un día vio el carro mío. Íbamos bajando aun acto no sé dónde y el carro mío era un catanareque tenía la lata toda carcomida, los cauchos lisos.Me la pasaba echándole flit para que un zancudono picara un caucho, porque explotaba. A vecesandaba sin caucho de repuesto, porque lo poquitoque me quedaba, si es que quedaba alguito, unbolivita, uno lo ponía para la causa. El Movimientotenía algunos gastos, papeles, reuniones, viajesque no estaban en la agenda. Además, el sueldode un oficial siempre ha sido modesto. Entoncesveníamos bajando de un acto, uniforme y corbatay el carrito mío estaba parado junto al suyo, uncarro negro grande de esos protocolares, porqueera el puesto asignado al ayudante.Y él me dice: “Chávez, coordina, chico, averiguade quién es ese carro, con mucho cuidado,tú sabes, por respeto al ser humano. Tú ledices que ponga ese carro allá atrás o en otrolugar, porque mira ese carro chico, cómo está“esperola’o” ahí en todo el frente del Palacio deGobierno, tú sabes”. Entonces, yo le digo: “Sí,mi general, permiso para quedarme. Permítameno ir al acto”. “¿Por qué?, si estamos en la hora,vámonos móntate”. “No, no, es que ese es micarro”. Aquel buen hombre cambió de colores.“Bueno, siéntate chico, vámonos”. “Y, ¿cómo esque tú tienes un carro así, Chávez”. “Bueno, migeneral, yo no tengo dinero”. “Tengo una mujer ytres muchachos y mi esposa no trabaja, tiene lostres muchachos allá cuidándolos desde que nacieron”.Entonces él se empeñó en que yo comprarauna casa, y tuviera a la familia más cerca.Un día me dijo: “Tú convertiste esto en una oficinade atención de los pobres, Chávez”. Pero en elfondo él compartía aquello.EnguayabadoYo no estoy en contra de la cerveza. Nunca megustó el licor, pero bueno, uno iba a un lugar yse tomaba una cerveza, dos cervezas, un traguito,sobre todo uno que andaba en la conspiración. Elcoronel Hugo Trejo, mi general Trejo —lo ascendióla Revolución—, me enseñó mucho a conspirar,me enseñó a ser soldado patriota. Ya yo loera, pero él me amasó, ayudó en amasarme. Tuvela dicha de conocerlo cuando yo era muy joven,subteniente. Me le paré firme una vez y pasé a formarparte de su ejército. Una vez me dijo: “Mira,Hugo, con los militares no vas a poder evitarlo ysi lo evitaras sería sospechoso. Así que tienes queactuar como la mayoría”. Fiestas, sobre todo enesa época. Cada vez que había un cambio de jefe,una parranda, whisky, música, un gasto. Y eso seacabó. La orden es, eso se acabó.La otra entrega de mando la hice en El Pao,de campaña, quemándonos por el sol, con la tropaal frente. Y para qué fiesta pues, qué es eso.Ah, esas son las viejas costumbres, ¿ves? RómuloBetancourt decía que “a los militares habíaque tenerlos contentos con caña, cobre y la otrac”, esa que no se puede nombrar. Y a la FuerzaArmada la pudrieron. Gracias a Dios mantuvociertos espacios, como la patria toda los mantuvosiempre sanos, que fueron capaces de brotar deentre el excremento y dar la batalla junto al pueblo,como la estamos dando.Entonces el coronel Trejo decía: “Hugo, tútienes que ir campaneando, y ponle cuidado.Oficial que no beba es sospechoso, porque esepuede andar esperando, te puede andar cazando,puede ser de inteligencia, pues, y anda haciendoalguna tarea. Y el que beba mucho y serasque, cuidado, porque ese si lo metes a la revoluciónva a empezar a hablar, va a delatar y,además, bueno, moralmente es un borracho”.Bueno, entonces la cerveza. Yo no soy contrarioa eso, yo no soy musulmán pues, peropara qué cerveza, ¿verdad? Pregúntense ustedes.¿Para qué caña? El que esté despechado, bueno,un clavo saca otro clavo, compadre. “No, que estoydespechado”. Hay gente que toma eso comoexcusa y se la pasan es despechados. “Estoy enguayabado”.Después inventaron el doble guayabo,eso es peor. Imagínate tú, guayabo negro,ese es otro que así lo llaman.Flamijoquer¿No voy a conocer yo al “Búfalo” o a BriceñoAraujo? Briceño Araujo era capitán de mi batallóny recuerdo que pocos días antes del 4 de

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