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la-revolucion-de-los-cuidados

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El barrio había cambiado mucho. La señora Carmen casi nolo reconocía. Y no era cuestión <strong>de</strong> que su cabeza estuvieraequivocada, era <strong>la</strong> realidad. Ahora había muchas tiendas, localesnuevos y gente joven con peinados raros. ¡Hasta <strong>los</strong> perroshabían cambiado!Pero lo que <strong>la</strong>s tenía locas <strong>de</strong> contentas era una creperíaque habían puesto en un local muy pequeño. Altagracia convencióa <strong>la</strong> señora Carmen y se sentaron a tomar un té con uncrepe <strong>de</strong> manzana.Y así fue. Así día tras día. Entre dulcesy aromas <strong>de</strong> cane<strong>la</strong>, <strong>la</strong> señora Carmense animaba. Las salidas le habían dadoun poco <strong>de</strong> color a su cara. Sus ojosveían mucho más que por <strong>la</strong> ventana. Y<strong>de</strong>l paseo, sus siestas eran más intensasy reparadoras.Pero no todo lo bueno dura mucho. Al menos, eso suelen<strong>de</strong>cir por ahí, y eso pensó Altagracia en algún momento <strong>de</strong>aquel día tan triste, cuando ocurrió lo que ocurrió.Era <strong>de</strong> mañana, Altagracia se movía <strong>de</strong> habitación enhabitación con su minica<strong>de</strong>na musical. Le divertía escucharmúsica mientras trabajaba, pero como a <strong>la</strong> señora Carmen no,<strong>la</strong> mejor solución para que <strong>la</strong>s dos pudieran estar contentas,era ir con el aparatejo <strong>de</strong> cuarto en cuarto, darle al p<strong>la</strong>y y cerrar<strong>la</strong> puerta.32

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