la-revolucion-de-los-cuidados
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Hasta que llegó. De lejos vio el cartel <strong>de</strong>corado <strong>de</strong> <strong>la</strong> creperíay el olor <strong>de</strong>l dulce <strong>la</strong> tranquilizó un poco.Altagracia pensó que lo mejor era que <strong>la</strong> señora Carmen no<strong>la</strong> viera tan alterada así que, unos pasos antes y en un escaparate,se arregló <strong>la</strong> cara y <strong>la</strong> ropa y respiró bien fuerte para queno le cayeran tantas lágrimas.Entró. El dueño ya <strong>la</strong> conocía y <strong>la</strong> saludó con una sonrisa.Aunque el local era pequeño, <strong>los</strong> pasos que llevaron a Altagracia<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> entrada hasta <strong>la</strong> barra fueron infinitos. Eserecorrido se le hizo más <strong>la</strong>rgo que todo el camino <strong>de</strong>l piso a<strong>la</strong> crepería. Porque el local estaba vacío, no había nadie en <strong>la</strong>smesas ni en el baño.La señora Carmen tampoco estaba allí.34