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– ¡Vaya con el Marqués de Muni! Corona... León... Castillo... y Toisón de oro. Esto,
más que un hombre, es el propio escudo de España...
y nada menos, que otros tantos retratos y
caricaturas de personajes conocidos o populares
de la sociedad teldense de los años
cuarenta, cincuenta y sesenta.
Hoy como ayer nos sigue llamando la
atención el interés de Arencibia Gil por
dejar constancia de las características faciales,
pero también psicológicas, de sus
paisanos coetáneos. El mismo artista, que
llevó magistralmente al papel la belleza
y nobleza de la dama habanera doña Encarnación
Rodríguez, esposa del Doctor
teldense don Tomás López Brito, traza
hábilmente, a lápiz, a bolígrafo o a tinta
china, los rostros del humilde aguador,
del emprendedor mecánico o del docto
farmacéutico, por nombrar sólo algunos
personajes de su amplia galería de retratos
caricaturescos. No todos, por cierto,
constituyen patrimonio del Museo leonista,
pues son varios los particulares que poseen
sus originales, tal es el caso de don
Antonio Lorenzo Guedes y Pérez de
Azofra, que guarda la caricatura grotesca
que Arencibia realizara a su padre, don
Antonio Guedes Santos, comerciante de
Los Llanos, o la de don Laureano Betancor,
comerciante y político teldense que la
protege del paso del tiempo, como si de
una reliquia se tratara.
Ya en el año 2004, durante los meses
de mayo y junio, la Casa-Museo teldense
presentó una exposición producida por la
Biblioteca-Archivo Víctor Balaguer de Cataluña
(1). Aunque dedicada por entero a
la crítica política de la Restauración Borbónica,
fue sorprendente cómo acaparó
el interés del público, especialmente de
los más jóvenes, que veía en esa forma de
expresión artística un acertado método de
comunicación visual.
Pero antes de aportar más datos e iniciar
los comentarios que acompañan a las
obras en cuestión, es menester detenernos
brevemente en una explicación, más
o menos somera, sobre el tan denostado
por unos como apreciado por otros arte de
la caricatura. Para ello atrasemos nuestro
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particular reloj del tiempo hasta los siglos
conocidos bajo el epígrafe de los Imperios
Egipcios. J. Enrique Peláez Maragón, en
su Historia de la Caricatura (2) reseña: “todos
los autores que se han encargado de estudiar
el tema, coinciden en remontar sus orígenes
hasta las culturas Mesopotámicas, Precolombinas,
Egipcias…; así Gaya Nuño señala por
lo que se refi ere a Egipto que en diferentes
papiros como el del British Museum, el de el
Museo Arqueológico del Cairo o el Museo de
Egiptología de Turín (todos pertenecientes a
la XX dinastía), aparecen representados varios
animales como el asno, el león, el cocodrilo
o el mono, tocando instrumentos dentro
de un lujoso ambiente […].
Otro de los períodos donde más fl orecerá
la caricatura del Antiguo Egipto, es en el
de la XVII dinastía, fundamentalmente en el
período Amarniense, momentos en los que
tras la reforma de Amenofi s IV (Akenaton) se
produce una fuerte crítica a toda su política
de cambios, en este sentido son famosos los
“graffi ti” encontrados en las antiguas murallas
de Tebas representado muchas veces
soez a Nefertiti y a Akenaton.”
Los griegos y romanos no dejaron a un
lado esta forma cómica de representar a lo
más destacado de su sociedad. Aristóteles
lo considera un arte de escasísimo interés,
aunque su discípulo Teofrasto lo ve como
algo cómico y positivo.
El propio Aristóteles cita a un tal Posón,
califi cándolo de pintor malévolo. Aristófanes
se refi ere al mismo artista cuando deja
escrito “no volverá a ser juguete del infame
Posón”. El eximio Luciano en su obra “El
Elogio de Demóstenes”, también lo menciona.
Tanto Dionisio de Prusa, como Plutarco,
Plinio y Cicerón reivindican en diferente
grado el valor moral de la risa y de la
sátira de costumbres.
En el siglo III d. C. se llegan a términos
de blasfemia cuando se reproduce un
“Asno Crucifi cado” en la Domus Genotiana,
seguido de la siguiente frase: “Alexamenos
adora a Dios”.
La caricatura es tachada por muchos de
perversión del arte, aunque para otros muchos
era una forma más de expresar sentimientos
o pensamientos y, por lo tanto,
debería ser considerada como una forma
legítima de creación y expresión.
Tanto en la Edad Media como en el
Renacimiento surgen numerosos caricaturistas.
Desde Leonardo hasta Brueghel el
Viejo, pasando por El Bosco, Durero, Lucas
Granach o Holbein el Joven, todos fueron
célebres caricaturistas; aunque tal vez
sea Carracci quien haga más hincapié en el
tema grotesco.
Algo más tarde, Tiépolo y Jaques Callot,
acompañados de Stefano Della Bella,
Cornelius Dusart, y hasta el propio Bernini,
utilizarán la caricatura para la sátira política
y la mordaz humillación de los más encumbrados
cardenales de la Iglesia Católica.
Durante el siglo XVIII destacará Francis
Grose, que será el primero que intentará
codifi car toda una serie de reglas de cómo
tiene que ser o debe ser la caricatura: “Rules
for Drawing Caricatures”. En 1743 Arthur
Pond publicará en Inglaterra una colección
de caricaturas europeas. En 1792 será
el francés Boyer De Nimês quien recopilará
una serie importante de imágenes satíricas y
grotescas sobre la sociedad francesa de su
tiempo. La fi gura de Hogart, gran observador
de la vida social, así como Rowlandson
y Gillray en Inglaterra, harán uso de este
medio artístico para realizar la mayor de las
críticas contra el corso Napoleón.
En pleno siglo XIX, Boilly, Debocourt
y Grukshank van a ser considerados como
los mejores caricaturistas franceses. Otras
naciones, como Suiza, Alemania, Austria-
Hungría y Rusia, conocerán a lo largo de
todo este siglo una gran proliferación de
caricaturas que harán las delicias de los lectores
de panfl etos y rotativos de carácter
sociopolítico.
No son pocos los historiadores del Arte
que han querido ver en los Caprichos y Disparates
de Francisco de Goya y Lucientes
verdaderas muestras del Arte Burlesco,
conocido hasta entonces como “caricaturas”.
También en la España contemporánea
al genio de Fuendetodos, concretamente
entre los años 1808 y 1912, circulan por
doquier las famosas “Hojas Sueltas”, en las
que se critica la invasión napoleónica y el
reinado de José Bonaparte, llamado sagazmente
“el rey Pepino” en cantares populares
que decían así: “el rey Pepino se ha
llevado dos botellas para hacer el camino”,
“dicen del rey Pepino que desea cambiar la
capital de Madrid a Valladolid por los buenos
caldos que hay por allí”, “el rey Botella
tiene mala estrella”. El Arlequín de Europa,
La salida del rey ambulante y su legión devota,
Napoleón trabajando para la regeneración
de España, Napoleón y Godoy, Fiesta de
toros en España o matador corzo en peligro:
todas ellas notables caricaturas estudiadas
en la obra de Gómez Imaz.