El Arte de Mirar GUSTAVE COURBET El taller del artista. Alegoría real que resume siete años de mi vida artística (y moral) (Museo de Orsay, París, 1854-1855) «El taller del artista. Alegoría real que resume siete años de mi vida artística (y moral)», óleo sobre tela, 1854-1855,539 x 598 cm., Museo de Orsay, París. En la tela que el pintor expuso en 1855 en el Pabellón del Realismo, aparecen los personajes y los hechos que marcaron su vida durante los siete años que transcurrieron entre la Revolución de 1848 y el final de la Segunda República. “Es bastante enigmático –escribió el mismo artista– obligará a los espectadores a adivinar”. POR SANDRA ACCATINO AL CENTRO DE LA PINTURA, a escala real, Gustave Courbet (1819-1877) aparece sentado y de perfil, con el brazo derecho extendido, pintando un paisaje. A su lado, lo observan un niño con suecos y una modelo desnuda, con sus ropas en el suelo. Un gato blanco extiende, en un juego especular con la pose del artista, su pata hacia una pelota o un cascabel. Quizás porque esta es la zona más iluminada de la pintura, el pintor Eugène Delacroix escribió en su «Diario» que, en ese espacio de clausura que es el taller, el cielo azul pintado en el lienzo aparecía extrañamente como lo más real. Más allá de la tela, hacia los lados, los personajes pierden su consistencia y nitidez, como si habitaran antes una dimensión del pensamiento que la realidad. Aunque están ahí, Courbet parece no verlos. En una carta de 1854, el artista le escribió al crítico y novelista Jules Champfleury que los veintisiete personajes ubicados en ambos extremos de la pintura representan al “mundo, que viene a mí para ser pintado”. A la derecha están “los amigos, los trabajadores, los aficionados al mundo del arte… personas que me sirven en mi idea, que participan en mi acción”. En ese grupo, Courbet incluyó al mismo Champfleury, a su amigo y comitente Alfred Bruyas, al filósofo Pierre-Joseph Proudhon, a otros amigos socialistas y al poeta Charles Baudelaire ensimismado en la lectura, en el margen derecho del cuadro. A la izquierda, en cambio, representó a “los otros, los que llevan una existencia banal, el pueblo, la miseria, la riqueza, los explotados, los explotadores, las personas que viven de la muerte”. Hay un hebreo, un comerciante de telas, un sacerdote, un payaso, un jugador, trabajadores, una mendiga. En el suelo, una calavera sobre un diario, una referencia a una frase de Proudhon –“los periódicos son cementerios de ideas”– y también una daga, un sombrero con pluma y una mandolina, vestigios del arte romántico, tan irreal como el arte fomentado por la Academia de Bellas Artes, representado por el maniquí en pose de martirio. <strong>La</strong> Academia, que participó en 1855 en la gran Exposición Universal de París, rechazó exponer en el Palacio de Bellas Artes «El atelier del artista» y el «Entierro en Ornans», otra pintura de grandes dimensiones que el artista había pintado unos años antes. Courbet instaló entonces, frente al palacio, el Pabellón del Realismo, una tienda en la que expuso éstas y otras telas. Muchas de las pinturas expuestas eran autorretratos, tal como el mismo Courbet reconoció en la breve declaración que entregaba a los visitantes, tras el pago de la entrada: “Quise simplemente alcanzar el perfecto conocimiento de la tradición y el sentimiento razonado e independiente de mi individualidad”, escribió. Su esfuerzo, sin embargo, pasó casi inadvertido. A pesar de haber rebajado el valor del ingreso, el pabellón no tuvo el impacto en las críticas y en las ventas que el pintor esperaba. Desdeñado hasta por los caricaturistas y arrumbado en una bodega, «El taller del artista», que nació como un manifiesto del Realismo, acabó –antes de convertirse en 1920 en una pieza de museo– como telón de fondo en un teatro de aficionados. SANDRA ACCATINO es académica del departamento de Arte de la Universidad Alberto Hurtado. Ha publicado diversos capítulos de libros, artículos y ensayos sobre pintura europea, arte de la memoria, coleccionismo y artistas chilenos contemporáneos.