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ien recio, se dijo afortunado por haber elegido, de entre tantas noches, la anterior<br />
para irse de borracho. De haber estado allí tumbado en el camión, junto a la Chule,<br />
como todas las noches, seguro que también se los jodían. Al cabo se desdobló la<br />
tarde y Gabriel echó a andar entre los charcos hasta dar con un lugar para pasar la<br />
noche. Se trataba de un cuartucho amedrentado por un olor rancio y a sudores a<br />
donde iban a parar las pocas moscas sobrevivientes del verano. Mal que bien, se<br />
acomodó entre dos parduzcos bultos que yacían en mitad del suelo. Tras él ya sólo<br />
un inquilino perturbó la noche, pagó la cuota y fue a tumbarse muy cerca del<br />
hombre al que venía siguiendo, desde hace un rato, con disimulo.<br />
-Sácate el escapulario pendejo, ´onde hables te ensarto… - le dijo en un susurro.<br />
Y cuando Gabriel sintió aquella cuchilla hurgándole el pellejo de la espalda, los<br />
riñones tremebundos, supo que no podría acostumbrarse a aquello. Podía, era<br />
cierto, soportar la añoranza de la Chule, la misma tosca pesadilla del carguero y<br />
l‘hambre aperrándose en las tripas pero no aquello.<br />
Aquello nunca sería soportable, abrió la boca y nada, el miedo lo había adormecido.<br />
Pasó un instante y luego otro, una sensación vaga y agradable, tibia, lo recorrió de<br />
pronto parecida, extrañamente, a un abrazo de la Chule, al sabor de un buen<br />
almuerzo y a sudar bajo las lumbres de la tarde. Entonces se sintió feliz, feliz por no<br />
tener que ser, una vez más, un hombre que se muere. -Conque eso era la vida.-<br />
-Siquiera- se dijo -no vuelvo yo a pasar por esta hambre.-<br />
Mientras tanto, allá en Platanares, una mujer rezaba ennegrecida para que su<br />
Gabriel no sufriera de las hambres. Y no lo hizo. ~<br />
FIN<br />
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