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Beatriz y los cuerpos celestes - Lucia Etxebarria (Premio Nadal 1998)

Novela ganadora del Premio Nadal en 1998, de la escritora Lucia Etxeberria, también ganadora del Premio Planeta.

Novela ganadora del Premio Nadal en 1998, de la escritora Lucia Etxeberria, también ganadora del Premio Planeta.

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Durante estos cuatro años no he mantenido contacto alguno con Mónica. Y no<br />

porque yo no lo intentara. Fue ella la que se mantuvo apartada, quién sabe por qué.<br />

Pero lo cierto es que durante todo este tiempo ella no ha dejado de habitar mi<br />

recuerdo, ha estado alojada en mi cabeza como la obsesión que siempre fue. Y<br />

siempre pensé que al volver la buscaría, que intentaría como fuera volver a verla.<br />

Al principio de llegar a Edimburgo la imagen de Mónica me perseguía,<br />

implacable, allá donde yo fuera. Todas las chicas de la calle se parecían, por milagro,<br />

a ella, y <strong>los</strong> rasgos de Mónica se superponían a aquel<strong>los</strong> rasgos desconocidos,<br />

convirtiendo en Mónica a cualquiera, a la cajera del supermercado, a la dependienta<br />

de Boots, a aquella chica morena que se sentó a mi lado en la biblioteca. No pretendía<br />

comprender todas las implicaciones de tal portentosa ubicuidad del objeto de mi<br />

amor. Sabía perfectamente que aquél era uno de <strong>los</strong> síntomas más claros del síndrome<br />

de la nostalgia. Pero no quería tenerla a mi lado a cada momento si había llegado allí<br />

exclusivamente para olvidarla, así que hacía ímprobos (e inútiles) esfuerzos por<br />

desterrar su imagen de mi imaginación.<br />

Lo curioso es que fueron transcurriendo <strong>los</strong> días, las semanas y <strong>los</strong> meses y ella<br />

dejó de aparecerse a destiempo como una virgen milagrosa, y entonces fue cuando<br />

comencé a echarla de menos y a concentrarme en hacerla volver. Si veía a otra chica<br />

que me la recordaba, no intentaba ponerme a pensar rápidamente en cualquier otra<br />

cosa, sino que me esforzaba conscientemente por intensificar el parecido en mi<br />

imaginación. Evocaba sus rasgos con una mezcla agridulce de nostalgia y despecho y<br />

no podía evitar conmoverme cuando, por fin, conseguía tener ante mis ojos el perfil<br />

exacto de su rostro.<br />

Pero cada vez se me hacía más y más difícil recordarla. Al fin y al cabo, había<br />

pasado dos años sin verla y sin tener noticias suyas. El espacio de mi cerebro había<br />

sido ocupado por otras preocupaciones más urgentes que acabaron por arrinconar la<br />

imagen de Mónica, perdida en un embrollado marasmo de recuerdos inútiles<br />

amontonados sin orden ni concierto en el fondo de mi cabeza.<br />

A veces, cuando Caitlin se marchaba a trabajar, sola en casa de Cat, me<br />

concentraba en concederle a Mónica un espacio propio en el territorio de mi<br />

memoria. Me tumbaba en la cama, cerraba <strong>los</strong> ojos e intentaba vaciar mi mente,<br />

dejarla ajena a todo lo que no fuera su recuerdo. Pensaba en reunirme con ella de la<br />

única manera que sabía, en hacer el amor con ella de la única forma que podía. En la<br />

imaginación. Y trataba de recomponer su imagen. Intentaba primero definir <strong>los</strong><br />

elementos (<strong>los</strong> ojos negros, <strong>los</strong> rizos rebeldes y atezados, la sonrisa que haría<br />

parpadear a una esfinge), para reagrupar<strong>los</strong> luego. Pero algo fallaba. La figura que<br />

surgía no era exactamente la suya. Lo que componía no era sino un esquerzo borroso<br />

de alguien que no era Mónica, que ni siquiera se le parecía. Me esforzaba todo lo que<br />

podía, pero acababa dándome por vencida al cabo de un rato. Aunque recordaba en<br />

www.lectulandia.com - Página 38

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