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Beatriz y los cuerpos celestes - Lucia Etxebarria (Premio Nadal 1998)

Novela ganadora del Premio Nadal en 1998, de la escritora Lucia Etxeberria, también ganadora del Premio Planeta.

Novela ganadora del Premio Nadal en 1998, de la escritora Lucia Etxeberria, también ganadora del Premio Planeta.

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A ninguno de sus vecinos les resultaba raro que las cortinas de su casa estuviesen<br />

permanentemente corridas; seguro que es por el calor, para mantener la casa<br />

fresquita. Aunque si se hubiese tratado de cualquier otra —de la niña del cuarto, por<br />

ejemplo, que ahora, gracias a Dios, estaba de vacaciones—, se hubiesen desatado<br />

todo tipo de especulaciones. Pero ninguno albergaba la menor duda de lo que había<br />

dentro de la casa. Un salón impoluto, monísimo puesto, porque ya sabes que la madre<br />

tiene muchísimo gusto, y la niña, te diré, a poco que haya salido a la madre, seguro<br />

que lo tiene hecho una patena. Estuvimos allí en la última reunión de vecinos, y claro<br />

está que no vimos toda la casa, que tampoco era cuestión de meternos en las<br />

habitaciones, pero la cocina, <strong>los</strong> baños y el salón, estaban ideales, lo que yo te diga.<br />

En fin, no tienes más que ver cómo va puesta la madre, y cómo lleva a <strong>los</strong> niños, que<br />

van como para comérse<strong>los</strong>, de monos que <strong>los</strong> viste...<br />

Pero el salón no estaba, aquel<strong>los</strong> días, hecho ninguna patena. Había revistas y<br />

cómics desperdigados por todas partes: El Víbora, el Rock de Lux, el Espiral, el<br />

Hustler, el Fantastic, el 2.000 Maníacos, el Ruta 66... todas las revistas que el Coco<br />

devoraba mientras ella no estaba en casa. Cajas de Telepizza, con restos adheridos de<br />

pasta reseca y de queso de plástico, sobre la mesa de Ricardo Chiara. Calzoncil<strong>los</strong> y<br />

bragas y unos vaqueros raídos tirados encima del kilim armenio. Varias camisetas<br />

colgando del brazo del sillón Roche Bobois. Latas de cerveza y de Coca-cola vacías,<br />

envoltorios de celofán con desperdicios de Foskitos, trozos de papel Albal que habían<br />

servido en su momento para hacerse chinos, bolsas de plástico del Sevenileven, todo<br />

tirado según hubiera caído.<br />

—Joder, qué asco. Esto está hecho unos zorros —decía ella veinte veces al día—.<br />

Huele y todo.<br />

—Pues abre las ventanas y ventílalo. Tú misma —le respondía el Coco desde el<br />

sillón—. Pero claro, con ese empeño que tienes de vivir como si esto fuera una<br />

mazmorra, no podemos ni abrir las ventanas.<br />

Mientras Coco hablaba iba asesinando gusanitos siderales a ritmo de veinte o<br />

treinta por minuto. A Coco le bastaba con apretar un botón en el mando a distancia<br />

del CDI para que las naves alienígenas se desintegraran envueltas en una nube<br />

violeta, mientras una voz metálica repetía una y otra vez, sin excesivo entusiasmo,<br />

Fire, Fire, Fire, para hacerle saber la cantidad de gusanitos que se iba apuntando.<br />

—Y tú —solía decir ella— a ver cuándo dejas de jugar con la puta maquinita, que<br />

pareces un crío de cinco años, todo el día rayao con <strong>los</strong> marcianitos.<br />

—Mira tía, este cacharro es una pasada. Tus hermanos no saben la suerte que<br />

tienen, con tus viejos gastándose la pasta en juguetitos de éstos. —Coco hablaba sin<br />

dejar de mirar a la pantalla del televisor—. A mí, mi vieja, cuando era nano, no me<br />

compró ni un puto juego de agua. Además, que <strong>los</strong> marcianitos estos me relajan. Y<br />

como no he conseguido dormirme... no sé, tía, debe de ser por el pasón de coca que<br />

www.lectulandia.com - Página 48

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