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ATRAPADOS EN LA REVOLUCIÓN RUSA 1917

CapítuloRevoluciónRusa

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HEL<strong>EN</strong> RAPPAPORT<br />

para el trono: su tío, el gran duque Nikolai Nikolaievich, le rogó<br />

que ahorrase a la monarquía el descrédito de ver a su esposa<br />

interfiriendo en los asuntos del gobierno. «Asistes al nacimiento<br />

de una era de nuevos problemas», le reconvino. Sin George Buchanan<br />

era de su misma opinión: «Si el emperador continúa respaldando<br />

a los actuales consejeros reaccionarios, me temo que la<br />

revolución es inevitable» 61 .<br />

En esta atmósfera de «suspense contenido», la gente hablaba<br />

ya abiertamente de la necesidad de un golpe palaciego y de acallar<br />

a la emperatriz, evitando que causase daños, encerrándola en un<br />

convento 62 . El único tema de conversación en los exclusivos clubes<br />

eran los cotilleos e insinuaciones directas sobre los «poderes<br />

oscuros» que representaban la emperatriz y Rasputín, mientras<br />

los «grandes duques jugaban al quinze y hablaban de “salvar” a Rusia»<br />

63 . El asesinato de este parecía la única solución, la panacea que<br />

evitaría la crisis y salvaría a una monarquía al borde del desastre.<br />

La noche del 16 al 17 de diciembre de 1916 Rasputín desapareció.<br />

En el teatro Mariinski, el embajador francés Paléologue contemplaba<br />

a la bailarina Smirnova en el papel principal en La Bella<br />

Durmiente, y observó que «los saltos, piruetas y arabescos no eran<br />

menos fantásticos que los rumores que corrían de boca en boca»<br />

acerca de las conspiraciones para apartar del poder a la emperatriz<br />

y a su «amigo». «Estamos de vuelta a la época de los Borgia,<br />

embajador», le confió un diplomático italiano 64 . Cuando se sacó<br />

el cuerpo de Rasputín del río pocos días después, la emperatriz<br />

respondió con dureza, encerrando a los jóvenes e impetuosos<br />

asesinos; al príncipe Félix Yusupov en su finca campestre, y al<br />

gran duque Dimitri Pavlovich bajo arresto domiciliario, mientras<br />

el pueblo ruso celebraba su acto «heroico».<br />

Para finales de año, ya había descendido sobre la ciudad una<br />

poderosa atmósfera de fatalidad. «El cataclismo que se avecinaba<br />

ya estaba en mente de todos, y en sus labios», observó Robert<br />

Bruce Lockhart 65 . La sensación de condenación empeoró con<br />

la falta de iluminación nocturna de las calles «por miedo a los<br />

zeppelines», rota solo por el brillo de los faroles con los que se<br />

intentaba localizarlos. Rusia no podría resistir mucho más tiempo<br />

el embate alemán en el frente del este; desde 1914 habían<br />

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