LEO 20
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Leer para realizarme con satisfacción; leer para penetrar<br />
el mundo objetivo desde mi carácter subjetivo; leer para<br />
sentirme plenamente humano; leer para obtener una<br />
visión transformadora, positiva; y sobre todo para canalizar<br />
el verdadero poder de servicio al que estamos llamados a<br />
cumplir con el prójimo, al cual nos debemos y por el cual<br />
existimos. Solo aprendemos a completarnos como personas<br />
por el efecto que de los demás recibimos y de lo que uno<br />
puede dar para que el otro aprenda a crecer. Y no hay<br />
mejor efecto para nuestra educación que la que del libro<br />
se recibe; ese otro que es el escritor, que es un prójimo<br />
que acude para entregarnos lo que nos falta; sobre todo<br />
porque lo que se recibe no es tanto el conocimiento que<br />
del libro se obtenga sino por la sabiduría que puede llegar<br />
a engendrar en cada buen lector, para llegar a convivir al<br />
estilo de lo que sostiene Sergio Bergman: “La convivencia<br />
es la unidad mínima necesaria para construir comunidad.<br />
Así nos hacemos conscientemente seres sociales. Vivir en la<br />
situación del otro es convivir. Implica el valor de compartir”<br />
(<strong>20</strong>14, p. 21). El libro, la lectura, el escritor, es decir el otro que<br />
se constituye en un prójimo para la trascendencia, nos lleva<br />
de la mano para asumir nuestra calidad de seres sociales:<br />
solidarios, proponentes de una buena nueva, es decir, la del<br />
placer, la de la satisfacción compartida, la de la reunión que<br />
construye, que eleva, tal como sucede en una comunidad<br />
escolarizada o en la mejor comunidad del mundo: la<br />
familia. El libro es, entonces, parte de la comunidad, de la<br />
casa, de la intimidad, de la objetividad, del todo y de todos.<br />
Pues, así como el vestuario no nos desampara de nuestra<br />
corporalidad, la lectura no nos puede desproteger de nuestra<br />
subjetividad, porque nos ayuda a peregrinar en nuestra fase<br />
de crecimiento, de afirmación y de afinación en el reino de la<br />
incertidumbre cuando la convivencia en la colectividad es a<br />
veces dura de llevar.<br />
El libro en su mundo<br />
Por consiguiente, la lectura solo será válida cuando nos<br />
enseñe a leer el mundo, y no quizá tanto desde la verdad<br />
de la razón, o de la mera intelectualidad, sino desde la razón<br />
del corazón, puesto que no se lee para aprender si no para<br />
vivir y, ante todo, para no perder el rumbo de la vida, sino<br />
más bien para descubrir mundos nuevos, para saber sus<br />
secretos, y para conservar la felicidad desbordante, jubilosa,<br />
altamente ilusionante del amor por la vida que como un<br />
gran milagro de la naturaleza nos permite vivir al estilo del<br />
primer beso, que por pequeño e inocente que haya sido<br />
nunca se borra, tal vez porque, como sostiene el novelista<br />
español Antonio Iturbe; “Traza la primera línea del amor en<br />
una página que está en blanco”. Y sobre todo porque desde<br />
esta óptica se puede evitar lo que les sucede a infinidad<br />
de niños en el mundo: “Muchos de ellos odiaban los libros<br />
-dice Iturbe- cuando estudiaban en la escuela. Los libros<br />
eran sinónimo de estudios pesados, en largas lecciones de<br />
ciencias, de sesiones de lectura bajo la mirada amenazante<br />
del maestro, de deberes en casa que les impedía salir a jugar<br />
en la calle” (<strong>20</strong>13, p. 91).<br />
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