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<strong>Alegraos</strong><br />
Los Condes de Cristo<br />
Nuestra Madre la Iglesia<br />
inmediatamente después del día de<br />
Navidad nos propone un triduo, tres<br />
festividades que pudieran parecer<br />
guardan poca relación con el tiempo<br />
de Navidad: San Esteban (día 26),<br />
San Juan Evangelista (día 27) y los<br />
Santos Inocentes (día 28).<br />
A este triduo se le llamaba, ya<br />
en la Edad Media, las fiestas de los<br />
“Comites Christi”, acompañantes de<br />
Cristo; y más adelante “Condes de<br />
Cristo”, evidenciando su<br />
acercamiento al Rey como<br />
miembros de la Corte.<br />
Cristo, el Rey de reyes, nace el<br />
día 25 y tras de sí viene su séquito.<br />
Con ello la Iglesia nos quiere<br />
enseñar el camino para llegar a ser<br />
altos dignatarios del Señor.<br />
Cristo que nace en Belén, y el<br />
anhelo que puede brotar en el<br />
corazón del hombre es cómo<br />
acercarme, cómo llegar a ser uno de<br />
sus íntimos, cómo llegar a ser un<br />
personaje importante en su Corte y<br />
en su corazón. La respuesta es que<br />
hay tres caminos, los tres que nos<br />
muestran los Condes de Cristo.<br />
El 26 de diciembre es la fiesta<br />
de San Esteban, llamado<br />
Protomártir por ser pionero en<br />
entregar su sangre por defender su<br />
fe, perdonando a sus enemigos a<br />
imitación de Cristo. El martirio es<br />
camino para ser grande en el<br />
Reino de los Cielos. “Nadie tiene<br />
mayor amor que el que da la vida<br />
por sus amigos” (Jn 15,13). No hay<br />
mayor testimonio de amor a Cristo<br />
que dar la vida por Él. Sabemos que<br />
el martirio es llamado también<br />
bautismo de sangre, ya que quien<br />
muere mártir va al cielo<br />
directamente, sin pasar por el<br />
purgatorio.<br />
Aunque no a todos se nos va a<br />
conceder la inmensa gracia del<br />
martirio cruento, hay otra manera de<br />
ser mártir por amor a Cristo:<br />
desgranar nuestra vida día a día,<br />
consumir la vida en servicio de<br />
Cristo, en honor del Señor. Cada<br />
uno de nosotros está llamados a<br />
entregar su vida a Dios muriendo a<br />
nosotros mismos, mortificándonos<br />
en pequeñas cosas, respondiendo<br />
con generosidad a la voluntad de<br />
Dios y despegándonos de todo lo<br />
que pueda separarnos de su<br />
compañía. Obrando así día a día<br />
entregaremos nuestra sangre “gota a<br />
gota”, y alcanzaremos la Gloria<br />
eterna como los mártires.<br />
Otro aspecto del martirio es el<br />
testimonio. Testigo es el significado<br />
etimológico de la palabra mártir. Si<br />
tomamos en serio nuestra vida<br />
cristiana, daremos testimonio de<br />
Cristo predicando no solo con la<br />
palabra, sino también con la vida, y<br />
solo cuando la predicación de la<br />
palabra es acompañada con el<br />
testimonio de la vida será<br />
convincente, porque las palabras<br />
convencen pero el ejemplo arrastra.<br />
Y por último solemos asociar el<br />
martirio al sufrimiento, pues no<br />
dudemos que una vida desgranada<br />
en honor de Dios y una vida<br />
convertida en testigos fieles del<br />
Señor conllevara padecimientos: por<br />
un lado renuncias y sacrificios para<br />
morir a uno mismo, por otro los<br />
sufrimientos derivados de la<br />
incomprensión, desprecios e incluso<br />
persecución del mundo.<br />
Teniendo en cuenta los<br />
tiempos que corren el estar llamados<br />
al martirio real es algo que no