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AguaTinta Nº29

GAIA - Octubre de 2017

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p Representación del modelo de Daisyworld.<br />

p Primera edición de GAIA. Una nueva mirada a la vida sobre la Tierra.<br />

artículo titulado Gaia vista desde la atmósfera, en el que<br />

describían el proceso de autorregulación de ésta gracias a<br />

la simbiosis entre la materia orgánica y la inorgánica.<br />

Para entender esto es preciso conocer el albedo, que<br />

es la capacidad de los cuerpos para reflejar la radiación<br />

solar proyectada sobre su superficie. Las superficies claras<br />

tienen valores de albedo superiores a las oscuras, y las<br />

brillantes más que las mates. Así, el de la nieve es de entre<br />

un 80% y un 95% y el de una superficie rugosa como el<br />

negro opaco tendría el 0%. La radiación solar que no se<br />

refleja se disipa en la superficie como energía térmica,<br />

haciendo que el objeto aumente su temperatura.<br />

Cuerpos de gran albedo son las nubes. Disipan poca<br />

energía y devuelven el mayor porcentaje al espacio. Gracias<br />

a la explicación de Lovelock y Margulis, sabemos que las<br />

nubes se forman sobre los océanos a partir de moléculas<br />

del gas DMS Dimethyl Sulfide que constituye su núcleo.<br />

Este compuesto es emitido por un alga marina, la emiliania<br />

huxleyi en su proceso metabólico regulador de niveles<br />

salinos. Bajo radiación solar alta, las algas aumentarán<br />

significativamente su población debido a que el sol es la<br />

fuente de energía para la fotosíntesis; un mayor número<br />

de algas marinas incrementa las emisiones totales de DMS.<br />

Pues bien, esta abundancia deriva en un aumento de nubes<br />

y ello conduce a una reducción de la radiación solar sobre<br />

el océano, disminuyendo el número de algas, controlando<br />

su población y regulando las condiciones atmosféricas.<br />

La maduración de su hipótesis se tradujo en el libro<br />

Gaia, una nueva mirada a la vida sobre la Tierra (1979).<br />

Críticas y reformulación: Daisyworld<br />

Lovelock fue interpelado directamente por sus<br />

detractores, por lo general desde el campo de la biología,<br />

y en particular por el biólogo molecular Ford Doolittle.<br />

Señalaba éste que no había sustento para atribuir a los<br />

organismos una intención de regular el clima, porque ello<br />

implicaría una capacidad de anticipación, de previsión, que<br />

no tienen. Equivaldría, según su opinión, a aseverar que<br />

los organismos, todos, incluido este gran superorganismo<br />

autorregulado que sería Gaia, tendrían conciencia.<br />

Ante las críticas, Lovelock, en conjunto con Andrew<br />

Watson, desarrolló una simulación computacional que<br />

bautizaron como el modelo de Daisyworld, el mundo de las<br />

margaritas, que aterrizaba su hipótesis en un razonamiento<br />

matemático, racionalista: Un planeta imaginario habitado<br />

sólo por margaritas blancas, de gran albedo, y negras, de<br />

mínimo albedo, orbita en torno a un sol que irradia calor.<br />

Al principio la temperatura es baja, por lo que predominan<br />

las margaritas negras que absorben e irradian el calor<br />

aumentando la temperatura del planeta. Esta mayor<br />

temperatura hace que las margaritas blancas proliferen,<br />

por lo que la reflexión es mayor y la temperatura vuelve a<br />

descender, dando lugar a una nueva etapa de dominio de las<br />

margaritas negras y a la repetición del ciclo. El experimento<br />

se hizo cada vez más eficiente al introducir mayor variedad<br />

de especies de margaritas, rojas, amarillas, lo que probó la<br />

importancia de la biodiversidad.<br />

Gaia bajo amenaza<br />

La autorregulación de este superorganismo que es<br />

nuestro planeta ha sido, sin embargo, puesto en jaque por<br />

una de las especies que lo habitan: el ser humano. Según<br />

señala el propio James Lovelock, nuestro gran y grave error<br />

fue la combustión. Si bien, en el inicio de nuestro tiempo<br />

sobre la Tierra, sirvió a fines prácticos como refugiarse del<br />

frío y cocer los alimentos, llegó un punto en que hicimos<br />

de ella la base de todas nuestras actividades. La historia<br />

señala que desde la Revolución Industrial se ha venido<br />

incrementando exponencialmente el uso de combustibles<br />

de carbono, que expulsan a la atmósfera dióxido de<br />

carbono. La liberación natural de gases invernadero como<br />

el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CH4), producto<br />

de la respiración o la descomposición de materia orgánica,<br />

atrapa el calor proveniente de la radiación solar evitando<br />

que se escape al espacio. Sin embargo, la actividad<br />

del hombre “desarrollado” y su tecnología altamente<br />

combustible han llevado el efecto invernadero a niveles<br />

destructivos.<br />

Han transcurrido ya dos décadas desde que Lovelock<br />

se sumara a las voces de alarma en torno al calentamiento<br />

global que acabará por destruir la vida sobre la Tierra.<br />

Pronosticó entonces que hacia 2040 o 2050 la agricultura<br />

en Europa habrá desaparecido producto de una espantosa<br />

sequía; ni las grandes migraciones que haría el hombre<br />

buscando mejores condiciones de vida, serían una solución,<br />

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