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AguaTinta Nº29

GAIA - Octubre de 2017

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LITERATURA<br />

Narradores del Río de la Plata<br />

Por Jorge Calvo<br />

De tango, laberintos y juego visten la narrativa rioplatense tres de sus más preclaros exponentes:<br />

Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. La mítica cuenca, impregnada del sentido trágico de la<br />

vida, de lunfardo y arrabal, fue visitada por estas plumas desde sus particulares abordajes, sensorial,<br />

racional o lúdico, pero siempre con arraigo en una visión de mundo que, si bien tardó en forjarse, resultó<br />

rica en ambientes y personajes.<br />

Ignorando las normas de la Santa Inquisición,<br />

finalmente llegó el día en que un puñado de osados<br />

navegantes y aventureros, desafiando toda suerte de<br />

castigos y fatídicos augurios, se internaron en el enigmático<br />

océano y, junto con descubrir una dimensión desconocida,<br />

establecieron la certeza de que el hombre habitaba la<br />

superficie de una esfera. Había que cartografiar una realidad<br />

completa que no sólo incluía agrestes y salvajes territorios,<br />

sino conceptos y nociones desconocidas. Es más, la religión<br />

debió readecuarse. Del choque con otras civilizaciones<br />

nació una cultura por completo diferente. Y, si bien en el<br />

siglo XVI Cervantes con El ingenioso hidalgo fundaba las<br />

bases de la novelística moderna, habrían de transcurrir<br />

cuatro siglos antes de que en el ámbito del idioma español<br />

floreciera la compleja urdiembre de la actual novela.<br />

Por aquella época –el Siglo de Oro– el género<br />

privilegiado era la poesía que por largos y esplendorosos<br />

años estableció sus dominios en el Nuevo Continente,<br />

alcanzando su cúspide en Rubén Darío y en poetas<br />

como Lugones, Huidobro, Machado de Asís y Neruda. Al<br />

explorar las raíces de este fenómeno en ciertas lúcidas<br />

páginas, Octavio Paz, acaso el mejor ensayista en lengua<br />

española, señala la naturaleza observadora e introvertida<br />

del aborigen sudamericano de las costas del Pacífico, que<br />

adquiere su máxima y mejor expresión en la radiante<br />

oscuridad de un Vallejos. Sucedió de este modo: mientras<br />

los poetas viajaban a la velocidad de la luz en términos<br />

de creacionismo y dominio del lenguaje, la prosa y los<br />

novelistas fueron tristemente pedestres, viajaban a lomo de<br />

mula por caminos de tierra.<br />

Esto se debe a que faltaba el cimiento, la estructura<br />

cultural que demanda la novela. Ésta, en la llamada América<br />

morena, recién nace humildemente durante la segunda<br />

década del siglo XIX, en México, de la pluma amarga<br />

de Joaquín Fernández de Lizardi que, a su modo, es un<br />

continuador de la tradición picaresca española. Sucede<br />

que en el fondo faltaba ese “sentimiento trágico” que<br />

nace de las grandes gestas de la historia. Las esporádicas<br />

y escasas novelas escritas en el Nuevo Continente a veces<br />

reprodujeron la derrota indígena, el proceso de conquista<br />

y de pérdida del Edén, como sucede en la novela Enriquillo,<br />

del dominicano Manuel de Jesús Galván, la que mayor éxito<br />

cosechó. A continuación, el tema que a lo largo del siglo<br />

XIX producirá varias páginas, es la gesta de independencia<br />

y el surgimiento de las naciones al sur del Río Bravo. Y por<br />

supuesto, algunas novelas fundadas en el terruño, en la<br />

vida de haciendas, de marcado y beatífico ambiente rural,<br />

como Doña Bárbara o la célebre María. Todavía habrán<br />

de transcurrir varias décadas para que un escritor como<br />

Juan Rulfo, premunido de nuevas herramientas, abordara<br />

esos temas en profundidad y lograra la trascendencia<br />

existencial de Pedro Páramo.<br />

Sin el conflicto que enfrenta a los aqueos en la Guerra<br />

de Troya, Homero difícilmente habría podido escribir la<br />

Ilíada y la Odisea. Ambas obras, si bien están consideradas<br />

cánticos, en rigor refieren uno de los episodios<br />

fundacionales de la cultura judeo-greco-latina. Y es que la<br />

novela requiere de una épica situada en un pasado, en lo<br />

posible rodeado del halo del mito y poblada de criaturas<br />

mitológicas.<br />

La narrativa en el Río de la Plata<br />

A inicios del siglo XX, con el surgimiento de las<br />

grandes urbes modernas, especialmente en la cuenca<br />

del Plata, se producirán condiciones objetivas para el<br />

surgimiento de una literatura que incorpore “el sentido<br />

trágico de la vida”, con una mirada no sólo capaz de crear<br />

un épica propia sino también de fundarla e impregnar la<br />

conducta de sus protagonistas de una aureola existencial<br />

y metafísica.<br />

En este sentido, el primer gran lúdico de esa región<br />

es Jorge Luis Borges, que fue capaz de atisbar contra un<br />

horizonte de barrios marginales una epopeya épica, con<br />

un ejército de compadritos dispuestos a jugarse la vida por<br />

el honor; poseen un ethos y una ética propia, hilvanada en<br />

su canción de gesta: el tango. Además, son propietarios<br />

absolutos de un Olimpo personal, donde los dioses tienen<br />

nombres como Grella, Conturzi, Manzi, Discépolo o el flaco<br />

Abel “que se nos fue pero aún nos guía”. Y también un<br />

dialecto: el lunfardo, en el que, a lo Joyce, resulta posible<br />

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