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“También movía cocaína desde el norte a<br />
Santiago. Algunas veces incluso tuve que<br />
arrancar en el camión, porque la policía me<br />
estaba persiguiendo. Además, hice un robo,<br />
le disparé a un tipo en la pierna y en una moto<br />
arrancamos con su maletín; pensábamos<br />
que estaba cargado con mucho dinero pero<br />
habían solo dos millones de pesos [cuatro mil<br />
dólares]. Ahí caí de nuevo, pero salí rápido,<br />
porque soborné con joyas de oro a una jueza.<br />
Le di mi regalo y no tuve que pasar más de<br />
tres meses”.<br />
Con esas declaraciones, yo y mi amiga<br />
comenzamos a mirarnos y a preguntarnos<br />
dónde nos habíamos metido. Pero lo amigable<br />
de Patricio nos convenció de que no tenía<br />
malas intenciones con nosotros.<br />
Conforme avanzábamos en la carretera,<br />
Patricio nos aseguró que iba a vender el<br />
petróleo con el fin de ganar dinero suficiente<br />
para comer y pagar los peajes. También nos<br />
comentó que la empresa le había sellado<br />
todos los ductos que usaba para sacar el<br />
diésel, por lo que usaba otro método, mucho<br />
más engorroso y lento. Pero luego de pasar<br />
por varios lugares, nuestro amigo camionero<br />
no logró vender su mercancía, por lo que se<br />
encontró en serios problemas de dinero.<br />
“Pero nosotros te podemos prestar hasta que<br />
consigas vender el diésel”, ofreció Camila, al<br />
mismo tiempo que yo ponía mis manos sobre<br />
mi cabeza lamentándome. Patricio aceptó<br />
encantado el ofrecimiento. Cincuenta dólares<br />
que, nos aseguró, pagaría sagradamente una<br />
vez llegando a destino.<br />
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