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Hermenéutica Bíblica - Megapagina Pentecostales del Nombre

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tiene el convencimiento de que se encuentra en la línea de sucesión de los profetas (comp.. 22:9). Por tal<br />

razón, mientras que una sola vez se refiere a su libro como “Apocalipsis” (o revelación) (1:1), seis veces lo<br />

equipara con la “profecía” (1:3; 19:10; 22:7, 10, 18, 19).<br />

Este hecho reviste particular importancia desde el punto de vista hermenéutico, pues si el Apocalipsis es<br />

aceptado como profecía, ha de interpretarse teniendo presentes las características de la literatura profética <strong>del</strong><br />

Antiguo Testamento. Especial atención debe darse a la finalidad de los mensajes de los profetas , que, como<br />

se recordará, no era tanto vaticinar sobre acontecimientos futuros como proclamar la palabra de Dios dirigida<br />

a unas personas concretas en un lugar y en un tiempo determinados. Cualquier interpretación de su mensaje<br />

que se desentienda <strong>del</strong> contexto existencial de los destinatarios originales estará siempre expuesta a la<br />

arbitrariedad. Y el principio es válido para la interpretación <strong>del</strong> Apocalipsis. Tenga en mente que la situación<br />

de los cristianos perseguidos que fueron quienes recibieron primeramente este libro. Ellos no necesitaban un<br />

cronograma preciso de lo que iba a suceder en el futuro, sino un mensaje de aliento y esperanza. Necesitaban<br />

creer que más allá de la apariencia momentánea de las cosas, Dios tenía el control de la historia en sus manos<br />

y que el bien finalmente triunfaría. Apocalipsis es portador de esta esperanza tanto para ellos como para<br />

nosotros.<br />

Cualesquiera que sean las dificultades en la interpretación <strong>del</strong> Apocalipsis, hay un elemento claro que puede<br />

orientar decisivamente la exégesis. Ese elemento es el fondo teológico con su mensaje perenne. Sucintamente<br />

entresacamos sus puntos esenciales.<br />

1. La soberanía de Dios. A lo largo de todo el libro, Dios es el Todopoderoso. Ni reyes, ni<br />

emperadores, ni poderes demoníacos o de cualquier otra clase pueden prevalecer contra El. Pese a<br />

todas las potencias hostiles la historia de la salvación prosigue su curso en avance continuo hacia la<br />

consumación triunfal. Cuando se llegue al final, el dragón, la bestia y el falso profeta –y todo cuanto<br />

con ellos pueda ser representado- sucumbirán definitivamente; su derrota está sellada para siempre<br />

jamás (20:10). Desaparecidos todos los obstáculos, Dios morará con los hombres y ellos serán su<br />

pueblo (21:3). En el marco de la nueva creación, una nueva sociedad, una humanidad redimida, sirve<br />

y adora al “Señor Dios Todopoderoso” (21:22).<br />

2. El Cristo divino, ejecutor de la obra de Dios. Si Dios es el soberano, Cristo es el agente que lleva a<br />

efecto la voluntad de Dios en su triple obra de revelación, redención y juicio.<br />

3. El carácter cristológico de la escatología. Los eventos <strong>del</strong> fin tienen como centro y sujeto la persona<br />

de Jesucristo. Lo que más sobresale no es el reino en sí con la plenitud de sus bendiciones, sino la<br />

persona <strong>del</strong> Rey. Si la persona de Cristo es inseparable de su obra, ello significa que los<br />

acontecimientos futuros no pueden aislarse <strong>del</strong> pasado, de los grandes hechos de la encarnación, la<br />

muerte y la resurrección de Jesús; ni tampoco de la acción de Cristo durante el periodo que media<br />

desde su ascensión hasta su segunda venida. “El proceso de la redención y el establecimiento de la<br />

soberanía de Dios es un todo indivisible, de modo que la intervención divina desde la encarnación<br />

hasta la parusia es presentada como un solo acto.<br />

4. El sentido dinámico de la historia. El Apocalipsis dando cima a la escatología bíblica, nos ofrece una<br />

visión realista. Nos muestra la incapacidad humana para dirigir constructivamente la historia. El<br />

hombre en su actitud anti-Dios, en coalición con poderes malignos, no puede crear una sociedad<br />

realmente nueva. Hasta el final, de una forma u otra, prevalecerán la injusticia, la tiranía y la<br />

impiedad. La historia, humanamente determinada, si ha de cambiar para bien, tiene que acabar. La<br />

historia tiene un sentido positivo sólo en el caso que tenga un final. Pero ese final no es la ruina<br />

definitiva. Señala el principio de un nuevo orden trascendente, instaurado por Cristo. En medio de<br />

cambios y convulsiones aparentemente sin sentido, hacia esa meta avanza la historia bajo el supremo<br />

control de Dios.<br />

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