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“Dejarla ir” es tan absurdo<br />
como “volver a ser el mismo”.<br />
Para cuando pude liberarme<br />
del agujero en que me había<br />
hundido al desenterrar a Lila,<br />
un golpe en las costillas me<br />
devolvió al piso y una horda<br />
nueva se reunió a mi alrededor,<br />
gritando, manoteando,<br />
esgrimiendo las palas y los<br />
picos contra los fusiles de<br />
asalto que les apuntaban a<br />
la cabeza. Una vorágine de<br />
imágenes borrosas y destellos<br />
azules me confunde, siento<br />
muchas manos jalándome, veo<br />
a unos jóvenes interponiendo<br />
su cuerpo entre los soldados<br />
y yo; gritan, lloran, maldicen,<br />
hasta que alguien sale de<br />
entre la formación militar que<br />
ya estaba lista para disparar.<br />
El minúsculo sujeto, con la<br />
mano en alto, empuñando<br />
una pistola les grita a los<br />
jovencitos que me rodean<br />
—¡Ya! ¡A la chingada de aquí!—<br />
La pesadilla se detiene como<br />
en el fondo de un remolino.<br />
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