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SOMOS - Revista SOMOS Vol. 2 No. 1

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La operación que el Espíritu Santo ha realizado<br />

en la vida de un creyente es tan poderosa,<br />

milagrosa y transformadora que ha despertado<br />

en ese corazón una disposición de querer vivir a<br />

diario las enseñanzas de Cristo. Esto no significa que<br />

la batalla contra la carne haya desaparecido o que<br />

milagrosamente ya podemos vencer por nosotros<br />

mismos todas las tentaciones que se nos presentan. Al<br />

contrario, el que despierta en su corazón un genuino<br />

deseo de querer más de Dios, automáticamente<br />

despierta un reconocimiento perpetuo de la<br />

necesidad de Dios para poder vencer.<br />

Esa dependencia divina produce una —cada<br />

vez más— creciente búsqueda de dirección y<br />

control del Espíritu del Señor. Debemos reconocer<br />

que no siempre fue así. Hubo un cambio. Hubo<br />

una regeneración. El corazón ablandó, pasó de<br />

tinieblas a luz, de la arrogancia a la humildad, de la<br />

misma muerte a la vida. Ese corazón fue operado y<br />

transformado, y ahora es capaz de entender. A esto se<br />

le llama nuevo nacimiento. A diferencia de una silla<br />

nueva, que hay millones de sillas nuevas similares a<br />

esa en el mundo, la obra que el Espíritu Santo hizo en<br />

usted es única: completamente nueva en el mundo y<br />

diferente a cualquier otra. Esa obra nueva, ahora es<br />

capaz de entender el Evangelio. ¿Por qué? Porque el<br />

que inspiró las Sagradas Escrituras mora en usted y le<br />

ayuda a entender lo que la Palabra significa y cómo<br />

la obediencia a esta le conduce hacia la madurez<br />

cristiana.<br />

El Apóstol Pablo expresó de una manera poderosa<br />

y clara que es posible alcanzar tal entendimiento del<br />

Evangelio: “…hasta que todos lleguemos a la unidad<br />

de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón<br />

perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de<br />

Cristo…” (Ef 4:13). Muchos piensan que esto no es<br />

posible. En cierto sentido tienen razón. Ningún ser<br />

humano puede alcanzarlo en sus propias fuerzas o<br />

conocimiento. Tampoco será posible en gente que<br />

no haya nacido de nuevo. Pero para los verdaderos<br />

creyentes, caminar acompañado por el Maestro<br />

convertirá cada “valle de sombra y de muerte” en una<br />

experiencia enriquecedora.<br />

Charles Austin Miles le puso música al<br />

acompañamiento divino cuando escribió: “Él<br />

conmigo está, puedo oír su voz / Y que suyo, dice,<br />

seré / Y el encanto que hallo en Él allí / Con nadie<br />

tener podré”. Ese deseo de caminar con Él, de oír<br />

Su voz y de ser sensible a su llamado al alma es lo<br />

que permite que su Palabra comience a echar raíces<br />

en nuestro corazón y llene nuestras emociones,<br />

nuestros pensamientos y nuestras palabras. Se trata<br />

de Cristo y su bendita presencia. Es su Persona, su<br />

vida, su Palabra, impregnando la vida del creyente y<br />

haciéndole entender las profundas implicaciones del<br />

Evangelio.<br />

Pero esto no ocurre sin que produzca una<br />

transformación en nuestra vida y genere una<br />

verdadera comprensión (entendimiento)<br />

de lo que es la comunidad bíblica,<br />

el acompañamiento cristiano y<br />

nuestro acercamiento diario a<br />

Dios mismo.<br />

COMUNIDAD<br />

BÍBLICA<br />

El que<br />

camina con<br />

D i o s<br />

entiende<br />

lo que<br />

es la Iglesia<br />

del Señor, su<br />

importancia en el<br />

mundo, y vive como<br />

parte de ella. Debido a su<br />

conexión con Cristo, la Iglesia<br />

es un organismo vivo, lleno del<br />

22 <strong>SOMOS</strong> MAY/JUL 2018

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