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SOMOS - Revista SOMOS Vol. 2 No. 1

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anhelo constante de nuestro corazón es agradarle y nuestro<br />

mayor dolor es pecar contra Él. Es una vida en la cual el<br />

Espíritu tiene la libertad de señalar y de quemar nuestros<br />

pecados y nuestras tendencias pecaminosas. En una vida de<br />

santidad.<br />

Una vida de intimidad con Cristo es una vida en la cual,<br />

por encima de todo y de todos, amamos a Jesús. Es una vida<br />

en la que sufrimos al no considerarnos fieles, por no dar<br />

más fruto. Una vida de intimidad con Cristo a veces, más<br />

que un gozo exterior, representa un profundo dolor interior<br />

por estar identificados con el dolor del mismo Dios ante la<br />

conducta de su pueblo. En esta clase de vida nos extasiamos<br />

ante la inmensidad y belleza de nuestro Dios. Igualmente,<br />

como Isaías, podemos temblar ante el retumbar del celestial<br />

trisagio “Santo, Santo, Santo”. Una vida de intimidad así con<br />

Cristo es deleitosa. También puede ser dolorosa.<br />

Visto todo esto, volvemos a la pregunta: ¿Por qué no<br />

hay más cristianos como Pablo, cuyo anhelo evidente sea<br />

conocer más y mejor a Cristo al precio que sea?<br />

Puedo pensar en tres posibles razones.<br />

,<br />

Razon Intelectual<br />

Históricamente hablando, la despedida a la edad Media<br />

representó el alejamiento de Dios y la entronación del<br />

intelecto humano. Desde el humanismo, reviviendo ideas<br />

griegas como la de que “el hombre es la medida de todas las<br />

cosas”, pasando por el “pienso, luego existo” de Descartes y<br />

finalmente llegando a los siglos XIX y XX con sus adelantos<br />

científicos, la influencia de la cosmovisión materialista ha<br />

alejado a la humanidad de creer en lo sobrenatural. Los<br />

cristianos no hemos sido exentos de tales influencias y nos<br />

hemos convertido en creyentes incrédulos y fríos.<br />

Da maneras directa e indirecta nuestra fe se ha sofisticado<br />

a tal punto que los cristianos somos ahora más educados y<br />

menos crédulos; con más cabeza y con menos corazón; con<br />

más intelecto y con menos fe. Así las cosas, la dimensión<br />

profundamente espiritual de la fe cristiana, “la vida profunda”,<br />

la hemos movido a la trastienda de nuestra alma.<br />

,<br />

Razon Emocional<br />

Conocemos la fragilidad de las emociones humanas y su<br />

susceptibilidad a la manipulación. Miramos consternados<br />

los excesos de los cristianos autodenominados “llenos del<br />

Espíritu” y huimos aterrados de todo lo que se asemeje al<br />

emocionalismo.<br />

Sin embargo, lloramos como niños viendo una película<br />

y gritamos como locos en los eventos deportivos, pero<br />

descartamos a toda costa que esas mismas emociones sean<br />

parte de nuestra experiencia cristiana. Somos demasiado<br />

sesudos para eso.<br />

Oramos a Dios que nos llene de su Espíritu, pero nos aterra<br />

lo que nos pueda pasar cuando lo haga. <strong>No</strong>s acercamos al Rey<br />

del Universo y Creador de todas las cosas con condiciones sobre<br />

cómo Dios debe tratarnos. Decimos algo como “Señor, lléname<br />

de tu Espíritu Santo, pero dile al Espíritu que se modere; nada<br />

de lenguas o de emocionalismos”, sin entender lo que estamos<br />

diciendo.<br />

Queremos un Espíritu Santo que no demande más de<br />

nosotros ni que nos lleve al sacrificio. Queremos un Espíritu<br />

Santo amaestrado y dócil que sepa comportarse en público y que<br />

aunque “a la presencia de Jehová tiembla la tierra”, a nosotros no se<br />

nos mueva un pelo. Preferimos “el silbo apacible”.<br />

,<br />

Razon Espiritual Espiritual<br />

Aquí yace, sin duda, la principal explicación de nuestra renuencia<br />

a amar a nuestro Señor con esa clase de amor extravagante que<br />

nos conduce a una vida de profundidad espiritual.<br />

Cuando Pablo escribe en Filipenses que “perdía para ganar”,<br />

estaba reflejando un drástico y dramático cambio de perspectiva<br />

en todo lo que había sido su vida antes. Pablo perdió lo que<br />

antes consideraba ganancia (v. 7) y todo lo que le daba prestigio<br />

religioso. Pablo perdió “todas las cosas” (v. 8a), lo perdió “todo” (v.<br />

8b) y aun llega a considerar todo eso que antes era valioso para<br />

él como si fuera “basura” (desechos, estiércol, v. 8). Y todo esto,<br />

“a fin de conocerle”.<br />

¿Cuán profunda será nuestra vida espiritual? ¿Cuánto<br />

deseamos conocer a Cristo? ¿Cuánto conoceremos de Él? Todo<br />

depende de cuánto estamos dispuestos a perder.<br />

Probablemente no conocemos más de la experiencia de Pablo<br />

—“a fin de conocerle”— porque no estamos dispuestos a “perder<br />

para ganar”. Estamos aferrados tenazmente a cosas y costumbres<br />

que estorban nuestra experiencia de “conocerle”. Y lo sabemos.<br />

La vida cristiana profunda no es privilegio para unos pocos. Es<br />

la invitación que el Amado nos hace a vivir en comunión íntima<br />

con Él, y se encuentra cuando correspondemos a Su amor con<br />

el nuestro. Cueste lo que cueste. Estamos dispuestos a “perderlo<br />

todo para ganar lo mejor”.<br />

“Ninguna persona gana si no se rinde a Cristo, y ninguna persona pierde<br />

habiendo rendido todo a Cristo”. —Hawthorne<br />

“<strong>No</strong> es un tonto quien pierde lo que no puede retener, para ganar lo que no<br />

puede perder”. —Jim Elliot<br />

Dr. José Martínez Villamil es el pastor titular en la<br />

Catredral de la Esperanza. En septiembre de 2018<br />

junto a su esposa Sonia Maldonado, saldrá como<br />

obrero internacional de LAALIANZA a España.<br />

Podemos escucharlo en Redentor 104.1 todos los<br />

lunes en su programa Biblikka.<br />

MAY/JUL 2018 <strong>SOMOS</strong> 7

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