You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
anhelo constante de nuestro corazón es agradarle y nuestro<br />
mayor dolor es pecar contra Él. Es una vida en la cual el<br />
Espíritu tiene la libertad de señalar y de quemar nuestros<br />
pecados y nuestras tendencias pecaminosas. En una vida de<br />
santidad.<br />
Una vida de intimidad con Cristo es una vida en la cual,<br />
por encima de todo y de todos, amamos a Jesús. Es una vida<br />
en la que sufrimos al no considerarnos fieles, por no dar<br />
más fruto. Una vida de intimidad con Cristo a veces, más<br />
que un gozo exterior, representa un profundo dolor interior<br />
por estar identificados con el dolor del mismo Dios ante la<br />
conducta de su pueblo. En esta clase de vida nos extasiamos<br />
ante la inmensidad y belleza de nuestro Dios. Igualmente,<br />
como Isaías, podemos temblar ante el retumbar del celestial<br />
trisagio “Santo, Santo, Santo”. Una vida de intimidad así con<br />
Cristo es deleitosa. También puede ser dolorosa.<br />
Visto todo esto, volvemos a la pregunta: ¿Por qué no<br />
hay más cristianos como Pablo, cuyo anhelo evidente sea<br />
conocer más y mejor a Cristo al precio que sea?<br />
Puedo pensar en tres posibles razones.<br />
,<br />
Razon Intelectual<br />
Históricamente hablando, la despedida a la edad Media<br />
representó el alejamiento de Dios y la entronación del<br />
intelecto humano. Desde el humanismo, reviviendo ideas<br />
griegas como la de que “el hombre es la medida de todas las<br />
cosas”, pasando por el “pienso, luego existo” de Descartes y<br />
finalmente llegando a los siglos XIX y XX con sus adelantos<br />
científicos, la influencia de la cosmovisión materialista ha<br />
alejado a la humanidad de creer en lo sobrenatural. Los<br />
cristianos no hemos sido exentos de tales influencias y nos<br />
hemos convertido en creyentes incrédulos y fríos.<br />
Da maneras directa e indirecta nuestra fe se ha sofisticado<br />
a tal punto que los cristianos somos ahora más educados y<br />
menos crédulos; con más cabeza y con menos corazón; con<br />
más intelecto y con menos fe. Así las cosas, la dimensión<br />
profundamente espiritual de la fe cristiana, “la vida profunda”,<br />
la hemos movido a la trastienda de nuestra alma.<br />
,<br />
Razon Emocional<br />
Conocemos la fragilidad de las emociones humanas y su<br />
susceptibilidad a la manipulación. Miramos consternados<br />
los excesos de los cristianos autodenominados “llenos del<br />
Espíritu” y huimos aterrados de todo lo que se asemeje al<br />
emocionalismo.<br />
Sin embargo, lloramos como niños viendo una película<br />
y gritamos como locos en los eventos deportivos, pero<br />
descartamos a toda costa que esas mismas emociones sean<br />
parte de nuestra experiencia cristiana. Somos demasiado<br />
sesudos para eso.<br />
Oramos a Dios que nos llene de su Espíritu, pero nos aterra<br />
lo que nos pueda pasar cuando lo haga. <strong>No</strong>s acercamos al Rey<br />
del Universo y Creador de todas las cosas con condiciones sobre<br />
cómo Dios debe tratarnos. Decimos algo como “Señor, lléname<br />
de tu Espíritu Santo, pero dile al Espíritu que se modere; nada<br />
de lenguas o de emocionalismos”, sin entender lo que estamos<br />
diciendo.<br />
Queremos un Espíritu Santo que no demande más de<br />
nosotros ni que nos lleve al sacrificio. Queremos un Espíritu<br />
Santo amaestrado y dócil que sepa comportarse en público y que<br />
aunque “a la presencia de Jehová tiembla la tierra”, a nosotros no se<br />
nos mueva un pelo. Preferimos “el silbo apacible”.<br />
,<br />
Razon Espiritual Espiritual<br />
Aquí yace, sin duda, la principal explicación de nuestra renuencia<br />
a amar a nuestro Señor con esa clase de amor extravagante que<br />
nos conduce a una vida de profundidad espiritual.<br />
Cuando Pablo escribe en Filipenses que “perdía para ganar”,<br />
estaba reflejando un drástico y dramático cambio de perspectiva<br />
en todo lo que había sido su vida antes. Pablo perdió lo que<br />
antes consideraba ganancia (v. 7) y todo lo que le daba prestigio<br />
religioso. Pablo perdió “todas las cosas” (v. 8a), lo perdió “todo” (v.<br />
8b) y aun llega a considerar todo eso que antes era valioso para<br />
él como si fuera “basura” (desechos, estiércol, v. 8). Y todo esto,<br />
“a fin de conocerle”.<br />
¿Cuán profunda será nuestra vida espiritual? ¿Cuánto<br />
deseamos conocer a Cristo? ¿Cuánto conoceremos de Él? Todo<br />
depende de cuánto estamos dispuestos a perder.<br />
Probablemente no conocemos más de la experiencia de Pablo<br />
—“a fin de conocerle”— porque no estamos dispuestos a “perder<br />
para ganar”. Estamos aferrados tenazmente a cosas y costumbres<br />
que estorban nuestra experiencia de “conocerle”. Y lo sabemos.<br />
La vida cristiana profunda no es privilegio para unos pocos. Es<br />
la invitación que el Amado nos hace a vivir en comunión íntima<br />
con Él, y se encuentra cuando correspondemos a Su amor con<br />
el nuestro. Cueste lo que cueste. Estamos dispuestos a “perderlo<br />
todo para ganar lo mejor”.<br />
“Ninguna persona gana si no se rinde a Cristo, y ninguna persona pierde<br />
habiendo rendido todo a Cristo”. —Hawthorne<br />
“<strong>No</strong> es un tonto quien pierde lo que no puede retener, para ganar lo que no<br />
puede perder”. —Jim Elliot<br />
Dr. José Martínez Villamil es el pastor titular en la<br />
Catredral de la Esperanza. En septiembre de 2018<br />
junto a su esposa Sonia Maldonado, saldrá como<br />
obrero internacional de LAALIANZA a España.<br />
Podemos escucharlo en Redentor 104.1 todos los<br />
lunes en su programa Biblikka.<br />
MAY/JUL 2018 <strong>SOMOS</strong> 7