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Indigencia

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6 Página SIETE J u eve s 9 de agosto de 2018<br />

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especial@ p a g i n a s i e te . b o Especial<br />

w w w. f a c e b o o k . c o m / p a g i n a s i e te @ p a g i n a _ s i e te<br />

Gabriel Díez Lacunza / La Paz<br />

“¿Qué hará cuando ya no haya<br />

albergues de invierno?”. Enrique<br />

lanza una respuesta<br />

casi inmediata. “El sueño de todo<br />

indigente es tener su cuartit<br />

o”, le brillan los ojos. De cuerpo<br />

menudo y con una herida en la<br />

nariz, ha pasado los últimos dos<br />

años, tiene 48, durmiendo en la<br />

Ceja y Villa Dolores, en El Alto,<br />

cuidando puestos de venta de<br />

verduras durante la noche.<br />

A Enrique también le tocó dormir<br />

con los “potosinos”de la Terminal<br />

de buses de La Paz. “Tra t a r é<br />

de ahorrar, lo importante es que el<br />

cuartito no cueste mucho”, dice<br />

este hombre que es alcohólico en<br />

recuperación y que salió de su hogar<br />

por problemas económicos<br />

luego de perder su trabajo.<br />

Para quienes han perdido o dejado<br />

su hogar, vivir en la calle es pensar<br />

cada día en volver a vivir bajo techo,<br />

tener una pieza propia, por<br />

más pequeña que sea. Es gastar la<br />

suela del zapato, el cual siempre es<br />

un obsequio usado, sin rumbo hasta<br />

encontrar de nuevo a la noche.<br />

Vivir en las calles de La Paz obliga,<br />

a quienes no tienen techo, a llevar<br />

encima tres chompas como<br />

mínimo. Obliga a buscar refugio<br />

bajo los puentes, en los mercados,<br />

al lado del río y tomar un trago para<br />

engañar al hambre.<br />

En sí, vivir en la calle implica la<br />

pérdida paulatina de derechos,<br />

aseguran los investigadores. Esa<br />

condición será cada vez más difícil<br />

de resolver mientras no se implementen<br />

políticas públicas adecuadas<br />

y no se trabaje en una normativa<br />

específica para esta población.<br />

Se trata de un sector de la población que está invisibilizado por la població<br />

“El sueño de todo indigente es t<br />

frente al hambre, al frío y a la vio<br />

l CRÓNICA La Paz y El Alto son ciudades donde estar en situación de calle se vuelve mucho<br />

pública, en aceras, parques, mercados y plazas –apenas tapada con cartones y nylon–debe so<br />

Freddy Barragán / Archivo /Página Siete<br />

No es lo mismo en La Paz,<br />

peor en El Alto<br />

Estar en situación de calle no es lo<br />

mismo en la sede de Gobierno que<br />

en Santa Cruz, Cochabamba o cualquier<br />

otra ciudad del país y el mundo,<br />

afirman los investigadores.<br />

En La Paz impera el frío casi todo<br />

el año, principalmente por las<br />

noches, más aún en verano y otoño<br />

cuando llueve y en invierno cuando<br />

las temperaturas bajan al mínimo<br />

y oscilan entre los 0 y 2 grados<br />

bajo cero. En El Alto la situación es<br />

mucho peor; el 24 de mayo, por<br />

ejemplo, hubo un descenso hasta<br />

los 6,2 grados bajo cero ¿dónde se<br />

re f u g i a ro n?<br />

El censo de personas en situación<br />

de calle (2015) da cuenta de la<br />

existencia de 3.768 personas en<br />

esa condición en toda Bolivia. De<br />

esas, 1.797, el 48%, se distribuyen<br />

entre las ciudades de La Paz (726)<br />

y El Alto (1.071), siendo este último<br />

el municipio con más casos a<br />

nivel nacional.<br />

De un rato al otro<br />

“terminas en la calle”<br />

Los especialistas asumen que si<br />

bien existen factores comunes para<br />

que la gente salga de sus hogares<br />

para vivir en la calle -violencia<br />

sexual, trabajo infantil y alcohol,<br />

entre los principales-, cada historia<br />

de vida es distinta.<br />

Lo que las hace similares es la<br />

tristeza, el hambre, muchas veces<br />

el consumo de bebidas alcohóli-<br />

Vivir debajo de un puente es una realidad para mucha gente en situación de calle en el país.<br />

“Nunca lo había hecho<br />

pero lo tuve que<br />

hacer, me tuve que<br />

quedar caminando<br />

las calles. He optado<br />

por venirme aquí<br />

( Te r m i n a l ) ”.<br />

Celia S., de 72 años<br />

“Hacía como un toldito<br />

y ahí dormía.<br />

Me han dado dos<br />

colchas y encima de<br />

las (cajitas) de tomate,<br />

ahí me dormía”.<br />

Enrique S. (48)<br />

cas y lágrimas ocultas que salen en<br />

algún momento y hacen quebrarse<br />

al entrevistado.<br />

En una noche de junio, cuando<br />

el invierno ya se ha instalado en La<br />

Paz, Celia S. de 72 años busca cobijarse<br />

en el albergue transitorio<br />

para población migrante de la Terminal<br />

de buses. Sentada en una silla<br />

mientras tramitan su ingreso,<br />

cuenta su historia. “De aquí bajando<br />

hay unas personas que<br />

duermen, ahí estaba durmiendo<br />

pero llegó la lluvia con tal tremenda<br />

fuerza que me ha mojado. Me<br />

tuve que levantar y buscar un lugar<br />

dónde vivir pero no me han<br />

querido alquilar porque me decían<br />

que tengo que tener una gara<br />

n t í a ”, lamenta. Celia no bebe, es<br />

religiosa. Viste una chompa negra<br />

plomiza abierta, un vestido negro<br />

estilo noventero con dibujos de<br />

argollas de colores y botas amarillas;<br />

un moño sujeta su cabello<br />

plateado, tiene los dientes bastante<br />

deteriorados.<br />

Otra noche, cerca del barrio de<br />

San Antonio bajo, descansan tres<br />

amigos en un pequeño cuarto<br />

prestado a cinco metros de la orilla<br />

del río Orkojahuira, que con sus<br />

aguas se lleva los desechos domiciliarios<br />

de zonas como Villa Fátima,<br />

Miraflores, Villa Copacabana y Barrio<br />

Gráfico, entre otros.<br />

Para llegar al lugar es preciso<br />

portar una linterna potente para<br />

“Sí, (me ha tocado<br />

dormir en la calle),<br />

en el basurero, casi<br />

me he muerto. Sin<br />

cama (colcha), sin<br />

chompa, sin nada”.<br />

Mery C., de 40 años pero<br />

aparenta muchos más.<br />

“Estábamos tapados<br />

con cartones y a mi<br />

alrededor estaban<br />

ellos (mis amigos).<br />

Era en un cajero tarjetero<br />

público en Villa<br />

Fátima”.<br />

Samuel, nombre ficticio, (25)<br />

ver a través de la neblina y usar<br />

chamarra doble para contrarrestar<br />

el viento casi helado. Parece la escena<br />

de una película de terror.<br />

Luego de tocar una puerta guinda<br />

de un metro sesenta, de un precario<br />

cuarto de adobe sale José<br />

Luis, un hombre joven y de baja<br />

estatura. “Estábamos roncando”,<br />

dice. “¡Ñandú, te buscan!”, continúa.<br />

Luego de unos segundos salen<br />

Wálter El General(de 41 años) y<br />

Gustavo, el Ñandú, ambos más altos<br />

y dicharacheros que el que<br />

abrió la puerta. Los tres tienen<br />

problemas con la bebida desde<br />

hace varios años.<br />

La conversación la lidera Nieves<br />

Guevara, una de las trabajadoras<br />

del Programa de Atención a<br />

Personas en Situación de Riesgo<br />

Social de la Alcaldía de La Paz. Como<br />

suele suceder en las noches de<br />

invierno, los miembros de este<br />

equipo les llevan chocolate caliente<br />

para conversar sobre sus estados<br />

de salud y de ánimo.<br />

Un par de semanas más tarde,<br />

en otra visita, El General cuenta su<br />

historia. El escenario es un poco<br />

diferente; cincuenta metros más<br />

arriba del de aquella noche, siempre<br />

a escasos metros del río que en<br />

esta época tiene un nivel bajo.<br />

Cinco y media de la tarde y están<br />

reunidas siete mujeres y tres hombres.<br />

Es una actividad de visita de<br />

personal de la comunidad tera-

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