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Cuentame-esta-noche-Megan-Maxwell

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Doblaron la esquina a la carrera y vieron al ogro muerto en el suelo.<br />

Eso significaba que Gaúl, Bruno y Risco ya habían entrado en la fortaleza.<br />

Sin descanso, ni miedo, entraron en busca de sus amigos, a los que vieron<br />

luchando con ferocidad con los hombres que allí <strong>esta</strong>ban.<br />

Lidia hizo a un lado a Penelope y, lanzando mandobles de rápida<br />

sucesión, acabó con la vida de dos ogros. El desconcierto hizo que el caos<br />

se apoderara del lugar y, cuando terminaron con los escasos ogros y<br />

humanos que les presentaron batalla, llegaron hasta las mazmorras<br />

guiados por Risco. Era un lugar pestilente, donde las ratas corrían a sus<br />

anchas y la suciedad era negra y corrosiva.<br />

Lidia comenzó a buscar las llaves para abrir las celdas entre los cuerpos<br />

muertos que <strong>esta</strong>ban tendidos en el suelo. Entonces notó que alguien la<br />

agarraba del brazo y, al levantar la vista, vio a Bruno, que le preguntaba:<br />

—¿Estás bien?<br />

—Claro, ¿no me ves? —replicó.<br />

Bruno sonrió y le entregó unas llaves.<br />

—¿Buscas esto, fierecilla? —dijo sacándola de quicio.<br />

Lidia se las arrebató de las manos en el acto.<br />

—Mal momento para jugar, amiguito —siseó.<br />

Sin perder un segundo, abrieron las celdas y sacaron a los presos por la<br />

misma puerta por la que habían entrado. El caos era tremendo, y a su paso<br />

hubo que rematar a algunos guerreros que parecían reponerse. Una vez el<br />

nutrido grupo estuvo fuera, todos corrieron hacia los caballos. Bruno<br />

distribuyó los animales y rápidamente partieron al galope, mientras Risco<br />

lloraba desconsolado tras saber por otro enano que sus padres habían<br />

muerto.<br />

Penelope <strong>esta</strong>ba histérica. Intentaba encontrar a su esposo entre aquellas<br />

personas, pero le era imposible. Todos <strong>esta</strong>ban sucios, harapientos, y el<br />

galope de los caballos no le facilitaba la tarea.<br />

Después de varias horas de cabalgada por el camino Libby, la comitiva<br />

llegó a las inmediaciones del castillo de St. Louis y se detuvo. Uno a uno,<br />

Penelope los miró. ¿Dónde <strong>esta</strong>ba su marido?<br />

Poco a poco, los presos liberados partieron agradecidos para sus<br />

hogares y, cuando todos se hubieron ido, Penelope lloró desesperada.

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