44 Texto: CARLOS M. FEDERICI Ilustraciones: PABLO URÍA DÍEZ y CARLOS M. FEDERICI (ILUSTRACIONES ADICIONALES)
Dedicada a la memoria de mis amigos Raquel, Ruben Hugo y Alberto, locos por «el otro» cine, igual que yo, y también a Rita-l, que de alguna manera la inspiró. Y con un especial abrazo para Eduardo D’Angelo, paladín de las las viejas «matinées», para Ernie Figueroa, un californiano por adopción que «se las vio todas». Córdoba rozó la tecla roja. Una suave chicharra confirmó el pronóstico de la compradar-3. En la pantalla, tres líneas fluorescentes convergían en un punto luminoso, de frenética titilación. —Parece que es una fija, ¿eh, «Chips»? —bromeó Córdoba (manía de espaciero solitario) con el robot de la consola. —Coordenadas Tridi AZ8-Hd15- Cx03 —informó el Compiloto—. Velocidad estimada, según... El hombre adelantó una de las nervudas manazas, abanicando el aire. —¡Déjate de tecnicismos, idiota! —refunfuñó—. ¿Cuánto tiempo hay? —En unidades cronogalácticas quedan... —¡En minutos de Terrasolar, viejo, en minutos de Terrasolar!... —Dieciséis punto cinco terraminutos—. El Compiloto pareció captar la urgencia de la situación, y optó por un laconismo estrictamente funcional—. Con un margen de error de cero, coma, ocho microsegundos —precisó, sin embargo, vasallo de su escrupulosidad cibernética. El hombre asintió con lentitud. Poseía una cara larga y melancólica, iluminada simpáticamente por un par de ojos a la vez vivaces y cansinos. La boca complementaba el juego a la perfección: parecía tan bien dotada para sonreír con cálido humanismo como para expresar una muy especial comprensión del Universo, no carente de su pulgarada de experiente cinismo. Casi ciento cincuenta años antes, un rostro de idénticas características había hecho suspirar a dos generaciones de terráqueas, en la penumbra cómplice de las salas cinematográficas. Respondía al apodo de «Coop», si bien ignoraba las verdaderas raíces del mote en cuestión. —No hay forma de esquivarlos, ¿no es así? —era una consulta hecha únicamente por reflejo, con una sola respuesta posible. —Los energohaces están ensamblados —contestó el Compiloto (¿había un matiz de resignación en la voz mecánica, o era tan sólo imaginación suya?, se preguntó Córdoba) —. Nos han copado todas las vías de acceso al hiperesp. «Coop» deslizó su silueta larguirucha fuera del asiento de mando. Con soltura hija de un largo hábito, flotó en la cabina desgravitada, impulsándose expertamente mediante calculados movimientos de piernas y brazos y asiéndose, según la necesidad, de los ganchos instalados al efecto en distintos puntos de techo y paredes. La High Noon estaba provista de unidades de gravedad artificial en todos sus ambientes, pero él no las usaba en la cabina de mandos, por considerarlo un lujo innecesario. Atravesó una reducida puerta, cuya hoja se corrió sin ruido al interrumpir el cuerpo de Córdoba un haz-portero electrónico. Instantáneamente, su masa adquirió peso y se vio precipitado hacia el suelo, donde se posó con la sutileza de una pluma de ganso. Hizo dos o tres flexiones, para habituarse a la sensación de pesantez en los músculos, y de inmediato se dirigió al objeto de su interés. En el centro del recinto, alumbrado por el tenue fulgor molecular que 45
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