4 THE NEW YORK TIMES INTERNATIONAL WEEKLY SÁBADO <strong>20</strong> DE JULIO DE <strong><strong>20</strong>19</strong> EL MUNDO El modelo sueco se pone a prueba Viene de la página 1 programas de capacitación laboral. El modelo nórdico a menudo se destaca como un enfoque prometedor. Pero su resistencia ha dependido durante mucho tiempo de dos elementos cruciales: la disposición del público para pagar algunos de los impuestos más altos del mundo, y el entendimiento de que se supone que todos deben trabajar. El flujo de inmigrantes de Suecia -el más grande de cualquier nación europea- pone a prueba esta idea. En el punto más alto de <strong>20</strong>15, 160.000 refugiados buscaron asilo en Suecia, un país de 10 millones de habitantes. Durante las últimas dos décadas, la porción de personas nacidas en el extranjero ha aumentado del 11 al 19 por ciento de la población sueca. Muchas de ellas tienen poca preparación académica y no hablan sueco, lo que dificulta darle el empleo. Varios sondeos de opinión pública revelan que los suecos siguen dispuestos a aceptar su carga fiscal. Pero a medida que los ciudadanos captan la realidad de que muchos refugiados dependerán de la beneficencia pública durante años, algunos se oponen al costo, al tiempo que exigen límites a la ayuda gubernamental para personas desempleadas. El principal vehículo de descontento son los Demócratas de Suecia, un partido político de derecha con raíces en el movimiento neo-nazi. El partido ha cobrado fuerza en medio de la ira por una economía que se ha estancado en años recientes y la frustración por los recortes a los servicios sociales, que se han extendido durante 25 años. El partido también ha sido impulsado por el rechazo al multiculturalismo, en lugares como Filipstad, donde las mujeres musulmanas con velo pasean a los niños en carriolas por las aceras. “Estos inmigrantes no hablan el Christina Anderson contribuyó con información para este artículo. El afgano Babak Jamali estudia sueco y quiere ser electricista. mismo idioma”, indicó Pettersson, integrante de los Demócratas de Suecia. “Tienen religiones diferentes y estilos de vida diferentes. Si hay demasiadas diferencias, es más difícil llevarse bien. Es interesante conocer a alguien de otro país durante media hora, quizás, pero vivir juntos es difícil”. Cuando el gobierno nacional comenzó a traer refugiados a Filipstad en <strong>20</strong>12, los funcionarios locales recibieron garantías de que no tendrían que arreglárselas por sí El Estado benefactor asume que todos contribuirán. mismos. El Estado estaba ansioso por colocar a los refugiados en pueblos en lugar de ciudades como Estocolmo, donde la vivienda era escasa y cara. Las autoridades nacionales acordaron cubrir la renta, alimentación, ropa y atención médica especializada durante los primeros dos años. Luego, los municipios heredarían la responsabilidad, aunque se asumía que los costos serían mínimos: para entonces, se suponía que la mayoría de los refugiados podrían mantenerse por sí solos. Esto fue una fantasía, dijo Hannes Fellsman, que administra programas laborales y educativos en una unidad que el gobierno local estableció en <strong>20</strong>15 para preparar a los refugiados para las profesiones. Ahora cerca de una quinta parte de los casi 11.000 habitantes de Filipstad han nacido en el extranjero. Entre las 750 personas en edad laboral, 500 tienen estudios por debajo del bachillerato. Y, aproximadamente, <strong>20</strong>0, son analfabetas. “El Estado sigue diciendo que necesitamos preparar a las personas para que consigan empleo rápido”, comentó Fellsman. “Eso es imposible. Hay que educarlos”. Preparar a refugiados para que trabajen en Suecia es difícil porque la economía se centra en actividades altamente calificadas y remuneradas. Esto ha sido diseñado para minimizar los empleos de sueldos bajos del sector de servicios. La tasa de desempleo fue de solo el 3.8 por ciento entre la población de origen sueco el año pasado, pero del 15 por ciento entre los nacidos en el extranjero. Casi la mitad de todas las personas desempleadas en Suecia eran de origen extranjero. Entre los simpatizantes de los Demócratas de Suecia, este tipo de cifras se cita como una evidencia de que, los refugiados han venido aquí en masa para disfrutar unas vidas de perezosos, auspiciadas por el Estado. Descripciones así dejan pasmado a Babak Jamali. Hace seis CARSTEN SNEJBJERG PARA THE NEW YORK TIMES años dejó su casa en Afganistán, fue a la ciudad sueca de Malmo y solicitó asilo. Durante el último año, ha vivido en los campos en las afueras del poblado sureño de Horby, en una casa sin agua corriente. Jamali, de 19 años, no puede trabajar mientras su caso de asilo esté pendiente, así que va a Horby seis días a la semana para estudiar sueco. Los suecos le gritan desde los automóviles que se regrese a su patria. “¿Cuál patria?”, comentó. “No tengo patria”. Su primera solicitud de asilo le fue negada. Ha presentado una apelación. Si pierde, enfrenta la deportación, una posibilidad que le asusta. Habla sueco casi con fluidez y desea ser electricista. “Quiero vivir como vive el resto de la gente”, expresó. Los economistas dicen que el modelo nórdico está comprobado, justificando las inversiones de los contribuyentes hacia el asentamiento de refugiados. Sus hijos crecerán hablando sueco. Se graduarán de escuelas suecas y luego trabajarán. El refugiado promedio en Suecia recibe unos 7.800 dólares más, en servicios del gobierno, que lo que ellos le pagan al sistema, concluyó el economista Joakim Ruist en un informe emitido el año pasado. En general, el costo de los programas sociales para refugiados utiliza alrededor del 1 por ciento de la producción económica anual del país. “Suecia puede asumir este costo”, afirmó Ruist. “Esta crisis de refugiados aparentemente sin solución es completamente solucionable”. La unidad de capacitación laboral intenta ayudar. Saadia Osman, madre de tres hijos que huyó a Suecia de la guerra de Somalia, estaba en un salón de clases recientemente, aprendiendo sueco específico para las cocinas de restaurantes. Su esposo consiguió un empleo hace tres años en una fábrica, ganando unos 2.100 dólares al mes. Ahora pagan su propio alquiler. “Todos estamos ansiosos por trabajar”. Suecia ya está ayudando demasiado, en opinión de Johnny Grahn. Este chofer de autobús de profesión ocupa un escaño en el ayuntamiento de Filipstad, representando a los Demócratas de Suecia. Según lo describe, los refugiados han abrumado a la comunidad. Los complejos habitacionales están repletos de extranjeros, dijo, y los planteles de preescolar han sido “inundados” con niños refugiados. La gente espera semanas para consultar con los dentistas. Al mismo tiempo, los pagos de bienestar del gobierno se han disparado en la última década, de 632.000 dólares a más de 3 millones de dólares. Tras una crisis económica a principios de los 90, Suecia bajó los impuestos y redujo el gasto, al recortar los beneficios de desempleo y las pensiones. Las quejas sobre retrasos en el sistema de salud se han multiplicado. Pero en Filipstad, como en otras comunidades, los refugiados cargan con la culpa de casi todos los problemas sociales. Lo que impulsa esta narrativa es la suposición de que el dinero gastado, al tratar de integrar a los refugiados, es dinero desperdiciado. “La disposición de la gente a seguir pagando los impuestos muy altos necesarios para financiar los programas de bienestar social no es algo que se pueda dar por hecho”, indicó Marten Blix, un economista de Estocolmo. Para los extranjeros, el modelo nórdico podría estar regido por la benevolencia, un deseo de garantizar que nadie se quede sin las necesidades fundamentales, como atención médica y vivienda. Sin embargo, la experiencia de Suecia con los refugiados sugiere una concepción más transaccional del estado benefactor, una especie de club por membresía, en el que la gente paga cuotas por servicios esperados. Si muchas personas obtienen los beneficios gratis, se pone en peligro la fe en el sistema. “Antes, recibíamos algo a cambio”, comentó Grahn. “Ahora, no recuperamos lo que pagamos”. Los Verdes y su avance en Europa Por KATRIN BENNHO<strong>LD</strong> BERLÍN — Cuando los manifestantes en chalecos reflectores amarillos levantaron barricadas en Francia, rebelándose contra un impuesto a la gasolina, que golpearía más duro a quienes menos podían costearlo, Annalena Baerbock observaba de cerca desde el otro lado de la frontera. Una líder de los Verdes de Alemania, Baerbock ha visto a su partido fortalecerse en el transcurso del último año. Pero sabe que si los Verdes van a convertirse en una fuerza más importante, tendrán que convencer a los electores de que las políticas climáticas, no son una causa elitista, sino una causa común, mientras que, al mismo tiempo, abordan sus inquietudes económicas. “La lección que ofrece Francia es que no podemos salvar el clima a expensas de la justicia social”, dijo Baerbock, de 38 años, que tiene aproximadamente la misma edad que su partido. “Las dos cosas tienen que ir de la mano”. Este es el momento de los Verdes en Europa o, al menos, podría serlo. Ahora superan habitualmente a los conservadores de la canciller Angela Merkel en las encuestas y se espera ampliamente que sean parte del próximo gobierno alemán. En los comicios europeos recientes, los partidos Verdes avanzaron considerablemente también en otros rincones del continente, al ganar 63 de 751 escaños en el Parlamento Europeo, un incremento de alrededor del 47 por ciento. Un conjunto de partidos, alguna vez radicales, exclusivamente de la protesta ambiental, han surgido como los beneficiarios inusitados de las alteraciones sísmicas, que ha sufrido la política europea en años recientes. El cambio climático se ha colocado cerca del primer lugar entre las inquietudes de los electores europeos. El colapso de los partidos demócratas sociales tradicionales ha abierto espacio en la centroizquierda. Una generación de electores más jóvenes está en busca de nuevas lealtades, mientras otros indagan un antídoto a la ultraderecha nacionalista y populista. A medida que los Verdes surgen como la nueva esperanza de la política de centro de Europa, se han convertido en el enemigo de los populistas de extrema derecha y otros que tildan sus políticas de ser una agenda elitista,que perjudica a la gente común. Los Verdes del Reino Unido obtuvieron un sorprendente 12 por ciento de la votación, y terminaron en cuarto lugar por arriba de los gobernantes conservadores, no solo promoviendo el medio ambiente — sino también oponiéndose al Brexit. Incluso en Francia, sacudida durante meses por las manifestaciones de los Chalecos Amarillos contra un incremento del impuesto a los combustibles, que a fin de cuentas fue cancelado, los Verdes ganaron el 13.5 por ciento. Sin embargo, la batalla está enfrentando a ciudades contra zonas rurales, y a los países más ricos y más liberales del norte y oeste de Europa, con sus contrapartes más pobres en el sur y el este. En Alemania, el partido Alternativa para Alemania, comúnmente conocido como AfD, acusa al partido de Baerbock de ser elitista —e hipócrita. “La gente que vota por los Verdes puede darse el lujo de hacerlo”, afirmó Karsten Hilse, un legislador de AfD. “Se compran una consciencia tranquila, porque son los que más dañan al medio ambiente”. Estas acusaciones son bien recibidas entre los electores de ultraderecha: durante mucho tiempo, fue cierto que los simpatizantes de los Verdes figuraron entre los más ricos del país. No obstante, el apoyo a los Verdes se ha ido extendiendo. No solo fueron los más populares entre todos los electores europeos menores de 60 años, sino que también, por primera vez, entre los votantes desempleados. Sin embargo, la acusación de privilegio sigue pesando, señaló Baerbock. Las manifestaciones en Francia representaron un momento de aprendizaje crucial, declaró. El impuesto a los combustibles, promovido como una medida a favor del clima, había sido percibido como injusto. “Allí, en resumen, yace nuestro reto”, manifestó Baerbock. “Observamos a los Chalecos Amarillos con mucho cuidado para no caer en la misma trampa”.
SÁBADO <strong>20</strong> DE JULIO DE <strong><strong>20</strong>19</strong> THE NEW YORK TIMES INTERNATIONAL WEEKLY 5 ¿Tenemos un destino cósmico? Viene de la página 1 EL MUNDO NEIL ARMSTRONG/NASA, VÍA ASSOCIATED PRESS El astronauta Buzz Aldrin Jr. descendiendo del módulo lunar a la superficie de la Luna el <strong>20</strong> de julio de 1969. Una llamada de ayuda, o a un clic de distancia VENTANA Comentarios son bienvenidos en nytweekly@nytimes.com. El servicio al cliente está capacitado para escuchar. CAROLINE ARBOUR La obsesión de los japoneses por el plástico daña el mar Por MOTOKO RICH KOJI SASAHARA/ASSOCIATED PRESS Japón es el segundo generador mundial de desechos plásticos.
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