NÚMERO 5
Revista para Fotógrafos de Naturaleza www.objetivonatural.com
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Con el paso de las horas, la temperatura ha ido elevándose
y -aunque no puede decirse que haga calor- se
hace más llevadera al superar la línea del termómetro
la barrera de los cero grados. Y este fenómeno se evidencia
al comprobar cómo la nieve comienza a fundirse
formando pequeños arroyos que irán creciendo y aportando
vida a lo largo de todo su recorrido, montaña
abajo, hasta alcanzar el valle, donde se remansarán en
la presa del Tranco de Beas, pequeño mar interior de la
Sierra de Segura.
Son cientos de arroyos y saltos de agua los que irán
modelando el paisaje y seduciendo al fotógrafo de naturaleza
conforme los vaya descubriendo. Próximo al
lugar donde ahora me encuentro se forma una cascada
-que llaman de los Goterones- a la que me dirijo para
tomar algunas imágenes. No es el momento mejor ya
que en primavera, con el deshielo, el salto de agua es
soberbio; pero ahora la vista queda compensada con
la nieve del entorno, cuyo manto ejerce un especial
atractivo que no podrá contemplarse más tarde con la
llegada del calor.
Mi presencia en el lugar, frente al salto de agua, es
lo único que altera la tranquilidad de este placentero
rincón de la Sierra de Cazorla. El suave murmullo del
agua al deslizarse por la roca es cuanto se escucha y
mis pisadas en la nieve sólo vienen a perturbar el silencio
que reina a mi alrededor. El ambiente de quietud y
la fragancia que se percibe en este santuario natural
penetra hasta el fondo de los sentidos y, de nuevo, me
siento dichoso .
Con el paso de las horas y conforme avanza el día
la claridad de la atmósfera comienza a diluirse hasta
convertir el paisaje en una sinfonía de sutiles contrastes
que aprovecho para captar con mi cámara. Son
momentos majestuosos -desde el punto de vista de la
fotografía- que no hay que desaprovechar.
El tiempo en la montaña -durante los meses de invierno-
acostumbra a ser cambiante, y aunque esto pueda
suponer una contrariedad para el excursionista no lo
es así para el fotógrafo de naturaleza, quien con toda
seguridad sabrá sacar partido de ello en cualquier momento.
Aunque hay que tenerlo siempre muy presente
para evitar posibles percances que nada tendrían que
ver con la toma de imágenes.
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Vuelve a caer la temperatura y al nivel de altitud en
que me encuentro hace que el frío se muestre con crueldad
después de que el sol dejara de ser -en este casoun
aliado del fotógrafo. La lente se empaña y me veo
obligado a pelear continuamente con este contratiempo
añadido cada vez que pretendo tomar una instantánea.
El frío ha endurecido la nieve y se forman placas de
hielo, por lo que estimo prudente descender de cota y
tomar un sendero por el que moverme con mayor seguridad
ya que el equipo limita bastante mis movimientos.
Y es que a mi edad creo firmemente que ninguna
fotografía justifica el riesgo de un posible daño físico.
Conforme desciendo encuentro mejor temperatura,
pero la humedad forma espesas nieblas que impiden ver
en la distancia. Otro fenómeno atmosférico que no quiero
dejar escapar pero que me obliga a afanarme con el
manejo de la lente y su constante enturbiamiento.
Me considero muy afortunado por las oportunidades
que hoy me ha brindado la naturaleza -de las que creo
haber sacado todo el partido a mi alcance- pero creo
llegado el momento de regresar y experimentar las comodidades
que brinda el automóvil… pero no sin antes
visitar el nacimiento del río Guadalquivir.
Durante la temporada de estío, este arroyo suele carecer
de agua y únicamente es visible un pequeño charco,
donde se supone que mana el río al que los árabes
denominaron “río grande” (wadi al-Kabir) y que tras un
largo recorrido acabará desembocando en la población
gaditana de Sanlúcar de Barrameda.
Aprovecho la quietud y soledad del lugar para localizar
-sin prisas y sin estorbo alguno- los mejores encuadres
para mis fotografías y, de paso, gozar de su pintoresco y
bucólico entorno.
El día invernal -corto en horas de sol- comienza a languidecer.
Y llegados a este punto, no queda más remedio
que volver a desandar el camino de regreso antes de
que se presente la noche y se adueñe de estos espacios.
Pero cuando ya estaba a punto de guardar definitivamente
el equipo para acomodarlo en el automóvil apareció
en escena el amigo raposo en solicitud de alguna
migaja que llevarse a la boca. El otrora taimado zorro
se ha familiarizado tanto con los humanos -quienes le
proveen graciosamente de alimentos- que ha terminado
cambiando sus hábitos esenciales.