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El revelado de La memoria

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Un origen de infancia diluido en travesías

La dulce Ocaña.

Sed de aquel lugar donde se ve cálido.

Ver como aquel niño reposa sobre un abrazo que parece eterno.

Un abrazo que se siente como aquella bebida caliente que entra y se

queda por un rato en el pecho.

Sensación que envolvía el cuerpo con la delicadeza del algodón.

Un refugio que no se quería abandonar,

era el nido donde era agradable estar.

Verse amado.

Sentirse amado.

Encontrarme amada.

Reposar en aquel pedestal donde no había lugar para la inseguridad,

donde aquel mecer de la silla favorita calmaba al ser.

Ir y venir y volver a vivir.

Una infancia dulce la cual se quiere revelar para no olvidar;

no olvidar que fui amada, que todos lo fuimos,

para que hoy ese abrazo eterno haga parte de la realidad.

Pero se sabe que aquel nido fue un lugar de paso.

Aquella sensación de refugio debía volar.

Desprenderse para encontrarse.

Aprender de mi tía la viajera, que no hay lugar más certero que aquel

que nos espera en la distancia.

Porque es necesario abrir y quebrar aquel huevo que protegía, para

encontrar la capacidad de ver más allá.

Encontrar en el interior un visor fotográfico que encapsula el pasado y

el futuro,

dejándole al presente la decisión de querer observarlo o dejarlo a un

lado.

Mi tía decidió saborear aquel tibio vaso de leche que cesó y se convirtió

en café.

Dulces cubos de azúcar que al disolverse se convirtieron en palabras

que navegaban en aquella taza.

Café que al revolverlo en la soledad reveló las cartas que se dejaron atrás:

“Amarte se parece a las emociones con que el viajero, que entre nieblas

pasa, quisiera disipar su oscuro miedo; es saberse abrazado y

protegido, es hallar el pañuelo para el llanto. Amar es comprender que

estamos vivos, es saber que unas manos nos esperan y en esas manos la

bondad del mundo”

Palabras de un viejo amor o de Papá sobre las cuales el espíritu viajero

supo redactar una nueva historia.

Un río de café y montañas de nuevas cartas forjaron el paisaje hacia

el futuro,

se escribieron letra por letra a medida que iban presionando el corazón

al ritmo de las teclas.

Una a una retrataban un amor que no ata,

que al contrario espera y convierte aquel nido del pasado en un refugio

llamado confianza,

el cual se habita en la adultez del presente.

Son testigos de estas sendas aquellas que revolvieron incontables historias

en inimaginables destinos.

Cucharas compañeras de travesías que pueden llamarse Infinitas,

ya que no hay espacio que contenga las palabras vividas.

Pisar la historia antes vista en libros:

Desde Ámsterdam, hasta Países Bajos, sin olvidar Nueva Zelanda

donde se vislumbró un huevo del ave kiwi el cual trajo recordación de

aquella infancia.

Un origen distante en espacio más no en tiempo.

Inexistencia de segundos, años y minutos precisos en la memoria,

que hace del pasado lejano uno bastante cercano.

Poder añorar y querer volver atrás.

O ser como ella,

tener la capacidad de recordar sin dejar de avanzar.

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