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Asesino de brujas. La bruja blanca- Shelby Mahurin

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mordido, mirándome con un desprecio que lindaba con la repulsión.

—Nunca en la vida he oído a una dama hablar de ese modo.

Ah. Los chasseurs eran hombres santos. Probablemente creía que yo era el diablo.

No habría estado equivocado.

Le ofrecí una sonrisa felina mientras me alejaba poco a poco, pestañando y

haciendo mi mejor imitación de Babette. Al ver que no hacía movimiento alguno

para detenerme, la tensión en mi pecho desapareció un poco.

—Pasas tiempo con las damas equivocadas, Chass.

—Entonces, ¿eres una cortesana?

Me hubiera enfurecido de no haber conocido a varias cortesanas perfectamente

respetables… Babette no estaba entre ellas. Maldita extorsionadora. Suspiré con

dramatismo.

—Cielos, no, y hay corazones rotos por toda Cesarine por ello.

Él tensó la mandíbula.

—¿Cómo te llamas?

Un estallido de vítores estridentes evitó que respondiera. La familia real por fin

había doblado en la esquina de nuestra calle. El chasseur se giró un segundo, pero eso

fue todo lo que necesité. Me deslicé detrás de un grupo particularmente entusiasta

de muchachas que gritaban el nombre del príncipe en un tono que solo los perros

deberían haber oído, y desaparecí antes de que él se girara de nuevo.

Sim embargo, los codos me empujaban de todos los ángulos y pronto comprendí

que era demasiado pequeña, demasiado baja, demasiado delgada, para abrirme

paso entre la multitud. Al menos era imposible hacerlo sin empujar a nadie con mi

cuchillo. Devolví algunos codazos y busqué un terreno más alto para esperar a que

la procesión terminara. Algún lugar fuera de vista.

Allí.

Con un salto, me aferré al alfeizar de un viejo edificio de arenisca, escalé por el

tubo del desagüe y subí al techo. Apoyé los codos en la balaustrada y observé la

calle de debajo. Las banderas doradas con el emblema de la familia real flotaban en

cada puerta y los vendedores ofrecían comida en cada esquina. A pesar de los olores

tentadores de sus frites, salchichas y croissants de queso, la ciudad aún apestaba a

pescado. Pescado y humo. Arrugué la nariz. Uno de los placeres de vivir en una

península sombría y gris.

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