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San Pedro Poveda pensaba mucho sus palabras, en
cambio le gustaba oír y sabía oír. El respeto inmenso
a los demás le hacía cultivar el diálogo. El escuchar
no era en él una cortesía, era una obligación, impuesta
por su espíritu de disponibilidad. Jamás insistente,
jamás inoportuno, nunca empeñado en convencer, en
“predicar”. Atento a los problemas del mundo en que
vivía convocó a todos a comprometerse. Invitó a los
pasivos, llamó a los “buenos”, removió a los insensibles,
suplicó a los amigos, retó a los jóvenes. Las respuestas
heladas no le hicieron enmudecer.
Creyó en la potencialidad de un cristianismo vivido
en la entraña del mundo, hecho aliento, levadura, sal,
como el de los primeros cristianos.
Creyó en la fuerza de la fraternidad, de la tolerancia,
de la mansedumbre, de la humildad; en el peso leve
de lo que reconforta, anima y es alegre; que no sabe
de violencia, de arrogancia, de poder, de espíritu
avasallador.
Creyó que la transformación del mundo, en un sentido
más humano y más justo, era posible desde la
fe, y no renunciando a ella según la propuesta laicista
de su momento.
Transformar el mundo, transformándose. ¡Tú mismo!
D.G. Molleda
Salamanca, 28 de julio de 2011
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