Valencia Escribe. Número 8.b
Número 8 de la Revista Digital Valencia Escribe, con más de cien páginas de relatos, micros, poesía, crítica literaria y una sección para los más pequeños.
Número 8 de la Revista Digital Valencia Escribe, con más de cien páginas de relatos, micros, poesía, crítica literaria y una sección para los más pequeños.
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Número 8 Mayo 2021
Revista DiGital
ValeNcia EscRiBe
1
LOS DIEZ CONSEJOS DE VIRGINIA WOOLF
1. Crea tu propio método.
2. Ten una disciplina.
3. Lee a los clásicos.
4. Escribe un diario.
5. Confía en tu talento.
6. No te apresures.
7. Enfréntate a tus fantasmas.
8. No devalúes tu obra.
9. Sal de casa
10. Pon en valor tu trabajo
Todos y cada uno de los derechos de las obras literarias, fotografías o
ilustraciones publicadas en esta revista pertenecen en exclusiva a sus autores.
Colaboraciones: revistadigitalvalenciaescribe@gmail.com
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2
«No me digas que la
luna brilla, muéstrame
el brillo de la luna
en el vidrio roto»
Anton Chejov
EQUIPO RDVE
Coordinación y corrección
Aurora Rapún Mombiela
Ilustración portada
Vivian Rodríguez (Cas)
Imágenes y maquetación
Eulalia Rubio y Vicente Carreño
3
INDICE
Editorial Aurora Rapún Mombiela 6
Prólogo amigo Sonia Mele Puerto 8
RELATOS
Francisco Pascual
El Poso
12
Víctor Calvo Luna
Mujer que llora,
mujer que ríe
20
Bienve Fajardo López
Helado de vainilla
28
Ana Blanch Carpena
La amenaza y el mar
36
Nani Canovaca López
Jubiladas y Nada
44
María Dolores Garrido Goñi
¿No quieres ser mi mamá?
52
Miguel Ángel
Puerto Bellod
Lo
16
Susana Gisbert
Grifo
Ninot indultat
24
Maria Grazia Scelfo
El árbol de la vida
32
Amelia Jiménez Graña
Por arte de magia
40
Vicente Carreño
Camino de la nada
48
Amalia Martínez-
Alia
Mi hija
58
Irene Lado Monserrat
Estreles
62
Sonia Mele Puerto
La que calla
68
POESÍA
Esther Moreno
Morillas
El viaje de la vida
60
Isabel Juliá López
Magnífica
66
Gladys Alonso
Sin vuelos
70
4
Malín Simón
Por un infierno
más digno
74
Lu Hoyos
Transedad
78
Cristina Cifuentes
Bayo
La gloria no lo vale
82
Manuela Vicente
Fernández
El Palomitas
86
Consuelo Orias
Publicidad
90
Concha García Ros
Añicos
94
MICROS
Pepe Sanchis
Olores
76
Manuel Serrano
1663 Cuento interactivo
casi infantil
80
Asunción Martorell Andrés
Sayonara, baby!
84
Pilar Alejos Martínez
Oscuridad
88
Luis Molina
Campanadas
92
Aurora Rapún
Mombiela
Tempus fugit
96
Vivian Rodrígez Dorgia
A ciencia cierta
98
LITERATURA
Marta Navarro Calleja
Recuerdos de un jardinero inglés. Reginald Arkell
102
Julia Rapún López
La pandemia
106
MENUDOS RELATOS
Mar Planelles Rapún
Un día de safari
110
Jimena Rapún López
Una familia en una nube
108
5
Editorial
AURORA RAPÚN MOMBIELA
Queridas amistades de Valencia
Escribe:
Parece mentira que llevemos ya
8 números de esta segunda etapa
de nuestra querida revista. No sé si
es porque me hago mayor o porque
ahora lo medimos todo en periodos
de cuarentena, fechas de estados de
alarma o de cuándo toca la vacunación,
pero el caso es que el tiempo
pasa volando.
No está en nuestra mano frenarlo,
pero lo que sí podemos hacer es
dar la bienvenida al buen tiempo y
a los largos días soleados, sentarnos
en un sillón, tomarnos un café
y disfrutar tranquilamente del calor
de vuestras letras.
No puedo resistirme a avanzaros
que, como tenemos muchas ganas
de veros y de sentiros cerca, se ha
puesto en marcha la planificación
del Maratón de Microrrelatos de
Valencia Escribe 2021. Y digo se ha
puesto en marcha la planificación
porque su celebración está todavía
6
en el aire, aunque os puedo asegurar
que haremos todo lo posible para que
se lleve a cabo.
Las personas que formamos el
equipo de edición de la revista, Vicente
Carreño, Vivian Rodríguez,
Eulalia Rubio y yo misma queremos
comunicaros que hemos puesto fecha
de finalización a nuestra andadura
como editores. No os asustéis, ¡este
no es nuestro último número! Esta
es una labor muy gratificante, que
nos está enseñando mucho y que nos
encanta realizar, pero que conlleva
mucho tiempo y dedicación que, en
ocasiones tenemos, pero que, a veces,
hemos de sacar de donde no hay.
Gestionaremos la revista hasta el
final de este año, o lo que es lo mismo,
hasta el número 10. Si hemos
decidido comunicároslo ya ha sido
para daros la oportunidad de participar
(puede que haya personas que
no se hayan animado a enviar nada y
quizá ahora lo hagan) y para ofrecer,
al igual que hizo nuestro queridísimo
Rafa Sastre en su momento, el testigo
a quien quiera cogerlo. Seguro
que hay personas con muchas ganas
y entusiasmo que estarán dispuestas
a formar un nuevo equipo editorial.
Si alguien quiere empezar a colaborar
ya y se maneja en Indesing, nuestro
genio de la maquetación, Vicente,
podría asesorarle para que pudiera
hacerse cargo de la maquetación y la
ilustración y, por supuesto, las demás
estaríamos igualmente encantadas de
aconsejar en lo que fuera.
Y ahora sí, termino este espacio
para daros voz a través de vuestros
magníficos textos que siempre nos
hacen vivir historias inolvidables.
7
Prólogo amigo
PRIMERAS VECES
SONIA MELE PUERTO
Valencia Escribe me
ha brindado muchas
primeras veces: participar
en una maratón de microrrelatos
y también en un concurso
de relato rápido, ser miembro de
un jurado, publicar en una revista
(la misma que estás leyendo) y, en
esta ocasión, escribir mi primer
prólogo.
Desde luego, como veis, tengo
motivos sobrados para estar agradecida
a este colectivo que me ha
dado tanto. Por encima de todo,
he conocido a gente maravillosa
entre la que he cultivado excelentes
amistades. Pero, además, he
conseguido desembarazarme un
poco de ese puñetero síndrome del
impostor y ganar confianza como
escritora.
A pesar de no ser nada román-
8
tica, he de confesar que cuando
leí la publicación para participar
en la III maratón de microrrelatos
de Massalfassar, organizada por
Valencia Escribe, sentí un flechazo
irresistible y allá que me presenté.
Ya me había iniciado en eso de
dejar que algunas personas leyeran
lo que escribía, pero fue a partir de
entonces cuando despegué en este
sentido.
Esto ocurrió hace solo tres
años, aunque parece mucho más
lejano debido a este tiempo extraño
que nos ha tocado vivir. Pero
gracias a esta balsa en forma de
revista podemos distraernos de la
extravagancia que la vida se ha sacado
de la chistera. En un tiempo
en el que las noticias apenas pasan
de ser una sucesión de datos, con
ella disfrutamos al compartir cientos
de fantasías, misterios, terrores,
realidades, ilusiones, sueños, risas…
Nos la bebemos a pequeños
sorbos o nos damos un atracón de
emociones diversas y bien hiladas.
No sé si será tu primera vez. Si
lo es, que sepas que solo es el principio...
Esta revista es adictiva y
no existe ningún tratamiento eficaz
para desintoxicarse. ¡Ni falta que
hace!
Una vez más, gracias y hasta
pronto, compañeras y compañeros.
9
10
RELATOS
11
EL POSO
FRANCISCO PASCUAL
Aquel día de Navidad, en la
pesada sobremesa, después
de la sustanciosa comida
preparada por mi madre y generosamente
regada por excelentes caldos, el tío Julián,
repantigado en la silla con su prominente
panzón, calva reluciente, nariz coloradota y
enormes mostachos de brigadier, se disponía,
como siempre en las celebraciones
familiares, a glosarnos alguna de sus batallitas.
Recuerdo que sonreí en un intento
de que los ojos no se me cerraran de sopor,
porque, fuera la que fuese, la historia que
estaba a punto de contar el tío Julián me la
sabía de memoria de tantas veces haberla
oído.
Acababa de tomar una taza de café
para ver si conseguía mantener el tipo
sin dar cabezadas. Era increíble cómo me
había entrado ese vino blanco fresco, en
12
Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay
13
Imagen Gert Altmann en Pixabay
su punto, y el tinto y el cava, y…, bueno,
dejémoslo.
Debo decir antes que nada que nunca
he creído en esoterismos, visionarios o pitonisas,
aunque después de aquello, ya no sé
qué pensar.
Sin duda, tuvo que ser el efecto de los
abundantes vapores alcohólicos, unido a la
machacona salmodia que desde hacía un
rato recitaba el tío Julián, lo que me indujo,
casi obligó, a bajar la vista y, no sé por qué
razón, a fijarme en el poso casi seco que el
café había dejado en el fondo de la taza.
Seguramente, hice algún gesto extraño,
porque la tía Paquita me miró con los
ojos muy abiertos, como si me estuviera
preguntado ¿qué te pasa?, ¿estás bien? Me
limité a sonreír para tranquilizarla, pero es
que lo que acababa de ver…, ¡era increíble!
A pesar de que la imagen no estaba demasiado
clara, ni yo tampoco, dicho sea de
paso, parecía que el poso del café había di-
14
ujado un coche deportivo, o quizá era…,
un todoterreno, y de mi marca preferida.
¿Casualidad? ¡Qué cosas! Es que veía la
carrocería, las anchas ruedas, los dos tubos
de escape, el logotipo de la marca. No
podía creerlo. ¿Anuncio? ¿Premonición?
¿Era posible estar oyendo incluso el ronroneo
del motor? ¡Qué delicia! Eso sí que
era difícil, pero lo oía, estoy seguro. Bueno…,
casi seguro.
Pero lo mejor fue que, de repente,
de uno de los lados de la taza surgió una
figura femenina realmente monumental.
Y se parecía a alguien, o me recordaba a
alguien o a algo. La muchacha me mostraba
una hermosa sonrisa y yo no sé qué
cara compuse que me di cuenta de que la
tía Paquita y mi madre no me quitaban ojo.
Mi madre movía la cabeza con un signo de
desaprobación. Seguro que estaba pensando,
es que este hijo mío, si sabe que no le
sienta bien y que siempre que bebe se pone
tonto, no sé por qué no ha parado después
de dos copitas.
Si era así, a mi madre no le faltaba razón,
aunque yo, de repente, me encontraba
la mar de lúcido, como hacía tiempo que
no estaba. Desde luego, me era imposible
apartar la vista del fondo de la taza. El
poso se movía al ritmo de los cadenciosos
andares de la chica. ¿Quién era? Me quedé
estupefacto al percatarme de que tenía algo
de cada una de mis antiguas novias, quizá
por eso me parecía tan maravillosa.
De pronto, unas risotadas me devolvieron
a la realidad. El tío Julián acababa
de contar un chiste de los suyos o alguna
anécdota de su agitada juventud. Yo alcé la
vista y sonreí un poco estúpidamente, para
no desentonar. Pero cuando de nuevo bajé
los ojos a la taza para continuar mi contemplación,
vi espantado un océano azabache.
Mi madre me acababa de rellenar
la taza de café hasta el borde mientras me
miraba con un gesto admonitorio.
Yo estaba espantado, todo había
desaparecido. Recuerdo que comencé a
hiperventilar mientras veía aquel líquido
negro que daba vueltas y vueltas después
de haber soterrado la maravillosa visión.
Aguanté la sobremesa un rato más, hasta
que decidí marcharme; deseaba que el aire
fresco me diera en la cara y me despejara
la cabeza.
De esto hace cinco años. Debo decir
que acabé comprándome el todoterreno
de la marca que vi en los posos del café,
también que he tenido unas cuantas novias
más, pero a aquella chica…, a la chica que
vi en el poso…, aún la busco.
15
LO
MIGUEL ÁNGEL PUERTO BELLOD
IImagen de Sasin Tipchai en Pixabay
16
Lo peina su melena frente al espejo.
Mientras da los últimos
retoques, se pregunta el porqué.
Por qué tiene que presentarse guapa
ante los demás.
Es consciente de que el decoro impone a
todos ofrecer buena presencia y agrado, por
ello se arregla, pero lo menos posible. No
le gusta acicalarse.
Al repasar sus ideas, se queja, pues,
mientras los hombres, duchándose y poco
más, están apañaos, ellas deben maquillarse,
pintarse uñas, labios y depilarse. Además,
el vello que ellos exhiben orgullosos,
a ellas las afea.
Lo sabe que sus propias compañeras la
censurarían si no lo hiciera así. Que «daría
asquito», en boca de ellas. «Son las normas»,
le dirían al momento.
Lo, todo hay que decirlo, es Loles, pero
se subleva incluso contra su propio nombre
y se rebela, en silencio, contra toda norma
que considera discriminatoria; aquellas
que le exigen estar guapa para que ellos la
deseen como si fuera un queso.
—En fin —dice, mirándose de reojo—
ya estoy un poco guapi.
Y se dispone para salir al rellano de su
portal.
Está conforme con ponerse la mascarilla;
al menos en eso, hombres y mujeres
van por igual. Además, irá sola en el ascensor.
Detesta subir con algún vecino, pues le
cederá el paso por eso que llaman galantería.
Lo siempre pensó que aquello era una
conducta hipócrita, ya que, al ser mujer,
le dejarán salir primero… ¿Para quedar
bien? Y de no hacerlo, ¿quedará el infractor
como un grosero?
Por un momento, Lo se detiene a pensar
que quizá también el hombre se halla
sometido a una pequeña tiranía, la de ser
siempre un caballero, pero que, en cualquier
caso, reconsidera al instante, siempre
será inferior a la que tienen que soportar las
mujeres.
Cuando llega al portal, observa la calle
de izquierda a derecha:
—Ningún tipejo de mala pinta —dice en
voz baja—. Puedo salir tranquila.
Pero no puede evitar mirar de reojo a la
derecha, al viejo parque donde tantas horas
pasó jugando. Ahora está lleno de treballaors,
como ella los denomina. Individuos
que treballen tot lo dia, donant-li al tabac i
a la botella. Solo cesan su labor para silbar
y molestar a las muchachas.
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18
Imagen Gert Altmann en Pixabay
Ya en la calle, se pregunta cuánto tardará
en presentarse el asunto: aquellas
situaciones creadas por los hombres que la
incomodan, cuando no la asustan.
Para más inri, a Lo le molesta incluso
un simple anuncio de bragas, y no digamos
la típica españolada donde la que enseña el
muslamen es siempre una mujer.
Se planta ante el semáforo de peatones.
El disco rojo, antes de simbología masculina,
exhibe ahora una silueta con falda hasta
los tobillos y coleta ñoña. «Menuda mandilona
nos ponen para representarnos –piensa-,
el que lo haya hecho nos odia a todas».
Mientras espera el verde, rememora un
capítulo de su infancia, cuando iba al colegio
de monjas y debía vestir falda. Un día,
rezongó a su padre: ¿por qué no dijiste que
soy chico? Así podría vestir pantalones…
Al recordarlo, ríe.
La mandilona cambia de color, ahora
viene otra prueba de fuego: se trata de un
bar de malasombras; donde al pasar, además
de recibir improperios, alguna vez
se ha llevado algún que otro restregón de
babosos asquerosos. Hasta que un día la
policía lo clausuró (razones no faltaban).
Aquello sí que fue un ERTE en toda regla,
pues els treballaors tuvieron que buscarse
la faena en otro sitio.
Lo tiene presente que los indeseables
siguen sueltos. Por ello cambió su pasión
deportiva, que era el fútbol, por un arte
marcial. Probó Tae-wondo, Judo…nada la
satisfizo. Por casualidad conoció el Kramaga
y se casó con él.
Lo llega al gimnasio, allí la espera Nerea,
su compañera de combate.
Tras la sesión, ambas amigas se comprometen
a no dar tregua a esa clase de
vacilones que las increpan. De vuelta en
la calle, sus mentes se distienden. Algún
comentario suelto las hace sonreír, todo
parece olvidado. Cuando doblan la esquina,
dos hombres las miran con fijeza. Lo no se
lo piensa, avanza un paso, su expresión es
retadora.
Nerea trata de detenerla, ha reconocido
en ellos a su padre y su tío. Tan solo grita:
¡Lo!..
Como si el tiempo se hubiera detenido,
Lo decidirá en una fracción de segundo si
escucha a su amiga, a la que juzga indecisa,
o responde agresiva por sentirse mancillada.
En la avenida, ante la mirada ahora sobresaltada
de dos hombres, solo se escucha
el resonar del eco de un monosílabo: “Lo”.
19
MUJER QUE LLORA,
MUJER QUE RÍE
VÍCTOR CALVO LUNA
Caminaba, como todas las
mañanas, absorto en las
personas que se cruzaban en
mi camino, ofreciéndome al sol de primavera
y cazando conversaciones al vuelo y
ojos ávidos como naúfragos que buscan
la superficie. Y fue ella quien me cazó.
Sentada a una mesita de bar, de esas que
en estos días aparecen en lugares imposibles,
sin espacio, sin sombra, junto a
contenedores de basura... Tenía los ojos
enrojecidos y acuosos, la nariz fresa, y la
boca: una mueca contenida de sufrimiento
y desesperanza. Era morena y joven y, a
pesar de su dolor, la sentí muy hermosa.
Junto a ella una mujer, también joven,
que escuchaba sus lamentos. Ralenticé mi
paso y su imagen se me quedó grabada
para siempre. Tuve la sensación inmediata
de que era una mujer a la que el llanto la
embellecía. Como si la naturaleza buscara
compensar el sufrimiento. Tal vez fuese un
pensamiento mágico, pero no pude sustraerme
a él.
Dos días después, pasé caminando por
el mismo lugar. Casualmente, en la misma
mesa se encontraba la misma mujer, con
la misma expresión de dolor y sufrimiento
en su rostro, como si el tiempo se hubiera
congelado en ese momento de aflicción,
como una foto de mis sentimientos. La
única diferencia era que se encontraba
sola. No pude pasar de largo, me detuve
junto a ella y, con un susurro, le pregunté
qué le ocurría y si necesitaba ayuda. Ni
me miró ni me contestó. Tan solo aumentó
sus gemidos y su belleza creció. Sin
pensarlo me senté frente a ella. En un acto
reflejo de intimidad y vergüenza se tapó la
cara con ambas manos.
—Perdone que me entrometa. Lamento
ser inoportuno, pero no soporto verla
20
Imagen de Goran Horvat en Pixabay
llorar, y mucho menos por segunda vez.
Disculpe mi frivolidad, pero he podido
comprobar que el llanto le favorece, la
ilumina y embellece. No crea que soy un
desaprensivo que intenta coquetear con
usted aprovechando su desgracia —le dije
de corrido y sin pestañear.
La joven rebajó la intensidad de los sollozos
y lentamente fue apartando las enrojecidas
manos de su rostro. Lo primero que
observé fue una nariz aguileña y colorada
que destilaba sin parar. Su rostro comenzó
a perder atractivo. Le ofrecí un pañuelo de
papel. Lentamente lo cogió con la mano
izquierda en la que lucía uñas azul oscuro
algo recomidas. Lo miró con los ojos entreabiertos
y anegados y se enjugó la nariz
torpemente.
21
Imagen de Marek Studzinski
Imagen de Tayeb Merrakchi
22
Me quedé mirándola en silencio, mientras
los transeúntes pasaban muy cerca
de nosotros, algunos incluso nos rozaban
involuntariamente. La joven se fue calmando
poco a poco, mientras yo me iba
contagiando de su tristeza y comencé a gimotear
sin poder evitarlo. Ella interrumpió
del todo su llanto, me miró con unos ojos
redondos y negros, como si me vieran por
primera vez, y me dijo con una voz que
salía de unos labios amoratados y resecos:
—¿Y usted por qué llora? —Una leve
mueca de sorpresa y burla se dibujó en su
cara.
—No lo sé. Soy muy impresionable y
tal vez me he dejado contagiar por usted.
La joven ya no lloraba, de sus ojos
había escapado el rosa, la nariz no goteaba
y los pómulos habían perdido su esplendor.
Se arregló el pelo con las manos, se
recompuso la camisa y abotonó hasta la
garganta. Estaba seria y francamente fea.
Yo seguía llorando desconsolado.
Me miró fijamente y, de repente, se
puso a reír sin poder contenerse. La belleza
regresó a su rostro, la nariz recobró
el magenta, los pómulos emergieron y los
labios recuperaron la frescura. Ese cambio
emocional brusco me sorprendió y me
contagió, de tal manera que, al poco, ambos
acabamos riendo como felices y viejos
amigos.
—Perdona mi franqueza —me dijo,
intentando contenerse la mandíbula— pero
tú estás igual de feo cuando ríes que cuando
lloras.
—¿Quieres decir que la naturaleza no
me ha compensado como a ti? —le dije,
apenado.
—En absoluto. Tu tienes…
La interrumpí.
—Yo tengo el tópico de “belleza interior”.
—No, estás equivocado. Lo que tienes
son cualidades muy visibles: compasión,
empatía, humanidad, gratitud, afecto, sentido
del humor... No sé si son bellas, solo
sé que son necesarias para vivir.
No supe qué responderle y, tras unos
segundos de mirarnos a los ojos, enmudecidos,
le dije:
—¿Qué te parece si, ahora que hemos
llorado y reído juntos, me dices cómo te
llamas?
—Vi-da —me contestó, al tiempo que
se mordía el labio inferior y la punta de la
lengua.
Entonces lo comprendí: siempre había
estado enamorado de ella y nunca dejaría
de estarlo.
23
NINOT
INDULTAT
SUSANA GISBERT GRIFO
Imagen de David Mark en Pixabay
—E
scolta, hem de llançarho
tot?
—Sí, pesat, sí. Ja t’ho he dit milers de
vegades
—Però, hi ha ninots molt bonics… Em
fa llàstima
—No en tens, de remei, artista faller
3Px. Estem al segle XXII i ja saps que el
24
nostre arxiu és virtual. El Museu Faller ja
fa molt de temps que té els ninots indultats
en hologrames
—Doncs a mi m’agradava més com era
abans. No es pot fer una excepció?
—Està bé. Pots quedar-te per al nostre
magatzem un parell de ninots. Ni un més.
Entesos?
—Gràcies, artista faller 1Cx. Moltes
gràcies.
25
L´artista faller 3Px va romandre una
bona estona, per tal de seleccionar els
ninots més bonics, per a salvar-los de ser
fem a reciclar. El seu cap, l´artista faller
1Cx es jugava molt per deixar que els
conservara. Les multes per no reciclar
eren astronòmiques.
—Ja els has triat?
—Sí, però…
—No vull “peròs”. A veure
—Espera un minutet, per favor. Vine a
veure una cosa.
—Està bé.
3Px semblava excitat. Mostrava al
seu company el resultat del seu escorcoll
al magatzem antic que havien hagut de
buidar com a part de la seua contribució a
la cooperativa d´artistes fallers. Hi havia
un ninot preciós, d’una dona vestida
de valenciana que portava una espècie
de cotxet amb un nadó. I l´altre, també
preciós, era un ninot que semblava fet de
palla, com el que eixia a El Mago D´Oz.
—Mol bé, molt bé, Anem-nos-en,
doncs, que ningú se n’adone.
—Espera. Mira’ls bé.
Sempre passava el mateix. Tractava
de ser dur amb 3Px però sempre acabava
fent allò que ell volia. A les seves mans
tenia un ninot preciós, encara que estrany.
Mai no havia vist una cosa així.
El ninot era de cartó pedra, però semblava
talment fet de palla i vestit amb
parracs. No obstant això, tenia una dolçor
als ulls difícil de descriure.
—Saps? He llegit d’ell. Deien que
ninos així s’utilitzaven per espantar els
pardals, uns animalets que volaven i
eren molt bonics. Però, com que de vegades
feien malbé les collites, calia fer
que fugiren. Ara fa molts anys que s´han
extingit.
—M´agradaria tant veure un, de pardalet.
—Mira el ninot. En té un posat al seu
cos.
—És preció...
—I per què té el peu trencat? T’ho
imagines?
—Ho sé. El pare del meu iaio va
contar a mon pare una vegada que els
artistes, quan portaven els ninots a l’exposició,
hi havien de complir unes mides.
I si no, tallaven el que fora precís per tal
que no els eliminaren del concurs.
—És clar, llavors les exposicions no
26
Imagen de chusa8 en Pixabay
eren virtuals, ni hi havia hologrames.
—Quina enveja. De vegades, m’encisaria
tornar a eixa època. I… saps de qui era
el ninot?
—Mira. Així ho diu, Falla Cadis Dénia.
—Doncs li’l portarem. De segur que els
agrada i ens guarden el secret. Diuen que
estan a punt de complir el seu segon centenari
i serà el millor dels regals.
27
HELADO
DE VAINILLA
BIENVE FAJARDO LÓPEZ
Imagen de chusa8 en
28
Imagen de wenssss
Pixabay
Sergio oía caer las pequeñas
gotas de lluvia que golpeaban
la ventana. Le gustaba perderse
con la mirada a través del cristal del
comedor. La taza de té caliente humeaba
un aroma avainillado, acercó la taza a su
pequeña nariz para embriagarse de ello.
Sonrió para sí mismo como si la vainilla le
evocara los helados que comía de niño.
Bastantes años atrás corría por el paseo
de la playa junto a su hermano Toni, un
año menor que él. Les gustaba competir
para ver quién llegaba antes hasta el puesto
de helados de la señora Carmen.
—¡Esta vez te gano! —le gritó Toni.
—Ja, no te lo crees —Desafió Sergio.
29
El paseo estaba lleno de gente que
paseaba con los niños, padres y abuelos
y, a pesar de que faltaba poco para entrar
en verano, ese día hacia mucho calor. El
sol lucía espléndido aquella tarde de final
de mayo. Los padres de ambos, Teresa y
Paco, los miraban divertidos. Sergio dio la
señal:
—Preparados… listos… ¡Ya!
Los hermanos se enzarzaron en una
carrera frenética. Toni salió primero,
mirando de reojo a su hermano con las
manos apretadas para coger más impulso.
El corazón le bombeaba muy rápido y las
pequeñas gotitas de sudor empezaron a
rodarle por la frente y a caerle por la sien.
Sergio gritaba —¡Te ganaré, enano —.
Con grandes zancadas alcanzó en segundos
colocarse al lado de Toni y consiguió
sobrepasarle El griterío de los padres animando
la carrera motivó a Toni a un sobreesfuerzo.
Notó un ligero mareo visual a
la vez que veía borrosa la figura de Sergio,
que llegaba hasta la meta. Fue aligerando
la carrera y se desplomó en los adoquines
ardientes y arenosos que olían a una mezcla
de azufre y sal. Lo ultimo que oyó fue
el grito victorioso de Sergio.
—¡Te gané enano! Jajaja ¡Te gané!
Sergio se giró con los brazos en alto en
señal de victoria y dando saltos. El grito
ahogado de la madre lo dejó clavado.
—¡¡Toniiii!! —Corría hacia él.
Sergio no podía moverse. Los pies parecían
haberse clavado al suelo. Inmóvil y
con la boca abierta veía a sus padres correr
a socorrer al pequeño que yacía en el
suelo. La imagen de sus padres arropando
al hijo y pidiendo ayuda se mezclaba con
los graznidos de las gaviotas que merodeaban
la playa. Las lágrimas de Sergio le
llegaron hasta los labios dejando en ellos
un sabor salado y amargo. El brazo de la
señora Carmen lo rodeó por los hombros,
y ella, con su pequeño delantal, limpió las
lágrimas con sabor a vainilla y turrón.
La lluvia caía más densa. Sergio volvió
a la realidad y con los ojos llorosos dejó
entrar el olor de tierra mojada que se unía
con vainilla y gotas con sabor a sal.
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Imagen de ivabalk en Pixabay
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IImagen de Marco Pomella
EL ÁRBOL
DE LA VIDA
MARIA GRAZIA SCELFO
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Hace un año, en una exposición
en el Palacio Real de Milán,
había, entre autores de épocas
diferentes, obras del principal protagonista
del grafitismo norteamericano de los años
ochenta, Keith Haring.
Manuel, artista urbano treinteañero, de
Barcelona, decidió ir a Milán para ver esa
exposición del artista norteamericano porque
le había llamado la atención el mural
Todos juntos podemos parar el Sida, pintado
por el mismo Haring en pleno barrio Raval
hacía casi treinta años que, ahora recuperado,
se encuentra en el Museo de Arte Contemporaneo
de Barcelona.
Las obras de Haring llaman la atención
de Manuel tanto por sus colores brillantes,
eléctricos, como por lo que representan,
puesto que reflejan temas sociales y políticos,
como el racismo, la discriminación de
las minorías, la amenaza nuclear, la droga y
el sida. Pero lo que más despierta su interés
es la famosa obra El árbol de la vida (Untitled
1985), que ofrece una imagen positiva y
alegre. En ella el rasgo relevante es la fusión
de figuras humanas y las ramas de los árboles,
como si el autor quisiera sugerir que hay
una energía que proviene de nuestras raíces.
Como se sabe, Haring pintó este cuadro en
ocasión de la muerte de una joven amiga
33
suya a causa de un accidente de coche.
Su intento era el de ir más allá de la
muerte para celebrar la amistad y la
juventud. Para Manuel, esta obra fue
reveladora, como si representase algo
que todavía ignoraba y que le ponía en
sintonía con el artista. Admiraba sus
trabajos por sus colores brillantes y
porque hablaban de amor y felicidad,
de alegría y sexo, pero también de violencia
y opresión.
De vuelta en Barcelona, se reúne
con Ramón, su pareja, y le cuenta lo
bien que lo ha pasado en la exposición
y las ideas que ha tenido. Es muy feliz
y quiere compartirlo con él. Durante
la cena en un conocido restaurante, le
habla de su futuro, del hecho de que ya
no quiere ser solo un grafitero, quiere
profundizar en sus estudios y convertirse
en un pintor cabal, aunque siga
haciendo murales de vez en cuando.
Su pareja, algunos años mayor que él,
está de acuerdo y le dice que no debe
preocuparse. Le ayudará en todo lo
que pueda.
Mientras regresan a su casa unos
cabezas rapadas les asaltan, les insultan
y les caen a golpes y puñetazos.
Algunos vecinos llaman a la ambulancia
y logran salvarles. En el hospital, Manuel,
que se ha llevado la peor parte, descubre, a
raíz de las pruebas que le hacen, que tiene el
sida.
34
No se lo puede creer. Tiene que asumirlo
y no es fácil. Pensaba que tenía
gripe y no entendía por qué tardaba tanto
en curarse. Por fin lo sabe.
Piensa en Haring y en lo que él había
sido capaz de pintar, a pesar de que tenía
su misma enfermedad, y termina aceptándolo.
A los pocos meses, Manuel muere de
sida, a los 31 años.
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LA AMENAZA
Y EL MAR
ANA BLANCH CARPENA
El viento de Levante soplaba
fuerte, el mar había oscurecido
y crepitaba, hasta arrastrar
a la arena la espuma enfurecida, ensuciada
por las miserias humanas que intentaba, a
trompicones, dejar olvidadas sin éxito en
la orilla. «Lo siento Margarita, es un tumor
maligno». Las palabras de aquel doctor
penetraron en el cerebro de Belén, que
acompañó a su madre a la consulta, hasta
fundirse en sus neuronas y convertirse en
el sonido de un eco: tumor malignooooo...
36
Imagen de Mar Dais en Pixabay
El horizonte enrojecía, presagiando enfurecer
aún más el aire hasta convertirlo en
huracán.
—Margarita, si tú estás dispuesta y
quieres luchar, empezamos con el tratamiento
y después, la operación, tenemos
posibilidades de éxito.
Los ojos verdes de Belén se clavaron
en los de su madre. Sobraban las palabras.
«Voy a estar contigo recorriendo este camino
para ser tu bastón o tu remanso».
Sus miradas lanzaban al horizonte
azulado una pregunta: «¿dónde y cuando
terminas?» Pero el mar no les contestaba.
Hoy era una línea alejada y recta como la
de una pantalla que delata un electroencefalograma
plano, un presagio.
—¿Qué piensas, mamá?
—¡Que vamos a ganarle la batalla, y
quién dice que no, también la guerra!—
había hablado en plural, estaba claro.
Las huellas de sus pies fueron marcando
la orilla de la playa, ahora duna, ahora
montículo, ahora plástico escupido, ahora
conchas preciosas para adornar el mármol
de ese baño donde vomitar la furia de los
fármacos o contemplar un cráneo desvestido,
que realzaba cada vez más las hundidas
cuencas de los ojos y la delgadez de
los pómulos.
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Siempre cercano el asidero, la mano
de Belén, para recorrer el camino, a veces
gravilla, a veces risco inclinado.
—Vamos muy bien, Margarita, el tumor
ha disminuido suficiente y tus defensas
están bastante bien, es hora de extirparlo.
Margarita sonrió. Estaba guapa con el
pañuelo en la cabeza. Ni los azotes de la
tormenta habían conseguido que perdiera
los bellos rasgos de mujer madura que
rozaba los cincuenta, pensó Belén.
«¡Mamá, todo va a ir bien!, ¡Te quiero!».
La voz de su apoyo, se fue escapando
sigilosa de su consciencia.
El mar se adormecía en los ojos de
Margarita, mientras recorría los pasillos
camino del quirófano bajo los primeros
efectos de la sedación. Hacía sol y el calor
de sus rayos le llegaba a través de la mano
de Belén, hasta que, como una bofetada,
notó el frio de aquella sala, donde solo
veía ojos rodeados de telas verdes, oía
débiles voces y notaba manos cariñosas
infundiéndole ánimo.
El mar se embraveció, abriendo brechas
en la arena del blanco vientre, salpicando
espuma enrojecida hasta encontrarlo.
«Aquí estas, ya te tenemos, vamos
a por ti con la cautela necesaria para no
dañar el resto del paisaje, tus raíces son
cortas. Te arrebatamos a tiempo el camino
para crecer entre células benignas».
Las miradas esperanzadoras del equipo
quirúrgico se cruzaron y debajo de sus
mascarillas esbozaron la sonrisa de un
posible éxito.
—Tu madre está bien. Hemos limpiado
suficiente y pensamos que hay muchas
posibilidades de que todo termine con algo
más de tratamiento, pero nunca se pueden
echar las campanas al vuelo. Ella ha demostrado
ser muy fuerte.
—Mamá, ¿recuerdas cuando me caía
en el parque y sacudiendo mis rodillas
magulladas, me decías «a correr, eso no es
nada».
—Sí, claro que me acuerdo.
—¿Y cuando suspendía y me explicabas
que o no había estudiado lo suficiente
o algo no había entendido bien y tenía que
ponerle solución?
—Sí, por supuesto que lo recuerdo y la
rabia que te daba, también.
—Sabes, mamá, me hiciste fuerte y me
enseñaste que pasarlo mal a veces era necesario
para aprender a buscar soluciones.
He tenido mucha rabia y mucho miedo
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Imagen de Steve Buissinne en Pixabay
estos meses y aún estoy asustada por el
futuro.
—Eso también lo sé. Yo también lo he
tenido y sigo pensando en qué ocurrirá.
Pero… ¿me ayudas a levantarme y paseamos?
Estamos en el camino.
La brisa de principios de octubre todavía
era tibia. Margarita pasó el brazo por
los hombros de su hija y se apretaron con
fuerza. La orilla de la playa dibujó en la
arena los caminos que trazaban sus pies,
como tantas veces en los últimos meses, y
en un gesto imprevisto, ella desató el nudo
de su pañuelo y dejó al descubierto su cabeza,
que empezaba a cubrirse de cortos y
finos cabellos como esperanzadores arbolillos
plantados para repoblar el abrasado
monte.
39
POR ARTE
DE MAGIA
AMELIA JIMÉNEZ GRAÑA
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Imagen Pixabay
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El día en que desapareció su
padre hacía viento y sol. En
el pueblo llovía unos trescientos
sesenta días al año y, en aquella ocasión,
él no se llevó su paraguas con mango
en forma de pájaro.
Había ido a la tienda de doña Paca a
comprar la comida. A Sonia le pareció
oírlo llegar cuando echaba paja a las vacas
en el establo. En cuanto terminó, se dirigió
a la cocina y vio las bolsas de la compra
esparcidas por el suelo. Solo había puesto
en su sitio un par de latas de atún y la
puerta de la alacena estaba completamente
abierta. De su padre, ni rastro.
A partir de ahí, sus recuerdos eran
confusos. Veía a su madre llorando, a su
hermano pataleando y a su abuelo jurando
en arameo. No sabían por qué, de repente,
los había abandonado de aquella manera
tan extraña, sin despedirse, sin una razón.
Pasaron varias semanas y comenzaron
a acostumbrarse a su ausencia. No cabía
41
Imagen de Hawksky
otra. En la granja había mucho trabajo y
debieron reorganizar las tareas, además de
levantarse más pronto por la mañana.
Sonia y su hermano sí que echaron en
falta sus trucos de magia. Porque su padre
era un mago rural. Hacía desaparecer las
gallinas del vecino, que aparecían, misteriosamente,
en su cercado. Cambiaba
billetes de diez por billetes de cincuenta,
de la manera más increíble. Cuando los
clientes del bar del pueblo iban a pagar la
cuenta, encontraban en los bolsillos los de
menor valor.
A Sonia, los que más le gustaban eran
los que hacía con cartas. Siempre acertaba
la que habías escogido e, incluso, la sacaba
de un libro de la estantería o del fondo
de la mochila del cole.
Por eso, un día que rebuscaba unas
latas de sardinas en la alacena, le extrañó
encontrar su baraja Bicycle. Él nunca la
habría abandonado por voluntad propia.
42
De hecho, siempre llevaba dos o tres encima,
para hacer distintos trucos a los incautos
vecinos.
Sonia llegaba cansadísima del instituto,
tras despertarse temprano, coger un autobús
que tardaba una hora en llegar, pasar
las horas estudiando las distintas asignaturas
y volver en el mismo autobús. A veces
tenía tiempo de hacer los deberes, pero,
otras, se dedicaba a descargar tutoriales de
internet para aprender trucos básicos con
las cartas y otros artilugios. Su padre le
había enseñado algunas cosas y ella deseaba
conocer el resto.
Una vez, su madre la pilló encerrada en
la habitación ensayando con una bufanda.
Puso el grito en el cielo:
—¡No quiero oír hablar de trucos ni de
chorradas de esas! Tu padre desapareció
por culpa de la magia.
Se quedó extrañada. Creía que se había
escapado de casa o, al menos, eso decían
algunas gentes del pueblo.
—¡Déjate de tonterías! En la granja hay
demasiado trabajo —volvió a insistir.
Si ya estaba cansada, dedicarse a la magia
de noche, escondida entre las sábanas,
alumbrada por la luz de la linterna, hacía
que, en ocasiones, se quedase dormida en
el bus de ida o en el de vuelta.
Algunos compañeros comenzaron a
reírse de ella, pero no le preocupaba. Cada
vez estaba más enganchada a la magia de
cerca y le gustaba verlos rabiar cuando hacía
aparecer una moneda de detrás de sus
orejas o les cambiaba un billete de veinte
por uno de diez. Así, iba juntando ahorros
para su plan.
Llegó el día de escaparse de casa en dirección
a la ciudad. Quería convertirse en
una maga famosa y que su padre, donde
quiera que estuviese, reconociera su valía
y, quizás, volviera.
Llovía, cosa habitual en el pueblo,
por lo que agarró el paraguas con mango
en forma de pájaro de su padre. Fue a la
alacena, a recoger unas latas para la fuga.
Dispuesta a salir, con la mochila al hombro,
un fogonazo la dejó ciega.
Al despertar, una lluvia fina caía sobre
ella y una mano amable y conocida se
había posado sobre su hombro.
—Llevo una eternidad esperándote —
dijo su padre—. Menos mal que has traído
el paraguas y un poco de comida. ¡Estoy
calado hasta los huesos y me muero de
hambre!
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JUBILADAS
Y NADA
NANI CANOVACA LÓPEZ
44
Hoy, como todos los jueves,
tocaba cafelito. Es el ratito
donde tomamos contacto
para dar paso a nuestro encuentro del club
de lectura. Quedamos todas las semanas en
el bar del parque para el café de la tarde y,
cada quince días, procuramos comentar el
libro acordado. En esta ocasión la lectura
recomendada ha sido la novela Nada de
Carmen Laforet; aunque en general hemos
estado poco motivadas. La pobreza de la
posguerra española, la burguesía y el franquismo
que tanto escuchamos de boca de
nuestros padres y abuelos, parecía habernos
puesto de acuerdo y el comentarlo no
fluía, como en más de una ocasión ocurrió.
¡Ya nos conocemos y todas esperamos el
momento idóneo, o bien simplemente, decir
si nos ha gustado la lectura o no y pasar
página como se suele decir!
De pronto, Mónica con su taza en la
mano y el pensamiento y la mirada perdida
en el bamboleo de la palmera que se mueve
al ritmo de la brisa, comenta como si su
voz saliera del fondo de un socavón:
—Ayer vino mi vecina Dolores a casa.
Llegó a dejarme el pasapurés que le había
prestado y me comentó que estaba preocupada
por su jubilación, ya que al ser viuda
y no haber cotizado lo suficiente, lo mismo
lo que le queda no alcanzará para cubrir
gastos. No quiere ser una carga para alguna
de sus hijas, a las que les viene todo
justo. Sus maridos trabajan en la obra y en
la restauración, así como ellas en lo que
pueden, pero con sueldos tan míseros que
incluso a veces ella ha tenido que ayudar
en alguna que otra necesidad.
Amalia da un sorbo a su café y comenta:
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—¡Ufff, hay muchas clases de
jubiladas! ¡Jubilados también, pero en
este caso hablo de mujeres y jubiladas!
Están las que estuvieron cotizando.
Son privilegiadas porque pudieron
prepararse y tuvieron un buen trabajo
remunerado y por tanto, cotizado por
parte del que contrata y de la contratada.
Suele quedarles un gratificante
«júbilo», del que gozan. Se pueden
permitir viajar, satisfacciones el resto
de su vida, disfrutan de todo lo que les
apetece e incluso, pueden favorecer a
los suyos.
—Están las jubiladas que tuvieron
un trabajo y un sueldo que por los pelos,
llegaba a poder cubrir necesidades
y para más inri, lo mismo tenían hijos,
pero no aportes del otro miembro de
la familia que procreó con ellas, bien
porque no quisieron hacerse cargo de
los hijos o bien, porque murieron y a
ellas no les quedó apenas asignación
de viuda. Por chiripa consiguen alguien
que les firme la cartilla laboral
o agraria y pueden justificar su aporte
para cuando llegue esa jubilación.
Puede que cobren algo digno que les
permita pagar el alquiler de la vivienda
y algún capricho a los nietos por Navidad
o en cumpleaños. Aunque para
ello, se queden un mes sin postre y así
poder contribuir con los suyos o bien,
entregar el regalo soñado.
—Luego están las jubiladas de
nombre. Esas que han dejado de trabajar
con muy avanzada edad y porque
sus huesos ya no responden. Fueron o
son las que trabajaron en todo lo que
les salía, bien en el campo, sirviendo
en casas, en cocinas de barrio, trabajos
esporádicos o en lo que encartara y se
han pasado agachando la raspa desde
que tuvieron uso de razón hasta ya no
poder con el hato. Esas jubiladas de
nombre no tienen ni para pagarse una
sopa algunas noches, y no les queda
más remedio que acudir a la beneficencia.
Cáritas o como se llame en cada
época la asistencia social de turno.
Ellas son las que se acuestan con la
soledad de corazón, de estómago y
hasta del gato que ronda la calle donde
viven.
Amalia se queda pensativa al terminar
esas reflexiones y todas la acompañamos
en sus pensamientos. Algunas
asentimos en silencio. Hoy hemos ter-
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minado nuestro café a pequeños sorbos, lo
mismo que tomamos la vida. Sorbo a sorbo
y suspiro a suspiro, Con la mirada a veces
perdida mientras reflexionamos, observamos
e, incluso, nos sublevamos, pero para adentro,
si no nos queda otra alternativa.
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CAMINO
DE LA NADA
VICENTE CARREÑO
Imagen de PDPics en Pixabay
48
Estaba harto de la vida, de la
gran farsa, de la política, de los
políticos, de las mentiras de
los medios de comunicación, de la alienación
de las masas, del mundo en general, de
los mafiosos con corbata que medraban en
medio de los desastres y las guerras, de los
progres millonarios que vendían milongas,
de los ordenadores, las televisiones y los vídeojuegos
hipnotizando a jóvenes y ancianos,
el país cada vez más pobre y los ricos
más ricos. «¿Dónde estaba la revolución
que pregonaba mi viejo?». Detrás del muro
de Berlín no estaba el paraíso socialista,
solo había podredumbre y corrupción. Menudo
timo. Lenin era un mentiroso y Stalin,
un criminal de guerra. El Che hizo bien en
morirse, por lo menos se vendían camisetas
con su efigie. Debajo de los adoquines no
estaba la arena de la playa sino el capitalismo
más feroz. Los parias de la Tierra ya no
cantaban la Internacional, sino que se ahogaban
en el mar Mediterráneo. No iban a
encandilarle con más cuentos para incautos.
Le habían engañado siempre, desde la
infancia, le mecieron con historias de magos
y pesebres, vendedores de humo poderosos
escribieron en el libro en blanco de
su alma, y él había ido cayendo en todas las
trampas que pusieron a su paso. Ahora, demasiado
tarde, sabía que la vida también era
mentira y el amor, un espejismo que mataba
el tiempo. «Eran falsas tus promesas y mis
besos». Se sentía tan cansado.
Angelito colocó encima de la mesa la
maleta en la que había guardado sus recuerdos
antes de abandonar su casa de Madrid.
Sacó los libros. Mejor destruirlos. ¿Para qué
tanta sabiduría? La ignorancia y la posverdad
habían ganado la batalla. Las noticias
falsas se subían por las paredes de internet y
lo inundaban de bazofia para los adoradores
del becerro de oro de la tecnología. Tiró los
libros al suelo, se desparramaron a su alrededor.
«¿Para qué?, ¿para qué?», se repetía
en voz baja. Miró su colección de discos y
DVDs. También los sacó de la maleta. Cogió
uno con la mano al azar, del siglo pasado,
Quilapayún, el pueblo unido jamás será
vencido. «¡Seré imbécil!» Pisoteó el disco.
La maleta era el testigo mudo de su derrota,
del fracaso de su vida que se marchaba
por el estercolero. Era un náufrago camino
de la nada. Angelito extrajo los álbumes
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Imagen de Alexandra
de fotos, donde estaban sus padres,
sus hermanos, su mujer, sus hijas, tan
jóvenes, sus nietos, ajenos al futuro
que se los tragaría a todos. Rompió
las fotos una detrás de otra.
Todavía le quedaban sus más
preciados tesoros, una novela negra,
La caída de los últimos guerreros,
que había sido un éxito cuando era
un jovencito que soñaba con comerse
el mundo, tres novelas acabadas y
sin publicar, dos libros de relatos, su
maravilloso libro de poesía que le iba
a llevar al Parnaso. Ahora le parecía
una ruina. «¿Para qué, para qué?»,
repetía una y otra vez mientras destruía
página a página lo que le había
costado tantos esfuerzos. No valían
nada. «La vida pierde siempre, todos
somos perdedores».
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Angelito cerró la puerta y salió a la
calle apoyándose en una muleta, le costaba
trabajo andar, le faltaban fuerzas, respiraba
fatigosamente gracias a un carrito que
arrastraba y le proporcionaba oxígeno, el
frío de Zúrich se le metía en sus huesos
carcomidos. Iba ligero de equipaje, como
Antonio Machado, su amado poeta. Al
lado de la ambulancia, llorosa, le esperaba
su hija Julia. «Todavía estás a tiempo de
arrepentirte», le dijo. No le contestó. ¿Para
qué?
No tardaron en llegar a la clínica donde
le iban a poner la inyección letal que acabaría
con su sufrimiento, con su cáncer y
con su vida, pronto sería ceniza entre las
olas, polvo abatido, nada. Antes de tumbarse
en la cama, Angelito le dio un beso a
Julia y le entregó su maleta vacía, su legado.
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¿NO QUIERES
SER MI MAMÁ?
MARÍA DOLORES GARRIDO GOÑI
La carretera era larga y aburrida.
Tenía prisa; debía llegar antes
de que comenzara la feria del
libro. Había pensado en preparar el escenario
donde la iban a entrevistar y posteriormente
firmaría ejemplares de su novela. Ya
se había entretenido mucho haciéndose en
casa el test de embarazo y, al darle positivo,
se había derrumbado.
Recordaba aquella noche de la fiesta
con Clara. Se lo pasaron de miedo, pero
después, no recuerda como llegó a casa, ni
cuándo, ni si alguien la llevó. Y Clara, por
teléfono, le confesó que ella estaba igual:
con resaca y sin acordarse de nada.
Ahora estaba embarazada. No sabía
quién era el padre. No era el momento de
ser madre; acababa de publicar su primer
libro y quería dedicarle todo su tiempo.
Decidido: no iba a tenerlo.
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Imagen de Ratna Fitry
De pronto, el cielo se nubló, y en pocos
segundos empezaron a caer del cielo...
¿rocas?... pedazos enormes de rocas que
impactaban en el asfalto dejando socavones
enormes que había que esquivar.
El pánico se adueñó de ella. Dando
volantazos a derecha e izquierda oyendo
gritos infrahumanos, que no era consciente
de que salían de su propia garganta, el
coche acabó saliendo de la carretera.
Despertó bajo la atenta mirada de varios
desconocidos.
—¿Se encuentra bien? —preguntó una
joven sonriente.
La joven iba vestida de novia. Fue mirando
a su alrededor: todos iban vestidos
con sus mejores galaS.
—¿Dónde estoy? ¿Y mi coche?
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Imagen de AnoukvanMarsbergen
—Oímos el estruendo del accidente pese
al ruido de la tormenta de rocas. Esas tormentas
siempre ocasionan accidentes. La
hemos traído a mi casa. Estamos celebrando
mi boda. Es usted una invitada sorpresa.
—¿Qué hora es? Necesito marcharme
urgentemente.
Negaron con la cabeza. Hablaban todos
a la vez. Entendió que su coche estaba con
el motor destrozado al igual que la carretera.
Tardarían varios días en arreglar ambas
cosas.
¡Adiós a su firma de libros! Le dijeron
que la tormenta había anulado la recepción
de señal telefónica. Estaba atrapada e incomunicada.
Pasó cuatro días con estas gentes. Eran
amables y se mostraron hospitalarias en
todo momento. Y conoció a un niño que
siempre estaba solo.
—¿No quieres ser mi mamá? —le preguntó
como saludo, mostrando una sonrisa
triste.
—¿Eres huérfano?
—Cuando yo sea grande voy a ser muy
importante para mi mamá. La voy a querer
mucho y se sentirá orgullosa de mi. Seré
muy bueno y muy listo ¿sabes? ¿No quieres
ser mi mamá?
Después cambió de tema cogiéndole la
mano y llevándola a ver cosas mágicas en
una cueva que sólo él conocía.
El niño pasaba todo el tiempo que le dejaban
los mayores haciendo cosas divertidas
con ella y cuando al cuarto día le presentaron
su coche, ya arreglado, y la despidieron
deseándole suerte y felicidad, el niño le dio
un beso y una piedra en forma de corazón.
Le volvió a preguntar: ¿No quieres ser mi
mamá?
Con lágrimas en los ojos se alejó del
lugar. Una vez en la carretera sonó su teléfono.
Era su agente. Confirmaba la hora de
inicio de la entrevista con la prensa.
—¿Es hoy? —preguntó sorprendida—.
No era hace cuatro días... y no pude llegar.
—No me fastidies, Elena, te dije claramente
que era hoy día 10 de abril a las
11:00 de la mañana.
—Tranquilo Ernesto, estoy de camino
No comprendía. No habían pasado cuatro
días. No había tenido un accidente, no
había habido tormenta de rocas, pero en el
salpicadero del coche estaba la piedra con
forma de corazón que le dio el niño. La
tomó en sus manos emocionada y con una
sonrisa melancólica se acarició su vientre y
dijo:
—Si, cariño. Sí que voy a ser tu mamá.
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POESÍA
Imagen de Ri Butov en Pixabay
57
MI HIJA
AMALIA MARTÍNEZ-ALIA
Nació fuerte, luchadora,
inquieta y difícil.
Absolutamente diferente a mí.
Decidida y valiente
no se amedrenta ante la adversidad.
Yo, conformista y miedosa.
Me llena de orgullo
su capacidad de reinventarse,
su carácter arrollador e inconfundible.
Inteligente, a veces perezosa
y dispersa, pero otras tantas,
su tenacidad puede sorprenderte.
Cautiva su sonrisa franca,
pero cuando se enfada, su mirada felina
puede atravesarte el corazón.
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Amiga entrañable,
puente tendido al que agarrarse
cuando te sientes caer al abismo.
Capaz, de transformar la tristeza en alegría,
haciéndote reír con múltiples payasadas.
Ella es así, caótica, divertida, libre.
Nadie puede cortar sus alas,
necesita volar de vez en cuando,
pero siempre regresa, para llenarte de amor.
Ella es mujer.
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59
EL VIAJE
DE LA VIDA
ESTHER MORENO MORILLAS
http://elcascabelalgato.blogspot.com/
http://invisiblevoyeur.blogspot.com/
Cojamos las maletas
y corramos
tenemos un camino que explorar
fotos por hacer
delicatessen por probar
mares donde sumergirnos
y edificios que observar.
Viajemos juntas
sin decirnos nada
mirándonos a los ojos
bailando hasta el amanecer
con unas birras en las manos
y un grito de guerra naciendo de nuestros pulmones.
Volemos lejos
y volvamos a casa
para hundirnos en los besos y los abrazos de la familia
las amigas
y el barrio.
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Imagen de Esther Moreno
Recorramos calles
playas
montes
pero vayamos juntas
de la mano
disfrutando de la vida.
Imagen de hele1409 en Pixabay
61
ESTRELES
IRENE LADO MONSERRAT
Invocació
Dones, donasses, donetes, xiquetes
de mar, de cel, de terra, de tot el món
ignoreu aqueixos cervells buits,
amerats d’ignorància a dolls,
perquè pensen que sou febles,
fràgils i decandides com flors,
assedegades d’aigua i afamades de sol.
Incultes, matussers i grollers supremacistes
són tots aquells que encara us menyspreen,
i la vostra força, la vostra intel·ligència,
la vostra vàlua, i la vostra contumàcia
qüestionen i desdenyen amb arrogància.
Estreles marines
Aferreu-vos a la sorra
I no us deixeu esglaiar
per esfereïdors taurons
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que amb agusats claus
us volen esquinçar i devorar.
Lluiteu també contra els polps
que amb salaços tentacles
us volen lascivament magrejar
i gosen sense gens de respecte
el vostre cos lliurement grapejar.
No us faran defallir
perquè com una au fènix
de les cendres ressorgiu
i feroces es rebel·leu
contra les bèsties patriarcals
que implacablement us han volgut
sotmetre, maltractar i engolir.
No sereu víctimes mai més
ni reduïdes a cadàvers
per una covarda mà assassina
que us intenta ferir i destruir.
Imagen de Pixabay
63
Estreles celestials
Allà en el firmament fulgeixen
nombrosos asteroides lluminosos,
que algunes fosques i tenebroses ombres
han volgut sepultar i eclipsar,
malgrat que en totes les disciplines
filosòfiques, científiques,
literàries, artístiques,
esportistes i polítiques
han excel·lit notablement i brillant.
Us han furtat l’autoria!
Us han esborrat la identitat!
Us han denegat premis!
Però ara més que mai,
orgullosos en el cel llambregeu
perquè noves generacions us albiren
i sigueu el seu futur model i exemple
en què es puguen emmirallar.
Imagen de animodigital
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Estreles terràqüies
No us deixeu ennuegar
per deletèries forces malignes
que tracten d’enxiquir-vos
i la vostra figura arraconar.
Quan senten com vosaltres, estreles
escampeu aldarulls de to violeta.,
llavors un calfred covard escola
per les seues parets patriarcals
que a ensorrar-se han començat.
Epíleg
Estreles de mar, de cel i de terra
remeneu la pols
i cegueu els ulls de l’enemic.
Arribarà eixe dia en què la nostra veu
deixarà de ser silenciada i
la nostra llibertat apaivagada car
la nostra paraula serà escoltada
la nostra dignitat respectada
la nostra opinió comptada
la nostra història en llibres contemplada
la nostra tasca valorada i
la nostra persona dignificada.
65
MAGNÍFICA
ISABEL JULIÁ LÓPEZ
Menuda antítesis la tuya.
Tan salada como mi gusto y tan dulce a la vez.
Te odian, te lo digo.
Lo sabes y yo también.
Te aman, te lo confirmo.
Lo notas y lo crees, lo sé.
Menuda locura la tuya.
Tan grandiosa por despertarme y dormirme
sin tener que llamar a la luna para que me acune,
tan diminuta por caber en una caracola de mar.
Te pasas, me tienes harta.
Consigues destruirme en pedazos si estoy triste.
Estás llena de mí. Tu mitad me debes.
Te superas, me das vida.
Consigues reconstruirme al transmitirme tu fuerza y valentía.
Estoy llena de ti.
Mejor lo dejamos en empate.
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Menudas ráfagas de luz.
Tan largas y alternantes de día
y tan cortas y constantes de noche.
Te gusta poco reflejar tu interior,
en eso nos parecemos.
Te gusta mucho reflejarme en ti,
provocas que me mire directamente a los ojos.
Menudo don el tuyo.
Conoces demasiados secretos.
Me debes muchas lágrimas y momentos.
Conoces demasiados deseos.
Me recuerdas muchas sonrisas y determinantes segundos.
Menudo nombre tienes.
Tan corto y tan jodidamente magnífico.
Cinco letras que describen tu aroma y sabor salado,
tu agua fría en verano,
tu música cuando chocan tus olas en el espigón
y, a tu lado, mi cuerpo tomando el sol.
Imagen de Catharina77 en Pixabay
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LA QUE CALLA
SONIA MELE PUERTO
La que calla, no otorga…
puede que sienta miedo.
La que calla, no otorga…
obsérvala, te lo ruego.
La que calla, no otorga…
¿tiene la mirada apagada?
La que calla, no otorga…
quizá la veas señalada
o con la sonrisa borrada.
Da igual si es mujer casada
con o sin estudios,
con o sin trabajo,
con o sin hijos,
seguro que sin amigos,
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o si es solo una niña
que creyó en los cuentos de hadas
y se enredó en una historia
ausente de la magia esperada.
Dile que te cuente,
habla tú por ella,
tiéndele la mano,
que vea que no está sola.
¡Sola, sola, sola…!
Sola salir no podrá.
Por tanto… ¡ayúdala!
Antes de que su silencio
se convierta en eterno.
Imagen de Asin Tipchaia
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SIN VUELOS
GLADYS ALONSO
Se ha caído del nido,
ese refugio suyo
que entrelaza tibiezas
ha quedado vacío.
Da saltitos muy cortos,
escucha un piar cercano
y un vuelo que lo anuncia
por demás conocido.
Es el celo materno
dando su compañía
en giros elocuentes
y triste algarabía.
Imagen de Renatka Bohmanova en Pixabay
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De pronto en un instante
aun siendo de día
en oscuro destino
se transformó la vida.
Una inquietud de cielo
se le agita en las alas,
un revuelo de brisa
le susurra en las plumas.
Montoncito de miedo
que se acurruca y duerme
y sueña con el aire
que lo remonta en vuelo.
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72
MICROS
Imagen de Cdd20 en Pixabay
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IEl jardín de las delicias del Bosco
POR UN INFIERNO
MÁS DIGNO
MALÍN SIMÓN
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IImagen de Chaos07 en Pixabay
El comité de recepción
esperaba en la antesala
maléfica, preparado
para recibir a un huésped famoso.
Los filtros luciferinos brillaban al
rojo vivo, después de la limpieza a
fondo realizada por los diablillos
aprendices. El genocida avanzó
imperturbable hacia el averno.
Al día siguiente, todos los estamentos
infernales comenzaron una
huelga indefinida, pues el genocida
quedó atorado en el primer anillo
y tuvo que ser transportado a las
urgencias celestiales.
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OLORES
PEPE SANCHIS
Llevaba unos días sin oler el
característico aroma a col
y/o brócoli de la cocina de
mi casa. Se lo dije a mi mujer y me dedicó
una enigmática sonrisa que no supe
descifrar. Como buen hipocondríaco que
soy, busqué por Internet y la primera entrada
me informó de que la pérdida del
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Imagen de Gert Altmann
olfato es un claro síntoma del ‘Maldito
Virus’. La verdad, me puse cardíaco,
es decir, acojonado. Por si acaso, ordené
mis papeles y fuimos al banco y al
notario: lo puse todo a su nombre. Le he
recordado la música que debe sonar en
mi funeral y el lugar exacto donde quiero
que sean esparcidas mis cenizas. Mi
estado es de total tranquilidad, esperando
lo inevitable.
Y de repente, no sé cómo, parece
que he recuperado el olfato: he notado
un cierto olor procedente de la taza de
té que mi amante esposa me prepara
después de las comidas. Un olor como a
almendras amargas. Estoy empezando a
mosquearme. Esto me huele a chamusquina.
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TRANSEDAD
LU HOYOS
Nunca me he identificado
con mi
edad biológica.
Cuando era niña quería ser mujer.
Me ponía los zapatos de tacón de
mi madre, un sujetador con dos
manzanas y un hermoso vestido.
Me pintaba los labios y las uñas
de rojo sangre. No quería ir al
colegio con aquellas niñatas aburridas
y esas monjas disfrazadas y
represoras.
A los ochenta, amo la música
de Amy Winehouse, y me identifico
con los jóvenes contraculturales.
Solo ha habido un hombre en
mi vida: el padre Luis. Un sacerdote
al que confesaba mis primeras
congojas y que supo llegar a
mí. Después de él, todo fue insustancial
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79
1663 CUENTO
INTERACTIVO
CASI INFANTIL
MANUEL SERRANO
Imagen de Sven Ziegler
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Juan y Luisa iban con sus papás
en el coche. Los dos bien atados
en sus sillas. Mamá conducía y
papá iba cantando canciones que los niños
coreaban.
En un descanso, Luisa miraba por la
ventanilla cuando vio un conejo herido.
—¡Para, para, mamá, hay un conejito
herido en la carretera!
La mamá paró y pasaron con cuidado
a recoger al conejito. Lo pusieron en una
toalla y lo llevaron al veterinario. Le arreglaron
la pata que tenía rota y se lo llevaron
a casa.
Pasado un mes, el conejito, al que le
pusieron de nombre Marcial, estaba hermoso
y recuperado. La familia quedó en
llevarlo al campo el fin de semana siguiente.
Los niños lloraron de pena, pero sabían
que era lo mejor para él.
Volvieron al mismo sitio en que lo encontraron.
Mamá se apartó de la carretera
por un camino entre árboles. Al llegar a un
claro bajaron todos. Los niños pusieron la
jaula de Marcial en el suelo mientras papá
iba a la parte de atrás del coche y buscaba
algo. Los niños abrieron la jaula y tuvieron
que empujar a Marcial para que saliera.
Al final, Marcial, salió tímido, olió el
aire, levantó sus patas traseras despacito.
Se giró hacia los niños, volvió a mirar hacia
delante y echó a correr, libre.
Elije tu propio final.
1. Los niños se juntaron a mamá con
un gran abrazo y papá hizo una foto que
todavía está enmarcada en el salón de casa.
2. Los niños tenían lágrimas en los ojos
cuando se escuchó el disparo de escopeta
de papá. El conejo mortalmente herido dio
un salto y los dos niños salieron corriendo
a devorar la carne caliente del animalito.
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LA GLORIA
NO LO VALE
CRISTINA CIFUENTES BAYO
Un hombre descorcha una
botella. El nombre del vino
cuenta la gloria de su tierra.
También él creyó haberla alcanzado.
Desgrana recuerdos que saben a mosto.
El yayo en la viña y atardecer septiembre
ahíto de uvas maduras. Un trago de nostalgia
le abraza al recordar el peso del ataúd
y su definitiva ausencia. O un amor en
otoño que trajo versos y ternuras a la luz
de la luna. Ardores de besos y vino joven
como la sangre que recorría sus venas. Era
morena, de ojos muy negros; susurraba su
nombre como nadie hasta entonces. Un día
se marchó también. Ya no lloró su falta,
absorto en alcanzar un ascenso tras otro:
poder y gloria.
Mira sus manos y recuerda otras más
curtidas. Busca a la autora de los versos
del folleto del vino y recuerda los ojos
oscuros, el cuerpo maduro como racimo
henchido y una piel que brillaba con fulgores
de luna.
Bebe sabiendo que la gloria no vale
lo que uno de los sorbos del néctar de los
reyes en compañía de un abuelo querido,
de una amante entregada, de unos versos
de amor.
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Imagen de Jill Wellington en Pixabay
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SAYONARA,
BABY!
ASUNCIÓN MARTORELL ANDRÉS
Acudía ligera a su trabajo,
le esperaba un cliente en
la tienda y era muy importante.
Había solicitado expresamente
sus servicios.
Se quedó parada cuando lo vio,
¿cuánto tiempo había pasado? Seguro
que treinta años por lo menos.
Esa persona que sonreía frente a ella
le rompió el corazón hace ya bastante
tiempo.
Sinceramente, se alegró de verlo.
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Estaba imponente. Se le olvidaron de repente
los reproches que había ido almacenando
a lo largo de toda esa vida y se
dieron un abrazo de esos de olerse.
Intercambiaron palabras corteses y
de trámite y no dejaron de mirarse ni un
solo momento, no había nadie más que
ellos dos.
Cuando se despidieron se quedó con
su aroma, con su retrato y pensó…. ¡Ahí
se va mi amor!
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EL PALOMITAS
MANUELA VICENTE FERNÁNDEZ
www.lascosasqueescribo.wordpress.com
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Le llamaban el Palomitas
porque siempre estaba
repartiendo restos
de pan en el parque de La Alameda,
rodeado de estas pequeñas aves
a la voz de: «Palomitas, titas...»
como aquel personaje de cuento.
Cuando lo veíamos, al pasar por
el parque para regresar a nuestras
casas del colegio, Daniel se burlaba
y, para jugar al despiste con las
palomas, se ponía a hacerle la competencia
con los restos de su bocata,
arrojando las migas por el aire
en todas direcciones y corriendo
después como un loco por entre las
aves para espantarlas y aburrirlas.
Irene y yo le echábamos la bronca,
mientras el viejo le amenazaba,
iracundo, blandiendo su bastón.
Pasó el tiempo y, del colegio,
pasamos al instituto, sin siquiera
darnos cuenta del día en el que,
estando en el parque de La Alameda,
dejamos de notar la presencia
del Palomitas, hasta que un día su
recuerdo nos asaltó de golpe al ver,
en una exposición de fotos antiguas
de la ciudad a la que asistimos en
grupo, una imagen del Palomitas,
fue entonces cuando Irene y yo interrogamos
a Daniel con la mirada
y este encogió los hombros y dijo:
«¡Ni idea de lo que fue del viejo!
¡estará en el cielo de las palomas,
desde algún palomar riéndose!».
IImagen de StockSnap
87
OSCURIDAD
PILAR ALEJOS MARTÍNEZ
https://versosaflordepiel.blogspot.com
Esperan agazapados
en la oscuridad.
Son huidizos
y rara vez se dejan ver a plena
luz del día. Se ocultan entre
las fotos del viejo álbum familiar,
en los frascos de perfume
olvidados en el baño, en las
cartas que amarillean anudadas
en un cajón del dormitorio
o en ese aroma que impregna
el hueco de tu almohada.
Basta el crujido del suelo al
andar o el leve susurro de unos
labios para despertarlos. Entonces,
salen de su escondrijo
y habitan este vacío insoportable.
El amanecer contiene la
respiración al descubrir en el
aire la rendición de mi aliento
balanceándose.
Finalista semanal en Wonderland el 23/06/18
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Imagen de Lucija Rasonjaa
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CONSUELO ORIAS
Allí estaba, sentada en el sofá
con una bandeja en su regazo.
Café con leche, el trozo
de tarta que sobró el día anterior, un cuerno
de chocolate y un kiwi: «La fruta siempre es
saludable», decía. Encendió la televisión y
comenzó a ver uno de los programas matinales;
irritada por las voces de los tertulianos,
cambió de canal. Ventas on line:
—Magnífica estancia de quince días en
una clínica de adelgazamiento de Marbella
por un precio increíble. Llámenos al 325 58
32 15 durante los próximos cinco minutos si
quiere beneficiarse de ella.
El verano estaba a punto de comenzar.
Fue a Marbella. Nadie perdió un gramo.
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Imagen de Falkenpost en Pixabay
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CAMPANADAS
LUIS MOLINA
Era la noche, la última
del año; la mesa repleta,
abundante bebida,
música y risas.
Ella estaba exultante, con ese
brillo en su mirada provocadora que
lo excitaba. La sorprendería, tras el
brindis abriría el estuche que celosamente
guardaba en su bolsillo y le
pediría unir sus vidas para siempre.
A un par de cuadras, él había bebido
en demasía, estaba feliz, sería
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papá. Con la primera campanada
extrajo su arma y disparó al aire.
El proyectil no sabe de amor, en
loca carrera retornó a la tierra.
El anillo rodó de su mano. La
sonrisa se transformó en mueca, su
mirada cambió. Él la sostuvo hasta
que la depositó suavemente en el
piso.
Tras la última campanada lo envolvió
el dolor de la soledad…
A un par de cuadras, ajeno al drama,
tras guardar el arma, brindaba
feliz.
Imagen de Jess Foami en Pixabay
93
AÑICOS
CONCHA GARCÍA ROS
He perdido mis superpoderes.
Nunca se lo perdonaré.
La cosa funcionaba
así: le daba la señal a Pedrito y el soplaba
mirando hacia mí. Yo me concentraba y
era capaz de atravesar el agua jabonosa.
Entonces cerraba los ojos con fuerza. Al
abrirlos ya había sucedido, una yo pequeñita
viajaba a bordo de una pompa
enorme que me envolvía. Subía y subía
y daba tumbos y se me revolvía la tripa
mientras Pedrito seguía soplando. Todo
94
se veía enorme desde allí. Me sentía muy
ligera y eso me gustaba. Al rato solía posarme
suavemente en algún lugar estratégico
y esperaba el “pop” que me devolvería
a mi tamaño, en perfecto estado, eso
sí, un poco mojada. Todo hasta ese día,
en el que papá vino muy enfadado. Más
de lo habitual. Cogió el tubito, vació el
agua con jabón, y dejándolo en el suelo
lo pisoteó con su gran bota hasta hacerlo
añicos mientras gritaba que ya éramos
mayores para tanta tontería.
Imagen de beate bachmann en Pixabay
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TEMPUS FUGIT
AURORA RAPÚN MOMBIELA
https://lahistoriaestaentumente.wordpress.com
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Imagen de Stefan Keller
En la loca carrera inexplicable en
la que se diluyen los aromas,
los colores y los paisajes, es una
inversión inútil el derroche constante por retenerlo.
Porque, sin que nos demos cuenta, él
nos golpea implacable, sin compasión.
Mientras, ahogados en la sinrazón de la
corriente, nos dejamos arrastrar impotentes, él
nos arrebata la vida. Esa que, tan obsesionados
por su paso, hemos olvidado vivir.
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A CIENCIA
CIERTA
VIVIAN RODRÍGUEZ DORGIA
En ningún bolsillo de un viejo sacón
me quedará olvidado un “te quiero”.
En ningún armario, colgado de
una triste percha, lucirá mi sonrisa, como un viejo
disfraz.
No, nunca, jamás el destino podrá decirme en
la cara, que no he querido lo suficiente.
Porque he dado, he querido, he llorado, y he
disfrutado, lo que la miel de mi pecho, tuvo a
bien entregar.
Y más...
Y si ha dolido...
Y si he perdido...
Si en la cuenta de los triunfos, no está el éxito
de algún aplauso...
Para eso quedarán los besos tiernos, apasionados,
inmaculados, eternos de los fieles amores
que en mi vida me han abrazado.
98
Imagen de Stefan Keller en Pixabay
99
100
LITERATURA,
CINE Y OTROS
Imagen de Brigitte en Pixabay
101
RECUERDOS DE UN
JARDINERO INGLÉS.
Reginald Arkell
MARTA NAVARRO CALLEJA
https://cuentosvagabundos.blogspot.com.es/
...Y si te para a pensarlo, el mundo empezó en un jardín.
Recientemente publicada por
Periférica, Recuerdos de un
jardinero inglés es la única
novela traducida hasta ahora al castellano
de Reginald Arkell (1882-1959),
dramaturgo, novelista y poeta inglés muy
reconocido en su momento. Herbert Pinnegar,
el protagonista de esta historia, es
su personaje más emblemático: un viejo
jardinero que, cumplidos los ochenta,
rememora su vida, añorando el jardín de
la mansión al que la dedicó por completo.
Pinnegar, conocido ahora como el
Viejo Yerbas, recuerda junto al fuego su
infancia de niño abandonado, la rebeldía
de su juventud ante el futuro de labriego
a que parecía destinado, su infinita devoción
por las flores, el prestigio profesional
que alcanzaría en sus años de madurez
o el desafío, ya anciano, por lograr
amoldarse a los modos y mentalidades de
una nueva generación a la que no comprende.
Pequeños apuntes históricos, como
telón de fondo, sirven al autor para recorrer
junto a su protagonista las últimas
décadas del S.XIX y las primeras del
XX, marcando así el paso del tiempo y
102
haciéndonos saltar, en apenas un par de
líneas, de la época victoriana a la eduardiana,
vislumbrar los pequeños cambios
sociales y avances tecnológicos que ya
por entonces se anunciaban o atravesar
las dos guerras mundiales desde la distancia
y casi de puntillas.
El jardín y el transcurso de las estaciones
actúan, a su vez, como metáfora de la
belleza y de la felicidad, de la sabiduría
también y de la dignidad atrapada en lo
humilde o lo perecedero. Todo ello en
una historia repleta de ternura, de aromas,
sensaciones y colores, que recorre
linealmente los episodios más significativos
de la vida de un hombre consagrado
por entero a su trabajo, entrenado en la
lentitud y la soledad propia de su oficio,
ajeno al amor romántico o a cualquier
distracción que pudiera apartarlo de un
lugar convertido, poco a poco, en el centro
de su mundo.
Texto amable, impregnado de nostalgia
y salpicado de pequeño toques de
humor, sencillo y sin grandes pretensiones,
sin ningún exceso tampoco de sentimentalismo,
que da voz a un personaje
inolvidable y muy inspirador.
103
MENUDOS
RELATOS
Imagen de Mohamed Hassan
104
105
LA PANDEMIA
JULIA RAPÚN LÓPEZ
(9 años)
106
Había una vez en un pequeño
pueblo donde todos vivían
felices. Cantando, bailando…
Todos estaban contentos con sus
vidas, hasta que llegó. Fue una época en la
que todos los ciudadanos dejaron de bailar,
cantar… Era una gran tragedia, pero por
suerte, una niña llamada Claudia mantuvo
la alegría de aquel pequeño pueblo. Claudia
ayudó a todo el pueblo levantando su
ánimo, enseñándoles que aún había esperanza.
Cuando esa horrible época terminó.
El pueblo volvió a ser feliz, y aquella niña
se convirtió en leyenda.
107
UNA FAMILIA
EN UNA NUBE
JIMENA RAPÚN LÓPEZ
(7 años)
Había una vez
una niña que
siempre estaba
en las nubes, o sea, en su
imaginación.
Aunque en clase, todos
los años, sacaba matrícula
de honor, ella seguía por las
nubes. Por eso, cuando su
profesora le mandaba deberes,
su secreto era imaginarse
las respuestas y, por una
manera extraña, estaban bien
las respuestas.
Un día, cuando dormía,
soñó que su familia y ella
estaban en las nubes literalmente,
que su hermana era la
reina y ella era la princesa y
sus padres eran los guardias.
Y despertó.
108
Imagen de Tarishart en Pixabay
109
UN DÍA DE SAFARI
MAR PLANELLES RAPÚN
(11 años)
https://harryblogger.home.blog
Nos parábamos sin razón. La gente
bajaba de los coches para ver de
cerca a los animales y nos detenían
sin permitirnos ver siquiera una de
las míseras cabras que andaban por la
carretera. Los ponis nos miraban con
pena desde la hierba, detrás de sus
largos cabellos, para que los alimentáramos.
Las cabras eran pequeñas, pero
no sentíamos el mismo cariño por sus
ojos horizontales.
Por no hablar de los altos avestruces
que empujaban a los pequeños
emús. Me miraban con sus enormes
ojos con expresión misteriosa, pero a
la vez divertida. Sus largos y pelados
cuellos se mantenían en movimiento al
igual que sus piernas.
Los felinos eran más impresionantes.
Los tigres nos miraban con sus
ojos verdes y lucían sus rayas al sol;
el león nos daba un 360 grados de su
poderosa melena; el lince se paseaba
por el borde de la jaula para marcar su
territorio; el puma enseñaba sus colmillos
en un bostezo. Todos ellos tumbados
al sol en posición de felicidad.
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111
112
NUESTROS LIBROS
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la Revista Digital Valencia Escribe
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números de la primera etapa de nuestra revista digital Valencia Escribe
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114
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