Cuba Geografica No13
Gran parte de la extensa llanura sumergida que forma la plataforma insular de Cuba está karstificada, sin embargo y por razones evidentes, no se conoce mucho de ella, de sus formas, sus procesos y de la secuencia en que se produjeron. En la plataforma hay manantiales de agua dulce, hay cuevas con formaciones secundarias, cañones y valles sumergidos, hay taludes karstificados a más de 50 m de profundidad y ahora se comienzan a ubicar y explorar algunos agujeros azules (blue holes) cuya génesis es kárstica. Manuel Iturralde trata este extenso tema del karst sumergido refiriéndose a los datos más nuevos de la exploración submarina, así como refrescando su interpretación de los materiales geológicos y geofísicos compilados hace alrededor de medio siglo y que ya iban quedando fuera de la vista. Es cuestión de tiempo para que, detrás del interés turístico en la plataforma insular, se abran paso la urbanización y la asimilación comercial de los cayos y fondos marinos cubanos. Hay que conocer mejor y proteger el potencial de los territorios que pueden ser un escenario de la próxima expansión de la economía y del poblamiento. La plataforma insular es parte de ello. Cuando hacemos CubaGeográfica nos complace en particular cada vez que se expone algo nuevo para la geografía de Cuba o cuando se habla con claridad de un proceso o de un problema ya conocido. Como son piezas que pueden trascender, nos honran y dan lustre. En esta ocasión hay una colaboración impactante no ajena al trabajo de Iturralde. Se trata de una colección de fotos y planos de agujeros azules no reportados antes, cercanos al Golfo de Cazones, en una zona muy poco visitada del Archipiélago de los Canarreos. Es un feliz complemento del trabajo del karst de la plataforma y las recibimos cuando ya íbamos pensando en terminar el número. Estos blue holes han sido hallados y explorados por espeleólogos de Matanzas y sin pensarlo mucho se les puede considerar como uno de los descubrimientos geográficos cubanos más llamativos en muchos años. La gentileza de este grupo matancero en confiarnos la divulgación es ahora nuestro momento de honor. Los blue holes recién hallados –y otros que ya exploran– van a hacer que se reescriban algunos conceptos sobre la génesis del karst profundo y harán surgir más de una idea para convertirlos en sitios a visitar.
Gran parte de la extensa llanura sumergida que forma la plataforma insular de Cuba está karstificada, sin embargo y por razones evidentes, no se conoce mucho de ella, de sus formas, sus procesos y de la secuencia en que se produjeron.
En la plataforma hay manantiales de agua dulce, hay cuevas con formaciones secundarias, cañones y valles sumergidos, hay taludes karstificados a más de 50 m de profundidad y ahora se comienzan a ubicar y explorar algunos agujeros azules (blue holes) cuya génesis es kárstica.
Manuel Iturralde trata este extenso tema del karst sumergido refiriéndose a los datos más nuevos de la exploración submarina, así como refrescando su interpretación de los materiales geológicos y geofísicos compilados hace alrededor de medio siglo y que ya iban quedando fuera de la vista.
Es cuestión de tiempo para que, detrás del interés turístico en la plataforma insular, se abran paso la urbanización y la asimilación comercial de los cayos y fondos marinos cubanos. Hay que conocer mejor y proteger el potencial de los territorios que pueden ser un escenario de la próxima expansión de la economía y del poblamiento. La plataforma insular es parte de ello.
Cuando hacemos CubaGeográfica nos complace en particular cada vez que se expone algo nuevo para la geografía de Cuba o cuando se habla con claridad de un proceso o de un problema ya conocido. Como son piezas que pueden trascender, nos honran y dan lustre. En esta ocasión hay una colaboración impactante no ajena al trabajo de Iturralde.
Se trata de una colección de fotos y planos de agujeros azules no reportados antes, cercanos al Golfo de Cazones, en una zona muy poco visitada del Archipiélago de los Canarreos. Es un feliz complemento del trabajo del karst de la plataforma y las recibimos cuando ya íbamos pensando en terminar el número. Estos blue holes han sido hallados y explorados por espeleólogos de Matanzas y sin pensarlo mucho se les puede considerar como uno de los descubrimientos geográficos cubanos más llamativos en muchos años. La gentileza de este grupo matancero en confiarnos la divulgación es ahora nuestro momento de honor.
Los blue holes recién hallados –y otros que ya exploran– van a hacer que se reescriban algunos conceptos sobre la génesis del karst profundo y harán surgir más de una idea para convertirlos en sitios a visitar.
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Soñaba un archipiélago
del libro El monje, el leopardo y el grillo cubano
Por Emma Romeu
https://m.youtube.com/watch?v=H-4Zt84sW84
Cierta noche tuve un sueño: yo vivía en un cuadro, y
el cuadro era un paisaje de colores azules hacia sus
cuatro puntas. Ya está dicho: una isla. Un poco de blanco
sobre el mar eran marcas de nubes, y las manchas grisáceas
alrededor de la isla, que parecían miles de enormes
cachalotes estáticos, ¿acaso no eran isletas, cayos...?
Entonces... no era una sola isla la que estaba en mi sueño:
¡soñaba un archipiélago!
A ver... ¿qué más recuerdo? Se veían montañas en la isla
mayor, en el centro, en el este y el oeste, pero también
había lomas baladíes, valles, lagos y ríos, bosques de
muchos tonos, helechos descomunales, manglares, cactus,
orquídeas, y pinares, pinares infinitos. Alguien contaba
plantas distintas en mi sueño, tenía más de seis mil en sus
apuntes.
De repente, me vi saltando entre paisajes dentro de la
pintura. Con solo sonreír surgían a mi paso caracoles de
rayas-arcoiris, cocodrilos bailando en una ciénaga, un
majá amarillo con manchas elegantes, lagartijas de modas
vanidosas, mariposas, libélulas y abejitas brillantes…
Las jicoteas parecían tener despachos en las rocas, donde
atendían los males de amores que los enamorados les confiaban
con guiños; y había alacranes mágicos que curaban
dolencias; y vi graciosos cangrejitos que en vez de conchas
cargaban sobre sí zapatos de muñeca, botellitas, codos de
tubería, un sombrero de almiquí.
Súbitamente despegaron las aves desde las pinceladas.
Iban las migratorias con voces de protesta, porque no les
gustaba ser llamadas turistas; iban muy lejos, ¡se salían
del cuadro!: vi volar golondrinas, patos, gallaretas, bijiritas,
halcones peregrinos y un martín pescador… Dentro
del marco se quedaban las otras, volaban sobre trazos
que marcaban las costas, las montañas y las llanuras, los
bosques y las ciénagas, y bebían en los manantiales y en
las cascadas más bonitas. Pude ver aves que parecían
banderas tricolores, reconocí cateyes y cotorras, pájaros
carpinteros, el colibrí minúsculo, la cantante ferminia y la
gallinuela de pico verde y rojo. También había un retrato
prendido del follaje, y en aquel retrato mostraba circunspecto
su pico un papagayo.
Las iguanas corrían a esconderse entre sus rocas, parecía
no agradarles las miríadas de cangrejos que alzaban sus
tenazas. En la manigua costera florecían los icacos; y a lo
lejos descubrí un sitio lleno de misterio: un sistema de
cuevas que guardaba hongos de piedra, tesoros de piratas
y cartas de doncellas. Y más allá, detrás de todo borde,
donde siempre está el mar, flotaban los mensajes de corales
y esponjas, recados de las algas, sueños de poliquetos, de
peces, caracoles... Desde allí llegaban las risas de manatíes
vestidos de sirenas que salían de carnaval.
Un archipiélago único habité yo en mis sueños.
Al despertarme sola me afané en encontrar en mi cuarto
gaviotas, volví a cerrar los ojos e invoqué la preciosa
pintura, sin que un nuevo sueño la hiciera regresar. Repetí
mi deseo las noches que siguieron, y tanto lo añoraba que
al fin una madrugada lluviosa, en la que a mis cortinas
movían los soplos de luciérnagas, un ganso viajero apareció
en mi sueño y me llevó a la playa de sales conocidas.
Eran las mismas aguas azules y los acantilados de mi evocado
sitio, los mismos cocoteros del precioso archipiélago,
pero en este empezaba una rara tormenta. Tres gigantes se
acercaban para hacer temblar los suelos con sus zancadas
violentas. El primero, greñudo, le prestaba sus pulmones al
viento para enviar las más despiadadas ráfagas; el segundo,
de bigotes trenzados, se bebía ávidamente las mareas y
masticaba grosero las ramas de los árboles; y el tercero, el
peor, con sus cejas colgantes y su barba muy sucia, irrumpía
en las arenas, derrumbaba con sus pies las palmas y las
dunas, y sin sentarse se devoraba los patos con sus plumas
y patas. De pronto, todo el cuadro se volvió desolado,
como un abrevadero de ganado lunar.
Aún desde mi sueño, el ver partirse el paisaje, escapar a
las aves y morirse a los güijes invocó mis arrojos, y le hice
señas a todas las especies guerreras: llamé peces espada,
solivianté medusas, a feroces lagartos... Tenía que hallar la
forma de salvar a mi cuadro. ¡Y con tales aliados la horrible
pesadilla conseguí atajar!
Entonces salió el sol para dejar brillante todito el archipiélago.
Así terminó el sueño, y desperté exaltada. Afuera aún
llovía.
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