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HEI .EN FISHER

Tia y Bad Bull no se separaron uno del otro durante los tres días

siguientes, dándose golpecitos y acariciándose constantemente entre

cópula y cópula. Pero cuando el ciclo estral de Tia desapareció,

Bad Bull se marchó en busca de otras hembras fértiles. Como escribió

Moss en su maravilloso libro Los elefantes: «Personalmente, no

puedo imaginar por qué Tia quería aparearse con Bad Bull, pero

puede que ella viera en él algo que yo no veía» .

3

¿Sería amor? ¿Un enamoramiento temporal? ¿Encaprichamiento?

Tia y Bad Bull centraron su atención por completo el uno en el

otro. Ambos desplegaron una intensa energía. Ninguno comía ni

dormía como lo suelen hacer los elefantes. Y se tocaban y «hablaban»

en voz baja, emitiendo esos sonidos sordos y largos que caracterizan

la conversación de los elefantes. Tia parecía sentir una verdadera

atracción, aunque fuera temporal, por este orgulloso, fuerte y

viril semental.

La vida amorosa de los castores es menos visible. Pero estas criaturas

también muestran síntomas de intensa atracción durante el

cortejo y el apareamiento. Tomemos el ejemplo de Skipper. Skip¬

per se crió en el Lago de los Lirios (Lily Pond) un estanque del Parque

Natural de Harriman, en Nueva York, bajo la tutela de su padre,

el «Inspector General», y de su madre, «Lily».

Los castores viven en pequeños grupos familiares. Trabajan y retozan

por la noche. Yías crías permanecen con sus padres durante

unos dos años, hasta que una noche de primavera se van, con

sus andares de pato, en busca de una pareja para construir su propio

hogar. Así lo hizo Skipper. Se marchó con su hermana Laurel

una noche de luna del mes de abril. La endogamia es frecuente

entre los castores y aquella noche los dos hermanos se mudaron a

un valle cercano para construir una presa y un estanque. Pronto

empezó a brotar el agua. Comenzaron a nacer insectos, que atrajeron

a las ranas, los ampelis y papamoscas. Los peces comenzaron

a desovar, despertando el apetito de los hambrientos* soTftbrgujos.

En las orillas florecían los sauces, alisos e iris amarillos. Skipper y

Laurel se asentaron allí. Pero, por desgracia, una noche Laurel no

volvió de su habitual paseo en busca de comida entre los arces, robles

y coniferas que poblaban el valle; yacía muerta en una carretera

cercana.

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