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STEIGNYR - THE LEGACY OF WYRD (SPANISH)

Primer libro de la banda Catalana Steignyr el cual relata 3 historias, un principio, un pasado y un futuro. Libro que acompaña a su nuevo album The Legacy of Wyrd, una obra llena de Fantasia, Epica y sobretodo aventuras que nunca olvidarás.

Primer libro de la banda Catalana Steignyr el cual relata 3 historias, un principio, un pasado y un futuro. Libro que acompaña a su nuevo album The Legacy of Wyrd, una obra llena de Fantasia, Epica y sobretodo aventuras que nunca olvidarás.

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El tiempo ha cubierto el valle, y en él, se narran historias, sobre inmortales, sombras

fantasmales, hechiceros, ladrones y seres primordiales. Un paseo por los tiempos que

nos habla de leyendas y profecías sobre una joven y misteriosa florista, una familia

desaparecida en una torre sin ventanas y las voces de los árboles en un espeso bosque.

Historias acaecidas en diferentes épocas pero con un lazo común que las envuelve. El

lazo inevitable del destino.

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PRÓLOGO

Hace frío fuera. ¿Lo notas? No es un buen día, aunque en mi familia los funerales

nunca se hayan considerado algo triste. Hela ha llamado a la puerta de la última

persona que podía mantener este legado que nos ha consumido durante años.

Déjame que te cuente nuestra historia.

Provengo de un antiguo linaje, de un recóndito lugar del cual no quiero hablar, más

por temor que por respeto. Encargados de transmitir enseñanzas antiguas que ahora

ya nadie quiere escuchar, que caerán en el olvido, para resurgir después, aunque

yo… yo ya no estaré aquí para verlo.

Hoy ha sido el día que más he temido desde el instante en que nací, hoy he firmado el

testamento de mi madre y con él he sellado mi destino, las hilanderas llevaban mucho

tiempo tejiendo este tapiz, afilando sus tijeras.

Mi herencia no será un coche viejo, cuyo motor hace tiempo que dejó de funcionar, o

las llaves de una casa que jamás visitaré, no.. es un deber, un cargo de conciencia,

que te lego a ti, desconocido, porque conmigo acaba todo, sin descendencia, sin

salida. Las nornas están a punto de cortar mi hilo y es tiempo de morir.

Aquí te ofrezco tres historias, y encerrados en cada una yacen,dormidos, los tres

tiempos, tal vez nunca llegues a comprender, tal vez las hayas comprendido antes de

escucharlas. Solo puedo obsequiarte un consejo: búscalas. A las hacedoras de la

ventura, en cuya tela se dibuja nuestra historia, aquellas que comparten un solo ojo y

que son capaces de ver más, de lo que tú verás jamás.

Adiós, desconocido. Recuerda, no les dejes entrar.

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MITOLOGÍA DE LA TIERRA DE ÅND (LA TIERRA DE LOS ESPÍRITUS)

Los primordiales

Antes de comenzar nuestras correrías a través de los enrevesados caminos de esta

tierra encantada, de enfrentarnos a sus monstruos y negociar con los pérfidos

bandidos, debemos detenernos y prestar oído a cosas más nimias, pero no por ello

menos importantes, tenemos que escuchar los que nos cuentan sus bardos.

Todo el mundo cree que la labor de los bardos es simple entretenimiento, una canción

hermosa sobre una guerrera o un castillo encantado, o sobre cómo una flor nace en el

lugar más insospechado, pero estos humildes trovadores a menudo esparcen más

conocimientos del que ellos mismos poseen, dejando entre sus versos mensajes

ocultos que pasan inadvertidos a aquellos que no saben escuchar.

Mirad, por ejemplo, este pedazo de un antiguo romance:

“La obsesión de la amante sopla su beso.

Un Mendo cansado se pone en marcha en la noche.

El bosque antiguo se estremece a su paso

cuentos susurrantes de su búsqueda.

El buey y el ciervo bloquean su camino

Advertencia del espíritu de la naturaleza:

“Vuelve atrás, este regalo cruel dura para siempre.”

Así sigue, hijo de su destino.”

Es probable que a primera vista no hayáis entendido nada de lo que sucede en él, y la

verdad es que ahora mismo no tenemos tiempo de explicarlo, se nos está haciendo un

poco tarde, pero os invito a que volváis a él cuando creáis que estáis preparados,

porque como ya os he dicho, estas antiguas canciones traen hasta nuestros días

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grandes regalos y, entre ellos está la que ahora nos ocupa: la leyenda de los

primordiales; Elara, Grakal y Hel, tres vigías, guardianes de las razas que pueblan los

páramos y montañas de las Tierras de Ånd y del mundo.

Debemos retroceder en el tiempo cuando este trío era venerado como si de dioses se

tratara y las ofrendas se agolpaban en los altares de las casas, tanto ricos como pobres

tenían siempre flores frescas para Elara, una vela encendida para los espíritus de Hel

o llevaban consigo una pluma de ganso en honor a Grakal e incluso se dice que existió

un templo dedicado a cada uno de ellos en la antigua ciudad de Lerm, que ahora yace

suspendida en el olvido, y de la que solo queda entre sus muros una antigua profecía,

que, bajo un relieve de una flor y una serpiente, reza así: “ Donde el hielo se haga flor

y los árboles dejen de susurrar bajo la tierra”.

Muchos son los cuentos y leyendas que han surgido alrededor de estas tres poderosas

figuras, algunos incluso afirman que existen formas de invocarlos para hacer realidad

los deseos, pero eso solo son cuentos de viejas… o tal vez no.

De todo aquello solo queda una sombra que se escurre en el tiempo, un lamento

perpetuo entre los árboles… Aún así muchos creen todavía que los primordiales

siguen vagando, cumpliendo su primigenia misión de cuidar cada uno de los planos de

la existencia, a saber, la vida, la muerte y el paso que las divide. Elara, Hel y Grakal

cumplirán con su labor hasta el final de su guardia, cuando el cargo sea traspasado,

como testigo, a tres seres elegidos por sus antecesores.

Nadie sabe qué día llegará o si ha ocurrido ya, pero cada vez que veas una flor en un

lugar donde no debería estar, pregúntate cuánto queda para el final.

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ELARA

Con sus mejillas sonrojadas y su pelo del color del atardecer, Elara representa la vida,

la naturaleza y los nacimientos así como el orden vital de todas las cosas. Las almas

son cuidados y vigiladas por Elara desde el nacimiento hasta la muerte, cuando Grakal

acude en su busca para llevarlas como un regalo al reino subterráneo de su hermana

Hel.

Cuenta una vieja leyenda que Hel y Elara siempre han sentido un gran amor la una por

la otra, pero que, al ocupar lugares tan diferentes nunca pudieron estar juntas, y es por

ello que Elara cuida con mimo a todos los seres hasta que llega su final y deben ser

enviadas al otro lado, donde Hel las recibe, y con ellas el afecto de su hermana

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Con el correr de los años Elara fue cayendo en el olvido, lo que la debilitó hasta casi

desaparecer, hasta que no quedó más que un recuerdo convertido en una joven florista,

que vaga por el mundo haciéndose pasar por una joven viuda que busca un lugar

donde asentarse los años que le quedan. Elara no puede evitar su destino, no existe

lucha posible, pues ella, como ya os he dicho, preserva el orden natural de la vida, y

su declive forma parte de él.

Elara recorre el mundo con refugiándose en la imagen de una joven viuda vestida de

negro con una melena rizada y cobriza y unos ojos negros como la noche donde

apenas se diferencian sus pupilas. Porta siempre consigo una cesta repleta de semillas

de plantas desconocidas, y en su muñeca derecha se puede intuir una pulsera con

forma de ouroboros con pequeños cuarzos engastados, representando que todo lo que

está vivo debe morir alguna vez.

“Elara, la florista, era su nombre

Ahora silente, duerme en el pozo

donde crecen las flores.

Olvidada, apartada...

mientras un ouroboros aparece

en la puerta de su gruta.”

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HEL

La primordial de la muerte cuida de todas las almas que su hermana envía a través del

puente, el mundo la conoce por ser la cara oscura de su hermana Elara. Aunque es la

más temida de todas por los mortales ella se encarga de curar las heridas y la ponzoña

que se establece después de toda una vida terrena, preparando así a todas las almas

para un nuevo viaje de regreso.

Especialmente bondadosa, protectora y amable, no deja de representar a la muerte y

por ello es preferible no jugar con ella, porque sus caminos son muchos y muy

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complicados. Se la representa con una melena blanca que le llega hasta los pies, como

un río helado en el más frío de los inviernos, sus ojos son grises y cadavéricos y casi

siempre luce una túnica blanca, a la vez que porta en su mano un cetro de hueso con

dos serpientes enroscadas coronado por una obsidiana que representa su lazo con el

mundo corpóreo. Su mascota es una serpiente gigante llamada Simig que a veces

adopta la forma de un gato blanco para pasear por la tierra y llevarle algunas noticias a

su ama.

Es el primordial al que se ligan menos leyendas porque pocas veces abandona su

morada subterránea, aún así algunos cuentos de más allá del lago de Ög relatan el día

que Hel surgió de sus aguas, dispuesta a encontrar a su pequeño gato extraviado, pero

ahora no es momento para esta historia.

“Hel emergió,

ahora una herida en la tierra

donde antes había flores.

Ojos de cadáver contemplan a los humanos,

dispuestos a cumplir su propósito.”

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GRAKAL

El plano intermedio, el barquero, el guardián de los pasadizos. Esquivo y algo huraño,

Grakal se encarga de transitar entre la vida y la muerte, llevando los obsequios de

Elara a su hermana, además de ser el vigía de aquellos que no son capaces de llegar al

reino de Hel y se ven obligados a vagar entre ambos mundos sin encontrar su

descanso. Aquellos que se han cruzado con él lo describen como un hombre alto,

vestido con un pantalón negro, una camisa blanca y en ocasiones un chaleco de piel,

con un ojo de cada color, uno negro y otro blanco puede ver tanto el mundo de los

vivos como el de los muertos, y de esta manera vigilar a sus guardianes, los skujult.

Suele llevar una gran llave que utiliza para abrir todas las puertas y cerraduras. A día

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de hoy algunos ladrones aún recuerdan sus historias y creen que hacerle ofrendas les

ayudará a acceder a los lugares que deseen sin gran dificultad.

Otras historias más oscuras se susurran sobre él cerca de los bosques de Tölgy, donde

dicen que aquellos que han conseguido pactar con él son dotados con la inmortalidad,

pues su conexión con ambos mundos le permite llevar el alma del ser a Hel, pero

conservar lo suficiente como para que el cuerpo no quede vacío. La criatura maldita

no envejecerá, no tendrá hambre ni sed y jamás podrá morir. Muchos son los que

buscan este don, muy pocos los que han podido soportarlo, pues la inmortalidad

condena a una realidad vacía y marcada de por vida, con el estigma de poseer un ojo

negro y el otro gris, uno por cada lugar donde se encuentra su alma.

Nadie conoce con seguridad como, ni cuando Grakal puede aparecer o ser invocado,

lo que sí sabemos es que mejor que seas un buen estratega, pues le encanta jugar al

Halatalf, el juego de los gansos y los zorros.

“Tras las sombras de la conciencia,

Grakal ofrece su mano.

Cuidado amigo,

la miel no es dulce si no puedes saborearla.”

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LOS GUARDIANES MENORES

Los skjult

Así son llamados los guardianes negros, las almas errantes encadenadas al mundo

terrenal sin un cuerpo que Grakal utiliza como mensajeros. Antaño fueron humanos a

los que cegó la codicia y a quienes, Grakal, el más iracundo de los tres primordiales,

castigó negando la entrada al mundo de su hermana Hel.

Las luciérnagas

Las luciérnagas, son la contrapartida del los guardias negros, es una antigua leyenda

de fantasmas que cuenta que todos las almas que quedan atrapados en la tierra después

de su muerte se convierten en pequeñas bolitas de luz que pueden guiar a los que están

perdidos (física y mentalmente) como los fuegos fatuos. Suelen ser almas que han

quedado atrapadas porque aún deben cumplir una última misión de ayuda, que, una

vez efectuada, las libera para dejar el mundo terreno.

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EL LAMENTO DE MENDO

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No creas buen amigo, que por el hecho de ser cuentos lo que aquí encontrarás el

contenido será dichoso o alegre, mi abuela nunca los contó de esta forma, así que no

veo el motivo para dulcificarnos llegados ya a este punto del camino.

Nuestra primera historia comienza como lo hacen todas, hace mucho, mucho tiempo,

en un lugar muy muy lejano…

Quiero presentarte a Mendo, un hombre con una buena vida y un gato pardo. A

Mendo nunca le faltó pan en su mesa ni un techo bajo el que guarecerse en las noches

de invierno, no sufrió penurias en su niñez ni le faltaron amigos con los que malgastar

el tiempo en las tabernas, y, sin embargo, se consumía como las velas que utilizaba

para leer en las noches.

Mendo sabía que se estaba haciendo viejo, había empezado a verlo cada mañana en el

espejo de su habitación, en la fuerza que se le escapaba por la boca cuando había más

escaleras de las esperadas en alguna de las casas donde debía realizar sus encargos.

Día tras día la obsesión se hacía más fuerte, hasta que llegó ese fatídico día… el día en

que uno de sus amigos murió; y, aunque ni siquiera fue de viejo, sino en un accidente

de carretera, Mendo comenzó sus visitas al doctor, -

- Por precaución - o al menos eso era lo que les decía a sus familiares.

Con el tiempo, Mendo trasladó las visitas con el doctor para que fueran a su propia

casa.

- Por precaución - o al menos eso era lo que les decía a sus amigos.

Tal era la locura que crecía en su interior que Mendo acabó recibiendo al doctor todos

los días de la semana exactamente a la misma hora.

- Por precaución - le decía a su gato pardo, que ya había empezado a mirarlo

con desdén.

Y así el tiempo fue pasando, visita tras visita, hasta llegar a la que ahora nos ocupa.

Aquella jornada el doctor visitaba a Mendo, como era acostumbrado, siempre en el

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mismo lugar, a la misma hora. El doctor acababa de recoger sus cosas, dispuesto ya a

marcharse cuando por desgracia tropezó con el gato pardo, que soltó un bufido y un

zarpazo a la pierna del doctor. El hombre soltó un grito y, visiblemente enfadado,

espetó a Mendo:

- Usted me costará mi propia salud, mejor sería que fuera a ver al brujo y se

dejara ya de molestar a los demás. - y dando un portazo abandonó la casa.

Mendo recogió a su gato del suelo, y, sin interesarse lo más mínimo por la salud del

doctor, comenzó a pasear por la casa repitiendo todo el rato la misma palabra. “El

brujo…”, Mendo casi daba por olvidada esa leyenda que rondaba alrededor de la

ciudad. “El brujo…” aquel que vivía en el bosque más allá de la ciudad. “El brujo…”

que puede conceder la inmortalidad…

Los maullidos famélicos del gato pardo sacaron a Mendo de su ensoñación, pero aún

así siguió dándole vuelta a esa historia, a ese cuento que se contaba generación tras

generación en la ciudad de Landfaster.

Años atrás, su madre lo había utilizado como amenaza para evitar que el pequeño

Mendo entrara en el bosque de Tölgy, un enorme robledal que se extendía mucho más

allá de donde alcanza la visión y que parecía crecer con el paso de los años. De

pequeño, Mendo y sus amigos jugaban a adentrarse entre las primeras filas de árboles

para contar cuánto tiempo podían permanecer allí en completo silencio, era

aterrador… Muchos de sus amigos incluso habían llegado a decir que se escuchaban

voces que provenían del interior, pero él nunca llegó a saber si esto era cierto, pues

antes de que pudiera comprobarlo una horda de padres y madres enfadados llegaba y

valiéndose de fuertes pellizcos en las orejas, arrastraban a sus hijos lejos de allí. Su

madre y su abuela le decían que si se quedaba mucho tiempo allí el brujo lo atraparía

y haría un guiso de niño con él para compartirlo con los trolls.

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Muchas son las leyendas que se ciernen sobre el espesor del bosque de Tölgy, y entre

ellas estaba aquella a la que Mendo más vueltas le daba, la leyenda del brujo que

podía conceder la inmortalidad a todo aquel que la deseara con fervor.

La idea dió vueltas en la cabeza de Mendo hasta que se quedó dormido repitiendose

una y otra vez que todo aquello sólo eran cuentos de viejas, y, tal vez si, una vez más,

el gato pardo no hubiera volcado su plato en mitad de la noche, nada hubiera

sucedido, pero el gato pardo volcó su bol, provocando el abrupto despertar de su

dueño, quien, olvidando todos sus miedos, salió en busca de la morada de aquel viejo

brujo sobre el que se hablaba en las canciones y leyendas.

En su cruzada sólo se encontró con dos o tres personajes, principalmente borrachos

jugando a los dados en las solitarias calles de la ciudad, aunque al llegar a la linde de

la ciudad, donde ya solo había algunas casas de jornaleros y campesinos, una vieja que

estaba tejiendo fuera de una de las casas, susurró

- No debería, no. No debería, no.

Un tremendo escalofrío recorrió la espalda de Mendo, quien se giró para encontrar a la

anciana balanceándose en su asiento con la vista fija en su labor, y creyéndose solo

presa de su nerviosismo prosiguió su camino mientras la anciana repetía

- No debería, no...

Al cruzar la primera línea de árboles, volvió a tener otra vez seis años, por suerte el

sol ya empezaba a rayar el cielo, y tendría luz suficiente para trazar unas cuantas

señales en los árboles que le sirvieran de guía para no perderse en su vuelta a casa.

Comenzó a caminar abriéndose paso entre los enormes árboles del bosque de Tölgy, el

miedo casi lo hace volver sobre sus paso en un par de ocasiones, pero la obsesión era

más fuerte, así que siguió adelante. Adelante. Adelante.

De pronto, un soplo de viento entre los árboles lo paralizó, parecía que le hablara, y

que, advirtiéndole, le dijera “ Da la vuelta”, “Da la vuelta”, “Mendo….”, pero

Mendo en lugar de dar la vuelta apretó el paso hasta casi correr, deteniéndose solo a

grabar algunas señales en los árboles.

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Mendo corrió por el bosque y, finalmente, lo encontró: el árbol donde vivía el brujo se

elevaba ante sus ojos. Era gigantesco, seguramente había sido el primer árbol del

bosque, y era allí, bajo sus enormes raíces, donde el brujo había instalado su morada,

que olía a romero y lavanda, pero también a carne podrida y excremento. Ciertamente

nada agradable.

Mendo hizo ademán de llamar a la puerta pero antes de que pudiera siquiera rozarla

esta se abrió de par en par y dejó a la vista el oscuro interior de la cabaña, donde,

agazapado junto a un mortero, se encontraba una enjuta y retorcida figura que apenas

parecía haber sido humana en otro tiempo.

- Ahórrate las explicaciones, chico, y lárgate ahora que aún tienes tiempo. Dijo

con una voz fantasmagórica la maraña de carne, sin apenas prestar atención.

Pero, aún así, desoyendo por segunda vez las advertencia, rogó y rogó al viejo brujo

que le ofreciera el don de la inmortalidad, y este, finalmente alzó su cabeza.

Desde la esquina mugrienta de aquella cabaña lo observaba un rostro sin ojos, ni

siquiera se había molestado en tapar las cuencas vacías y negras donde alguna vez

hubo un globo ocular. Mendo tragó saliva y, casi sintió como perdía el control de su

esfínter cuando la figura se alzó esquelética y empezó a arrastrarse hacia él.

Pero pasó de largo, y comenzó a rebuscar en las estanterías hasta dar con un mohoso y

ennegrecido tablero del juego Hnefatafl.

- ¿Sabes jugar?- Mendo asintió - Bien, más te vale saber, chico, te enfrentas a un

gran jugador - susurró el viejo.

Mendo había jugado en alguna ocasión a ese juego, sus reglas eran simples: un

jugador controla al bando atacante, representado por fichas negras y compuesto de

peones; su adversario maneja al bando defensor, representado por las fichas blancas,

que, además de peones, cuenta con un líder. El objetivo de las negras es capturar al

soberano, mientras que las blancas tratarán de proporcionarle una escapatoria.

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El brujo agarró con fuerza el brazo de Mendo y lo sacó al exterior, donde trazó a su

alrededor una suerte de símbolos extraños mientras susurraba palabras casi

ininteligibles, cuando Mendo quería intervenir el viejo alzaba la cabeza y callaba,

mirándolo fijamente desde la mismísima oscuridad de sus cuencas huecas.

El silencio era absoluto, parecía que todo se hubiera detenido… el rumor del agua, el

viento entre los árboles y la vida misma, hasta que una risa, a medias entre malvada y

divertida lo inundó todo.

- ¿Otra vez me llamas, viejo Gwidjon? ¿No encuentras un rival digno en el

juego?- un hombre joven de mediana estatura y bastante apuesto, observaba la

rocambolesca escena apoyado en un árbol mientras le daba vueltas a un

colgante en forma de llave.

Mendo había oído leyendas sobre los viejos dioses. Viejas leyendas, viejas historias,

cuentos de viejas… pero allí estaba ante él, Grakal, el primordial del paso, y entonces

comprendió lo que estaba en juego sobre aquel mohoso tablero.

Nadie hablaba, la vida en el exterior seguía detenida.

- ¿Entonces jugamos? Porque has venido para eso, ¿verdad?, amigo Mendo.

Toma asiento por favor”

Mendo caminó torpemente hasta el tocón de un árbol y tomó asiento, mientras Grakal

lo observaba con una mirada fija, sin apenas un pestañeo visible. Un escalofrío

recorrió la columna vertebral de nuestro protagonista cuando se percató de que el

primordial poseía un ojo completamente blanco, muerto, como el ojo de un cadáver y

el otro completamente negro y brillante, donde apenas se podía diferenciar la pupila

del iris.

Comenzó la partida. La inmortalidad. Mucho en juego para nuestro protagonista. Nada

para el dios.

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Si Mendo ganaba la partida su deseo más profundo se convertiría en realidad, si no..

bueno.. se iría por donde había venido. No era un mal trato ¿cierto?

Las horas pasaban, las fichas caían, y tras un arduo juego, Mendo se proclamó

vencedor frente al viejo dios, quien, lejos de reflejarse irascible, sonrió y sacudió la

mano al ganador. Con ese apretón de manos selló el pacto.

Grakal se llevó una parte del alma de Mendo al inframundo para cumplir su acuerdo

con “la diosa blanca”, pero dejó que conservara una ínfima parte para seguir viviendo

en el mundo mortal, y así su deber con la muerte estaba sellado, ella nunca acudiría a

buscarlo, pues casi toda su alma ya estaba en su reino. Como recuerdo de este

acuerdo, Mendo quedó marcado con un ojo blanco y muerto para toda la eternidad.

Así se despidió del brujo tan agradecido que le regaló su chaleco, que era lo único de

valor que había traído con él al endemoniado bosque.

Mendo regresó a su casa con su gato pardo. Los primeros días fueron felices, ya no

encontraba más vello blanco en su barba, ni arrugas en su piel. Pero su gato no parecía

convencido y lo rehuía cada vez que lo encontraba en la casa.

Con el pasar de los días nuestro protagonista empezó a decaer en su ánimo, ya no

envejecía, eso era cierto, pero tampoco sentía el sabor de la comida, ni el calor de una

hoguera, ni su corazón latía con los pequeños placeres de la vida. Al final, se había

cumplido lo que más temía, había muerto. Esa era la eternidad que le esperaba.

Así pues, un día decidió volver al bosque, resuelto a deshacer aquel entuerto. Una vez

más se descubrió trazando muescas en los árboles para poder volver a salir. Una vez

más el espesor oscuro del bosque. Una vez más aquellos árboles susurrantes que ahora

parecían llorar con él su desgracia. “¿Por qué no escuche?” se repetía una y otra vez

en el tortuoso camino de penitencia en busca de la cabaña.

Una vez más allí estaba el viejo roble, que parecía burlarse de sus desgracias. Mendo

abrió la puerta de la cabaña, pero esta vez no encontró a nadie allí dentro y,

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desanimado, se dió la vuelta para volver por donde había venido, cuando una mano lo

agarró por el hombro y se encontró de nuevo con esas cuencas vacías que lo

observaban fijamente.

Suplicó, rogó, lloró, e incluso amenazó al viejo para que le devolviera su mortalidad y

este lo escuchó hasta que, horas más tarde, Mendo se quedó sin voz y sin lágrimas

para seguir. Entonces, el viejo Gwidjon abrió la boca para hablar y de ella salió una

simple frase

- ¿Crees que si el don se pudiera devolver, yo me habría hecho esto?- señalando

el lugar donde antaño estaban sus ojos.

El viejo también había recibido aquel don maldito, y, en realidad, ahora que Mendo lo

miraba, no era tan viejo, pero parecía que había intentado matar de hambre hacía ya

tiempo, en un acto desesperado de encontrar su ansiado final.

- Grakal es más listo que todos nosotros juntos, muchacho, ¿creías realmente que

habías conseguido ganar a un dios? Desde el principio él ya sabía que era puro

egoísmo la razón de tu visita… ¿entiendes, muchacho?

Así Mendo entendió, y regresó sobre sus pasos, arrastrando los pies y casi sin siquiera

buscar las muescas en los árboles para orientarse de camino a casa. Estaba demasiado

cansado. Demasiado apesadumbrado. La noche ya comenzaba a alcanzar el bosque, y

nuestro protagonista, con toda su tristeza, decidió sentarse en el tocón de un árbol a

descansar. Y así pasó días, noches, meses y años, mientras el árbol crecía a su

alrededor y él se escondía cada vez más entre sus raíces, su musgo y las hojas secas,

convirtiéndose en otro de los vigías del bosque, entendiendo que aquellos que una vez

intentaron advertirle, no eran árboles, sino tontos infelices que una vez habían sido tan

egoístas como él, ansiando el don de la inmortalidad.

Del gato pardo nada se supo tras la partida de Mendo, su casa quedó abandonada, sus

pertenencias, saqueadas y su recuerdo ahora, tan solo es una leyenda que pasea por las

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bocas de los borrachos y los niños de la ciudad de Landfaster. Al menos, hasta que

algún inconsciente vuelva a sumergirse en el bosque maldito.

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LA TORRE DE LOS FANTASMAS

Has de saber para contar y entender para saber que los días en que Heiverden se

convirtiera en la más rica de las ciudades de Änd ya eran lejanos, ahora la ciudad yace

dormida, casi olvidada, aunque aún se pueden oír los ecos de momentos olvidados que

viven en las viejas leyendas, en las historias de la misteriosa torre del páramo y en

algunos otros tesoros que permanecen ocultos para aquellos que no saben mirar con

atención.

Pero creo que me estoy adelantando demasiado en nuestra historia… Tal vez

deberíamos retroceder al tiempo antes de que aparecieran los temblores en la tierra.

Heiverden fue apodada “la gran ciudad negra”, algunos creen que se ganó ese

sobrenombre a causa de los oscuros acontecimientos que se guardan entre sus calles,

aunque la realidad es otra muy diferente de la que casi nadie ya se acuerda , y es que,

aunque ahora el tiempo la haya sumergido bajo una espesa capa de polvo, antaño fue

una ciudad gloriosa. El apodo de “gran ciudad negra” provenía de su riqueza en la

minería, por todos es sabido que bajo la gran urbe se encontraban (y todavía se

encuentran) decenas de túneles subterráneos que agujereaban su subsuelo como si

fuera un queso y proveían a la ciudad de toneladas de carbón que cada día cruzaban el

extenso páramo por el camino del oeste hacia Landfaster. A parte de esto la ciudad se

nutría de su costa, la cual le proporcionaba un excelente pescado que era vendido en

los muelles para ser posteriormente conservado con sal y mandado a las ciudades del

interior, aquella era una delicia para la época que no muchos afortunados llegaban a

catar y que era altamente reconocido en todos los banquetes de la alta sociedad de la

época.

La gran ciudad estaba llena de vida, miles de paradas de todo tipo se agolpaban

alrededor de la plaza, innumerables colores, olores y sabores reinaban por aquel

entonces en cada una de las casas, incluso en las más pobres… Todo parecía funcionar

con la perfección de un reloj y era gracias a los Edevane.

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Aquella era una familia llegada de tierras lejanas, extranjeros al fin y al cabo, que

varias generaciones atrás se habían ganado el favor real tras la batalla en las Colinas

de la Escarcha y con él, el control de Heiverden . Lo cierto es que los Edevane no se

caracterizaban por su bondad, pero si por su opulencia y su mano dura a la hora de

impartir justicia, de alguna forma su ambición había conseguido llevar a la ciudad a

sus días de máximo esplendor.

La familia antaño había estado formada por decenas de miembros pero ahora solo

quedaba uno, parecía que la muerte y la desgracia habían caído sobre el linaje.

Innumerables accidentes de caza, enfermedades y otros sucesos mermaron a la familia

hasta que solo uno de ellos sobrevivió, Odo, el menor de los seis hermanos. Odo

Edevane I y su esposa Meliss, no se caracterizaban, como ya he dicho, por ser unos

regentes piadosos y bondadosos, más bien eran egoístas y avaros, lo que se dejaba ver

en su estilo de vida burgués y acomodado, aunque no mucha gente echaba cuenta de

ello, los impuestos ciudad eran altos, sí, pero todo funcionaba y a ningún habitante le

faltó nunca una hogaza de pan sobre la mesa, y su costumbre de cortar las manos a los

ladrones y otras partes del cuerpo a los violadores, habían reducido altamente la tasa

de crímenes dentro de los muros de la ciudad.

Pero, querido lector, hay cosas que el oro no puede comprar, bien lo sabía este

matrimonio, pues a pesar de sus riquezas, les era imposible tener hijos. Los años

pasaban y el legado de la ciudad no encontraba nueva sangre que asumiera las riendas.

Los Edevane, lánguidos y desesperados por el dolor recurrieron a los mejores médicos

que la tierra de Änd les pudo proporcionar, pero nada parecía funcionar. Cada vez los

remedios eran más estrafalarios y rocambolescos y, cada vez, parecía que el destino se

empeñaba en frustrar sus ilusiones, tal vez su legado debiera acabar allí, quién sabe.

Poco a poco el matrimonio asumió su desgracia y dejaron de intentarlo, hasta aceptar

que nunca oirían risas de niños repicar en las estancias de su castillo. En ese momento,

cuando la tristeza más pesaba, más dejaban ver en el exterior su opulencia y avaricia,

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más caro era el trigo, la avena o incluso el estiércol para abonar el campo. Los días

empezaron a oscurecerse en la ciudad de Herveiden.

Pero en medio de esa oscuridad, una hermosa dama de cabello pelirrojo envuelta en

ropas negras, como de viuda pero sin anillo, llegó a las puertas del castillo. La

misteriosa mujer no llevaba equipaje, pero portaba entre sus brazos un Anthurium y se

excusaba en que era un regalo para los nobles. Los guardias la amenazaron para

intentar echarla de allí, pero ella aguantó estoicamente los insultos y amenazas hasta

que éstos hubieron cesado y entonces dijo:

- Sólo les pido que me escuchen. Díganles que me quedaré en Herveiden una

noche más y que traigo entre mis brazos un obsequio, tal vez les ayude en su

búsqueda.

La desconocida se giró y volvió por donde había venido. Tal vez todo hubiera

quedado como una anécdota de una viuda loca si una de las sirvientas de la señora no

hubiera ido casualmente a recoger melocotones de la cocina. Que curioso es el destino

a veces ¿verdad?

La criada subió a entregar los frutos a la señora, que estaba observando una de sus

primeras canas detenidamente en el espejo, y con tono apesadumbrado le preguntó a

su sirvienta

- ¿Algo digno de mención en el castillo?

La criada, en parte asustada y en parte divertida por la extraña visita, le contó a su

señora que una joven viuda se había apostado en las puertas del castillo con una planta

de Anthurium entre los brazos y diciendo que podía “ayudarles en su búsqueda”.

Pero la señora sabía algo que el resto al parecer ignoraba, y es que, en una de sus

muchas entrevistas con los médicos y curanderos, ella había aprendido que el

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Anthurium era una planta que representaba la fertilidad. Una última oportunidad. Un

regalo del destino.

Debió quedarse petrificada ante la noticia, porque la criada se acercó para preguntarle

si estaba bien y al ponerle la mano en el hombro, Meliss saltó de su asiento.

- ¡Manda que venga! ¡Ahora!

Es así como la desconocida, de la que nunca supieron el nombre llegó a palacio con su

flor entre los brazos para, tras unas horas, salir de allí sin ella. Nada se supo de lo que

aconteció en esa reunión, pero unos meses más tarde Herveiden conoció a la pequeña

Lina Edevane, y nadie puede decir que la ciudad no se vistió de gala para la ocasión;

música, guirnaldas y luces iluminaron durante días a la ciudad es una espiral de

colores y fantasía.

Los Edevane eran felices, la ciudad volvió a conocer una de sus mejores épocas, todo

era tan radiante que hasta se logró cambiar las ley de sucesión para que la chiquilla

tuviera derecho a heredar el vasto imperio, y sería de esta forma que Herveiden

encontraría una regente digna de llevar las riendas de la ciudad. Y así los años se iban

sucediendo, uno tras otro, mientras Herveiden seguía creciendo, y con ella la pequeña

Edevane.

Ay.. Pobre Lina... era su cumpleaños cuando La Dama Negra llegó.

Igual que la viuda desconocida que había aparecido tiempo atrás, esta vez lo que

llamó a las puertas de la ciudad fue algo mucho más aterrador: La peste había llegado,

y con ella, también aparecieron los primeros temblores en la tierra.

La dama negra comenzó a extender sus alas por toda la ciudad, los cadáveres se

agolpaban en las calles, grandes hogueras con cuerpos se alzaban en los lugares donde

otrora hubo felicidad. La ciudad se cerró para evitar los contagios... ya nadie cruzaba

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el paso del oeste, ni los barcos volvieron a levar anclas en su puerto, solo había

soledad, silencio y muerte. La tierra de Herveiden parecía llorar la pérdida, y cada

pocos días un temblor sacudía el suelo con violencia, por lo que las minas jamás

pudieron volver a reabrirse, dejando a la ciudad sin su máxima exportación. Mucha

gente tuvo que abandonar sus hogares para encontrar un lugar donde poder ganarse la

vida, de esta forma, la ciudad fue quedando desierta poco a poco.

Y los Edevane… la familia desapareció igual que había aparecido tiempo atrás,

algunos cuentan que en un acto desesperado por sobrevivir y salvar sus riquezas

decidieron construir una enorme torre en mitad del páramo, una torre sin puertas ni

ventanas por las que “La Dama” pudiese entrar, una torre de la que nadie conoce su

entrada. Así fue como huyeron de su castillo, de su ciudad, así fue como la familia

más poderosa de Änd, desapareció, llevándose con ellos todas sus riquezas,

abandonando a su suerte a los habitantes de la ciudad, no dejaron rastro alguno, salvo

aquella imponente estructura que sigue en mitad de los páramos, como un enorme

vigía de piedra.

Muchas vidas se perdieron en la gran catástrofe, muchos se marcharon buscando un

futuro para los suyos, las minas se clausuraron debido a los temblores que ahora

persistían en la ciudad. Se hizo el silencio, los niños ya no jugaban en las plazas, la

vida había sido arrancada de las calles y el paso del oeste ya no era un lugar seguro

más que para los bandidos y ladrones que lo habían convertido en su hogar.

A día de hoy muchas son las leyendas que circulan sobre los Edevane, nunca

sabremos con certeza qué fue lo que ocurrió tras su huída, pero las gentes de

Heirveden dicen que, si tienes suerte, puedes ver pequeños resplandores que llegan

desde lo alto de la gigantesca torre como anhelando que alguien les regale una

respuesta.

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LAS FLORES DE MENNEBAIL

La escarcha cubría el valle cuando ella llegó al pueblo.

Cuentan que al lado de la gran cordillera que divide las tierras de Änd, construido de

piedra y pizarra, se encontraba el pequeño pueblo de Mennebail, un pueblo casi tan

frío como el carácter de los que allí habitaban. La gente de las montañas no se

caracterizaba precisamente por su hospitalidad y alegría, pero si por algo eran famosos

era por su hielo, extraído de los grandes lagos que poblaban su territorio, aquellos

grandes bloques viajaban hacia tierras más cálidas donde eran bastante cotizados entre

las altas esferas de la sociedad. Las gentes de Mennebail conseguían conservarlo

gracias a los grandes pozos de hielo que se ubican al oeste del pueblecito, y al que

solo tenían acceso algunos pocos privilegiados que habían conseguido prosperar en el

negocio local. Por lo demás, Mennebail era una ciudad gris, sus habitantes apenas

podían hacer que en sus tierras creciera una sola planta, y la mayor parte del año se

alimentaban con remolachas y coles, que era lo único que parecía soportar el gélido

clima del norte.

Pero una noche, el díscolo viento del norte trajo algo más que frío al pequeño pueblo

helado. Una joven mujer, vestida completamente de negro y con unos cabellos rojizos

como los fuegos de Litha se apostó en las puertas de la ciudad, y, como único

equipaje, una cesta repleta de semillas, semillas de todos los tipos y colores.

- Disculpe señorita, ¿qué motivos la traen a nuestro humilde pueblo?- La

detuvieron los guardias.

- Me han llegado noticias de que una anciana alquila su vieja tiendecita en el

centro del pueblo - dijo a aquellos centinelas de la puerta que se miraban el uno

al otro con incredulidad.

Y así es como la joven desconocida se asentó en Mennebail, y lo que antes había sido

la sastrería del pueblo, de la noche a la mañana pasó a ser una floristería. Sí, en el

lugar en el que apenas crecían unas pocas coles y remolachas, la muchacha consiguió

hacer crecer flores de todos los tipos y colores. Pero la gente del pueblo era recelosa a

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los cambios y pronto empezaron a surgir rumores sobre la desconocida, algunos la

tacharon de bruja, otros le dieron demasiada importancia a sus oscuras ropas y

comenzaron a preguntarse porque una muchacha tan joven ya había enviudado, y

mientras tanto la floristería seguía vacía, día tras día, solo unos pocos se aventuraban a

hacer encargos, sobretodo para los funerales, que en mitad del crudo invierno parecían

acrecentarse.

Cierto día, la campana que había sobre la puerta sonó, alertando de la llegada de un

nuevo cliente. En la puerta había una mujer con el rostro descompuesto por el dolor,

que parecía haber llorado por semanas.

- Me gustaría encargarle unas flores para un sepelio - susurró la mujer sin mirar a

la joven.

- Dioses, siento oír sus palabras, de todo corazón… ¿Había pensado en algo

especial para el difunto?

La mujer intentó responder pero un nudo oprimía su garganta.

- No se preocupe, yo misma me encargaré. - Y la mujer la miró, con los ojos

vidriosos y el alma devastada.

- Mi hija…- el corazón parecía helarse en el pecho de la mujer al decir aquello -

Por favor, que le gusten a mi pequeña.

- Siempre es terrible oír sobre la muerte de un niño. Lo siento muchísimo. Sé que

es complicado, pero me gustaría saber qué edad tenía, para poder escoger las

flores que más le hubieran gustado - la florista intentó ser lo más suave que

pudo en en sus palabras.

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- Ella... tiene once años - dijo aquella madre compungida - Es una niña

maravillosa, no me puedo creer que esté haciendo esto, pero es mejor

prepararse, ¿sabe? Mi marido dice que así el golpe no será tan duro.

- Discúlpeme, pero no creo haberla entendido bien. Su pequeña no ha muerto ¿es

así? entonces… ¿por qué prepara su funeral?

- Ella.. Ella está muy enferma, ¿sabe? El doctor ha perdido toda esperanza y

yo…- la mujer rompió a llorar dejando morir las palabras en su boca. -

Discúlpeme.

- No debe renunciar todavía, estoy segura de que todavía no ha llegado su hora.

¿Podría esperar aquí un segundo?- La desconocida fue hacia la trastienda bajo

la incrédula mirada de su clienta y volvió a aparecer con un ramo de

crisantemos, el más bello que nadie había visto jamás.

- Si todavía no ha renunciado, si aún dentro de usted queda algo de esperanza

ponga este ramo al lado de la cama de su hija cuando la luna mengue. Por

favor, no haga preguntas. - Y la mujer agarró el ramo entre sus brazos y sin

mediar palabra, se dirigió a la puerta.

- Mi nombre es Elara - dijo la florista.

Los días pasaron y en la iglesia del pueblo no llegaron a sonar las campanadas del

sepelio. Pero una campana sí repicó, aquella campanita que Elara había colocado

sobre la puerta de su floristería, en la puerta apareció una familia, los Dankworth, y

Elara identificó al momento a aquella mujer que semanas atrás había acudido a su

tienda para organizar un funeral.

- No sabemos como agradecer lo que ha hecho por nuestra familia. Sólo

queríamos que conociera a nuestra pequeña Lizzie.- dijo el hombre.

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Una niña de cabellos dorados y mejillas sonrosadas se escondía detrás de la falda de

su madre y la miraba con incredulidad.

- No tienen porque dármelas, yo no hice nada, sólo quise ofrecer mi apoyo a su

mujer - Elara no quería atribuirse el mérito de la hazaña que había salvado la

vida a la pequeña, aunque todos en aquella habitación sabían que era así.

- Déjeme pagarle al menos - la mujer se puso a rebuscar en una pequeña bolsita

de cuero ajado.

- No será necesario, de veras, los crisantemos fueron un regalo para Lizzie -

mientras decía estas palabras, Elara sonreía.

- Muchísimas gracias, de todo corazón. Tenga en cuenta que nuestra eterna

gratitud. - y dicho esto la familia se marchó haciendo sonar de nuevo la

campanita de la puerta.

Pero no todo terminó ahí, a partir de aquel día la campanita comenzó a sonar cada vez

con mayor frecuencia. La noticia del milagro de los Dankworth se había extendido

con celeridad por todo el pueblo. Que una niña se salvara de la muerte gracias a unas

flores no era algo que se viera todos los días. De esta forma cada día llegaban a la

floristerías lugareños que necesitaban los servicios de la hermosa desconocida, unos

necesitaban cultivos para alimentar a sus hijos, otros, buscaban el amor verdadero, y

así, casi sin darse cuenta, el pueblo de Mennebail se fue convirtiendo en un lugar lleno

de vida, y, sobretodo, de flores, flores que por mucho que apretase el frío nunca se

morían. Los cultivos comenzaron a mejorar y la gente parecía feliz de contar con

aquella muchacha de pelo rojizo, que extrañamente nunca quería cobrar los encargos.

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Pero un día la campanita sobre la puerta sonaría por última vez, en el umbral de la

puerta apareció un hombre corpulento y de espeso bigote, que sin siquiera presentarse

ante la florista exigió:

- Quiero algo para que el crápula del panadero se arrepienta de lo que me ha

hecho. Déme un veneno o una planta que le devore los intestinos.

La muchacha se quedó gélida detrás del pequeño mostrador, y solo acertó a decir:

- Lo siento mucho señor, pero en este establecimiento no ofrecemos lo que usted

demanda. Debería buscarlo en otro lugar.

- Vamos, niña, sé que tienes de todo en esta tienducha que te has montado. No es

gran cosa lo que te pido.

- Discúlpeme de nuevo, señor, y por última vez, aquí no encontrará lo que

busca.- Elara había endurecido su tono de voz y sus ojos se clavaban en los del

desconocido.

- Vamos, vamos, no te enfades, bonita. - Aquel hombre había comenzado a

acercarse demasiado, pero ella no dejaba de mirarlo fijamente, casi con odio.

- Tendré que pedirle que se vaya - dijo ella con un tono de voz cortante.

- Venga, preciosa.- El hombre intentó tocar la cara de Elara con su mano pero

esta lo apartó de un manotazo, y entonces una ráfaga de fuerte viento surgió del

interior de la tienda y abrió la puerta bruscamente.

- ¡Váyase! - gritó la muchacha.

- Lo vas a lamentar, puta.- El hombre se marchó, tal como había entrado, y al fin,

Elara respiró.

Al día siguiente, la muchacha se encaminó, como todas las mañana, a los montes en

busca de las pocas plantas autóctonas que crecían en las montañas heladas, y de paso

a por leche y un poco de pan para su desayuno. Pero cuán grande fue su conmoción

cuando al arribar a su casa ésta estaba destrozada y sus amadas plantas ardían en una

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hoguera en mitad del pueblo. En ese momento, se sintió arder con ellas en aquel fuego

infernal, y se derrumbó.

Elara se rompió al ver el fruto de su trabajo consumido por aquel enorme fuego, y sin

decir una sola palabra, únicamente con una lágrima que recorría su mejilla se

encaminó hacia el interior de su pequeña tiendecita y cerró la puerta tras de sí. Fueron

días los que los habitantes de Mennebail pasaron sin verla, y poco a poco, todos los

regalos que Elara había dado al pueblo fueron tornándose envenenados, los amores se

rompían, las cosechas se podrían y el pueblo fue recobrando nuevamente su vis fría y

terrible.

Entonces volvieron los rumores, aquella maldita bruja había hecho llegar la desgracia

al pueblo, nunca deberían haber permitido que esa forastera cruzara el umbral de la

ciudad, ella había traído la desgracia y debía pagar por ello. Así, olvidando de repente

todo lo que la amable desconocida les había ofrecido sin pedir nada a cambio, una

turba enardecida se encaminó hacía la tiendecita de la muchacha, muy pocos

intentaron detenerlos, entre ellos, la familia Dankworth, aquellos a cuya hija Elara

había salvado de la mismísima muerte, pero nadie los escuchó.

La encontraron en su habitación agazapada en un rincón, como un pajarito herido

demasiado asustado para levantar de nuevo el vuelo. Fueron cuatro los que la

agarraron, aunque ella no forcejeó lo más mínimo, y como castigo a los crímenes que

supuestamente había cometido la lanzaron al agua helada del lago, de donde emergió

rodeada por una espesa capa de hielo, Elara parecía dormir en un ataúd de cristal con

su melena roja desparramada, parecía que las llamas de su pelo quisieran fundir su

gélida prisión. Allí la abandonaron, solo algunos de los que habían intentado parar

aquellas atrocidades se apiadaron de su cuerpo. La llevaron a la linde de la ciudad, allí

donde descansaban los pozos que utilizaban para guardar su bien más preciado.

Y es en uno de esos montones de piedra, en cuya puerta apareció el ouroboros,(la

serpiente que muerde su propia cola) el que sirve como guarida del cuerpo de la

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hermosa desconocida que un día apareció en la entrada del Mennebail cargada con

semillas.

En nuestros días, pocos son los que recuerdan la leyenda, pero los Dankworth jamás la

olvidarán, Lizzie se encargó de ello, y cada primavera llevan al pozo aquellos

crisantemos que se habían convertido en el emblema de su apellido, crisantemos que,

a pesar del frío y duro clima que castiga las montañas, viven rodeando el pozo, cada

vez más hermosos que el año anterior, esperando, a que la serpiente devore su propio

cuerpo.

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LA LLEGADA DE ALAND

Casi trescientos años pasaron desde que Mendo se hubiera sentado en aquel

tocón,cuando la peste llegó azotando a las gentes de las tierras de Änd una vez más.

Todo se tornó negro y la muerte paseaba por las calles esparciendo su semilla.

Muchos fueron los que se marcharon cruzando el puente con Grakal, muchos otros

cruzaron puentes más terrenales, huyendo, algunos de la amenaza negra, otros de la

negrura de su mente.

Aland estaba acostumbrado a huir, de muy seguro lo habréis visto correr por las calles

de la ciudad de Landfast, escapando de dueños de tiendas o de cobradores de apuestas

enfadados.

Mirad, aquí viene, apartaos un poco, dejadle pasar.

Aland Rymer, nuestro siguiente protagonista, era un ratero de poca monta que había

llegado a la gran ciudad hacía algún tiempo, cuando Heiverden, la ciudad de las

llanuras, cayó en desgracia por la peste. Nadie había conseguido hacerle hablar sobre

su vida en la antigua ciudad, sólo se sabía que ahora comerciaba con materiales

robados de los mercados o de las casas ricas, además de jugar a los dados con los

grupos de bandidos de la ciudad. Es ahí donde comienza nuestra historia, en mitad de

una partida, justo antes de lanzar los dados.

Alland se encontraba recostado sobre unos cojines mohosos mientras esperaba su

turno en la partida, en esa ocasión únicamente estaban sus compañeros: Godry, Ren y

Berm, y algunos otros ladronzuelos de la ciudad que charlaban animadamente entre

ellos.

Cuanto más alcohol circulaba, más animados estaban y más salvajes, extrañas y

rocambolescas eran las historias que contaban.

- ¿Has oído lo que le pasó a Morty?, Maldito loco, dicen que mientras lo

perseguía el panadero el muy idiota se tiró del puente para huir.

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- ¿Y cómo ha quedado el cadáver?” preguntaron voces socarrones desde el otro

lado de la sala.

- ¿Cadáver? ¿Qué cadáver? Salió vivo el muy canalla, de muy seguro fue a ver al

bosque a ver al brujo.

Aquel ladrón estalló en carcajadas antes de poder acabar la frase, pero Aland se

despertó de su ensoñación para preguntar

- ¿Brujo? ¿Acaso aquí también tenéis charlatanes de esa calaña?

- Oh, no son charlatanes, amigo- contestó Godry - Es una vieja leyenda que

circula por la ciudad, la leyenda del viejo Mendo.Se cuenta que en los bosques

de Tölgy vive un brujo que puede darte la inmortalidad, pero también que

muchos de los que entraron ya nunca más volvieron a salir de allí, y es por eso

que nadie lo quiere pisar, ese terreno está maldito.- dijo mientras escupía al

suelo.

- Maldito… já, lo que pasa es que en esta ciudad sois todos una panda de

cobardes.

Se hizo un espeso silencio alrededor, y desde un pequeño rincón habló una voz

femenina

- Está bien, buen amigo, ha dejado clara su enorme valentía haciendo ese

comentario. Y siendo usted tan valiente, estoy completamente segura de que no

tendría ningún temor en recorrer el bosque para demostrarlo.

- Ninguno, es más, tan seguro estoy de mi valía que le propongo una apuesta.

Apuesto a que soy capaz de entrar y salir del bosque el mismo día, y como

prueba le traeré un frasco lleno con el agua del manantial que cruza el bosque.

Si usted gana, tendrá un ratero menos en la ciudad, me marcharé de aquí, si yo

gano, será usted la que lo haga.

La desconocida se levantó,tenía una figura alargada, con el pelo cortado a navaja, un

parche que cubría uno de sus ojos y el que quedaba sano era negro como la misma

noche. Le tendió la mano.

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- Acepto.

Aún no había salido el sol cuando Aland se encontraba en la linde del bosque con sus

tres amigos y otros dos muchachos, enviados por la desconocida para asegurarse de

que el ladronzuelo no hiciera trampa.

Cuando el sol empezó a despuntar, Aland bebió por última vez de su cantimplora y

apuro el pan con queso que había llevado. Se despidió de sus amigos y se internó en

las profundidades del bosque.

Al cruzar la primera línea de árboles ya sentía como el aire pesaba en ese lugar, y, a

pesar de que la claridad era suficiente para caminar, podía sentir la oscuridad pegada a

su piel. Había entrado en la boca del mismo infierno, y ahora entendía porque sus

amigos le habían aconsejado volver antes de que se pusiera el sol. Cada paso que daba

era peor que el anterior, aquella horrible negrura... pero eso no era lo peor. Un silencio

espeso, triste y… muerto le rodeaba y hacía que pareciera que el tiempo se detenía en

ese lugar. Le pareció estar volviéndose loco cuando, cada pocos segundos, sentía la

necesidad de girarse para vigilar su espalda, como si unos ojos invisibles estuvieran

vigilándole desde los árboles.

Cada poco tiempo Aland se entretenía tallando runas en los árboles, tenía la constante

impresión de que se iba a perder en ese espesor, y eso lo ayudaba a conservar el juicio.

El tiempo pasaba, Aland estaba sediento y cansado, los árboles le impedían ver la

posición del sol, por lo que ya había perdido la noción del tiempo hacía rato y ni

siquiera sabía si merecía la pena el esfuerzo por encontrar el río que cruzaba el

bosque, tal vez debería abandonar, salir de allí y largárse a otro sitio, no sería la

primera vez.

De todas formas, no cejó en su empeño, su orgullo era más grande que el miedo, a

pesar de que aquello que al principio el muchacho había tomado como el simple

murmullo del viento entre los árboles ahora se había convertido en unas voces muy

reales que le susurraban desde las tinieblas “No continúes… porfavor” decían;

“Vuelve atrás”.

Aunque Aland no lo sabía con seguridad la noche se cernía ya sobre el bosque de

Tölgy, y la oscuridad comenzaba a engullir todo a su alrededor, por lo que decidió

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parar para encender un fuego y rezar porque allí no hubiera perros salvajes como los

de los páramos.

Buscó los troncos y ramas más secos y los apiló en un montón, frente a un enorme

árbol cuyas raíces parecían bastante cómodas, por lo que decidió acurrucarse en ellas

para dormir un poco, y, cuando el muchacho ya se había adormilado, un rugido

gutural surgió del interior del árbol y este dijo.

- Yo que tú no me quedaría ahí, muchacho, ¿o acaso quieres compartir casa

conmigo?

Aland sintió como si se le parara el corazón, pegó un enorme salto para incorporarse y

acertó a decir

- ¿Pero qué…? ¿Quién es? ¿Qué está pasando?- el pobre ni siquiera sabía hacia

dónde mirar, lo que le daba un aspecto de conejo asustado. Fue entonces

cuando entre las sombras y los surcos de un tronco castigado por los años le

pareció ver como se dibujaba el rostro ajado de un hombre.

- Supongo que años atrás fui como tú.. Ahora… ya no sé cómo responderte a esa

pregunta - su voz era ronca, grave, como si se acabara de despertar de un

sueño demasiado profundo - Mi nombre es Mendo… tal vez hayas oído algo

sobre mi.

- Algo he oído, sí, pero no estoy hecho a esos cuentos de viejas, en mi ciudad

apenas sí había un par de leyendas de ese tipo y mi madre siempre me dijo que

no hiciera caso a esas tonterías - la cabeza de Aland se colapsó por un

momento, acababa de hablar de su madre por primera vez en mucho tiempo, y

eso… le había cogido desprevenido.

- Así que el valiente muchacho no viene de Landfast ¿eh? ¿Y cómo es que ha

acabado aquí? ¿Buscas una muerte lenta? o quizás…- Mendo se quedó

pensativo unos segundos como si no quisiera decir lo que estaba a punto de

decir - ...una no- muerte.

- ¿Una no- muerte? .. o no yo... vengo aquí a cumplir una apuesta con los

ladrones de la ciudad. Son bastante estúpidos pero son lo más parecido que

tengo a una familia.

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- Familia… oh sí, yo tuve una una vez, hace demasiado tiempo, ya ni siquiera

recuerdo como añorarlos - el hombre árbol había reducido su tono de voz,

parecía casi reflexivo y entonces de nuevo despertó y casi en un grito

desesperado exclamó:

- Márchate, chico, vete de aquí, este bosque no trae más que desgracias. Sólo mírame.

A este punto Aland había acumulado demasiada curiosidad por el árbol parlante y

aunque conocía la leyenda, no sabía si todo aquello que contaba su banda de rateros

era real.

- ¿Qué… qué te ocurrió? - preguntó

- No es asunto tuyo, chico. Márchate, déjame tranquilo - Mendo intentaba ser

duro, pero más bien parecía cansado.

Aland miró fijamente el rostro que parecía tallado en el árbol y suspirando dijo:

- Está bien, ¿qué te parece un trato? Yo te contaré mi historia si tu me cuentas la

tuya, después de todo, un poco de compañía no te hará daño ¿no?

Mendo entonces recordó lo que fue un día tener sentimientos y, aunque cansado y

quejumbroso, accedió a la propuesta.

- Sólo si tú hablas primero.

Acomodándose al lado del fuego, intentando acostumbrar sus ojos a la oscuridad,

Aland comenzó a contar su historia.

- Es curioso que esté hablando de ello al lado de un fuego… mi madre adoraba

estas hogueras, de hecho, fue ella quién me enseñó a encenderlas, adoraba la

festividad de Litha ¿Sabes? El Solsticio de Verano. Yo nací en Helvenge, no

tengo padre ni hermanos, de pequeño solo estábamos mi madre y yo, pobres

como dos ratas, pero felices, siempre teníamos a alguien con quien contar y eso

para mi era lo importante. Adoraba sus historias sobre los antiguos dioses,

sobre como Hel había salido una vez de sus dominios para buscar a su gato

perdido, sobre las luciérnagas y las sombras, las flores de Elara...Pero

entonces… entonces llegó ELLA.

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- ¿Ella? - Mendo parecía realmente intrigado ante la historia de aquel

desconocido

- Sí, mi madre la llamaba La Dama Negra, por todos conocida como la peste. Ya

había habido otras epidemias en la ciudad, incluso hay leyendas sobre unos

nobles que desaparecieron hace cientos de años por ese motivo… pero... pero

nunca creí que…- Aland se quedó mirando el baile que le ofrecían las llamas,

como si en ella se dibujaran imágenes del pasado, el dolor había empezado a

hacerse de nuevo muy real.

- Nunca creí que se la llevaría… supongo que tuvimos mala suerte, eso fue todo. En

sus últimos momentos mi madre pidió que la llevara a la playa, para poder verla por

última vez, y eso hice, ella vió la playa por última vez y murió allí, en la arena.

Conseguí reunir el valor suficiente como para arrastrar unos troncos que había traído

la marea, no recuerdo cuanto tiempo estuve haciendo aquello, puede que fueran días…

y cuando hube reunido los suficientes coloqué el cadáver de mi madre sobre ellos y le

prendí fuego. Mientras ella ardía recogí mis cosas y empecé a caminar hacia otro

lugar, hasta que acabé aquí. Nunca más volví a pisar una playa y hasta hoy, tampoco

había encendido ninguna hoguera.

Mendo calló, Aland agachó la cabeza y todo lo que se oía en ese momento era el

chisporroteo del fuego.

- Yo tenía un gato pardo…

Así fue como Mendo comenzó su propia leyenda. Le habló de su gato, del doctor, de

su miedo a una prematura muerte, de la partida con el dios… y cuando acabó, cuando

el sol ya empezaba a despuntar y la oscuridad se tornaba un poco más clara, un Aland

que no había apartado la mirada del fuego durante todo el relato levantó la mirada y

dijo:

- Te ayudaré a salir de aquí.

- Es imposible, ya lo intenté, no pierdas el tiempo chico.

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- Mi tiempo ya está perdido.

Y con estas palabras se levantó y se encaminó hacia el interior del bosque, no sin

antes girarse para decir:

- Me llamo Aland Rymer.

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EL MAPA

Allá por las tierras de Heiverden dicen que los vieron, yo no estaba pero me lo dijeron.

La estampa era la acostumbrada, en una de las pocas tabernas que había sobrevivido

en la ciudad los borrachos conocidos del lugar se juntaban para seguir bebiendo y

jugando a cartas, y entre todos ellos Aldo y Febo se recostaban en dos mugrientas

sillas, probablemente exhaustos por el trabajo del día, qué había consistido

básicamente en intentar engañar al mercader de la parte norte de la ciudad

vendiéndole una bandeja de latón mugrienta como si fuese la pieza más exclusiva de

toda la tierra de Änd. En realidad esto solo era un truco, y cuando el mercader se

detenía a mirar de cerca la bandeja, ellos cogían cualquier cosa de valor y echaban a

correr… de ahí su cansancio. Esta vez solo habían conseguido un pequeño jarrón que

habían cambiado por un plato de estofado y dos hidromieles, no demasiado buenas,

por cierto.

- Oye, ¿se puede saber dónde está el inútil de Bindall hoy? Ahora que caigo, no

lo he visto en todo el día- dijo Febo mirando a Aldo, quien estaba, literalmente

devorando su comida - Te vas a ahogar, idiota…

- Bueno mejor para ti, menos a repartir - respondió este con la boca llena - Yo

que sé dónde está ese y tampoco es que me importe, que quieres que te diga.

De pronto, un estruendo llegó desde las mesas más cercanas a la puerta de la taberna y

una retahíla de insultos llovieron sobre un pobre muchacho que no paraba de tropezar

con todo lo que había a su alrededor

- Antes lo digo…- y Febo levantó el brazo para indicar a Bindall donde estaban.

- ¿¡Se puede saber dónde te habías metido todo el día!?. Es decir, no me quejo,

descansar de tus sandeces es un alivio.

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- ¡Esta vez lo tengo chicos, lo tengo de verdad! - dijo exaltado Bindall alzando

un trozo de papel enrollado que llevaba en las manos, parecía bastante antiguo

y la verdad, bastante destrozado.

- Mira, cerebro, la última vez también lo tenías y este casi pierde la mano por

aquel pajarraco- Aldo levantó la vista de su plato solo para asentir con cara de

pocos amigos - Comes como un maldito puerco, en serio.

- Para empezar, fue culpa suya, si no hubiera intentado freír sus huevos... y para

seguir, es en serio, esta vez puede ser algo grande - Bindall parecía más

emocionado que de costumbre.

- Bueno, te escuchamos, pero si es una de las tuyas…

- Bien, genial, mirad- y desplegó el papel ajado sobre la mesa, en él se podían

ver los planos de una torre, algunas inscripciones y lo que en su momento

debió ser un sello.

- Precioso, veo que tus clases de pintura van dando sus frutos.

- Cállate y escucha ¿sabéis lo que es esto?” preguntó Bindall mientras los otros

dos lo observaban con desdén- “¡Es un plano de la torre de los Edevane! Al

principio pensé que era falso, pero tiene el sello oficial de la casa. Y si lo

estudiamos bien tal vez podría llevarnos al interior, he visto que aquí hay una

especie de inscripción que parece un acertijo, ¿qué creéis que puede significar “

A través de la oscuridad podrás ver la luz”...?

- ¡Para, para, para! ¿¡Tú ves la clase de locura que estás diciendo?! Quieres

meterte en una torre que lleva ahí dios sabe cuanto, que construyó una supuesta

familia de aristócratas que ni siquiera sabemos si existió, que, ¡oh! por cierto,

no tiene una entrada conocida, ni puertas, ni ventanas. Se te ha ido la cabeza, se

te ha ido la puta cabeza. En serio, desde que Aland se fue tienes un problema.

- Esta es la última - Bindall miró a los ojos a Aldo, y Aldo entendió

Bindall lo había dicho otras veces pero parecía que esta vez algo había cambiado en

él… desde lo de Aland había estado cada vez peor y parecía que se había dispuesto a

seguirlo, que estaba dispuesto a abandonar su hogar en Heiverden.

- Está bien - dijo Febo con tono serio - La última vez.

- ¿En serio le vas a permitir otra de sus idioteces? - espetó Aldo

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- Cállate, estúpido y sigue a lo tuyo. - le gritó Febo señalando el plato de

estofado que Aldo le había quitado. - Saldremos mañana al amanecer, con

suerte los bandidos del paso del oeste estarán tan borrachos que no se habrán

despertado todavía, ya nos las ingeniaremos para volver.

Bindall sonrío con pesadumbre, en realidad no creía que encontraran nada, pero quería

una despedida por todo lo alto, una última locura genial.

Los tres amigos pasaron la noche hablando sobre las leyendas de la ciudad, sobre los

Edevane, y sobre los extraños resplandores que a veces parecía emerger el gigante de

piedra.

- Dicen que los últimos pisos son de oro y por eso brillan. Los Edevane eran muy

avaros y ricos, no me extrañaría que hubieran puesto allí sus riquezas para que

nadie las alcanzara. - Bindall compartía todas sus teorías e historias con sus dos

amigos, mientras estos reían a carcajadas.

Y así llegó el amanecer a las llanuras de Heiverden, con los tres amigos caminando

por el paso del Oeste hacia la Torre de los Edevane, por suerte, no encontraron más

que a un par de borrachos durmiendo bajo un árbol.

Y de repente, allí estaba, imponente, gigante, incluso bella, la vigía de los páramos, La

Torre de los Fantasmas.

- Bien chicos, ¡a buscar! Según el mapa aparecen marcados una serie de ladrillos

que según parece podrían ser algún tipo de mecanismo que active una puerta

secreta o algo así. - Bindall parecía decidido a encontrar aquella entrada fuera

como fuera, ni siquiera él estaba seguro de si lo hacía por el oro o por el

reconocimiento, no quería que lo recordaran con el de los planes absurdos.

Pasaron horas buscando entre los recovecos y las esquinas, revisando cada pequeño

rincón de cada piedra, pero nada, aquello era una tarea imposible. Bindall no se daba

cuenta, pero de vez en cuando Febo le dedicaba una mirada de compasión y tristeza,

en el fondo, y por muy loco que estuviera, llevaban juntos mucho tiempo.

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- Está bien, vamos a dejarlo, esto es una idiotez. Yo soy un idiota - Bindall se

sentó reconstandose contra el muro de la torre.

- Sabías que era prácticamente imposible, esto debe llevar aquí... ¿que?

¿trescientos años? Alguien lo habría encontrado ya ¿no crees? - Febo le puso la

mano en el hombro mientras Aldo se acercaba a ellos y exclamaba.

- ¡Conejos! Hoy cenamos carne chicos - y echó a correr tras ellos.

- Este zagal, siempre pensando en lo mismo…- musitó Febo.

Aldo corrió destrás de los conejos bajo la atenta mirada de sus dos amigos, que hacían

chistes entre ellos de lo estúpido que parecía, como si los fuera a atrapar. Cuando

parecía que Aldo casi había conseguido alcanzar a los indefensos animalitos, estos

jugaron su última carta y se refugiaron en el interior de la madriguera.

Y como si un dios les hubiera susurrado la respuesta a todos sus anhelos, Bindall y

Febo exclamaron a la vez.

- ¡¡Las minas!!

La respuesta siempre había estado ahí, siempre había estado en el mapa y ellos no

habían hecho más que pasarla por alto. La inscripción en el mapa, el acertijo se refería

a las minas que agujereaban el subsuelo de la ciudad.

- Rápido - dijo Febo- ¿Cuál es la más cercana?

Bindall repasó el mapa mental de la ciudad durante unos segundos, su padre le había

contado infinidad de historias sobre las minas, y a pesar de no haberlas visto nunca,

las conocía casi como si fueran su propio hogar.

- Diría que… El Foso del Infierno. Sí, seguro que es esa.

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Ambos amigos se levantaron tan apresuradamente que casi olvidan a Aldo, que aún

tenía la mano metida en la madriguera en su empeño de cenar conejo asado.

- ¡Eh! ¿Ya nos vamos?

- Tú cállate y síguenos - espetó Bindall sin siquiera dirigirle la mirada.

El trayecto no fue largo, o tal vez ellos no lo notaron debido a la excitación del

momento pues de pronto se encontraron ante la enorme puerta de la gruta del Foso del

Infierno.

Los tres amigos agarraron una de las viejas antorchas que aún quedaban dentro de la

mina, e improvisaron un par más por lo que pudiera ser y todos juntos se adentraron

en el pasadizo.

El aire estaba enrarecido por el tiempo, y la oscuridad no les dejaba ver apenas unos

pasos hacia adelante, aún así, la curiosidad podía más que el miedo, y siguieron

descendiendo. De vez en cuando Bindall sacaba su navaja y grababa antiguas runas en

el camino, no querían perderse en la salida, además de que, de alguna forma, ellos aún

creían que esos símbolos mágicos podían protegerlos.

Ninguno supo durante cuánto tiempo descendieron por el

pasadizo principal, pero en un momento, se toparon con un

infranqueable muro de piedra que indicaba el final de la

galería.

- “Hasta aquí llegamos. Muy divertido, pero es hora de

cenar y deberíamos volver” dijo Aldo, visiblemente

atemorizado.

Bindall comenzó a buscar algo, apuntaba con la antorcha

hacia todos los recovecos de la pared y entonces lo halló, a

primera vista parecía parte del muro, una líneas rectas casi

imperceptibles que juntas parecían indicar que allí hubo una

puerta y, en medio de estas, casi imperceptible, el emblema de la casa Edevane.

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- ¡Tiene que haber una palanca! ¡o un resorte! ¡¡¡Algo!!!

Y entre todos, aunque Aldo no paraba de quejarse por estar haciendo aquello en lugar

de estar en la taberna comiendo su estofado, comenzaron a remover todo lo que

encontraban a su alrededor y al final allí estaba. Camuflado entre todas las piedras un

resorte que accionaba un mecanismo.

La puerta se abrió, dejando ver un pasadizo de mármol blanco, estrecho y oscuro. Los

tres tomaron una bocanada de aire al unísono y entonces comenzaron a deslizarse por

él. Bindall estaba maravillado, por una vez, en su plan más loco y absurdo, había

acertado, tal vez esta vez podría conseguir el tesoro y con él una vida digna y

tranquila. Pero en un segundo todo se desvaneció, uno de los temblores que de vez en

cuando azotaban la ciudad habían hecho que parte de un muro cediera, haciendo

imposible continuar la marcha.

- Lo has intentado, amigo. Al menos esta vez tenías razón- dijo Febo poniendo

la mano sobre el hombro de Bindall.- Debemos regresar.

- ¡Por fin!- Aldo llevaba desde el comienzo de la aventura queriendo regresar a

casa.

Pero Bindall no quería darlo todo por perdido, esta vez no, y en su anhelo de volver a

encontrar la solución una vez más, examinó aquel montón de rocas hasta encontrar un

pequeño agujero, por el que.. qué extraño, parecía que salía algo de luz.

Aproximó su rostro al agujero dispuesto a mirar a través de él y lo que encontró allí le

heló la sangre, y un grito atronador alertó a Febo y Aldo, que regresaron corriendo al

auxilio de su amigo.

Lo que Bindall había visto había sido un ojo, que, desde el otro lado del muro, le

devolvía la mirada.

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EL GUARDIÁN

Ouroboros. La serpiente de Midgard. El mito de Sísifo. Una serpiente que,

retorciéndose, forma un círculo para poder engullir su propia cola. Una representación

de la naturaleza cíclica de las cosas, allí donde el principio, el final y el tiempo acaban

por difuminarse.

Mennebail no había cambiado mucho desde que Elara quedara encerrada en su ataúd

de hielo, sus gentes seguían siendo hurañas y desconfiadas, en sus tierras nada, salvo

coles y remolachas, y en aquel pozo abandonado, para algunos maldito, las flores

seguían creciendo en la fría roca y la serpiente dibujada en su puerta parecía amenazar

a todo aquel que quisiera acercarse. Sólo unos pocos valientes se aventuraban hacia

aquella cripta de hielo, entre ellos unos viejos conocidos, la familia Dankworth.

A pesar del tiempo, aquella familia se mantuvo firme en su promesa y una vez al mes

visitaba aquel pozo para cuidar a la joven, para mantener viva aquella leyenda en su

memoria, ya que parecía que el pueblo se había empeñado en olvidar la barbarie a la

que sus antepasados habían sometido a aquella mujer, acusandola de nigromancia y

brujería. Tras aquellos acontecimientos, los antepasados de los Dankworth llevaron el

cuerpo helado de la joven a uno de los pozos más grandes del lugar y cubrieron el

bloque de hielo con una tela negra que nunca jamás volvieron a retirar. Mes tras mes,

los últimos trescientos años los Dankworth habían dejado ofrendas y cuidado de las

flores que crecían en los muros de la edificación, además de mantener los alrededores

limpios de curiosos y excéntricos, asimismo había una curiosa labor que debían

desempeñar, cada cierto tiempo, la puerta de madera donde se dibujaba aquella

serpiente, debía ser cambiada, pues esta parecía estar marcada con un fuego que nunca

se apagaba ennegreciendo el portón hasta hacerlo casi ceniza.

En una de estas visitas comienza nuestra historia, el día en que Rosemary Dankworth,

hija de Elon Dankworth, realiza su primera visita al pozo. Rosemary acaba de cumplir

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catorce años, edad más que suficiente para aprender una tradición que lleva en la

familia generaciones.

Rosemary se encontraba sentada en la cocina, observando la plaza del pueblo cuando

su padre llegó

- Rose, cielo, hay que irse antes de que se ponga el sol, no quiero encontrarme

con los dichosos perros salvajes.

Rosemary se levantó de la silla y siguió a su padre, pensaba en las ganas que había

tenido de que llegara ese día, pero no estaba segura de por qué, algo la empujaba hacia

aquel lugar, siempre había pensado que era cosa familiar, el legado familiar.

El camino transcurrió silencioso, su padre caminaba delante de ella empujando una

pesada carreta donde cargaba una nueva puerta de madera, era día de cambiar la que

ahora estaba en la entrada del pozo, que seguramente encontrarían casi chamuscada.

- Aquí estamos.

Elon frenó en seco y dejó caer la carretilla ante una estructura circular hecha de

piedra y cubierta enteramente por un millón de flores de colores. Rose no había visto

jamás una cosa igual por mucho su padre y hermanos se lo hubieran descrito un

millón de veces. Tan absorta estaba por los colores de aquellas bellas plantas que pasó

por alto la incandescencia del dibujo de la serpiente en la madera de la puerta.

- Cada vez está peor- Elon apoyó su mano sobre la puerta ennegrecida- Bien,

Rosie, te voy a enseñar como se hace. - El padre de Rosemary intentó hablar de

forma cariñosa, pero se notaba algo pesaba en sus palabras. - Fue terrible…

terrible… no me extraña que la gente se esfuerce en olvidar.

Rose ayudó a su padre a desanclar la puerta de las bisagras que la mantenían asida a la

pared y entre los dos la apoyaron en un lado para poder descargar la puerta que habían

acarreado desde su hogar. La entrada del pozo quedó desprotegida, se podía sentir el

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frío que emanaba del interior, lo que hizo que Rose volviera su mirada para descubrir

que en medio de la estancia se levantaba una gran figura negra.

- ¿Es…? - susurró la niña.

- Es.- Afirmó Elon mientras miraba embelesado hacia aquel monolito maldito.

- ¿Y no podemos…- preguntó Rose con un hilo de voz. Elon se giró ahora hacia

su hija con curiosidad por lo que estaba a punto de decir. -...verla?

- Oh no, cariño, no creo que sea buena idea, hay historias... Antiguas leyendas

que trae el viento.

- ¿Leyendas? Nunca me has contado nada de eso.

- Nunca me has preguntado - sonrió - Dicen que si la miras directamente puede

llevarse una parte de tu alma y convertirte en uno de los inmortales. No se si

será verdad o no, pero prefiero no arriesgarme.- Se hizo el silencio y una brisa

agitó las flores del pozo, como si también tuvieran algo que decir.

Padre e hija retomaron su labor y encajaron la puerta de nuevo en los pernios que la

sostenían y cuando la puerta del pozo se cerró unas líneas de fuego surcaron la madera

dibujando un ouroboros; el guardián que llevaba trescientos años guardando aquel

mausoleo helado.

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Rose no podía apartar la vista de aquella escena, era bella a la par que algo angustiosa,

había algo que la extrañó en aquella nueva serpiente. La muchacha notó que no era

exactamente igual a la anterior, si bien era cierto que la antigua puerta estaba

chamuscada y el dibujo era prácticamente imperceptible, algo era diferente, parecía

como si el guardián se hubiera movido.

- Papá, no te parece a ti, que el dibujo es… algo… diferente. - musitó Rose sin

estar muy convencida de sus palabras.

- No sé, lo veo igual que siempre.- sonrió el padre.

- Pero fíjate… ¿no te parece que el nuevo es más pequeño? Es como si hubiera

avanzado - La sonrisa del padre desapareció, era cierto, prácticamente

imperceptible, pero cierto.

- Ven. - ordenó Elon a su hija - Todas las puertas que retiramos del pozo las

guardamos en otro más pequeño aquí al lado, las usamos como leña cuando

escasea, pero creo que aún debe quedar alguna. - Elon empujó la pesada puerta

de otra de aquellas construcciones y Rose pudo ver como, efectivamente, allí

quedaban algunos cachos de madera con aquel extraño grabado.

- Vamos, ayúdame, esta es la más antigua.- Padre e hija cargaron aquel pedazo

de madera ennegrecido por el fuego hasta la puerta del pozo situándolo al lado

de los otros dos. - Tienes razón, niña, tienes razón. Oh, dioses...Cómo no nos

dimos cuenta… Tenemos que hablar con la familia.-

Ambos volvieron hacia Mennebail sin mediar palabra, ninguno de los dos sabía que

podía significar, pero la sensación no era buena, nada buena.

La casa Dankworth comenzó a llenarse de gente justo después de la puesta de sol,

todos parientes del pueblo, todos aquellos que se hacían cargo de custodiar el pozo

habían llegado.

- Hay que marcharse.- Habló una de Lora, hermana de Elon. - Esto no puede ser

bueno, ¿o es que no conocéis las historias?

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- Las historias no son más que eso, Lora, historias, esa mujer no se merece que la

abandonemos, gracias a ella tú estás aquí hoy.

- Eso fue hace trescientos años, Benjamin, creo que hemos saldado nuestra

deuda con creces. Es hora de acabar con esto.

- ¿Solo porque uno de los grabados es un poco más pequeño que otras veces? No

creo que sea para tanto. - Benjamin parecía firme en su postura.

- En realidad no es solo un poco más pequeño, la verdad es que durante todos

estos años ha ido mermando, tan poco a poco que lo hemos pasado por alto.

Por eso se chamuscaron las puertas, porque la serpiente.. se está moviendo.-

Elon dijo esto último con temor en sus ojos, no podía ser buena señal.

- Parece una cuenta atrás.- Todos las miradas apuntaron hacia el final de la

estancia, donde Rosemary estaba sentada junto a sus hermanos y primos,

quienes contemplaban la escena sin intervenir, ellos no debían opinar.

- Elon, dile a tu hija que mantenga la boca cerrada, no es conversación para

mocosos engreídos. - Lora estaba visiblemente malhumorada con la

intervención de Rose.

- Rosie, por favor…- dijo Elon.

- Pero papá, está claro, es una cuenta atrás, fijate, la serpiente se está devorando

a sí misma. ¿Es que no lo veis?

- Rose…- su padre miraba al suelo mientras intentaba que su hija se callara.

- Algo debe pasar cuando llegue al final… seguro que sabes alguna leyenda de

las de la abuela que lo explica, tal vez sea una profecía.

- ¡Rose, cállate ya! ¡Eres una niña, no tienes ni idea de lo que esto significa, para

ti son cuentos y fantasía, para nosotros es un legado, ¿entiendes? No, claro que

no, cómo lo vas a entender.- Elon reprimió furioso a su hija. Aunque en el

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fondo sabía que ella tenía razón no podía soportar que le desacreditara ante

toda la familia.

Tras esto Rosemary se levantó y salió corriendo de la casa, necesitaba respirar, no

soportaba el bochorno de sentirse menospreciada por su corta edad. Sin darse apenas

cuenta comenzó a caminar y caminar, hasta que de pronto se encontró en el bosque,

completamente sola.

Un gruñido y una respiración pesada proveniente desde detrás de un arbusto la

sacaron de su aturdimiento haciendo resonar en su cabeza las palabras que su padre le

había dicho esa misma mañana: Los perros salvajes.

Intentó moverse sin hacer mucho ruido, y cuando creyó haberse separado lo suficiente

de aquella pesada respiración, arrancó a correr. Las sombras la seguían a través del

espesor del bosque. Pero aquellas sombras… parecían… humanas.

Corrió tanto que el aire comenzó a quemarle en los pulmones, hasta que algo la hizo

detenerse, se había topado de bruces con el pozo de hielo, y, en un afán desesperado

por salvar su vida, abrió la puerta y se metió dentro. Una vez se cerró el pesado portón

aquella serpiente que durante siglos había ejercido como guardián de la entrada brilló

con fuerza, y después… se apagó.

Rosemary solo podía sentir el ritmo de su respiración acelerada en mitad de toda

aquella oscuridad, allí dentro parecía que los sonidos del exterior desaparecían por

completo.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudo verlo frente a ella, el enorme

ataúd de hielo, cubierto por aquella pesada tela negra. Mientras se sentaba en una

esquina sin dejar de mirar aquella enorme figura, se dijo a sí misma que esperaría a

que saliera el sol para regresar a casa, o tal vez su padre vendría a buscarla, desde

luego no quería arriesgarse a salir con aquellos animales merodeando por los

alrededores.

Estaba a punto de quedarse dormida cuando aparecieron las luciérnagas, nunca había

visto nada igual, miles de luces flotaban por toda la estancia, iluminándola con una

preciosa luz azulada. Rose no sabría decir cuánto tiempo flotaron aquellas pequeñas

llamas por la estancia, pero en cierto momento comenzaron a crear una espiral

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alrededor del enorme bloque de hielo, giraban y giraban a su alrededor. La niña estaba

absorta en su movimiento, tanto, que ni siquiera se dio cuenta de que se había

levantado y estaba andando hacia ellas.

Frente a aquel enorme monolito helado, y sin pensar en las palabras que le había dicho

su padre horas atrás, agarró la lona con una mano y de un tirón la retiró, dejando al

descubierto a aquella hermosa joven que una vez hubiera salvado a su familia.

Sus cabellos rojos se extendían por la parte superior del hielo, como un fuego que

deseaba liberarla de su gélida prisión, su cuerpo, sus manos y su rostro permanecían

intactos, como si el tiempo no hubiera pasado para ella.

Rosemary estaba mirándola fijamente, cuando, de pronto, Elara abrió sus ojos. El

tiempo se paró, el sonido del viento colándose a través de los huecos de la estructura

era el único sonido audible. Rosemary cayó al suelo, y el hielo se resquebrajó.

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LA ÚLTIMA PARTIDA

Las cuencas vacías de Gwidjon miraban al infinito. Esperando.

Aland había atravesado casi todo el bosque, de hecho ya no pensaba en su apuesta,

había pasado por el arroyo tan solo para saciar su sed. Le dolía el cuerpo entero de

caminar, y en un momento de flaqueza casi decide renunciar. Pero eso fue antes de

ver a las luciérnagas. En las tierras de Änd, las luciérnagas son un buen augurio, una

guía para los que se encuentran perdidos y si las sigues te llevarán a tu destino.

Aland recuperó fuerzas tras su encuentro con ellas, y siguió avanzando hasta notar en

el ambiente el inconfundible olor a humo de una hoguera encendida. Ahí estaba, como

de la nada aparecía en mitad del bosque un gigantesco roble seco, en cuyas raíces el

brujo parece haber establecido su guarida.

Aland golpea la puerta de la choza y esta cede al primer golpe, dejando paso a una

pequeña estancia cubierta por plantas colgadas boca abajo y estanterías excavadas en

la propia raíz del árbol, donde se encuentran botes de dudoso contenido.

Y allí, en mitad de todo aquel mugriento desastre, agazapado en las sombras, un

hombre joven, huesudo y con los brazos demasiado largos para su estatura, machaca

algo entre dos piedras, Alland intenta retener una arcada por el olor que emana el

interior de ese nicho.

- ¿Ya estás aquí? Te esperaba algo más tarde.- Gwidjon habla sin dejar su

concienzuda labor.

- Vengo por Mendo - dice Aland con la voz más decidida que puede.

El brujo para por un instante y aspira fuertemente por su nariz para después de unos

segundos soltar todo el aire por la boca.

- Bah. Tú tienes olor, no te esperaba a ti.- Prosiguió con su labor

- ¡Vengo por Mendo! - dijo una vez más alzando el tono de voz .

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El brujo ni siquiera se inmutó y Aland volvió a repetir.

- ¡Vengo por Mendo!

Entonces el hombre se levantó y con una agilidad casi felina acercó su rostro al de

Aland, quien se quedó totalmente paralizado al ver aquella cuencas vacías, al ver la

oscuridad que lo observaba. Notaba su pútrido aliento en la cara, su respiración

pesada, sus palabras se le clavaron en los oídos con demasiada fuerza.

- Mira muchacho, se lo advertí, se lo advertí muchas veces, cuando vino, y

cuando se fue, ¿y crees que ese estúpido me escuchó? Te diré algo, yo solo soy

una pieza, muchacho, un mero conductor, una víctima de mi propio egoísmo.

El muy idiota pensó que todo estaba a su favor ¿Qué podría salir mal? Tengo la

vida eterna. Yo te diré que podía salir mal, muchacho. Todo. Y ahora vete, vete

antes de que llegue la visita o tú también acabarás como él, o lo que es peor,

acabarás como yo.

Entonces un viento helado cruzó la estancia de punta a punta haciendo que la puerta se

abriera de par en par.

- Ya está aquí - musitó el brujo esbozando una macabra sonrisa.

De las sombras emergió la figura esbelta de un hombre que vestía con una camisa

blanca y un chaleco de piel negro muy gastado, con dos serpientes grabadas en las

solapas. Pero lo que más le sorprendió a Aland, además de la entrada del desconocido,

fue que no llevaba zapatos y no paraba de darle vueltas a un anillo.

- ¿Así que tú también quieres apostar? - dijo el desconocido

- ¿Apostar? ¿Quién diantres es usted? - preguntó Aland totalmente descolocado.

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El desconocido sonrió divertido y mientras se inclinaba para hacer una reverencia

dijo.

- Yo... soy Grakal, el primordial del paso. He venido porque parece que me

necesitas, Aland Rymer.

Aland parecía haber sido petrificado, ¿el primordial del paso? sí, recordaba que su

madre le contaba historias sobre los tres dioses primordiales, pero nunca había creído

en ello, era más bien, como un cuento de antes de ir a dormir. Su madre… otra vez,

nunca había pensado tanto en ella desde su muerte.

- Vengo por Mendo - volvió a repetir una vez más

Grakal soltó una carcajada y espetó

- Sí, recuerdo a ese pobre iluso, tenía un miedo atroz a ver a mi hermana Hel.

Supongo que conocerás a mi hermana ¿no? - Aland puso cara de extrañeza -

Oh vamos, ya se que es la menos favorita, pero todo el mundo la conoce. Pelo

blanco, ojos grises y bastante muerta.- El primordial seguía riéndose mientras

Gwidjon y Aland lo observaban fijamente.

- ¡Ay perdona! ¿De qué estábamos hablando? - y entonces su semblante cambió

y su tono de voz se volvió más grave - ¿Quieres apostar?

- ¿Apostar? ¿Apostar qué?

- Muy fácil, dices que vienes por Mendo ¿verdad? Yo te propongo una partida. -

dijo mientras señalaba un tablero raído y mohoso de Halatalf - Si los zorros

acaban devorando a los gansos todos serán libres y sino… el bosque seguirá

como hasta ahora, sin cambios.

- ¿Eso es todo?- Aland esbozó una sonrisa debajo de la nariz- De acuerdo,

apostaremos.- Le tendió la mano a Grakal y este la estrechó mientras lo miraba

fijamente a los ojos.

Soltaron sus manos y Alland se giró para recoger el tablero de juego, pero desde su

espalda una la voz fantasmagórica del dios añadió algo a su apuesta.

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- Ah, se me olvidaba. Si ellos se salvan, tu morirás, un pequeño anexo de última

hora.

Aland no terció palabra, no se inmutó, pero en su cabeza acababa de desatarse una

explosión que parecía tener el eco en sus labios, de los que solo salió una palabra.

- Apostaremos.

La partida duró horas, o minutos, las fichas caían y parecía que todo sucedía a

capítulos, en algunos parecía que los gansos conseguirían huir, en otros, sin embargo,

los zorros devoraban todo sin piedad.

Y mientras esta lucha sucedía en el tablero, una muy distinta sucedía en la cabeza de

Alland, ¿iba a morir ese día? La verdad es que nunca había pensado mucho en su

muerte, a pesar de que la Dama siempre había estado presente a su alrededor. Amigos,

compañeros de juego, conocidos… mamá.

¿Por qué pensaba en su madre ahora? no era momento para tener ese recuerdo, la

muerte lo acechaba y estaba jugando con el primordial del paso una guerra que ni tan

siquiera era suya.

Mamá…

Y recordó las hogueras ardiendo en Litha

Mamá...

Y recordó su pelo rubio

Mamá...

Y recordó sus historias y cuentos

Mamá...

Y recordó la enfermedad

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Mamá ...

Y recordó cómo huyó de la ciudad que lo vió nacer.

Mamá

Y recordó cómo la abandonó. Ardiendo en su propia hoguera.

Con este pensamiento la última ficha de los gansos cayó y Alland ganó la partida,

después… Silencio. Un silencio atronador envolvía el bosque que únicamente se

rompió cuando una ráfaga de aire se levantó desde las colinas y lo asoló todo mientras

los árboles comenzaban a caer a su paso.

- Mamá...Voy contigo.- Los labios de Alland se abrieron por última vez antes de

caer desplomado en el suelo, sus ojos se tornaron grises y su pecho dejó de

moverse, y Grakal, que lo observaba todo, no pudo hacer otra cosa que sonreír

mirando al brujo, quien le dedicó una última carcajada antes de morir.

Grakal se inclinó sobre el cuerpo del joven, lo recogió y cargándolo sobre sus

hombros le gritó al bosque

- ¡Es la hora, ya podemos irnos!

Un esplendor de luz como no se había visto jamás emergió del bosque, parecían

millones de luciérnagas bailando una danza ancestral, las almas de todos aquellos

inmortales que moraban en el bosque maldito habían sido liberadas, y creando una

procesión de muerte se dirigían por fin hacia el descanso.

El Dios comenzó a andar en dirección a los páramos, y mientras caminaba le susurró a

Aland:

- No te creas, chaval, esto solo acaba de empezar.

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SECRETO FAMILIAR

El grito resonó por todo el pasadizo, tan fuerte que por un instante creyeron que las

paredes iban a derrumbarse.

- ¿Qué demonio te ha poseído? ¿Quieres morir aquí o qué? - Febo se apresuraba

a socorrer a a Bindall que estaba agazapado en un rincón presa del pánico y

sólo acertó a decir:

- Alguien… hay alguien...Alguien… detrás del muro.

- Cómo quieres que haya alguien ahí, esto debe llevar sella…

Y Febo no pudo acabar de hablar, pues una voz infantil que llegaba desde detrás de

los escombros lo interrumpió.

- Oh por los dioses… Lo siento, de verdad que lo siento. - Una niña hablaba

desde detrás del montón de piedras - Yo no quería asustarle… lo juro… pero

no sabía sí realmente lo que había oído era real o era otra vez mi imaginación.

Oh, lo siento tanto.

- Yo me voy. Yo me voy - Aldo comenzó a recular por el pasadizo. Y por un

momento Febo y Bindall pensaron que era la mejor idea, igual la falta de

oxígeno y de luz les estaban jugando una mala pasada y aquello no era más que

fruto de su corrompida imaginación.

- Por favor, no. Por favor no os vayáis. Mi nombre es Lina. Lina Edevane.

Seguro que conocisteis a mi familia. Ha pasado tanto tiempo. - dijo la

compungida voz

- ¿Que.. ? Cómo… ? La familia Edevane lleva desaparecida o muerta por lo

menos…

- Trescientos años… lo sé, porque los he contado, cada día desde que estoy aquí.

Por favor, no os vayáis… Sólo un rato, no os haré ningún daño.

- Yo me quedaré - dijo Bindall

- Está bien - dudó Febo

- ¡Se os ha ido la puta cabeza! - espetó Aldo, que habría salido corriendo de no

ser porque volvió a pensar en los bandidos y en los perros salvajes del páramo.

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- Y… y ¿qué haces aquí? o mejor dicho ¿cómo puede ser que todavía estés aquí?

deberías estar…

- Muerta, lo sé. Ojalá fuera así. Por lo que veo mis padres hicieron una buena

labor con esta torre, nadie pudo entrar y las historias no pudieron salir.

- Tal vez ahora sea una buena oportunidad” Bindall intentó utilizar el tono de

voz más comprensivo que pudo, aunque todavía estaba aterrado con su

fantasmagórico encuentro.

- Tal vez sea la única. - La triste voz de la niña les rompió el corazón. - No sé si

lo sabréis, pero yo tenía un gatito, un gatito de color blanco…- Y así Lina

comenzó su historia. La historia del secreto que los Edevane habían guardado

más de trescientos años.

- Me encantaba ese animal, era tan suave y cariñoso, mi único amigo. Madre y

padre no dejaban que me aventurara fuera de los muros del castillo, tenían

miedo, miedo de perderme… como si fuera uno de sus cofres de oro...creo que

no podían comprender que yo necesitaba ser libre. Yo no era una niña, era su

posesión, y parece que no, pero a día de hoy, todavía me duele. Cuando la

Dama Negra llegó, asolando la ciudad y dejando tras de sí un terrible estela

color a muerte, todo se volvió oscuro. Ya ni siquiera podía salir de mis

aposentos, apenas veía la luz y… aquel gato se convirtió en mi salvación…

hasta que…- Lina se detuvo un momento. - Hasta que un día… un día se lo

llevaron. Chillé, pataleé, lloré… pero de nada sirvió, seguí encerrada en

aquellas cuatro paredes… lo que me pareció una eternidad. Supongo que de ahí

mi afición a contar los días. Un día la puerta se abrió, el golpe de la madera

contra la roca me despertó y lo único que recuerdo es que pasé de estar en mi

cama a pasear por la fría y estrecha gruta en la que vosotros me habéis

encontrado. Los días en la torre no fueron mejores. Ni tampoco peores. Me

pasaba las horas subiendo y bajando las escaleras. Arriba y abajo. Arriba y

abajo. Hasta que un día tuve una idea, robé un espejo a madre y subí a lo más

alto de la torre, donde hay una pequeñísima abertura, y desde ahí reflejaba algo

de luz hacia la ciudad.

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- ¡Los resplandores! - exclamaron los tres amigos al unísono, para este momento

ya habían dejado de pensar en lo extraño de la situación y escuchaban a la vieja

niña con suma atención.

- Me alegra que alguien los viera… A veces creo que es lo único que me

mantiene cuerda, sentir que alguien sabe que estoy aquí. Por dónde iba… ah

sí… El día que padre enfermó… Mi familia había huído a la torre porque uno

de sus vasallos más cercanos había caído enfermo. Ya no se sentían a salvo.

Pero la enfermedad fue más rápida, y para el momento en que nos confinamos

aquí, padre ya estaba contagiado. Recuerdo sus últimos días, porque aunque

madre no me dejaba pasar a la estancia yo podía verlo, como os he visto a

vosotros, a través de la cerradura. Era un día frío cuando él llegó…

- ¿Él? - Aldo no entendía a qué se refería la pequeña

- ¡Cállate inútil! - dijo Febo dándole una colleja con todas sus fuerzas.

- Grakal… El primordial del paso. De seguro habéis oído sus leyendas… Pues

yo puedo aseguraros que es real… Muy real. Llegó a buscar a mi padre cuando

ya la muerte lo reclamaba en su reino… Lo recuerdo como si estuviera

sucediendo ahora mismo ante mis ojos. Se acercó a su cama y le susurró algo al

oído, vi el temor reflejado en los ojos de mi padre quién rogaba sin descanso;

madre también suplicaba, se arrodilló pidiendo clemencia para su esposo.

Entonces fue cuando cometieron el error. En un acto desesperado por salvar su

vida, le ofrecieron al dios toda suerte de riquezas, oro,posesiones... todo lo que

él pudiera desear. Pero un dios no desea nada, y lejos de hacer que Grakal

reculara, lo único que consiguieron fue despertar su ira.

“Toda vuestra vida ha estado envuelta en cortinas de oro, no habéis valorado

nada, ni siquiera el regalo que mi hermana os ofreció trayendo aquella flor.

No tenéis dignidad para morir, así que si tanto deseáis la vida, está bien, vida

tendréis. Espero que seáis felices viviendo entre las sombras para toda la

eternidad”

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Y entonces de las paredes brotaron unas sombras negras que envolvieron a

padre y madre y los arrastraron, nunca más volví a saber de ellos”

- ¿Las Sombras? ¿Te refieres a los skujult? - Bindall trataba de recordar algo -

He oído historias, son guardianes igual que las luciérnagas… cada una refleja

lo que fue en vida.

Lina continuó como si nada

- Yo estaba petrificada mirando a través de la cerradura, entonces Grakal se

volvió y me dijo “¿Y ahora que voy a hacer contigo?” Desde entonces tengo

un ojo de cada color, es la marca de los inmortales, medio muerta medio viva,

esperando…

De repente un temblor sacudió la tierra y un fuerte viento azotó la galería haciendo

caer los escombros mientras un enorme resplandor iluminaba la estancia. En medio de

aquella cegadora luz comenzó a dibujarse la silueta de un hombre que llegaba

caminando con el cadáver de un joven a los hombros, tras él cientos de luciérnagas lo

seguían siendo todas ellas el origen de aquel fulgor tan atractivo como extraño.

Bindall, Febo y Aldo se miraban entre sí, en realidad todos se creían muertos, que tal

vez se habían quedado sin oxígeno bajando por la gruta y todo aquello era una

alucinación de sus cerebros antes de apagarse por completo.

Una voz se encargó de diluir sus fantasías mortuorias y sacarlos de aquella ensoñación

para recordarles que todo lo que estaba sucediendo en esa gruta era real, muy real.

- Has vuelto - dijo la pequeña

Acto seguido, el diminuto cuerpecito de aquella niña, cayó al suelo con un ruido

sordo. Lina Edevane, después de trescientos años guardando la misteriosa torre, por

fin había muerto.

- Tú hora ya está cumplida - le susurró el primordial mientras recogía el cadáver

del suelo. - Es hora de marcharse.

Grakal desapareció, tal y como había llegado, y los tres amigos jamás volvieron a

hablar del encuentro en la torre de los Edevane, al menos, hasta que llegó el final.

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EL LEGADO

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Ragnarök, Apocalipsis, el fin del mundo… Todas las culturas tienen un final, y

nosotros, por fin, hemos llegado al nuestro. Aunque recuerda, querido lector, que un

final no tiene porque ser definitivo.

Cuando las sombras llegaron y el mundo empezó a retorcerse, Grakal ya estaba allí.

El “primordial del paso” sabía que esa sería su última travesía, pero aún no había

llegado el momento y ahora solo le quedaba esperar.

El viento comenzaba a ser casi insoportable, y los cuerpos de Aland Rymer y Lina

Edevane yacían tumbados en el suelo frente al dios, que los observaba sentado desde

una roca sin parar de darle vueltas a la llave que tenía entre sus manos.

No pasó mucho tiempo hasta que una figura se le acercó por la espalda, y, antes de

que esta pudiera siquiera decir una palabra, Grakal habló:

- Has tardado, creí que habíamos quedado más pronto, aún así, tranquila, Hel va

a tardar, ya sabes que sólo ha salido un par de veces de allí abajo. Imagínate

que he tenido que hacerle yo el favor de ir a buscar al suyo, aunque ha sido

divertido, no lo niego.

Elara había llegado caminando con el cuerpo de Rosemary entre sus brazos y tras

dejarla tumbada al lado de los demás muchachos le dedicó una mirada de desdén a su

hermano, que seguía sin mirarla.

- Yo también me alegro de verte, ¿sabes?

- Oh, vamos hermanita, sabes que me alegro de verte. No todos los días sales de

un letargo de trecientos años en un bloque de hielo. ¿Qué tal las vacaciones?

- La verdad, he estado dormida, así que no he notado el paso del tiempo, tus

luciérnagas me despertaron. - respondió Elara sonriendo.

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La relación con su hermano siempre se había basado en aquel tipo de bromas, y

después de todo aquel tiempo sumergida en el hielo, y sabiendo lo que les esperaba,

necesitaba tomarse unos minutos de descanso para bromear con él.

- Muy interesante tu elección. - Grakal señaló a Rosemary- Es bastante bella.

Cómo tú.

- Oh, por favor, no seas básico, sabes que nunca la escogería por eso, además, no

se llega a ser un dios solo por la apariencia, estúpido, tu deberías saberlo mejor

que nadie.- Elara soltó una carcajada. Grakal iba a abrir la boca para

devolverle la pulla a su hermana, pero ella se le adelantó. - Su familia me ha

cuidado durante todo este tiempo y, además, es lista, fue la única que entendió

a mi guardián, tal vez un poco tarde, claro, pero tampoco es que le dieran

mucho tiempo para resolver el acertijo. Tiene un corazón valiente, se le dará

bien.

El viento soplaba con violencia, los árboles crujían, incluso parecía que la tierra

temblaba, pero la conversación entre los dos hermanos proseguía como si fuera un

soleado día de mediados de Abril.

- ¿Nunca pensaste en salir? Es decir, creo que yo me hubiera aburrido allí dentro.

Grakal no miraba a la cara de su hermana, sino al infinito, como esperando que

alguien apareciera de pronto por el horizonte.

- Como ya te he dicho, estaba dormida. Además ¿Para qué? Viste lo que pasó,

viste lo que me hicieron cuando creyeron que les debía algo y no lo cumplí.

¿Sabes cómo convertirte en mala persona? Es muy fácil, haz mil favores y

niega el mil uno. Además, sabíamos que esto pasaría, el mundo se ha

descontrolado, creo que he dejado que tomes el control de la vida durante

demasiado tiempo.

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- No me culpes, hermanita. Ya me conocías y cuando desapareciste tuve que

hacer el doble de trabajo. No es que haya sido mucho tiempo, pero ha sido

intenso. Por cierto, no has dicho nada, ¿te gusta mi elección? - señaló el cuerpo

de Lina, la pequeña parecía dormida.- Es pequeña, pero esos trescientos años

encerrada le han dado fiereza e inteligencia. Además desafió mi inteligencia al

comunicarse con aquel espejo. Digno de admirar.- Grakal se parecía entonces

más a un padre orgulloso que a un antiguo dios esperando un final inevitable.

- Creo que deberías recordar que esa niña es cosa mía. No les habría dado hijos a

esos patanes si no hubiera sido por ti. Te empeñaste en que supiera que era

vivir entre dos los dos mundos.

De pronto un gran estruendo cortó la conversación y sacudió todas las tierras de Änd,

abriendo una enorme grieta en el terreno. De allí emergió una mujer que se parecía a

los fantasmas de los cuentos de niños, su pelo era blanco como la nieve y se enroscaba

por todo su cuerpo llegando hasta casi tocar sus pies, una serpiente lechosa se aferraba

a una de sus manos, en la otra, un cetro de hueso. Pero lo más impactante de todo…

Lo más impactante eran sus ojos, grises y cadavéricos, que parecían haber visto

demasiado.

Los dos hermanos observaban la escena como el que mira a una gallina que picotea

entre la hierba, sin inmutarse lo más mínimo. Cuando aquella mujer se posó en el

suelo todas las flores que había a su alrededor se marchitaron, tomando un tono

negruzco, y finalmente Grakal se decidió a hablar.

- Hel, querida, podrías haber usado la puerta, para algo está. - El dios levantó la

llave que llevaba entre las manos. - La última vez que saliste dejaste un cráter

que nuestra hermana aquí presente tuvo que tapar con un lago.

La diosa de la muerte miró a su hermano de arriba a abajo y la expresión de dureza

que llevaba en el rostro se relajó.

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- Recuerda que yo no puedo utilizar esa puerta y que, además, para una par de

veces que salgo, tampoco es algo tan grave, déjame disfrutar de una entrada

triunfal. ¿Dónde están?

Grakal señaló hacia los cuerpos de los muchachos y Hel se encaminó hacia allí. Cada

vez que aquella mujer daba un paso hacia adelante, todo lo que yacía bajo sus pies se

secaba y moría, dejando una estela de muerte tras de sí, no en vano, era la muerte

quien había llegado.

- Veo que has recogido a mi chico, muchas gracias.- La muerte se agachó para

acariciar la mejilla de Aland mientras lo miraba con una expresión compasiva-

Pobre niño, marcado por la muerte desde que nació. Siento que por mi culpa

tuviera la desgracia tras de sí.

Los tres hermanos se quedaron en silencio mirando a los tres muchachos tendidos en

el suelo, mientras el viento azotaba sus cuerpos. El cielo se volvió negro, ya se oía el

crujir lejano de las sombras que se aproximaban, entonces los tres dioses se miraron

entre sí.

- Es la hora.- Afirmaron a la vez.

Tras estas palabras el viento se detuvo y el crujir de los pasos del ejército invisible se

detuvieron. Hel fue la primera, dejó suelta a su serpiente, la cual triplicó su tamaño y

comenzó a arrastrarse siguiendo los pasos de su ama. Después llegaron los skujult,

aquellas sombras que hasta ahora habían sido invisibles y que solían servir a los

primordiales como vigías, ahora eran los ayudantes de Hel, llevaban su marca, y por

allá por donde pasaban todo era muerte, las flores se secaban, los campos se volvían

yermos, el ganado se desplomaba; hombres, mujeres y niños, ninguno se libró de

aquella ola, porque la muerte no distingue entre santos o pecadores, la muerte no

quiere regalos, ella es realmente, la única certeza de la vida. De esta manera Hel se

paseó por todo el mundo, lenta y silenciosa, recolectora de almas mientras Grakal y

Elara la seguían, llevando a su espalda una procesión de almas en pena.

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Cuando todas las almas estaban ya reunidas y el mundo quedó vacío, le llegó el turno

a Grakal quien utilizaría su llave por última vez para abrir la puerta que nos separa del

otro lado y así cruzar con toda la caterva de espíritus hacia el inframundo.

El mundo estaba seco, ni un alma en su superficie, solo Elara podía intervenir, y con

ella, las luciérnagas, la otra cara de los Skujult, ellas tenían ahora el poder de la

restauración. Miles de flores, pasto y árboles brotaron de la superficie de una tierra

exánime, llenándolo todo de vivos colores. Aquellos recipientes vacíos que eran los

cuerpos de animales, hombres y mujeres, volvieron a recuperar su brillo y alma.

Parecía que nada hubiera pasado, pero ellos se sintieron, sin saber cómo, liberados de

una gran carga.

Y cuando todo estuvo restaurado, los dioses regresaron a su punto de partida, con los

niños que los esperaban tirados en el suelo unos junto a otros, para poner punto y final

a toda la historia.

La primera fue Elara, la encargada de la vida, la mujer tomó a Rosemary Dankworth

entre sus brazos y la abrazó, y de su pecho brotaron unos hermosos crisantemos que

trenzó y colocó sobre la cabeza de la chica. Después siguió Grakal, quien tomó su

llave, aquella que abría el portal entre ambos mundos, y la dejó sobre el pecho de la

pequeña Lina.

- Esto es para ti, niña. Te la has ganado.

Por último Hel ordenó a su serpiente, su única compañía desde hacía tiempo, a que

tomara su forma felina para acurrucarse en el pecho de Aland.

- Siento lo de tu madre, chico, la cuidé lo mejor que supe. Te lo aseguro.

Entonces los dioses, que ya no eran dioses, sino solo hermanos o viejos amigos, se

tomaron de las manos, y con un gran suspiro se fundieron con el aire de su alrededor

para descansar por fin, para dejar paso a sus sucesores.

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Aland, Rose y Lina habían cerrado los ojos, ahora los abrían los nuevos dioses,

Muerte, Vida y Paso, dispuestos a volver a empezar de nuevo otra vez, como el ciclo

natural, como la serpiente que muerde su propia cola.

Se durmieron como desconocidos, se despertaron como hermanos, preparados para

cumplir su cometido. Aland descendió a sus dominios, erigido como nuevo señor de la

muerte, dispuesto a cuidar a las almas que Lina le traiga del mundo exterior, aquellas

que Rosemary siembra en todo el cosmos.

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EPÍLOGO

Han pasado tres días desde que el sol dejó de girar.

Sé que están a punto de llegar, puedo oír cómo rodean la casa, me han encontrado y

yo, ya estoy cansado de huir, ya no me hace falta, porque he comprendido que la

niebla del pasado es demasiado espesa. Ahora solo me queda esperar.

Heredé tu libro, conté sus historias, subí a lo más alto de la torre, liberé a los árboles

y vi a la serpiente de Midgard devorar su propia cabeza...

Los he visto morir luchando a cada uno... mil veces. Pero nunca acaban de alejarse lo

suficiente para que los olvidara. Igual que tú.

Voy a esperarte, te lo prometo. En otra vida, con otro cuerpo, pero con el mismo peso

inconsciente y el mismo trabajo.

Solo tengo una pregunta más antes de dejar que me coman.

¿Por eso me lo dejaste?¿Porque tú lo sabías no? Que todo está condenado a

repetirse.

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Escrito por Steignyr

Ilustrado por N. W. Louve

©Todos los derechos reservados

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