Presentación en vivo
Revista colegio de la Presentación Envigado
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Pulso Juvenil
El pasto húmedo y agujón bajo las suelas de mis descalzos pies me
atrapaba. La luna casta, lechosa y pura era la único que me guiaba a través
de rocas y arbustos hirientes.
Correr.
Mi cuerpo sentía como una necesidad hacerlo y ni siquiera las bocanadas de
aire que absorbía mientras mis torpes pies se movían era suficiente para
llenar mis pulmones. No recordaba qué había pasado, mucho menos porqué
me sangraban los muslos, y tenía el pelo tan desordenado que cualquier
cantidad de ramas podrán pasar desapercibidas, pero si sabía que había algo
malo, una oscuridad. Era similar a cuando te tapabas los ojos de pequeño
mientras te escondías debajo de la cama. Me perseguía aquella energía
hipnotizante, algo malvada, más allá de lo siniestro, percibía ese peligro que
te hace querer correr hasta que alguien te abrace por días y te permita
desaparecer.
Corría solo porque la sangre ya no me bajaba a las articulaciones y porque
sentía cómo cada parte de mi cuerpo se iba dando por vencida. Tenía los
pies tan heridos que supuse, era posible, diferenciar entre la noche, la muy
poco iluminada y silenciosa noche y mis sangrientas pisadas.
El estómago me ardía y sentía mi pecho subir y bajar de forma frenética, las
orejas me dolían del frio y tenía la nariz tan roja que no podía saber si era a
causa del sudor o de la glacial sensación que me carcomía. Sentí una rama
quebrarse detrás de mí y seguí corriendo con el único propósito de
sobrevivir, pero mi camisa se enredó con un árbol, no reaccioné y tiré y tiré
hasta que fui consciente de que solo saldría de ahí si con mis manos
desenredaba la camisa, entonces con las temblorosas e inhábiles masas que
tenía por manos jalé de la tela hasta que se rasgó y terminó por enredarse
más.