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¡Sí! Que cuando en orfandad
tu pecho angustiado llora,
fuera impía crueldad,
en tu amarga soledad
abandonarte, Señora.
Por esto, aunque con temor,
vengo a pedir tu licencia,
¡oh, Madre del Redentor!
para llorar mi dolor.
Virgen pura, en tu presencia.
Y o bien sé que indigno soy
de venir a hablar contigo;
mas de tus pies no me voy,
si cuenta fiel no te doy
del hondo pesar que abrigo.
Y soy aquél, que inhumano,
sacrílego y homicida,
clavó en madero villano
al Redentor soberano
que es el autor de la vida.
Mis pecados son, Señora,
los que alzaron esta Cruz
que sangre de un Dios e olor a,
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