Las legiones de Roma

Las legiones de Roma
Gertrud, que tenía un oído finísimo, soltó desde la cocina:
–¡Estos jóvenes estarrrán mucho mejorrr trrratados conmigo de
lo que lo estarrrían con un mayorrrdomo estirrrado y aburrrido!
¡Parrra empezarrr, les darrré un buen pedazo de Apfelstrudel!
Venga, chicos, no os entrrretengáis, que tengo ganas de
conocerrros.
En la COCINA, lo primero que llamaba la atención era que no
había ni un solo electrodoméstico y todos los utensilios parecían
sacados, por lo menos, de la Edad Media. Allí estaba Gertrud, una
mujer rechoncha con delantal y cofia, que invitó a los chicos a
sentarse en las sillas que rodeaban una mesa redonda de madera
maciza. Sin perder tiempo, en cuanto hicieron las presentaciones,
sirvió a sus invitados sendas raciones generosas de pastel.
Cristina se quedó de pie y saboreó el Apfelstrudel mientras
curioseaba un poco. Antes de nada, se acercó a la lumbre que
calentaba, día y noche, una marmita de la que salía un olor
delicioso. A continuación, se fijó en la distribución de la cocina.
Era la más grande que había visto. Para empezar, el techo era
altísimo. No tenía puerta de entrada, se
accedía atravesando un arco que medía
nueve metros de lado a lado. Delante,
se amontonaban cajas y trastos
varios sin ningún orden. Dentro,
una a cada lado y otra al
fondo, había tres PUERTAS
de madera reforzadas
con travesaños de hierro.
Todas tenían rótulos. En la
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